viernes, 30 de diciembre de 2016

DOS VECES REINA





Pocas veces se ha dado en la historia que una mujer llegue a ser reina de dos países distintos por matrimonio con sus dos respectivos reyes. Y más extraño aún en el caso de que los dos reinos sean enemigos inveterados.
No estoy seguro, pero me parece que la única mujer que lo ha conseguido, ha sido Leonor de Aquitania, una dama excepcional en todo, tanto en inteligencia como en belleza, que vino al mundo predestinada a grandes logros.
Nació Leonor en 1122, en la ciudad de Poitiers, en el centro de Francia, una zona comercial de primer orden y encrucijada de caminos. Allí mismo, varios siglos antes, el caudillo franco, Carlos Martel, detuvo a los invasores árabes de Al-Andalus que, escarmentados, fijaron su frontera en los Pirineos y no volvieron a intentar la aventura francesa.
Hija de Guillermo y Leonor, su padre era el X Duque de Aquitania, título que heredaría ella por la prematura muerte de su hermano Guillermo.
En 1137, fallece su padre mientras peregrinaba a Santiago de Compostela, por lo que Leonor hereda el ducado que en ese momento se extendía desde los Pirineos hasta el río Loira y que resultaba ser más extenso que los propios dominios del rey de Francia.
Aquella sucesión de desgracias convierten a Leonor en una codiciada esposa para cualquier noble de Europa, incluso para el delfín francés, Luís, con el que se casa a la edad de quince años. Poco tiempo después, fallece el rey de Francia y su esposo es coronado con el nombre de Luís VII.
A pesar de su corta edad, Leonor era una mujer muy instruida: amaba profundamente las artes y sentía pasión por poetas y trovadores. Hablaba latín, francés, español y algo de inglés y encargó a sus poetas protegidos que recopilasen todas las tradiciones medievales y celtas, con el fin de que no se perdieran en el olvido.
Es gracias a ella que conocemos leyendas como las del Rey Arturo y la corte de Camelot, así como innumerables tradiciones occitanas.

Hasta en su tumba se la representa con un libro

Su matrimonio no fue bien desde el principio dada la diferencia de carácter, pues Luís era un hombre excesivamente piadoso que había sido educado para la iglesia y al que la muerte de su hermano mayor, sentó en el trono; no era hombre de enredarse en aventuras de alcobas con otras damas, costumbre muy frecuente entre las altas clases sociales. Sin embargo Leonor era de carácter ardiente y apasionado.
A los ocho años de matrimonio nació su primera hija, a la que pusieron de nombre María y que sería la futura condesa de Champaña.
En 1147, el matrimonio marcha a la Segunda Cruzada, empeñada Leonor en acompañar a su marido, cosa completamente inusual en la esposa de un rey, pero tozuda como era, terminó camino de Jerusalén.
En el viaje pasaron por el Principado de Antioquía, en la actual Turquía asiática y casi en la frontera con Siria, donde un tío de Leonor, Raimundo de Tolosa, era el príncipe.
Graves diferencias entre las estrategias para la conquista de Tierra Santa, surgidas entre los esposos y el persistente rumor de que Leonor tiene un romance de cama con su tío, enfurecen a Luís VII, que llega incluso a maltratar físicamente a su esposa, la cual termina abandonándolo y volviéndose para Francia.
En su viaje de regreso propicia una reunión con el papa, Eugenio III, al que le dice que quiere repudiar a su esposo y que su matrimonio había sido ilegal, pues eran parientes en cuarto grado y por tanto la unión podría ser incestuosa.
La noticia del repudio al rey causa un tremendo alboroto y escandaliza al papa que media para que haya una reconciliación, cosa que se produce y fruto de la cual nace una segunda niña.

