sábado, 21 de diciembre de 2013

UN ESPAÑOL CON NOMBRE RUSO




Antes de iniciar este artículo, es necesario dejar claro que no es motivo de orgullo para nadie el haber sido el creador, el inventor o el iniciador, de una práctica que de por sí debería abochornar a todo aquel que la pone en uso.
Y expliquemos ahora de qué va este artículo.
Cada día y en los últimos tiempos parece que con más afán, vemos imágenes en la televisión o en Internet que nos dejan sobrecogidos. Estas imágenes se refieren a manifestaciones en las que ambos bandos se emplean con una contundencia y crueldad digna de sonrojar a la raza humana.
Y así como hace años este tipo de algaradas parecían estar reservadas a los países con ciertas libertades democráticas, en la actualidad, no hay régimen político que se libre de ellas y hasta los más radicales las están sufriendo.
Las escenas suelen ser de tremendo dramatismo cuando observamos la ira con la que las dos partes se enfrentan a su particular lucha y desde las barricadas a la quema de neumáticos o el lanzamiento de piedras u otros objetos contundentes, los manifestantes emplean sus armas contra los botes de humo y los gases lacrimógenos.
Seguro que muchos de los lectores habrán experimentado el terror que produce el verse inmerso en una de estas batallas campales. Yo he presenciado, por mi profesión, muchas de ellas y muy concretamente en la zona de los astilleros de la Bahía de Cádiz, me ha tocado participar muy directamente.
Pero han sido enfrentamientos un tanto edulcorados en los que los manifestantes eran mantenidos a raya, permitiéndoseles desfogarse, pero sin pasar un límite.
“Vamos a cargarnos de razones”, era la consigna que yo, como jefe del dispositivo, recibía de quien podía determinar el cariz que debían tomar los acontecimientos y se permitía arrancar farolas, destrozar el mobiliario urbano, estropear el asfalto de las carreteras con las quemas de neumáticos… y también se les permitía que nos arrojasen rodamientos de acero y discos de hierro afilados, que con poca fuerza llegaban hasta el contingente policial.
Cuando los manifestantes se iban creciendo y sobrepasaban el límite, una pequeña carga los hacía correr como “nenazas” para refugiarse en su sacrosanta factoría en donde se encontraban a salvo. De allí, a la ducha, cambio de ropa, guarda de tirachinas y hondas y a coger el coche y para casita que es la hora de comer.
Además, esa era y es la tónica general de los enfrentamientos violentos entre manifestantes y la policía, pero en muchas de las escenas que vemos las cosas no son así. En algunas algaradas, sobre todo en países con regímenes no democráticos, las cosas van desde el fuego real, empleo de tanquetas y acciones cuerpo a cuerpo de extremada virulencia, hasta el uso de artilugios incendiarios: los famosos Cócteles Molotov.
Un cóctel molotov no es mas que una botella con gasolina, con alcohol u otro líquido inflamable, mezclado con aceite de motor, para retardar la combustión y ayudar a expandir las llamas y taponada con un trozo de tela que se deja impregnar en el líquido. Se prende fuego al trapo, arrojándola a continuación con suficiente fuerza para que el cristal rompa y al desparramarse el líquido entre en contacto con el fuego y se inflame.
Este artilugio es de una efectividad increíble y de una capacidad de hacer daño aún mayor.
Se tiene por cierto que la primera vez que se usaron estos artefactos incendiarios fue en la llamada Guerra de Invierno, cuando en 1939 Rusia invadió Finlandia con intención de anexionársela. Lejos de conseguirlo, Rusia quedó en evidencia ante las Naciones Unidas, de donde fue expulsada y convenció a Hitler que su Operación Barbarroja, ideada para invadir Rusia, era posible, dada la escasa calidad del Ejército Rojo.

