sábado, 27 de agosto de 2016

LOS HAY MÁS "GAFES"




Escribía hace unas semanas sobre la proverbial mala suerte que acompañó a Amadeo de Saboya en el día de su boda.
Efectivamente, hay que ser muy “gafe” para que en tan corto espacio de tiempo, ocurran tantas desgracias alrededor, pero todavía se puede superar la marca si las desgracias te acompañan desde la cuna a la sepultura, incluso más allá.
Y este es el caso de un famoso escritor sudamericano, con el que me tropecé cuando buscaba documentación sobre el infortunado Amadeo.
Cuando leí la historia de la vida de este personaje, de renombre en el campo de la literatura, me propuse dos cosas: la primera conocer algo de su obra y la segunda escribir sobre su mala suerte.
Este personaje, que alcanzó cierta fama en las lides literarias, se llamó Horacio Silvestre Quiroga.
Había nacido en Salto, una ciudad uruguaya situada a orillas del río Uruguay que forma frontera natural con Argentina y en donde su padre era vicecónsul argentino, el día treinta y uno de diciembre de 1878, de ahí que su segundo nombre fuese Silvestre, la festividad del día.
Fue un buen estudiante, además de buen deportista y con algo más de veinte años, se inició en la poesía y en la narrativa corta, comenzando a escribir cuentos y narraciones al estilo de Allan Poe que le dieron buena fama. Actualmente se le tiene por el mejor cuentista hispanoamericano.
Pero no está Quiroga en este artículo por su calidad literaria sino por la mala fortuna que le acompañó toda la vida y que siguió aureolándole incluso después de muerto.
Apenas contaba dos meses de edad cuando se quedó huérfano de padre al morir éste accidentalmente por disparo de escopeta cuando regresaba de una partida de caza y delante de toda la familia.
 Dejaba viuda y cuatro hijos, a los que resultaba muy difícil abrirse camino en aquella zona tan alejada de la civilización.
En consecuencia, la familia se traslada a la ciudad de Córdoba, en Argentina, donde residen durante trece años hasta que vuelven a Salto, posiblemente porque su madre recibiera propuesta de matrimonio de Asencio Barco, un uruguayo que se comportó correctamente con sus hijastros, hasta el extremo de influir notablemente en Horacio.
Pero en 1896, cuando Horacio contaba dieciocho años, un derrame cerebral dejó a Asencio con una movilidad muy reducida y la imposibilidad de hablar.
Muy dura debió ser la vida de este pobre hombre, cuando decidió quitársela, usando la misma escopeta que mató al padre de Horacio. Esta acción se realizó en presencia del joven, por lo que resulta muy posible que, apenado por las condiciones físicas tan deplorables en las que había quedado su padrastro, contribuyera a terminar con sus penalidades.
Penalidades que, para Horacio, no hacen nada más que empezar, pues asmático de nacimiento, la húmeda región donde vivían, no contribuía en nada a mejorar su padecimiento, al que se unía el de ser tartamudo, circunstancia por la que se convertía en el hazmerreir de todos los círculos de estudiantes.
Por eso se aficionó a la mecánica y pasaba horas en el taller de un amigo que quizás fuera el que descubrió que la dificultad en el habla de Horacio, no se correspondía con la facilidad con que se expresaba con la pluma. Allí perfeccionó el reciente invento de la bicicleta tal como hoy se la conoce y con ella hizo un recorrido de más de ciento veinte kilómetro, impensable para la época.
En ese tiempo conoce a la que sería su primer y desafortunado amor, María Esther Jurkovski, pues los padres de la chica le impiden continuar la relación, dada su ascendencia no judía.
Con veintiún años y aprovechando la herencia que su padrastro le había dejado, marcha a París con un capital considerable, pero en poco tiempo, la vida de excesivo lujo le hace volver completamente en la pobreza.
No obstante su ruina, da por bien empleado su tiempo y su dinero porque allí ha conocido a Manuel Machado y ha trabado intima amistad con el nicaragüense Rubén Darío, que influirá notablemente en su producción literaria.
En ese tiempo se convierte en un bohemio, se deja una espesa barba y viste de forma poco convenientes adquiriendo el aspecto tétrico que se refleja en la caricatura.


