domingo, 30 de diciembre de 2018

UN "INOCENTE" QUE CAMBIÓ ESPAÑA





Hace  ya algunos años publiqué un artículo sobre un hecho acaecido en la Castilla de mediados del siglo XV, cuando los nobles castellanos, encabezados por el vengativo y versátil Juan Pacheco, entronizaron como rey al infante Alfonso, hermano de padre del rey Enrique IV, de Trastámara, apodado el Impotente, y de Isabel, que luego sería la reina Católica. (Puedes consultarlo en: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=A+TIERRA+PUTO).
Durante tres años, en Castilla hubo dos reyes con sus respectivas cortes y sus ejércitos, un hecho que de haber durado habría traído graves consecuencias para el reino y a la muerte de Enrique, Alfonso habría sido el nuevo rey y su hermana Isabel no habría sido una de las reinas más importantes de España.
Pero la repentina muerte del infante en Cardeñosa un pueblo de Ávila, cuando iba camino de Toledo al frente de su ejército, liberó a Enrique del problema y abrió el camino al trono de Isabel.
Se dijo que la causa de la muerte fue “la peste bubónica”, una enfermedad que había asolado España décadas antes, pero la duda se asentó poco a poco entre la nobleza y en toda la sociedad.
El infante había llegado por la tarde al poblado de Cardeñosa, en aquella época un lugar escasamente poblado, donde su ejército acampó, preparándose para descansar. Aquella noche cenó en una posada de la localidad, donde se le sirvió una trucha. De inmediato se sintió indispuesto y pasó varios días en la cama debatido entre altas fiebres, terminando por perder el habla y la conciencia.
No eran los síntomas de la peste, sino más bien de un envenenamiento, es decir, una muerte provocada que pusiera fin a la compleja situación por la que atravesaba la corona.
En el año 2013, profesores de la universidad de León publicaron un estudio en la revista “Hidalguía”, tras realizar un examen de los restos del infante, en el que se establece que no padeció la famosa peste bubónica, pues no se hallaron vestigios del bacilo que provoca esta enfermedad, el “yersina pestis”.
Por otro lado, el hecho de acampar en medio del campo, alejada de cloacas, vertederos y otros lugares propios de aglomeraciones urbanas en los que los roedores proliferaban y por tanto en una zona donde no existen las ratas imprescindibles para la transmisión de la enfermedad, incide notablemente en la teoría del envenenamiento.

Tumba de Alfonso el Inocente en la Cartuja de Miraflores (Burgos)