Tropas finlandesas lanzando los famosos cócteles

Pero lo cierto es que estas armas incendiarias ya se habían usado, en la Guerra Civil Española.
El origen de su nombre se encuentra en la persona del Comisario soviético para asuntos exteriores, Mólotov, (El martillo) el cual, durante la invasión de Finlandia decía que los aviones rusos no estaban bombardeando territorio finés, sino que se limitaban a arrojarles comida.
Los finlandeses, con un sentido del humor poco propio de países nórdicos, respondieron a Molotov que si los rusos ponían la comida, ellos pondrían los cócteles y como quiera que usaban este tipo de bomba incendiaria, éstas recibieron el nombre popular de “cócteles molotov”.

Manifestante lanzando un cóctel molotov

Aquellas bombas incendiarias no eran apropiadas para los ejércitos y por eso dejaron de utilizarse casi de inmediato, sin embargo si resultaban muy apropiadas para las guerrillas y sobre todo, para las algaradas y manifestaciones, donde, desde entonces, se han venido usando con prodigalidad.
Pero la primera utilización de este artilugio incendiario no fue en la Guerra Española ni en la de Invierno, fue mucho antes, más de un siglo antes y también es España.
La primera constatación escrita que se tiene de la utilización de envases de vidrio cargados con  material inflamable se refiere a un incidente ocurrido el 10 de  julio de 1831 en Calahonda, villa marinera que pertenece al municipio de Motril.
En aquella época el Mediterráneo estaba infestado de contrabandistas que por mar movían mercancías de un lado para otro y no solamente de países extranjeros como podría ser del norte de África, Italia o el mismo Gibraltar, sino también de algunas otras localidades de la propia España. Es necesario recordar que en aquella época y hasta hace relativamente poco, funcionaba un sistema de tributo que recibía el nombre de Fielato y que en una caseta colocada en los caminos de acceso a las ciudades, unos guardias del cuerpo de carabineros, conocidos como “consumistas” se encargaban de cobrar los aranceles por la entrada de mercaderías, casi siempre productos de consumo de boca.
Para evitar el pago de los tributos, los contrabandistas movían por mar las mercancías, alijando por la noche en las playas cercanas a las ciudades. Aquel día, una falúa de los carabineros de Motril, llamada San Josef, avistó una embarcación contrabandista a la que dio el alto.
Al ponerse a su altura para averiguar el destino y procedencia de la embarcación, recibió por respuesta dos carronadas, iniciándose un combate de fusilería entre ambas embarcaciones, en el curso del cual, el patrón del San Josef, arrojó “varios frascos de fuego” al barco contrabandista, de manera que la tripulación tuvo que arrojarse al mar, de donde fueron rescatados por el San Josef.
Afortunadamente las carronadas que son unas piezas de artillería de boca muy ancha y ánima corta, tardan bastante en cargarse, por lo que el barco contrabandista no pudo disparar nada más que las dos piezas que ya llevaba preparadas, no dándole tiempo a una segunda andanada.
Del mar fueron rescatados dieciocho hombres, algunos quemados y otros heridos de bala. Otros ocho fueron encontrados en el interior de la embarcación, donde se decomisó el género de contrabando que transportaba.
Lamentablemente entre la tripulación del falucho también hubo heridos, el de mayor consideración el teniente de carabineros, comandante del falucho Manuel José Domínguez, así como el contramaestre y dos marineros del barco.
Es una lástima que la nota oficial de la que se ha sacado esta información no fuera más explícita y describiera mejor lo que designa como frascos de fuego, que indudablemente se refiere a lo que hoy conocemos como cóctel incendiario molotov y no diga qué sustancia inflamable contenía, pues en aquella época no podía ser gasolina, que es la más usada actualmente, pero que podría ser alcohol, pez u otra sustancia similar.
No es ningún honor, ya lo decía al principio del artículo, haber sido el primero en usar tan detestable arma incendiaria, pero al César lo que es del César y si siempre hemos estado sumidos en el error de creer que ese invento era ruso y como además, esa procedencia venía muy bien a los fines que durante la llamada Guerra Fría la URSS se proponía, llegamos a ver cómo el invento se engrandecía en manos de los izquierdistas radicales que financiado por el partido surgían por todas partes.