Caricatura de Horacio Quiroga

Es su mismo aspecto lo que refleja en sus relatos, sus cuentos o sus obras dramáticas, en las que están omnipresentes el crimen, la muerte, la sangre, el sufrimiento y las desgracias en general. Tragedias todas, como su misma vida que cuando se encontraba en el dulce momento de haber publicado su primer libro, en 1901, veía como su hermano Prudencio y su hermana, Pastora, morían de tifus.
Pero seguirían sus penalidades cuando con veinticuatro años, por accidente, mató a su íntimo amigo el poeta Federico Ferrando, en Montevideo.
El hecho ocurrió el cinco de marzo de 1902, en la casa de Ferrando, donde los dos amigos repasaban sus últimas obras literarias. Al concluir su trabajo, Ferrando le mostró a Horacio una pistola de dos cañones que su hermano había comprado por encargo suyo y para utilizarla en un posible duelo que tendría lugar contra Guzmán Papini, un alto funcionario de la administración uruguaya que también escribía, pero sobre todo, criticaba muy duramente a otros escritores, por lo que había sido retado a duelo por varios de ellos, entre los que se encontraba Ferrando.
Horacio examinó el arma encontrando que el seguro estaba demasiado duro, por lo que forcejeando con la pistola, sonó un disparo que acertó de lleno en su amigo en plena boca, dejándole sin vida.
Concluidas las penalidades policiales y judiciales por las que hubo de pasar, la muerte fue declarada accidental y Horacio quedó en libertad.
Superada esta crisis, marchó a vivir con su hermana a Buenos Aires, donde su cuñado le proporcionó un empleo como profesor de español, compatibilizando esta ocupación con estudios de fotografía, arte que se había puesto muy de moda.
Para retirarse de todo y más que nada, para despejar ese halo de mala suerte que le está atenazando, se marcha con su amigo Leopoldo Lugones, a unas expediciones arqueológicas a las ruinas de las misiones jesuíticas en el Alto Paraná. Allí ejercerá de fotógrafo documentador de los descubrimientos que se van haciendo y al poco tiempo conoce a una joven, Ana María Cires, discípula suya, trece años menor, de la que se enamora y con la que se casa.
Compra unas tierras en plena selva y construye una cabaña en la que vive con su esposa. En 1911 nacerá su primera hija a la que puso el extraño nombre de Eglé y un año más tarde su hijo Darío.
Pero no habían acabado las desgracias de Quiroga, pues su joven esposa entra en una profunda depresión y se suicida, ingiriendo líquido de revelar fotografías.
Deja a sus hijos con sus suegros y marcha nuevamente a Buenos Aires, donde su amigo, el político uruguayo y presidente de la República, Baltasar Brum, le consigue un puesto de cónsul.
En 1933, tras el golpe de estado que depuso a Brum de su cargo, éste se suicidó disparándose al corazón.
Tan desafortunada circunstancia le hace perder su puesto de cónsul y nuevamente se ve obligado a buscarse la vida.
Pero durante todo este tiempo ha estado produciendo una ingente cantidad de relatos, de cuentos, de poesías y de obras de teatro, que le han llevado a la máxima popularidad y ya se le cuenta entre los mejores narradores, como su admirado Allan Poe, Rudyar Kipling o Guy de Maupassant.
Esa facilidad literaria le ha abierto siempre muchas puertas y le ha acarreado grandes amistades, como la que tuvo con Alfonsina Storni, de la que se dice fue amante, la cual también se suicidó, introduciéndose en el mar y dejándose ahogar, cuando no se pudo sobreponer al diagnóstico de un cáncer de pecho.
Una vida de tanto infortunio no podía terminar con una plácida muerte en la cama, rodeado de los seres queridos. Quiroga tenía que acabar como casi todos los que le habían rodeado y así, después de estar sufriendo lo que creía era una prostatitis, se descubrió que era un cáncer de próstata al que el escritor no quiso hacer frente.
Tenía cincuenta y seis años y una voluntad decidida. Compró cianuro y se suicidó.
¿De qué otra forma podía acabar quien había vivido siempre rodeado de la mala suerte?
Ojalá que con su muerte hubiese acabado ese gafe que lo acunó durante toda la vida, pero no fue así. Su hija se suicidó un año después de divorciarse, su hijo hizo lo mismo en 1952; y de la misma manera había acabado su gran amigo Leopoldo Lugones en 1938. Hasta su sobrino, el novelista Jules A. Claretie, se suicidó arrojándose a un tren y por último, y parece que aquí se acaba la historia de infortunio que rodea al escritor, su última hija, María Elena Quiroga se suicidó en 1988, a la edad de sesenta años, arrojándose desde un noveno piso.
Ciertamente que Horacio Quiroga no es de los autores hispanoamericanos más conocidos, quizás por no haber practicado una literatura más popular, como la novela, o el relato más amable y no tan ensangrentado y dramático como es el suyo, pero es lo cierto que goza de un gran reconocimiento y quizás sea momento para empezar a conocerlo mejor.