Boda de Leonor y Luís VII

Pero Leonor ya no soporta a su esposo y comienza una larga carrera de infidelidades, entre las que se incluye la de un esclavo negro, de enorme porte, que parece hacer las delicias de la reina y que consigue llevar al rey a iniciar el trámite del repudio.
Leonor es joven todavía; tiene veintinueve años y dos hijas, pero, sobre todo, es inmensamente rica y la mujer más poderosa de Francia. Controla un territorio de un cuarto de millón de kilómetros cuadrados, más que el propio rey y sigue siendo una mujer de gran belleza que conserva un cuerpo escultural a pesar de sus dos embarazos.
Pero no era conveniente en aquella época que la mujer permaneciese soltera, así que comenzó a buscar un nuevo marido con el que fortalecer su patrimonio.
En sus indagaciones acerca del partido que más le interesase, encuentra al que va a ser su candidato que no es otro que el príncipe de Inglaterra, Enrique Plantagenet, once años más joven, aunque, ciertamente, ella no aparentaba su edad.
Sabe que entre los dos hay muchos gustos comunes, y sin pensarlo, le escribe una carta de amor que sorprende al príncipe, no tanto por la osadía, sino por las afinidades que descubre en el alma de aquella mujer.
También sin pensarlo, se presenta ante ella y los dos se enamoran completamente identificados el uno en el otro. En dos meses se casan y aquella mujer que había tenido cierto halo de infertilidad y que no había dado heredero varón al trono de Francia, empieza a parir hijos: cinco varones y tres hembras.
Dos años después de la boda, Enrique hereda la corona de Inglaterra y numerosas tierras en Francia y pasa a reinar con el nombre de Enrique II.
Sus posesiones francesas y las de su esposa le hacen poderoso, tanto en su país, como en el extranjero, pero Enrique tiene graves problemas, sobre todo derivados de las relaciones estado-iglesia que personaliza su antiguo amigo y ahora frontalmente encontrados, Tomás Becket, el arzobispo de Canterbury. En su hogar encuentra cada vez menos relajación y comienza una serie de aventuras de camas con varias cortesanas flotantes y con una, Rosamunda, de manera más fija, por lo que Leonor decide tomar la iniciativa.
He dejado para este punto, mencionar quienes fueron los hijos habidos en ese matrimonio, entre los que se encontraban dos de los más famosos reyes de Inglaterra. El primogénito fue Guillermo que falleció a los tres años y al que siguió Enrique, también malogrado y luego nacieron: Ricardo, apodado Corazón de León y Juan, llamado Sin Tierra, por la exigua herencia que recibió de su padre, el más joven y delicado de los hijos varones, que más tarde, sucedió a Ricardo I en el trono de Inglaterra.
 Con tan poderosos hijos, Leonor decide hacer frente a su esposo y confabularse contra él, pero el rey, advertido de las maniobras de su esposa, que quiere destronarlo, se hace fuerte y consigue vencer a las tropas que contra él levanta su hijo Ricardo.
En un arranque de magnanimidad, perdona a su hijos, pero sabiendo que todo el complot lo ha dirigido Leonor, la destierra al castillo de Chinon, en donde vive rodeada de músicos, poetas, juglares, trovadores y artistas en general, así como alguna de hijas, sobre todo la mayor, María, considerada como la primera poetisa francesa. De esa época nace un importante resurgir cultural y amor por las leyendas y tradiciones arcaicas al tiempo que redactan una especie de código cortesano, un compendio de normas y reglas galantes y de cortejo que pronto se hizo famoso en todas las cortes de Europa.
Allí estuvo recluida hasta la muerte de su esposo, cuando consigue que su hijo, Ricardo, acceda al trono, contra la designación de su padre que había nombrado a Juan heredero del reino.
Ella tiene sesenta y siete años, pero sigue manteniendo una presencia magnífica y lo que era más difícil en aquella época: conservaba todos los dientes, perfectamente alineados y blancos, como su cabello.
Ricardo era su hijo preferido y en el había visto señales de que muy bien pudiera conjugar la pluma y la espada.
Pluma, lo que se dice pluma, desde luego tenía, pues aunque no se ha resaltado en la historia, quizás por no derribar el mito de rey guerrero y aguerrido con el que es conocido, se sabe que marchó a la Tercera Cruzada, en compañía de un antiguo amante, nada menos que Felipe II de Francia y dicen que en Tierra Santa, conoció a Saladino, de quien se enamoró perdidamente, aunque no se sabe si llegó a ser una relación consumada.
Leonor, que sabía de la debilidad de su hijo, intuía que éste no le daría un heredero para el trono de Inglaterra, por lo que incluso llegó a casarlo con Berenguela de Navarra, una bella y joven princesa, hija del rey de Navarra Sancho VI, pero aquel matrimonio fue una pantomima.
De los diez años que Ricardo -¿Corazón de León o de Pantera?- reinó, solo estuvo seis meses en Inglaterra. El resto del tiempo se lo pasó de cruzadas y otras escaramuzas. Mientras, su madre, la doble reina, ejercía la regencia.
A la muerte de Ricardo, sin descendencia, le sucede su hermano Juan I, Sin Tierra, que pasará a la historia por aceptar la Carta Magna que le ofrecieron sus nobles para zanjar las grandes diferencias sociales existentes.
Leonor murió a la edad de ochenta y dos años, una edad impensable para aquella época y, además conservando todos sus dientes.