Pero no había sido así, molotov no era el nombre que le correspondía a tan flamígero artefacto y a falta de otros apellidos españoles que ilustren las listas de sabios que en el mundo ha habido, Domínguez sería el nombre adecuado para el tan repetido cóctel. Claro que “cóctel Domínguez” nunca va a tener la sonoridad ni las connotaciones revolucionarias que tiene Molotov.

sábado, 14 de diciembre de 2013

SU NOMBRE EN LA LUNA


Que le pongan tu nombre a una calle de tu ciudad es algo que debe llenar de satisfacción a la familia, porque casi siempre que ocurre una cosa así, el homenajeado ya no está con nosotros, pero que escriban tu nombre en el mapa de la Luna debe ser como para volverse loco.
Lástima que, de sucedernos algo tan afortunado, no podamos verlo porque las glorias se reconocen a título póstumo. Pero no deja de ser una gloria.
En el caso de esta persona, cuyo nombre figura en el mapa de la Luna, la satisfacción hubiera sido aún mayor ya que por su fe, pertenecía a los de la Media Luna.
Es decir, que era un árabe, un musulmán andalusí, cuya proyección en la astronomía fue tal que se acordaron de él para nombrar un cráter de la superficie lunar.
Su nombre era un largísimo y a ratos impronunciable nombre árabe, pero por todos fue conocido como Azarquiel o Al-Zarqali, su último apellido, o más bien el mote que su familia arrastraba y por el que era llamado, debido a sus ojos azules claros, también conocidos como “zarcos”.
Nació Azarquiel en una aldea de las inmediaciones de Toledo alrededor del año 1025, en el seno de una familia visigoda de tradición cristiana que por habitar en tierra de moros, se convirtió al Islam como medio de poder vivir sin demasiados problemas, aunque es cierto que en Toledo la convivencia de las dos religiones fue ejemplar, pero más cómoda sin duda para los mahometanos, en aquella época en que Toledo formaba una de las taifas que reinaban en Al-Ándalus.
Empezó a trabajar como orfebre, destacando desde muy temprana edad por la destreza con la que manejaba los metales, lo que hizo que muchos de los científicos afincados en Toledo, en aquel momento la capital cultural del mundo, le encargaran instrumentos de precisión para sus quehaceres.
Había en Toledo una cantera importantísima de astrónomos tanto árabes como hebreos y cristianos, los cuales empezaron a encargarle la fabricación de astrolabios.
El astrolabio es uno de los más antiguos instrumentos de astronomía, pero a la vez de los más avanzados a su tiempo.

Astrolabio

No se conoce ni quién, ni dónde se inventó, pero hay referencias a su uso desde los primeros siglos de nuestra era y ya fue descrito por Ptolomeo en el siglo II y la famosa astrónoma y matemática Hypatia de Alejandría, del siglo IV, trabajo junto a su padre para mejorar el astrolabio.
Su uso, muy extendido entre las civilizaciones orientales, era desconocido en la vieja Europa a donde llegó de la mano de los árabes y procedente de Persia y fue el reino de Al-Ándalus el que lo dio a conocer al resto del continente.
Este instrumento permite determinar la posición de las estrellas en el cielo y fue muy eficaz para los navegantes, con el que podían situarse y orientarse, calcular la hora y la latitud.
Hasta la invención del sextante en el siglo XVIII , fue el instrumento más usado en la navegación. Pero el astrolabio tenía un problema básico y es que había que construir uno específico para cada situación en latitud pues las observaciones que se hacían con él, partían de esa referencia.
Con un astrolabio se podía saber la hora exacta de aquel lugar a la vez que también servía para calcular la altura de un monte o de una torre.
El contacto de Azarquiel con aquel núcleo de científicos y la despierta inteligencia del joven, le llevó a aprender astronomía aunque de una forma totalmente autodidacta, lo cual limitaba la rapidez en adquirir los conocimientos, pero con las ventajas de que al ser producto de su propia investigación, sus conocimientos llegaban a superar los de su época y, sobre todo, que al no estar impregnados de las influencias que las creencias religiosas ejercían sobre determinados puntos, fue un conocimiento mucho más real de toda la materia.
Pronto comprendió Azarquiel las limitaciones del astrolabio y para remediarlo inventó, o mejor dicho, perfeccionó el instrumento dándole otras posibilidades más amplias. En principio construyó dos variedades del mismo instrumento, una que dedicó al rey taifa de Toledo, Al-Mamun, conocida como “mamuniyya” y otra que dedicó al rey de Sevilla, Al-Mutamid ben Abbad, conocida como “abbadiyya”.