Yo he empezado a leerle.

domingo, 21 de agosto de 2016

LA CAMARADA AMOR




Me cuesta poco reconocer que, hasta hace unos meses, poco conocimiento había tenido de la existencia de una mujer llamada Margarita Nelken que además de ser pintora, periodista, escritora, crítica y conferenciante de arte, músico, fue también diputada en las cortes de la II República y una de las tres mujeres que tuvieron ese privilegio (en febrero de 1936 se unió Dolores Ibarrurri), pero además, en el caso de Nelken, fue la única elegida en las tres legislaturas y solo ella tomó parte de la última sesión de la cámara, que tuvo lugar en los sótanos del castillo de Figueras el uno de febrero de 1939.
Las otras dos fueron mucho más conocidas: Clara Campoamor y Victoria Kent.
¿Y por qué siendo Margarita diputada del PSOE su nombre no ha sido aireado como lo fue la Kent? ¿Hay algo en su trayectoria que no conviene que se sepa? Pues seguramente que sí lo hay, y varias cosas.
Yo no he descubierto nada, todo está escrito y publicado, me he limitado a reunir información para llegar a lo que, a mi manera de entender, es la razón por la que no se le ha querido hacer publicidad.
Todo empezó para mí cuando, leí en la prensa que en Badajoz, por haber retirado un ayuntamiento el nombre de una calle dedicada a Franco, el ayuntamiento siguiente le quitó la calle concedida a Margarita Nelken.
 ¿Y quién era Margarita Nelken? ¿Por qué tenía una calle en Badajoz?
Dos preguntas que se hacía necesario aclarar y a ello me puse.
Margarita Nelken Mansberger nació en Madrid en 1894, hija de una francesa y un joyero alemán hijo de un inmigrante, pues su abuelo paterno había llegado a España con su familia, como relojero de palacio, asentándose en Madrid, donde abrió una joyería en la Puerta del Sol que su hijo regentaba. Aunque nacida en España, no adquirió la nacionalidad española hasta después de las elecciones de octubre de 1931.
De familia adinerada y de notable cultura, era judía por los cuatro costados, circunstancias que le sirvieron para encontrar buenos apoyos que le permitieran estudiar artes como pintura, música o letras. Debía tener Margarita una inteligencia clara y precoz, pues ya a los quince años escribía críticas sobre pintura que se publicaron en una revista de arte londinense llamada The Studio.
A ella se atribuye la primera traducción de una obra de Kafka al español, antes de haberse traducido al inglés o al francés. Estaba considerada como una intelectualidad de su tiempo y se relacionaba con Pérez Galdós o Ramón y Cajal, entre otros muchos literatos e intelectuales de la época.
Se consideraba una feminista militante y así, en 1919, publicó su primera obra que versaba sobre “La condición social de la mujer en España”.
 A partir de esta publicación, abandonó sus otras actividades, dedicándose en cuerpo y alma al activismo político y siguió publicando libros de tono feminista, como “Maternología y puericultura”, “En torno a nosotras”, “Las escritoras españolas” y “La mujer ante las Cortes Constituyentes”.
Recién inaugurada la II República, Margarita, afiliada al PSOE, comenzó a colaborar activamente como integrante del partido en Badajoz, por cuya provincia se presentó en las elecciones de octubre de 1931, siendo una de las primeras mujeres elegida diputado. Repitió legislatura en noviembre del 33 y en febrero del 36, en todas las cuales salió elegida. Curiosamente, se presentó a estas primeras elecciones siendo ciudadana alemana, caso verdaderamente insólito que dice mucho del rigor qen el  que se desenvolvía la recién nacida República.
Es evidente que resultaba una mujer joven y atractiva, culta, conocida en los medios artísticos y literarios y con un pasado limpio, causas que jugaron a su favor para conseguir su primera elección, pero, y esto es curioso, en las primeras elecciones las mujeres aún no podían votar en España, aunque sí podían ser elegidas.
Todo el mundo político del momento pensó que de manera indudable, Margarita Nelken dedicaría toda su energía a conseguir lo que, con su ya extensa obra literaria, había propugnado para sacar a la mujer española del ostracismo y del anonimato que venía padeciendo a lo largo de toda la historia.
En su primera obra había escrito frases como esta: “Desde mujer casada, mujer quebrada, son innumerables los refranes españoles que limitan la actividad de la mujer al círculo de los quehaceres domésticos. La preparación de la mujer para algo que no sea estrictamente el matrimonio, parece cosa insólita que debe ser ridiculizada”.
Pero una vez que tiene el acta de diputado, su actitud comenzó a distanciarse de lo que tanta notoriedad le había proporcionado. Es fácil rellenar páginas con ideas y pensamientos independientes que a nada comprometen, pero es muy difícil acatar las doctrinas y consignas del partido al que ahora pertenecía, cuando estas entran en franca beligerancia con lo que había dicho hasta entonces.