El dilema se centra en encontrar a un sospechoso de dicho envenenamiento que había de ser una persona muy cercana al infante, con poder, ambición y pocos escrúpulos, beneficiada con la muerte y capaz de medrar a costa de ella. Pocas personas con esas características rodeaban al infante y quien más papeletas tenía es el sibilino Juan Pacheco.
Es este un personaje oscuro de la historia de España, al que no se conoce demasiado y del que no se ha hablado salvo en medios muy técnicos.
Juan Pacheco nació en Belmonte (Cuenca) 1419 de linaje originariamente portugués; marqués de Villena, duque de Escalona y maestre de la Orden de Santiago, fue la persona que ejerció mayor poder en Castilla durante parte del reinado de Enrique IV.
Su padre, Alonso Téllez Girón formaba parte muy importante del entorno del todopoderoso Condestable de Castilla, don Álvaro de Luna, valido del rey Juan II, por cuya mediación el joven Juan Pacheco entró a servir como doncel en la casa del príncipe heredero Enrique, del que se hizo amigo, confidente y dueño de su voluntad.
Viendo el de Luna cómo el heredero de la corona solamente veía por los ojos del joven Pacheco, hizo lo que en aquellos tiempos era costumbre, hacerlo entrar en su casa para asegurarse su fidelidad y lo obligó bajo amenazas a él y su familia a casarse con su sobrina Juana (en algunos textos se la llama Angelina, como su madre. También se dice que era su prima), hija de fray Rodrigo de Luna, prior de la Orden de San Juan y su manceba Angelina de Cerriala. El matrimonio fue un desastre y ni siquiera llegó a consumarse, según la propia Juana denunció años después.
Es natural que Pacheco, de noble cuna y bien posicionado en la corte del príncipe heredero, no quisiera casarse con la hija de un fraile y su concubina y menos entrar en una familia que lo controlara, pero el poder del Condestable era tal que ni siquiera la intervención del príncipe a su favor pudo evitar el matrimonio que se anularía años más tarde, cuando don Álvaro de Luna había comenzado su declive que se inicia en 1439 con la llamada Sentencia de Castronuño, que le obliga a abandonar la corte de Juan II, durante seis meses.
No pierde el tiempo Pacheco y escala puestos en la privanza del príncipe y en la boda de éste con Blanca de Navarra, es designado para llevar el cuchillo en la mesa real. Hoy puede parecer una nimiedad, pero detalles como ese, no descubrirse ante el rey, o permanecer sentado, reflejaban el poder de determinados nobles en la corte.
En 1441 el rey Juan II le nombra miembro del Consejo de Castilla, para representar a su hijo Enrique y ya tenía claro lo que deseaba: ser en la corte del próximo rey, lo mismo que el Condestable Luna había sido en la de su padre.
En 1445, Juan II le nombra Marques de Villena, uno de los marquesados más ricos de Castilla y más densamente poblados, con más de ciento cincuenta mil súbditos.
Álvaro de Luna terminó ajusticiado el 3 de junio de 1453 y un año más tarde moría Juan II, proclamándose rey a Enrique IV que poco tardó en dejar todos los asuntos de estado en manos de su amigo y consejero Pacheco que ascendió como la espuma hasta alcanzar el lugar más preponderante de la corte de Castilla.
Ya por aquellas fechas se había hecho un hueco en la corte y actuaba como mayordomo mayor, un personaje que habría de tener notable incidencia en el futuro de Castilla y España: Beltrán de la Cueva.
Pero el reinado de Enrique IV no va a ser fácil y está empañado por la vida privada del monarca, sobre el que empiezan a circular rumores de supuesta homosexualidad, pues el matrimonio con su primera esposa, aquel en el que Pacheco había portado el cuchillo, no se había consumado, entrando en un proceso de anulación.
Los rumores, desatados por falta de verdadera información, introducían en la cama del monarca tanto al propio Pacheco, como a Beltrán de la Cueva, a los que naturalmente esa acusación de homosexualidad no beneficiaba en absoluto.
Para contrarrestar la rumorología no faltaron damas cortesanas que se prestasen a asegurar que habían mantenido relaciones más que normales con el rey, al cual agradaban la mujeres y se comportaba en la cama como varón.
Así, para terminar de acallar la rumorología se buscó una princesa desposable y se encontró en Juana de Portugal, cuya boda se celebró en 1455.
Pero la ambición es mala y la envidia aún peor y el poderío de Pacheco empieza a marchitarse, entrando en rivalidad con nobles tan destacados como el duque de Medina Sidonia, Juan de Guzmán, de la más rancia estirpe y Grande de España; pero sin desdeñar a otros personajes de la corte, como el propio Beltrán de la Cueva, o el administrador real Iranzo.
Como es sabido, Enrique IV tenía dos hermanos del segundo matrimonio de su padre que eran Isabel y el infante Alfonso, uno de los cuales sucedería a Enrique, pero en 1462 nació Juana, supuesta hija del rey y de su nueva esposa, Juana de Portugal, cuya paternidad se atribuyó a Beltrán de la Cueva, hasta el extremo de que la pobre criatura pasó a la historia como la “Beltraneja”.
En el fondo, el rey estaba agradecido al de la Cueva que había disipado su fama de homosexual e impotente y habiendo reconocido a la pequeña, la nombró su heredera, por lo que ocurrían dos cosas: Beltrán ascendía, ensombreciendo a Pacheco, al que acabó sustituyendo en todas las labores y Alfonso e Isabel, los hermanos de padre del rey se quedaban a verlas venir.
Y empezó la conspiración de Pacheco que se busco poderosos aliados entre la más alta nobleza, para forzar al rey a reconocer a Alfonso como su heredero.
Y en ese punto ese produce la Farsa de Ávila que enemista a Enrique IV con Pacheco de forma que parece irremediable, pero el de Villena no tiene escrúpulos y sí mucha ambición, por lo que presentando la muerte del infante como solución al problema, vuelve a ganarse la confianza del rey, hasta el extremo que éste le entrega la custodia de su hermana Isabel.
En 1474 se dirigía Pacheco hacia la ciudad de Trujillo, en Extremadura, que le había sido cedida, cuando le sobrevino un “apostema en la garganta” que acabó con su vida de modo fulgurante.
Un apostema es una especie de absceso supurante que en el caso de producirse en la garganta le produjo una asfixia de la que falleció.
Un personaje poderoso que no dudó en sacrificar a un inocente, para satisfacer sus antojos, a la vez que cambiar el destino de un país.