Las dos caras de la azafea, en donde se denota su mayor complicación

Con este nuevo instrumento se podía, en primer lugar, calcular la latitud del punto en que se observaba, la hora solar con mucha exactitud, las “casas astrológicas”, fundamentales para la astrología, muy de moda en la época y base del horóscopo, las coordenadas de los astros y el llamado arco diurno que es el que recorre el Sol desde que sale hasta que se pone, fundamental para calcular las horas de luz que tenía un día.
Sobre este instrumento que en nuestra civilización se conoce como “azafea” o “al-safiha”, existe abundante literatura que explicaba su manejo y posibilidades; el propio Azarquiel escribió un tomo titulado Tratado de la azafea que fue traducido al latín siglos después en la famosa Escuela de traductores de Toledo y en la Biblioteca de El Escorial, el manuscrito 962 trata de la azafea, instrumento que describe en cien capítulos. Asimismo, en el manuscrito 156 de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid también se describe el instrumento a la perfección.
Fue tanta la importancia que el astrolabio conocido como azafea tuvo que su invención está considerada como la más importante de cuantas abrieron la era de la exploraciones oceánicas.
Sin la azafea, que Colón conocía perfectamente, no habría podido descubrir América, ni Magallanes y Elcano le hubieran dado la vuelta al mundo.
Consciente de que su invento o ampliación del astrolabio había resultado un instrumento esencial para la navegación, no había sido esa la razón por la que el sabio lo había construido, pues la finalidad que perseguía era otra mucho más concreta como la efectuar mediciones, trazar órbitas, movimiento de la Tierra, catalogar estrellas y una nueva utilidad que pronto descubrió: la confección del primer almanaque.
Con la azafea pudo determinar el momento exacto en que comenzaban los meses, las posiciones que adoptarían los cuerpos celestes y en consecuencia, predecir los eclipses, así como algo con lo que actualmente se especula y es que pudiera predecir la aparición de cometas antes de que estos fueran visibles.
Este detalle no está comprobado pero de ser así, habría aventajado en muchos siglos a Halley, el descubridor del cometa que lleva su nombre y que demostró que ese cometa era el mismo que había sido visto setenta y siete años antes y que se volvería a ver aproximadamente setenta y siete años después.
El sabio Azarquiel realizó muchos más descubrimientos en el campo de la astronomía, como ser el primero en determinar con precisión cual era el punto de máxima distancia entre el Sol y La Tierra.
Es indudable que nos hallamos ante un  personaje de una gran talla intelectual, viviendo en una época en donde la intelectualidad se premiaba y donde los poderes públicos cobijaban la producción científica.
Pero en el año 1085, Castilla reconquistó la ciudad de Toledo y la gran mayoría de sabios que allí se habían concentrado tuvieron que huir a tierras de Al-Ándalus, entre ellas Azarquiel que se refugió en Sevilla, donde al parecer murió unos años más tarde.
Su obra fue puesta en valor por la Escuela de Traductores que Alfonso X, el Sabio, creó en Toledo, al rescoldo de las enormes hogueras de intelectualidad que en la ciudad hubo y que de alguna manera aún seguían vivas. Pero hasta que se produce la invención de la imprenta, la producción científica y cultural de la Escuela, aunque prolija, no llega al gran público, limitándose a círculos muy exclusivos.
Esa circunstancia y el que algunas obras del insigne astrónomo se perdieron, otras se desvirtuaron con sucesivas traducciones y que, sobre todo, posteriores descubrimientos como el sextante, condenaron al olvido la azafea, de Azarquiel se dejó de hablar y sólo en restringidos círculos científicos se le recuerda.
Pero no es tan frágil la memoria humana en todos los órdenes, porque nueve siglos después de su muerte, la Unión Astronómica Internacional, dio su nombre a uno de los cráteres de la Luna, justo al lado de los dedicados a Ptolomeo y a Alfonso X.
Hoy se puede decir, sin ningún temor a equivocación que Azarquiel es considerado como uno de los más importantes astrónomos hispano-andalusíes y base de la investigación astronómica hasta Copérnico, Kepler y Brahe.
En España el único recordatorio de este insigne personaje ha sido la publicación de un sello de correos del año 1986.