Margarita pintada por Romero de Torres

Así, en un finta digna del mejor espadachín, Margarita Nelken argumentará en contra de conceder el voto a las mujeres. Lo hará hasta la saciedad y empleando argumentos y terminologías, verdaderamente ofensiva para las mujeres.
No estaba sola en esta posición tan incómoda como insostenible, su compañera de partido, Victoria Kent y otros diputados socialistas y republicanos, tampoco eran partidarios de conceder el derecho de sufragio femenino.
Las dos diputadas, ambas de tendencia radical, sostenían que la mujer española carecía en aquellos momentos de la preparación social y política como para efectuar un voto responsable, achacándolo a que estaban muy influenciadas por la Iglesia, por lo que sus votos podrían ir a parar a los partidos conservadores.
Afortunadamente, aunque buena parte del hemiciclo se inclinaba hacia el pensamiento único y dirigido hacia la dictadura del proletariado, mirándose en el espejo de la Rusia bolchevique, otras voces se hacían escuchar en la Cámara, entre ellas la de otra mujer: Clara Campoamor, la tercera fémina entre tanto “macho ibérico”.
En un “derroche de igualdad democrática”, que tanto se pregona ahora desde todas las vertientes políticas, se llegó a proponer en la Cámara que los hombres votaran a los veintitrés años y las mujeres a los cuarenta y cinco. Esta propuesta no salió adelante, pero solamente por una diferencia de cuarenta votos.
La Nelken debió encontrarse muy desairada y no desistió de su posición contumaz.
Aquella que tanto había defendido a la mujer, claro que de boquilla, se oponía abiertamente a que participara en la vida española. Tuvo la feliz idea de hacer una propuesta que secundaba la Kent y que consistía en que las mujeres no votaran en las elecciones generales hasta que no lo hubieran hecho dos veces en las municipales.
¡Una especie de aprendizaje, vamos! Y por poco ganan con esta propuesta. Solamente por cuatro votos fue desechada.
Por fin, en diciembre de 1931, se aprobó el sufragio femenino en contra de las encendidas soflamas y los ardientes discursos de la Nelken que distinguía dos clases de mujeres: Las que compartían sus ideas y las hembras de los señoritos, a las que había que exterminar.
Sí: ¡exterminar! Porque la dictadura del proletariado, que era la idea fuerza de aquel momento, siguiendo al pie de la letra a Marx, establecía como condición necesaria para imponerse, la eliminación de las clases sociales no afines a la causa.