Fue sin duda la mujer más importante de su tiempo y directamente responsable del desarrollo cultural de la mujer en la Edad Media, aunque no falta quien la considera una mujer avariciosa y sedienta de poder, que causó graves perjuicios a Francia.

viernes, 23 de diciembre de 2016

NUESTRA GUERRA MÁS LARGA



Hace ya algunos años, escribí un artículo sobre dos guerras que resultaron ser, por sus circunstancias antagónicas,  la más corta y la más larga de la historia.
La corta, apenas duró una hora, la más larga, duró tres siglos, en los que ninguno de los dos contendientes supo que estaban en guerra.
No tan larga como la última, pero sí lo suficiente, por sus ciento setenta y dos años, para ser la más larga de nuestra historia, es esta guerra entre un modestísimo pueblo andaluz y una potencia mundial como era Dinamarca, aunque en aquel artículo que antes mencionaba, hablaba de la Reconquista que, con sus altibajos, duró ochocientos años (http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/04/la-mas-corta-y-la-mas-larga.html ).
Las cosas hubieran seguido como si nada pasase de no haber sido por un historiador e investigador llamado Vicente González Barberán que, en 1981, era el Delegado Provincial de Cultura de Granada.
González Barberán, hurgando en los archivos de la provincia, encontró un documento traspapelado, al que desde el once de noviembre de 1809, nadie había prestado la más mínima atención. El contenido de aquel folio causó una extraordinaria sorpresa y se convirtió de inmediato en noticia.
Noticia que apareció en el periódico El Ideal, de Granada y allí se contaba cómo, desde el año 1809, la ciudad granadina de Huéscar, situada al norte de la provincial casi limítrofe con Albacete, había declarado, unilateralmente, la guerra a Dinamarca y, lo más importante, las dos “fuerzas beligerantes” continuaban en guerra.
Todo un esperpento que cuesta trabajo entender. ¿Cómo se puede adoptar una medida tan descerebrada como la de atreverse, una ciudad perdida en la Sierra de la Sagra, a declarar la guerra a toda una potencia como era Dinamarca?; pero así había sido, claro que aquel país nórdico nunca se enteró de que un “poderoso” enemigo le había colocado en semejante brete.
¿Qué podía haber ocurrido, de tan extrema gravedad, como para impulsar a un hecho semejante?