viernes, 21 de diciembre de 2018

EL COLOR DE LAS ZANAHORIAS




Muchos son los tópicos que circulan alrededor de las populares zanahorias: que son muy buenas para la vista, porque los conejos que la comen con frecuencia, no usan gafas o que ayudan a adquirir un tono bronceado en la piel, cosa que no está demostrada, pero lo cierto es que son un grupo de hortalizas de los más populares y sobre la que existe una historia, cuando menos curiosa.
Las zanahorias proceden originariamente de Oriente Medio, Irán y Afganistán, donde ya se las conocía hace más de cuatro mil años y en donde se consumían solamente sus hojas y semillas y no la raíz, que es la única parte que se consume en la actualidad. Es más que posible que en aquel tiempo, en el que crecía asilvestrada, no fuera demasiado gustosa al paladar, pero incorporada a la horticultura, es precisamente su condición de tubérculo lo que la hace muy apetecible.
Su progresiva incorporación a la agricultura controlada, la selección de las semillas, los cruces o los riegos, hicieron que su raíz fuese progresivamente más carnosa, abundante y de mejor sabor, hasta incorporarle su matiz dulce característico.
La versatilidad de esta humilde planta es tanta que su consumo se ha extendido por todo el mundo, donde se usa en guisos, estofados, pastelería e incluso encurtida o aliñada. Y lo más curioso es que se trata de una fuente de alimentación tanto humana como animal.
Parece que entre los siglos VIII y X, la zanahoria llegó a España como consecuencia de la invasión islámica y desde aquí se extendió a toda Europa, de una manera tan rápida que pronto llegó a los países mas norteños, en donde la raíz causaba furor en sus múltiples preparaciones.
En un primer lugar y durante muchos siglos, las zanahorias eran moradas, del color de las actuales berenjenas, o de sus parientes la remolacha y su pulpa era del mismo tono, aunque había algunas variedades de color más claro, como amarillento.
El gran inconveniente que presentaban aquellas hortalizas era que teñían todos los guisos de un color morado poco apetitoso, además de que manchaban las manos de quienes las manipulaban de un violeta casi indeleble. Así que los horticultores buscaban soluciones para hacer más apetitosa aquella planta que producía buenos beneficios y se daban con profusión casi en cualquier clima.
La solución vino de la mano del patriotismo sensiblero y anti español de las Provincias Unidas (actuales Países Bajos), en donde España ejercía una férrea disciplina con personajes tan célebres como el Duque de Alba, terror de adultos y niños, a los que se asustaba con este personaje como si del “Coco” se tratase.
En el siglo XVI se inició una abierta hostilidad contra los dominadores españoles, desencadenándose una guerra que duró ochenta años y en la que a las fuerzas españolas de ocupación se le fueron oponiendo los nobles flamencos que trocaron su inicial lealtad a España, por el enfrentamiento abierto y belicoso.
Quizás el personaje más destacado en esta lucha rebelde contra España fue Guillermo de Orange-Nassau que en 1544 se convirtió en Príncipe de Orange y al que el pueblo reconocía con el mote de “El Taciturno”.
Nacido en 1533 en Nassau, en la actual Alemania, era el mayor de once hermanos y fue inicialmente educado en la fe luterana, pero su emperador, Carlos V, decidió que su educación fuese católica, por lo que lo sacó de su familia y lo envió a Bruselas, donde su hermana María de Austria ejercía como regente de todos los dominios del emperador.
Allí creció Guillermo como leal súbdito del imperio y a la muerte de Carlos V, continuó su lealtad al nuevo rey, Felipe II.
El haberse educado en ambas religiones condicionó su vida, estando en profundo desacuerdo con las persecuciones sistemáticas que sufrían los luteranos y que alcanzó el colmo de su desesperación cuando se decidió la instauración de los Tribunales de la Inquisición en Flandes.
El descontento de la población flamenca y el empecinamiento español de creerse en posesión de la verdad revelada, tensaron la vida en todas las Provincias y no tardó mucho en que un grupo de nobles formara lo que se llamó “Asamblea de Nobles” que en abril de 1566, presentó, ante la hermana del rey Felipe II, la regente Margarita, una serie de reivindicaciones que se conocen como Compromiso de Breda, entre las que se exigía mayor presencia flamenca en los órganos de dirección del país, totalmente copado por españoles y sobre todo terminar con la persecución a los protestantes.