Previo al debate y votación en el que, por fin, se concedió igualdad de derechos a la mujer, en las sesiones de la Cámara de la II República, hubo que escuchar otras voces, seguramente muy cualificadas, como la de un representante de la Federación Republicana Gallega que aseguraba que “la mujer es puro histerismo que se deja llevar por la emoción y no por la reflexión”; o la del representante del Partido Republicano Federal que aseguraba que “el histerismo impide votar a la mujer hasta la época menopáusica”. O la de que se privara del voto a las treinta y tres mil religiosas que había en España, porque era un voto perdido.
La realidad que aquella posición antidemocrática quería ocultar es que los partidos de la izquierda sabían que las mujeres, mucho más moderadas y conscientes de la realidad de lo que se estaba viviendo, iban a inclinar el resultado de las siguientes elecciones hacia la derecha y eso había que impedirlo a cualquier precio, incluso justificando el asesinato, como dijo uno ya muchas veces repetido.
 Es muy posible que al ver como su propuesta de excluir a las mujeres fracasaba estrepitosamente, Margarita Nelken se radicalizara aún más en sus posiciones hasta el punto de que como cronista parlamentaria del periódico El Socialista, animaba al crimen político y al terrorismo, cuando la sublevación de 1934.
En aquella ocasión, como representante de la provincia de Badajoz, se puso al frente de los campesinos sublevados que atacaron a fuerzas de la Guardia Civil, matando a cuatro agentes después de torturarlos y masacrar sus cuerpos hasta dejarlos irreconocibles.
Es muy posible que Margarita Nelken, a raíz de una visita a Moscú, se hubiera convertido en agente del KGB ruso y que de esa forma recibiera consignas acerca del exterminio de las clases sociales consideradas hostiles a la dictadura del proletariado. Así lo asegura Paul Preston en su obra Palomas de guerra, en la que descubre que su nombre en clave era “AMOR”.
Algunos historiadores están investigando su participación en la matanza de Almendralejos o los fusilamientos de Madrid de 1936, pues en aquellas fechas, Kelne que había dejado el PSOE, para ingresar en el PC, muchísimo más radical, se encontraba ejerciendo cargos en el departamento de Orden Público, a las órdenes directas de Santiago Carrillo, relacionado con las sacas de las cárceles y los traslados a Torrejón, Vacia-Madrid, Paracuellos, etc., en donde se efectuaron los fusilamientos masivos.
¿Pueden ser esas las razones por la que su nombre no ha alcanzado la popularidad de sus otras dos compañeras de actas? Es posible que, si todo fue así, como lo he narrado, ahí esté la causa.

Pero como diría aquel: puede que si o puede que no, pero lo más seguro es ¿quién sabe?

domingo, 14 de agosto de 2016

ELEGIR A UN "GAFE"