Texto del acuerdo de la declaración de guerra

Realmente pocas cosas pueden ser capaces de impulsar a un pueblo a declararse en guerra contra un estado, pero lo que fuera, debería ser muy grave.
Quizás tampoco lo era, lo que sucede es que hay que colocarse en el momento y las circunstancias para comprender el apasionamiento que lleva a cometer semejante desafuero.
En 1796 España y Francia, que acaban de poner fin a la Guerra del Rosellón que había durado tres años, firmaron el que se conoce como Tratado de San Ildefonso, por haberse suscrito en la Granja de ese nombre, entre Godoy, representando a Carlos IV y el general Perignon, en nombre del Directorio francés.
Por ese acuerdo, ambos países deciden aliarse en una política común frente a la eterna rival de ambos, que no era otra que Inglaterra. Esa pésima alianza nos condujo al desastre de Trafalgar, entre otras muchas desgracias.
Pasaron algunos años y las relaciones entre ambos países solamente eran bien vistas por una exigua parte de la población española, a los que despectivamente llamaban “afrancesados”, mientras que el ejército y el grueso de la población veía con muy malos ojos la política que estaba siguiendo el rey, a través de su valido Manuel Godoy.
Los ejércitos de Napoleón terminaron invadiendo pacíficamente España, país que, supuestamente, era su aliado, ante la incapacidad del gobierno y la perplejidad del pueblo.
Pero aquella invasión, el intento de secuestro de la familia real española, el motín de Aranjuez y, sobre todo, el Dos de Mayo de 1808, cambiaron radicalmente la postura española que comprendió quien era verdaderamente su enemigo.
Junto a Napoleón ya habíamos tenido bastantes disgustos como para seguir haciéndole la rosca y la diplomacia española se puso a trabajar para conseguir una paz con Gran Bretaña y una posterior ayuda para expulsar a los franceses de nuestro territorio.
Esa es a grandes rasgos la historia que puede ser consultada para refrescar la memoria, o mejor aún, leerla en la ingente obra de Episodios Nacionales, donde se relata de manera magistral y cuya lectura cautiva desde el principio y que recomiendo apasionadamente.
En el año 1807, antes de los heroicos acontecimientos que tendrían lugar, primero en Madrid y luego en toda España, cuando todavía Francia era nuestra aliada y Godoy la máxima autoridad en España, incluido el rey, se envió a Dinamarca un contingente formado por 13.355 hombres, 3.088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 sirvientes, con la misión de apoyar a las tropas de Napoleón.
Se organizaron dos columnas que partieron, la primera de Irún, que cruzó Francia, llegaron hasta Hannover, en el centro de Alemania; y la segunda de Port Bou, encontrándose ambas en  la ciudad alemana, donde pasaron el grueso del invierno.
A principios del año siguiente, las tropas españolas entraron en Dinamarca y se desplegaron por toda la costa de la llamada Península de Jutlandia con la misión de impedir cualquier desembarco de la armada británica, tarea en la que se afana el contingente español. Pero al poco tiempo empiezan a llegar noticias de España.
Se ha producido el motín de Aranjuez, la sublevación del Dos de Mayo, la entrega de plazas fronterizas españolas al estado francés y, en definitiva, el inicio de la Guerra de la Independencia.