Sello con la cara y la azafea de Azarquiel

viernes, 6 de diciembre de 2013

LA ISLA EFÍMERA





La estupidez humana suele tener escasos límites. Con medio mundo por descubrir y explorar, las naciones pueden llegar a darse de bofetadas por adquirir la propiedad de un trozo de tierra que, de pronto, la erupción de un volcán, pone en la superficie del mar.
Afortunadamente la propia naturaleza que la creó se encargó de hacerla desaparecer, evitando que tres naciones importantes en el concierto europeo de la época, se enzarzaran en un conflicto de dudosos resultados.
Los hechos ocurrieron hace ya casi dos siglos, pero ni siquiera transportándonos a aquella época puede encontrarse justificación a tamaña insensatez.
La naturaleza es, como sabemos, omnipotente y caprichosa, por eso no deja de sorprendernos con sus demostraciones de poder como albergando volcanes activos en el fondo del mar y haciéndoles erupcionar, para sorpresa de todos y terror de muchos.
Una cosa así ocurre en el fondo del mar Mediterráneo, a unos cuatrocientos metros de profundidad y al sur de la isla de Sicilia.
Allí se encuentra un volcán que toma el nombre de un filósofo, sabio y político griego llamado Empédocles. Cuenta la tradición que Empédocles, queriendo ascender a los cielos resurgiendo de sus cenizas y como si de una ave fénix se tratara, subió a la cima del volcán Etna y se arrojó a su cráter. Nadie presenció aquel suicidio, pero en la cima de volcán apareció una zapatilla de bronce que usaba el filósofo, lo que dio pie a relacionarlo con la idea que le iba desde tiempo atrás rondando por la cabeza.
Por esa razón, a aquel volcán submarino, al sur de la isla en la que se encuentra el volcán Etna, se lo bautizó con el nombre del sabio.
Por constatación historiográfica se sabe que durante las Guerras Púnicas, mucha parte de la cual se desarrolló en Sicilia, el volcán submarino entró en erupción, haciendo salir de la superficie del mar una parte de la lava, consolidada como una isla a la que nadie prestó atención y que al cabo del tiempo había desaparecido.
No se volvió a tener noticias de aquel  volcán hasta muchos años después, en 1831, cuando el Empédocles comenzó una nueva erupción y esta vez la lava solidificada formó un islote de considerables proporciones, pues llegó a adquirir los cuatro kilómetros de longitud, con una altura de unos cincuenta metros sobre el nivel del mar. En el interior se formaron dos pequeños lagos con agua que quedó apresada en el crecimiento de la lava.
Aún estaba caliente la lava cuando de la isla de Malta, entonces colonia británica, zarpó el dos de agosto un bergantín al mando del capitán Humphrey Senhouse, que se dirigió a la isla a todo trapo con las órdenes de plantar bandera y tomar posesión de la isla en nombre de la corona británica. Senhouse arribó a la isla a la que bautizó con el nombre Graham Island.
Pero quince días más tarde, otro barco, esta vez perteneciente a la armada del reino de las Dos Sicilias, bajo la soberanía de la casa de Borbón española, arribaba a la isla, quitaba la bandera británica y plantaba la suya, a la vez que tomaba posesión de aquel islote al que bautizaba como Isla Ferdinandea, en honor al rey Fernando II que en aquel momento ocupaba el trono.
Pero no terminó la cosa ahí, porque el veintinueve de septiembre del mismo año llegaba al islote una misión científica francesa que también plantó su bandera, tomando posesión y bautizando a la isla como Ilê Julia.