Guillermo de Orange, “El Taciturno”

Como es natural, las peticiones cayeron en saco roto y el pueblo contestó con una oleada de desmanes hacia edificios religiosos, sobre todo destinada a destruir las imágenes que la ortodoxia luterana consideraba proscritas, como establece el segundo mandamiento recogido en las Tablas de la Ley de Moisés (ver mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/los-diez-mandamientos.html).
Esta movilización, conocida como “Tormenta de las imágenes”, condujo a la destrucción de cientos de esculturas, imágenes y cuadros de iglesias y monasterios, acompañada de desordenes públicos, hasta el punto que la regente pareció ceder en las pretensiones, pero su hermano, el rey Felipe, tenía otras ideas y envió al duque de Alba para restaurar el orden.
Conocido como el Duque de Hierro, el artífice de una gran parte de nuestra leyenda negra, lo que hizo fue crear un tribunal que se conoció popularmente como Tribunal de la Sangre, para juzgar a los implicados en las revueltas.
En vista del cariz que tomaban los acontecimientos Guillermo de Orange se marchó a Nassau, su lugar de nacimiento y fuera del alcance de los españoles.
Desde ese momento participó en todas las guerras que iniciaron un periodo conocido como Guerra de los Ochenta Años, como se dijo más arriba.
Esta actitud de Guillermo le hizo crecer en popularidad entre el pueblo flamenco, que hacía ondear la bandera de la Casa de Orange en las torres de todas las poblaciones hasta que, tras muchas vicisitudes que no vienen al objeto de este artículo, entró triunfante en Bruselas.
La sublevación de las Provincias Unidas era un hecho y en 1581, dejaron de reconocer a Felipe II como a su rey, es decir, una declaración unilateral de independencia, que ahora suena mucho.
Guillermo de Orange era el noble mejor situado para ocupar el trono, pero no contaba que Francia, su aliada contra España, no iba a ver con buenos ojos ese asalto al poder.
La complicada situación en la que estaba Guillermo, vino a resolverla un fanático católico llamado Balthasar Gérard, un francés partidario del rey Felipe II que consideraba al de Orange un traidor a España y a la religión católica, el cual, estimulado por las veinticinco mil coronas que el rey español ofrecía por la cabeza de Guillermo, decidió atentar contra su vida, lo que consiguió el 10 de julio de 1584, descerrajándole un tiro de pistola a quema ropa, tras una larga maniobra de aproximación a su persona para ganarse su confianza y poder estar cerca de él.
Este hecho confiere a Guillermo de Orange el dudoso honor de haber sido el segundo personaje asesinado por arma de fuego.
Su muerte produjo una honda tristeza en Flandes, donde a pesar de su pérdida de popularidad, seguía siendo muy querido, sobre todo en el campesinado.
Una buena cantidad de agricultores decidieron homenajear a la figura del militar y político desaparecido y no se les ocurrió otra cosa que trocar el color de las zanahorias.
Mendel, el sacerdote de las leyes de la genética, no había nacido todavía, pero los campesinos experimentaban con los cultivos, sobre todo con aquellos productos que proporcionaban pingües beneficios como eran las zanahorias y qué mejor forma de honrar al héroe que consiguiendo que estas raíces violáceas cambiaran al color del apellido de Guillermo.
Orange, como todo el mundo sabe, es “naranja” en inglés y después de muchos cruces y selecciones, consiguieron que la raíz de la planta presentara el color naranja brillante  que tienen en la actualidad.
Ciertamente que con los cultivos selectivos y con la intención de dar satisfacción a todos los mercados, actualmente se comercializan zanahorias de varios colores, como puede apreciarse en esta fotografía.
¡De qué forma tan bonita y ecológica puede un pueblo homenajear a un héroe nacional!