Francia advierte, con cierta preocupación, que a sus espaldas, tiene acantonado un ejército bastante numeroso y con fama de aguerrido, lo que entraña un grave peligro ahora que España y Gran Bretaña han firmado un acuerdo contra Napoleón, por lo que el emperador francés ordena a sus generales que procedan a dispersarlo.
Franceses y daneses se empeñan en ello, pero los españoles se resisten y marchan, como van pudiendo hacia la capital, Copenhague, a cuyas puertas son detenidos por el ejército danés.
Desde España se inicia un plan de evacuación que entraña muchas dificultades, pues han de confiar en que buques de la armada británica consigan embarcar a los españoles para llevarlos a Suecia, donde serían recogidos por barcos españoles.
En fin, toda una operación de extraordinaria complejidad agravada por la dificultad de las comunicaciones y los impedimentos que franceses y daneses oponían constantemente.
Por fin, el 5 de septiembre llegaron a Suecia treinta y siete buques españoles que embarcaron a casi nueve mil de las personas destacadas, a los que trasladaron hasta diferentes puertos del Cantábrico: Santander, Santoña y Ribadeo. Pero quedaron en Dinamarca cinco mil hombres y el contingente de caballería que los daneses entregaron a Francia.
En represalia, el gobierno español, que por aquella época se encontraba en Sevilla, huyendo de los ejércitos franceses y refugiándose lo más al sur que podía, no teniendo nada que perder, ordenó el apresamiento de todos los buques con pabellón danés que hubiera en los puertos españoles, rompiendo, a la vez, toda comunicación con Dinamarca.
En el curso de esa operación se capturaron veintidós buques, entre ellos una corbeta de guerra llamada Diana.
Todo el cargamento fue vendido y los buques impedidos de zarpar.
A la vez, se enviaron emisarios a las provincias españolas que no estaban aún ocupadas por los ejércitos franceses, con instrucciones de que se tomasen toda clase de medidas que fuesen contra los intereses de Dinamarca.
Lo cierto es que exceptuando los puertos más importantes, el resto del territorio nacional no tenía relaciones de ninguna clase con el país nórdico, por lo que la medida, en tierras del interior, no tuvo ningún eco, menos en Huéscar.
Allí sí que tuvo repercusión, porque su Ayuntamiento, por unanimidad, decidió aquel once de noviembre declararle la guerra a Dinamarca.
Y así continuaríamos de no ser porque hay personas que escudriñan en la historia y sacan a la luz cosas tan curiosas como esta.
Naturalmente, se decidió que había que firmar la paz de la manera más inmediata y poner fin a ciento setenta y dos años de hostilidades en los que no ocurrió absolutamente nada.
Con un pueblo de balcones engalanados, en donde proliferaron los trajes regionales de una multitud de vecinos de aquél y de otros pueblos limítrofes, el embajador danés en España y el alcalde de Huéscar, en presencia de las principales autoridades civiles y militares de la provincia de Granada, firmaron protocolariamente la paz.
Incluso un piquete de soldados, con uniformes de época, desfilaron marcialmente por el pueblo, dando sabor al acto.