Mapa de situación del islote

Inmediatamente las cancillerías de los tres países empezaron a realizar su labor frente a terceros que pudieran respaldar la titularidad del islote, que si bien era una tierra completamente árida y aún caliente, tenía un gran valor estratégico para en un futuro servir de puente entre Italia y el norte de África, a la vez que era llave del Mediterráneo.
Cierto que Gran Bretaña tenía la colonia de Malta a no demasiadas millas, pero no estaba en el canal de paso de la navegación y Francia no tenía ninguna posición que le diera presencia en esa zona del Mediterráneo, porque la isla de Córcega queda muy al norte y alejada del paso hacia oriente.
Italia era quizás quien menos interés tenía, pues además de Sicilia, poseía la isla de Pantellería, al suroeste de aquella que también actuaba de llave del Mare Nostrum, pero es fácil comprender que una posesión extranjera tan cerca de sus costas era, cuando menos, incómoda.
Las cosas no estaban claras, pues por primacía debía corresponder a quien primero tomara posesión, aunque el sentido común indica que el factor territorialidad debiera fijar la posesión italiana de aquel inhabitable islote.
Francia, además de haber sido la última en tomar posesión, pasaba por un momento en que figuraba poco en el concierto de naciones, después de las aventuras vividas con la revolución y el imperio, así que la pugna quedaba entre Italia y Reino Unido.
Por fortuna y antes de que se alzaran las espadas, como único medio de solucionar el conflicto, la isla desapareció el diecisiete de diciembre de aquel año, casi con la misma rapidez con la que se había formado.
Es posible que la erosión marina, unida a la falta de estabilidad de los volcados de lava erupcionados por el Empédocles, hicieran derribarse el cono que sobre el volcán se había creado y el mar se tragó la isla seis meses después de su aparición.
En la actualidad, la cumbre del Empédocles está a unos cinco metros de la superficie, lo que lo convierte en un importante escollo para la navegación, aunque por fortuna está perfectamente señalada la zona de bajíos en todas las cartas náuticas.
La profundidad a la que se encuentra la cima del volcán ha venido cambiando a lo largo del tiempo y desde que se hacen mediciones y así, después de su última erupción en 1863, ha variado desde los veinticinco metros en 1925, pasó a ocho metros en 1999 y después de lo que se apreció como un aumento de la actividad sísmica de la zona, se constató en 2002 que la profundidad estaba en los cinco metros.

Sección del volcán en profundidad

Por la singularidad que la aparición de aquel islote supuso en su tiempo, muchos personajes celebres se acercaron a visitarlo como Walter Scott o Fenimore Cooper (autor de El último mohicano) e inspiró obras de Alejandro Dumas y Julio Verne.
La última anécdota protagonizada por este volcán submarino fue en 1986, en el curso de la operación montada por Estados Unidos para acabar con el líder libio Muamar el Gadafi. En ese momento un avión norteamericano bombardeó la sombra oscura y alargada que observaba bajo la superficie del mar al confundirla con un submarino libio.

Afortunadamente el hecho no tuvo ninguna consecuencia.