Dice el diccionario de la Real Academia que “gafe” es la persona que trae mala suerte o, en una segunda acepción, que impide o dificulta cualquier diversión. Dejemos aquí la definición y más adelante conoceremos el por qué.
Todo el mundo sabe lo difícil que resulta elegir. No digo ya el hacer una buena elección, o si se es muy perfeccionista, la mejor elección, no; me estoy refiriendo exclusivamente al acto de elegir.
Para muchos, la elección es un proceso que requiere un gran esfuerzo mental, del que se sale completamente agotado y siempre con la incertidumbre de no poder saber si la elección ha sido acertada.
Para otros se resuelve más fácilmente: “pito, pito, gorgorito”, pero se sale con la misma incertidumbre. Cara o cruz, es la manera más fácil y extendida de realizar una elección y la verdad es que es la única que te garantiza un cincuenta por ciento de aciertos. Si la elección se hace por medio del escrutinio, la posibilidad de fallo puede llegar al cien por cien.
Una elección pésima, llevada a cabo por los que supuestamente eran las mentes políticas más preclaras de aquel momento, fue la de Amadeo de Saboya, como rey de España.
¡Mira que podían haber elegido gente buena! Pues no, eligieron a un hombre que venía aureolado de tener la peor suerte del mundo.
Cuando en 1868 triunfó la revolución llamada La Gloriosa, que obligó a la reina Isabel II a interrumpir su vacaciones en San Sebastián y marcharse al exilio, el Parlamento español nombró un gobierno que presidía mi paisano el “cañailla” General Serrano (a los de San Fernando nos llaman cariñosamente “cañaillas”).
No se sabe muy bien de quien fue la idea de crear una nueva monarquía en España que a lo visto, aun no estaba cansada de tanto matalote como se había sentado en el trono de nuestro país, pero es lo cierto que el día dieciséis de noviembre de 1870 los diputados españoles votaron para hacer una elección entre varias personas para ocupar el trono.
El resultado fue abrumador, pues se eligió, por ciento noventa y un votos a Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, Víctor Manuel, que no tenía ningún derecho a ese trono, pero se estimaba que además de ser de familia real, era progresista, católico (muy importante) y sobre todo, masón, siguiendo la moda del momento y sin estar vinculado con ningún partido político. Quizás también jugara a su favor el haber sido pretendiente a la mano de la princesa Isabel, hija de la reina Isabel II, que no cuajó por la decisión de ésta.
No fue el primero al que se ofreció el trono de España, más bien fue el primero que lo aceptó, cuando se barajaban otros nombres todos ellos con inconvenientes como relata Pérez Galdós: “que si Espartero, septuagenario, que si Fernando Coburgo, rey viudo de Portugal, que si Tomás de Saboya, (hermano menor de Amadeo que tenía trece años), que si el duque de Montpensier, que si Carlos de Borbón, Constantino de Rusia, Federico de Hesse Kassel …”
Quien mejor situado se encontraba era el príncipe bávaro Leopoldo de Hohenzollern, al que el pueblo empezó a llamar “Leopoldo Olé-Olé”, dada la difícil pronunciación de su nombre; estaba emparentado con el rey de Portugal y era hermano del rey Carlos de Rumanía, pero fue obligado a desestimar el nombramiento por Napoleón III.
En consecuencia se decidieron por Amadeo y así fueron las cosas.
En segundo lugar quedaron los partidarios de la República Federal, que obtuvieron sesenta votos y después Antonio María de Orleáns, de la familia real francesa, con veintisiete votos, el general Espartero con ocho y otros con menos votos aún.
Como es natural, el nombramiento contaba con la oposición tajante de los Carlistas, pero como estos no estaban representados en la cámara, no pudieron expresarse y por supuesto, el de los republicanos.
El reinado de Amadeo duró desde que llegó a Madrid, el dos de enero de 1871, hasta el once de febrero de 1873 en que firmó la carta de despido que su esposa leyó ante el Congreso.
¿Fue mala suerte que este rey no cuajara o simplemente había sido una mala elección?
Seguramente fue un poco de todo la mala suerte que ya le acompañaba, los palos en las ruedas que los republicanos ponían, las intrigas palaciegas, y cualquier otra maldad que se les ocurriera a los disconformes para hacer fracasar el proyecto, cosa que al final consiguieron, pero hay que constatar un hecho que a mi modo de ver es fundamental: Amadeo de Saboya era un “Gafe”; un individuo acosado por la mala suerte, como fue la que asesinaran a su principal valedor y hombre fuerte, el general Prim, antes de que el nuevo rey llegase a España.
Mala suerte que se mostró a lo largo de su vida, pero sobre todo en los acontecimientos que rodearon los momentos que debían ser los más felices de su existencia: su boda.
La cosa sucedió así.
En primer lugar, Amadeo de Saboya se casó por amor. No estaba destinado a ocupar ningún puesto en la realeza italiana y como no pasaba de ser un segundón, se le permitió casarse con la bella María Victoria dal Pozzo della Cisterna, de nobilísima cuna y de la que estaba profundamente enamorado.