Piquete de soldados desfilando

Y lo más sorprendente fue que, varios centenares de ciudadanos daneses, que se encontraban en España, casi todos por motivos turísticos, se presentaron en el pueblo para tomar parte del acto y para mayor colorido y vistosidad, algunos de ellos fueron disfrazados de vikingos.

Humor vikingo


Como es natural hubo prensa nacional y extranjera que acudió a cubrir tan insólito acto que, como también suele ser natural, terminó en vinos y magníficas chacinas de la zona, con colofón de abrazos y alguna que otra lágrima de emoción.

viernes, 16 de diciembre de 2016

BOMBAS ATÓMICAS EN LA ANTIGÜEDAD



Dicen que cuando el proyecto “Manhattan” hizo explosionar la primera bomba atómica en el desierto de Alamogordo, Nuevo Méjico, los periodistas preguntaron a su inventor y director del proyecto, el profesor Julius Robert Oppenheimer, si había hecho explosión la primera bomba atómica de la Humanidad, a lo que el sabio respondió que era, efectivamente, la primera bomba nuclear de los tiempos modernos.
Daba a entender que ya hubo otras explosiones nucleares en épocas tan remotas que de ellas no sabemos nada, o muy poco porque, aunque cada día se van descubriendo nuevos datos y circunstancias que nos aproximan a su existencia.
Y es que, consultando y estudiando en profundidad vetustos textos sagrados, hay algunas descripciones de cataclismos que, solamente, conociendo la forma en que se produce una explosión nuclear, se pueden explicar con una cierta lógica científica.
En La Biblia y también en el Corán, se relata el fin de las ciudades de Sodoma y Gomorra con una explicación tan poco convincente, como la de que Dios hizo llover azufre y fuego sobre ambas ciudades. Según un informe de la NASA, publicado por su co-director, ambas ciudades debieron ser destruidas por un “bombardeo cósmico” que fue producido por una lluvia de fuego consecuencia de la desintegración de un cometa a su entrada en la atmósfera.
Sin embargo, esta teoría, tenida por la aproximación más científica durante mucho tiempo, se va quedando obsoleta y cada vez toma mayor fuerza la idea de que, algo muy parecido a una explosión nuclear, fue lo que acabó con las dos ciudades. Explosión que habría sido advertida a tiempo para que ciudadanos como Lot y su mujer, se pusieran a salvo.
Este asunto de las dos ciudades malditas, próximas al Mar Muerto, ha sido objetivo de numerosos científicos que han publicado sus trabajos en prestigiosas revistas científicas, convenciendo a unos y dejando a otros a la espera de una explicación más acorde con lo que dicen los libros sagrados.
Pero este no es el único acontecimiento en el que se haya producido la destrucción masiva e instantánea de una ciudad que nos ofrecen los textos sagrados; hay algunos más, aunque en esta ocasión queda lejano para los creyentes occidentales, pues se trata del libro de Los Vedas y más concretamente en el Mahabharata (Guerra de los Bharata), un poema épico que describe las guerras entre dos clanes reales, escrito en sánscrito y que es él único encontrado hasta ahora en el que se describe una enigmática y remotísima ciudad que se vio envuelta en una terrible guerra entre los hombres y los dioses y que acabó con todo vestigio de vida. El poema llama a aquel tiempo “La Edad Sombría” y lo describe como una Apocalipsis que cambió la historia de todo el continente Indio.
Cuando estudiamos la historia ortodoxa, que durante muchos años nos han ofrecido los textos clásicos, se nos enseñaba que la cuna de la civilización se encontraba en Mesopotamia, Sumeria, Egipto y que fue extendiéndose luego a Creta, Grecia, Roma y desde ahí a todo el mundo conocido.
Pero recientes descubrimientos efectuados en el valle del río Indo, señalan que existieron antiquísimas ciudades hace nueve mil quinientos años, lo que tira por tierra la cronología hasta ahora tenida por válida.
En territorio de Pakistán y en el fértil valle del Indo, existió una milenaria ciudad, desaparecida de una forma inexplicable que se llamaba Mohenjo-Daro, que es la que describe el Mahabharata y cuyo nombre significa literalmente “El Montículo de los Muertos”. Esta ciudad, junto con otra llamada Harappa, situada a más de quinientos kilómetros al noreste, eran las más poderosas de aquella amplísima zona.
La ciudad de Mohenjo-Daro se descubrió en 1920, por un arqueólogo, como siempre, inglés, llamado John H. Marshall. Esta ciudad ya existía tres mil años antes de nuestra Era y no es solamente su antigüedad, coetánea con las culturas más antiguas que antes se señalaban, sino el enorme despliegue técnico que la misma poseía y que convertiría a Babilonia, Nínive, o Tebas, en villorrios.

Excavación de Mohenjo-Daro

Su planificación urbanística es impecable: amplias avenidas con calles perpendiculares, todas perfectamente pavimentadas, edificaciones rectangulares, red de drenajes, canales, tuberías para conducción de agua, alcantarillado con arquetas registrables y un larguísimo etcétera que hacen de aquella ciudad un verdadero enigma.
Sobre todo porque, según iban profundizando las excavaciones, los estratos más inferiores, es decir, los correspondientes a períodos más antiguos, presentaban elementos de mayor sofisticación, mayor avance cultural y sobre todo, mayor desarrollo artístico y técnico.
Todo hace suponer que aquella ciudad, mucho más antigua que la datación que en un principio se había efectuado, estaba construida sobre la base de otra muy anterior, pero a la vez muchísimo más civilizada en todos los órdenes.
Sus calles pavimentadas daban idea de que allí circulaban vehículos rodados y por tanto conocían la rueda, como se demostró posteriormente con el hallazgo de un humilde juguete que desveló totalmente el enigma.