viernes, 14 de diciembre de 2018

DEL MAR OCÉANO Y DE LA GENTE DE GUERRA





Ese era el título que ostentaba el Capitán General de la Armada que sirvió a la corona de España y Portugal, durante los últimos años en que formaron un solo imperio.
Se llamaba Fadrique Álvarez de Toledo Osorio y había nacido en Nápoles en el año 1589, cuando aquella parte de Italia estaba integrada en la corona española. Vástago de una familia perteneciente a la más alta nobleza castellana, fue hijo de un “grande de España”, título que heredó su hermano primogénito. Comendador mayor de Castilla de la Orden de Santiago y marqués de Villanueva de Valdueza, fue sobre todo un militar de enorme prestigio.
Era muy joven cuando comenzó su andadura, sirviendo en las galeras reales bajo las órdenes de su padre, a la sazón capitán general de la Galeras de Nápoles, don Pedro Álvarez de Toledo, experimentado general y marino, curtido en muchas batallas, del que Fadrique obtuvo grandes conocimientos que empleó en numerosas batallas, contra los piratas turcos y berberisco que asolaban los mares periféricos de la península.
Pronto, su pericia como marino le impulsó a abandonar la ligeras galeras a remo y vela, para gobernar los poderosos galeones, con los que España se imponía en todos los mares.
Sus continuos éxitos le hicieron subir en el escalafón militar y sobre todo en la confianza del rey, hasta que en el año 1617 fue nombrado Capitán General de la Armada del Mar Océano, lo que suponía ser la máxima autoridad naval de España.