Retrato de la reina María Victoria dal Pozzo

La boda se celebró el treinta de mayo de 1867 en Turín, conjugando a su alrededor un cúmulo de muertes que comenzaron días antes de la celebración del enlace nupcial, con el suicidio de la modista que estaba confeccionando el traje de la novia, la cual se ahorcó con el traje de la futura esposa en sus manos.
El suceso no dejaba de ser macabro, sobre todo para las mentes supersticiosas del siglo XIX y se vio como un malísimo augurio. Se especuló que la modista estaba perdidamente enamorada de Amadeo y tener que confeccionar el traje de la que sería su esposa acabó sumiéndola en una desesperación de la que no supo salir de otra forma que quitándose la vida
El mismo día de la boda, el mayordomo del palacio de la familia de la novia, encargado de recibir a las personalidades que acudieron para desde allí partir en real comitiva hacia la catedral, en cuya Capilla del Santo Sudario, iba a celebrarse la ceremonia religiosa, cerró las puertas de diferentes salones de tal manera que no se pudieron abrir, siendo necesario derribar o romper alguna de ellas para dar paso a los invitados. Tal fue el disgusto que aquella torpeza causó en todos los miembros de la real familia que el mayordomo abrumado por su torpe acción, se encerró en una dependencia y se suicidó, cortándose las venas.
Por fin, la comitiva partió hacia la catedral encabezada por las reales personalidades y escoltada por un regimiento de lanceros.
Con tanto ajetreo, el coronel que mandaba las fuerzas que daban brillantez al acto, sufrió un sofoco, incrementado por calor y el fuerte sol que aquel día hacía y producto de un cúmulo de circunstancias, terminó padeciendo una insolación que le imposibilitó ordenar a las fuerzas bajo su mando, creándose un cierto desbarajuste hasta que fue retirado y reemplazado por su segundo en el mando.
Pero no pararon ahí las desventuras. En mitad de la ceremonia, uno de los invitados, concretamente un senador, empezó a sentirse mal, hasta el extremo de que cayo redondo, víctima de una apoplejía, lo que hoy llamaríamos un “ictus” que le causó una muerte fulminante.
Y ya van cuatro sucesos encadenados, todos de luctuoso final, pero la cosa no pararía ahí.
Uno de los testigos de la boda, un amigo personal de Amadeo, terminada la ceremonia, se descerrajó un tiro en la cabeza dentro del palacio y murió de inmediato.

Placio della Cisterna, actual sede del gobierno provincial

Tampoco se conocen las causas de una acción tan dramática y se especuló entre los más allegados que, igual que ocurriera con la costurera, cosa similar podría haberle sucedido a aquel amigo, cerrándole toda posibilidad de encontrar otra salida que la muerte.
Si el día hubiese terminado así, habría sido una fecha verdaderamente dramática, digna del más piadoso de los olvidos, pero no fue así. Jamás tantas calamidades recayeron sobre un solo suceso ni en tan corto espacio de tiempo, pero tal como está demostrado, la realidad puede superar a la ficción y las desgracias no cesaron.
Tras el convite, los novios se dirigieron a la estación de ferrocarril, novísimo medio de locomoción por aquellos tiempos, con intención de subir a un tren y comenzar su viaje de novios. Los acompañaba el conde de Castillone que inexplicablemente cruzó las vías cuando el tren llegaba y fue arrollado, muriendo en el acto.
No se sabe muy bien que pensarían los nuevos esposos sobre los hechos que desgraciadamente habían presenciado como testigos directísimos, pero es casi seguro que quedaran afligidos. Muy probablemente cada uno y en su interior, culparía supersticiosamente al otro de aquella cadena de infortunios, sobre todo, teniendo en cuenta que la novia tenía diecinueve años y el novio veintidós, es decir, eran muy jóvenes para afrontar los hechos con sosiego y madurez.
¿Mala suerte?, seguro, pero atraída con una fuerza magnética difícilmente explicables que por fuerza convierte a uno de los dos, si no a ambos, en un “Gafe”.
¿No conocían en España estos acontecimientos? Seguro que sí, pero claro, quien se va a dejar llevar por las supersticiones a la hora de decidir sobre algo tan importante como sentar en el trono al primero, o al último que pasaba por la puerta.
Desde hace ya bastantes años, en los procesos de selección a cargos importantes de los sectores privados, los “caza-talentos” incluyen la suerte como un parámetro muy a tener en cuenta en la elección.

¡Por algo será!