En un programa de radio de hace ya varios años, el
locutor le preguntó a un invitado por qué se añoran tanto los conocimientos
perdidos en la Biblioteca de Alejandría, a lo que el invitado respondió que,
precisamente por eso: porque se han perdido.
Y se ha perdido para siempre, sin posibilidad alguna
de recuperarlo, el noventa y cinco por ciento de los escritos, códices,
grabados y demás documentos que en aquella época ya tenían tres mil años de
antigüedad.
Es decir, apenas se conserva un cinco por ciento del
saber acumulado en aquella Biblioteca, una cantidad completamente irrisoria y
que, no obstante, da buena muestra de los conocimientos que se llegaron a
poseer.
Por fortuna, sí que se han conservado, porque nunca
estuvieron en aquella Biblioteca, las múltiples crónicas que escribieron los
hombres de ciencias, geógrafos, historiadores y eruditos en general, que
estudiaron y trabajaron en aquella famosa cantera del saber y de la
investigación.
Por eso han llegado hasta nosotros referencias a
tratados sobre materias tan diversas, que de haberse conservado, la visión del
mundo, de la historia, de la civilización, de la ciencia, tendría que ser
forzosamente revisada. Un claro ejemplo es la obra de Beroso el Caldeo, un
sacerdote babilónico de principios del siglo III antes de nuestra Era, que es
famoso por haber escrito una obra llamada “Babiloniaka”, una Historia de
Babilonia, escrita en tres libros y en lengua griega, que no era su legua madre
y en la que, al parecer, no era muy versado.
Beroso era el sacerdote principal del templo del
dios supremo Marduk , lo que le daba acceso a los archivos restringidos que en
abundancia contenía aquel culto.
Habría sido un erudito en varias ramas del saber
como la astronomía y la astrología, ciencias que cultivó y que se sabe por
referencias a obras suyas que han hecho otros hombres ilustres, como el
historiador Flavio Josefo, que narra que en los tratados de Beroso se hablaba
de un extraño ser, mitad hombre, mitad pez, que instruye a los primeros
pobladores de Mesopotamia sobre las formas en que se han de hacer las cosas.
También dejó una lista de reyes anteriores al
diluvio que los historiadores modernos consideran como mitológica, pero que a
Josefo le parecía más que verdadera.
Además, se perdieron con aquella Biblioteca, los
escritos del mayor inventor de la antigüedad: Herón de Alejandría, un personaje
abandonado en la historia al que nunca se le ha dado el trato que realmente se
merece.
Hoy se considera que Herón era un ingeniero y un matemático,
apasionado por la mecánica que descubrió, sin saberlo, el principio de “acción
reacción” y eso, muchos siglos antes de que Isaac Newton formulara, en 1687,
las tres leyes que le hicieron famoso, la tercera de las cuales dice que toda
fuerza aplicada a un punto de un cuerpo, crea una reacción de la misma
magnitud, pero de sentido contrario.
Eso es lo que descubrió Herón con una simple máquina
de vapor que consistía en una esfera sujetada por un eje central y en la que se
habían colocado en su parte superior un codo hueco y en la inferior otro igual,
pero con la salida en dirección contraria. La esfera llena de agua era
calentada y cuando el vapor comenzaba a salir, la esfera giraba sin parar.
La máquina de Herón, conocida como “Eolípila”
También estudió el comportamiento de los líquidos y
de la presión del aire, inventando un artilugio conocido como “La fuente de
Herón” que aún se enseña en clases de física.
Pero quizás en lo que este inventor avanzara más,
con respecto a su tiempo, es con un texto titulado “Los autómatas”, considerado
actualmente como el primer tratado sobre robótica, aunque solamente nos han
llegado referencias.
También habló de la forma de propagarse la luz, de
cuya naturaleza no se tenía ni idea, construyó lo que hoy podría ser un
teodolito, para mediciones terrestres y desarrolló la famosa Formula de Herón,
por la que se conoce la relación que existe entre los lados de un triángulo y
su área.