Retrato de don Fadrique en el Museo del Prado

A partir de ese momento su prestigio no cesó de crecer, hasta el punto que dos años más tarde, encontrándose en Lisboa, donde en aquel momento la flota española tenía su base más importante, recibió la visita del rey Felipe III que se encontraba visitando sus reinos, el cual quiso pasar la noche con su general, a bordo del galeón.
Muy pocas veces un rey ha tenido una demostración de aprecio tan clara y mucho menos, el rey más importante del mundo, pues conviene recordar que en aquellas fechas se había producido la unión de España y Portugal, con sus inmensos imperios, lo que convertía a Felipe III en el más poderoso monarca de su tiempo.
Lamentablemente y por inaceptables errores políticos, Portugal terminó separándose años después, confirmando de forma radical que nuestro país poseía grandes militares, tanto marinos como de infantería, pero nunca tuvo cabezas pensantes que pusieran orden en la diplomacia y la política y si alguna vez los llegó a tener, su iniciativa se vio impedida, truncada, desacreditada, por los propios monarcas absolutistas y totalitarios que hemos padecido y cuando no, mal aconsejados por la ineptitud de sus validos.
Una de las características de la España de aquellos días era que estaba en guerra contra todo bicho viviente, ya fuera por cuestiones de hegemonía, religiosas, o por cualquier otra circunstancia y así, había conseguido una tregua con los calvinistas de los Países Bajos, con los que mantenía una atroz rivalidad religiosa.
Pero en 1621 acababa la tregua de doce años que se había firmado con lo que entonces de llamaban “Provincias Unidas”, formadas por siete pequeños territorios, capitaneados por Holanda. El asunto solamente tenía una lectura: volver a la guerra, por lo que la armada imperial hispano-lusa se preparó para el combate inmediato.
Ya funcionaba el espionaje a gran escala y así se detectó que una gran flota mercante holandesa, con protección de navíos de guerra tenía intención de adentrarse en el Mediterráneo, por lo que se ordenó a don Fadrique que actuase en consecuencia. El marino dispuso zarpar de inmediato y colocar su flota en la Bahía de Cádiz, a la que requirió se uniera la flota del norte que estaba compuesta por las escuadras de “Las Cuatro Villas”.
Esta era una Hermandad que existía desde época medieval y que agrupaba a las villas costeras del norte del Reino de Castilla: Santander, San Vicente de la Barquera, Laredo y Castro Urdiales que había llegado a formar un poder naval de primera magnitud, muy expertas en bloquear las flotas mercantes procedentes del norte de Europa.
Así, se quiso reunir un contingente naval que cerrara el Estrecho de Gibraltar, pero las flotas de refuerzo tardaban en llegar y esperando, observaron la aparición de las velas enemigas, las que avistaron el día 10 de agosto de 1621, contra las que don Fadrique solamente podía oponer a siete galeones y dos pataches, mientras los holandeses eran veintiséis galeones y treinta mercantes, alguno de ellos también armados.
Vista la escasa fuerza que la flota española podía oponerle, los holandeses no dudaron en presentar batalla, adoptando la formación de combate y dejando detrás a los mercantes para que en fragor de la batalla tratasen de burlar a los españoles y colarse hacia el Mediterráneo.
A las pocas horas de combate, la armada española había hundido varios galeones holandeses y apresado otros pocos, mientras que ellos no había sufrido ninguna pérdida, aunque si los daños inevitables del combate naval.
El temor cundió en el enemigo que huyó despavorido, cada buque por su lado y poniéndose a salvo de manera poco heroica.
Tan brillante victoria le valió agregar a su ya largo título el de Capitán General de la Gente de Guerra del reino de Portugal.
Un año después se tuvo conocimiento de que los holandeses habían conseguido del Sultán de Marruecos, permiso para establecer en sus costas una base de aprovisionamiento y apoyo, para desde allí atacar las costas españolas con mayor facilidad.
En vista de esta actitud, don Fadrique reunió una poderosa escuadra formada por la suya propia y las de Guipúzcoa, Vizcaya y las Cuatro Villas, en total veintitrés galeones, con los que se dirigió a los Países Bajos, bloqueando sus puertos, de los que ningún barco se atrevió a salir, frustrando su intento de establecer una base en Marruecos.
No cejaban los enemigos de España de importunar al poderoso imperio y en 1624 una flota con treinta y cinco buques y más de tres mil soldados, perteneciente a la Compañía Holandesa de la Indias Occidentales, se aproximó a Brasil, desembarcando en la Bahía de Todos los Santos y atacando la ciudad de San Salvador de Bahía, enclave del comercio portugués del azúcar.
De inmediato se dieron instrucciones para reunir una gran flota con la que atacar a los holandeses, la que, nuevamente, se puso al mando don Fadrique, pero a pesar de la urgencia del caso, hasta enero del año siguiente no se puso en marcha, nuevamente desde la Bahía de Cádiz, con rumbo a las islas de Cabo Verde, donde se les unió la escuadra portuguesa.
La escuadra formada constaba de cincuenta y dos buques bien armados con tripulaciones experimentadas y unos doce mil infantes.
A finales de marzo estaban frente a la Bahía de Todos los Santos. Los detalles de la reconquista de aquellas tierras son dignos de un libro para la historia pero la conclusión es que el 1 de mayo de 1625, los holandeses aceptaron la rendición y la entrega de todo su botín, por cierto muy cuantioso.
Igualmente venció a otra escuadra de treinta y tres buque que la Compañía Holandesa había fletado de urgencia para socorrer a sus destacados en Brasil, que se vio obligada a huir a toda vela.
Con la costa brasileña asegurada, la escuadra de don Fadrique zarpó rumbo a la península y en el Cabo de San Vicente, las flotas se separaron, continuando don Fadrique hasta Málaga, donde arribó en octubre, siendo proclamado por el pueblo como  héroe nacional.
Siguió su vida de marino guerrero, venciendo cada vez que se enfrentaba a holandeses, ingleses y berberiscos y después de treinta años casi sin pisar tierra, solicitó su retiro, que el rey no le concedió a la primera y hubo de insistir para, por fin, obtenerlo.
Era el año 1633 y el rey le impuso una condición, que siguiera a su lado en la Villa de Madrid, porque parece que tenía alguna premonición y, efectivamente, un año más tarde le ordenó que volviera a tomar el mando de la escuadra para dirigirse a Pernambuco, que había sido atacado por lo holandeses.
Don Fadrique, cansado, conocedor del estado en que se encontraba la escuadra y los recursos de que disponía, se negó a cumplir la orden y la vanidad del Conde-Duque de Olivares y la mezquindad del rey, hicieron que diera con sus huesos en la cárcel acusado de desobediencia.
Fue encerrado en Santa Olalla, provincia de Toledo, muy deteriorado su estado y con pésimo ánimo, sin que los médicos de la corte lo pudieran atender. Después de mucho porfiar, su esposa consiguió que lo trasladaran cerca de Madrid y se ordenó el viaje, pero muy enfermo y abatido, falleció en Móstoles el 10 de diciembre de 1634, antes de llegar a su destino.
Aunque el valido del rey y la propia corona quisieron ensombrecer su nombre, el pueblo de Madrid se reunió junto a la casa del héroe para decirle su último adiós.
Unos años después, al caer Olivares en desgracia, la figura de don Fadrique fue reivindicada y desde entonces figura como un gran soldado y un héroe nacional, eso sí, bastante desconocido.
Pero no hay apuro, seguro que algún grupo de los que mezquinamente hurgan la historia, estará buscando si en algún rincón de España hay una estatua, una calle o una plaza dedicada a este fascista que atacaba a los piratas berberiscos del pacto de civilizaciones y a los democráticos holandeses, para solicitar que se borre todo vestigio de él.