Famoso juguete con ruedas

La rueda más antigua de la que se tiene constancia es una aparecida en Eslovenia y que fue datada en cinco mil quinientos años, lo que supone que sería dos o tres milenios más moderna que las que ya existían circulando por la pavimentadas calles de Mohenjo-Daro.
El enigma de aquella ciudad que, cuando más antigua, mas civilizada era y que con el paso de los siglos se va haciendo más rudimentaria, no encuentra muchas explicaciones, si acaso, un declive progresivo de aquella cultura, pero ni siquiera eso fue así.
El cambio es abrupto; de un día para otro y sin que se encontrase, en los años de su descubrimiento, razón alguna que apuntalara aquella idea.
Tuvieron que ocurrir, por primera vez en el mundo, acontecimientos de enorme trascendencia para que los científicos, basándose en las nuevas experiencias, fueran comprendiendo algunas cosas que, estando a su vista, no tenían explicación hasta entonces.
Después de las experiencias nucleares de Hiroshima y Nagasaki, un científico e investigador británico, llamado David Davenport, publicó un trabajo en el que había invertido doce años y en el que asegura que había encontrado un punto en el que en cuarenta metros a la redonda, todo había sido fundido y cristalizado. A pocos metros más allá, los ladrillos de los edificios se fundieron por la cara que miraba al epicentro. Después, todo fue devastado.
Puso sus investigaciones en conexión con lo que el Mahabharata relataba y no pudo concluir más que había sido una explosión nuclear lo que había acabado de golpe con aquella ciudad.
Dice el libro sagrado de Los Vedas: “Humo blanco caliente que era mil veces más luminoso que el Sol subió en brillo infinito y redujo la ciudad a cenizas. El agua hirvió, caballos y carrozas de guerra fueron quemados y los cadáveres caídos fueron mutilados por el terrible calor, tanto que no parecían seres humanos. Era una vista terrible, nunca antes habíamos visto un arma tan terrible.”
La comunidad científica vino a reconocer que, evidentemente, un fenómeno natural no podría haber producido aquellas temperaturas y el impacto de un meteorito hubiera producido huellas y dejado residuos que todavía estarían presentes, lo que no había ocurrido.
Por si estas razones no fueran suficiente, excavando estratos de más de cinco mil años, los arqueólogos se encontraron una nueva sorpresa y esta fue la existencia de cadáveres, todos ellos boca abajo y en las calles. Parecía como si el instante de su muerte los hubiera sorprendido a todos, huyendo.
Pero se hallaron muy pocos esqueletos en comparación con la población estimada de aquella próspera ciudad y no se podía encontrar otra causa que no fuera que muchos de ellos se volatilizaron con la explosión y muchos más habrían huido ante una catástrofe, posiblemente anunciada, de manera similar a como había ocurrido en Sodoma y Gomorra.
Los restos humanos de Mohenjo-Daro presentan claros síntomas de radiactividad y su agrupación, así como la falta de evidencias de que estuvieran defendiéndose de un agresor, parece indicar que la muerte les sobreviene de manera súbita y enormemente violenta.
Como es natural, toda esta teoría tiene sus detractores; científicos que emplean exclusivamente la lógica natural para dar explicaciones a hechos que, a veces, la lógica no alcanza a aclarar. Pretender que la radiactividad encontrada en los esqueletos procede de las condiciones geológicas de la zona, y que, sin embargo, no se encuentra en los estratos superiores del terreno, es querer explicar las cosas con argumentos demasiado fáciles.

Disposición de un grupo de cadáveres tal como fueron hallados

Esta ciudad, junto con la de Harappa, constituían una especie de federación muy similar a la que se ha descrito de las ciudades de Sodoma y Gomorra.
En relación con ambas federaciones, hablan los distintos textos sagrados de una circunstancia, al parecer, común y es que en ambos casos “los dioses” se mezclaron con las hijas de los hombres.
Son demasiadas circunstancias, mucho paralelismo y finales muy similares, para obcecarse en una negación sistemática de lo que, día a día, la ciencia y la arqueología nos van poniendo de relieve.

Todo hace parecer que Oppenheimer tenía razón cuando dijo que aquella explosión nuclear era la primera de los tiempos modernos, otras, podrían haber sido las que se han mencionado, pero hay más, escondidas en literaturas ancestrales y cubiertas de tierra, pero que irán saliendo a la luz.