Otra de las obras de gran trascendencia que
desapareció con los repetidos incendios fue un escrito del primer encargado de
la Biblioteca, Demetrio de Falera, que se titulaba “Sobre el haz de luz en el
cielo”, que nos ha llegado referido y que se puede considerar como la primera
descripción del fenómeno ovni.
Algo más de suerte hubo con la obra histórica de
Manetón, de la que se han conservado fragmentos y muchas referencias de otros
historiadores, principalmente de Flavio Josefo, al que ya se ha mencionado con
anterioridad.
Manetón fue posiblemente el sumo sacerdote del
poderoso dios Ra, en su templo de Heliópolis y toda una autoridad en el culto
de la diosa Serapis. Escribió siempre en griego, cosa común en la clase culta
egipcia desde la llegada al poder de los Ptolomeos y, de su extensa producción
literaria, destaca la Historia de Egipto, que estaría contenida en tres
volúmenes y comprendía toda la cronología de las diferentes dinastías que se
fueron sentando en el trono egipcio, así como los principales acontecimientos
acaecidos en cada una de ellas, hasta la invasión y conquista de Alejandro
Magno.
Fue él, precisamente, el que acuñó el termino
dinastía, para encuadrar a las distintas familias de faraones y desde entonces
se ha venido utilizando, no conociéndose otra manera para esa clasificación. La
moderna egiptología acepta sin reservas esta larguísima sucesión cronológica,
en la parte que se conoce.
Pero, indudablemente, el mayor daño, lo hizo
Diocleciano que en su afán de arrancar de cuajo la identidad de todo un país
que había sido el más culto y floreciente hasta Grecia y Roma, mandó quemar
absolutamente todo el contenido de las salas que estaban dedicadas a Egipto.
Allí se perdió una parte importantísima de su
historia y de su cultura, ya que posiblemente hubiéramos podido saber cómo y
para qué se construyeron las pirámides, de dónde procedían sus conocimientos de
astronomía, matemáticas, etc.
También se arrasó con todo el material relativo a
ciencias herméticas, esoterismo y alquimia, con la idea de que si a través de
esos conocimientos, los egipcios eran capaces de fabricar oro, no lo pudieran
usar en su provecho para ir contra el imperio romano.
En el mundo ha habido muchas otras bibliotecas, así
como colecciones de libros que han terminado en la hoguera y para eso basta
solo recordar a la Inquisición, pero un saber tan antiguo como el que se
acumuló en Alejandría, no ha existido en ninguna otra.
Una cosa llama poderosamente la atención y es que el
pueblo egipcio no se benefició en nada de toda aquella fuente de conocimientos.
Ni siquiera inventos como la máquina de vapor de Herón tuvo un empleo útil y solamente
sirvió como juguete para los niños.
La única explicación encontrada es que el pueblo
egipcio estaba formado por un escaso número de habitantes, gente privilegiada y
millones de esclavos, que eran los que realizaban todas las tareas, por lo que
no existía preocupación alguna por aligerar los trabajos de estos.
Lamentablemente solo tenemos las referencias que,
sorprendidos investigadores que llegaron hasta allí con el afán de estudiar y
aprender, encontraron en las obras contenidas entre aquellas sabias paredes y
las reflejaron en sus escritos.
Entre las cosas
más sorprendentes que nos han llegado recogidas por los sabios y
estudiosos que allí trabajaron, es que en los años en que la Biblioteca estuvo
activa y en todo su esplendor, existía la creencia entre los estudiosos que
consumieron sus vidas en sus múltiples salas, de que allí había descripciones
de objetos, procedimientos, fenómenos, tecnología y conocimientos, que
procedentes de tiempos perdidos en la memoria, habían sido manejado por civilizaciones
anteriores y que ellos eran incapaces de comprender y mucho menos, poner en
práctica.
Eso da idea del enorme despiste en el que se mueve
esta civilización que cree saberlo todo y que, de manera innegable, ha
conseguido logros que quizás jamás se hayan alcanzado en este planeta llamado
Tierra, pero que, sin lugar a dudas, ha habido otras civilizaciones muy
anteriores a la nuestra que han estado muy cerca.