sábado, 18 de mayo de 2019

EL HIJO DE UNA "VIRGEN"





En el mes de junio del año 1587, un navío inglés que navegaba por aguas del Golfo de Vizcaya, muy cerca de la costa, sufrió un naufragio accidental. A la deriva y sujeto a unos restos flotantes se encontró, días después, a un superviviente. Su aspecto era lamentable tras varios días sometido al hambre, la sed y las inclemencias del tiempo.
Rescatado por un barco español, fue entregado a las autoridades de la ciudad de San Sebastián, en donde se le sometió a un duro interrogatorio sobre las circunstancias por las que su barco se había aproximado tanto a las costas españolas.
Hay que recordar que en aquellos momentos y diríamos que también antes y después, durante siglos, España e Inglaterra mantenían una constante enemistad motivada por el dominio del mar y la cuestión religiosa, por lo que un barco inglés cerca de las costas españolas era motivo de investigación.
Muy hábil, el náufrago se declara en principio inglés y católico y como motivo de su viaje dice que lo hace en peregrinación al Monasterio de Monserrat, pero su historia no cuela y pensando que se trata de un espía, lo trasladan a Madrid, en donde se le somete a un interrogatorio más profundo, en el curso del cual, derrotado, como se diría en el argot policial, tiene que decir la verdad y reconoce que es el hijo bastardo de la reina Elizabeth I de Inglaterra y de su amante, Sir Robert Dudley.
Como es natural, la confesión causa estupor entre los interrogadores que, de inmediato, ponen en conocimiento del rey Felipe II el resultado del interrogatorio.
Vivía en Madrid un caballero inglés llamado Sir Francis Englefield el cual fue requerido para que continuara el interrogatorio con mucho más conocimiento sobre la Corona Inglesa que los jueces españoles y emitiera un informe con sus conclusiones.
Hasta aquí lo que públicamente se conoce, pues todo el asunto cayó poco a poco en el olvido y allí se quedó durmiendo el sueño de los justos.
Nadie quería creer la historia que contaba aquel joven: ¿Hijo de una reina que era conocida como “La Reina Virgen”?, ¿una reina que puso en peligro la sucesión dinástica en su trono por su negativa a contraer matrimonio?

Elizabeth I, la Reina Virgen

La verdad es que aquello no parecía muy lógico y no se le habría dado ninguna credibilidad, por lo que se había olvidado para siempre, de haber sido por la perspicacia de un investigador histórico de la Universidad de Oxford llamado Paul Doherty, el cual encontró en el archivo de Simancas, cerca de Valladolid, ese que está en un edificio que parece un castillo sacado de un cuento de hadas, un expediente que llevaba por título “Documentación Englefield” y de cuyo estudio se desprendieron una serie de aclaraciones, coincidencias con hechos reales y muchas otras circunstancias más que, seguramente ya en su tiempo, hicieron pensar que aquel joven era efectivamente hijo de la reina de Inglaterra.
Tras su descubrimiento Doherty continuó la investigación en la Biblioteca Británica en donde encontró documentación que desde Madrid remitió un ciudadano inglés que actuaba en España como espía y que en mayo de 1588, es decir, al año siguiente, daba cuenta de la detención de Dudley y de qué manera las autoridades españolas tomaron en serio sus manifestaciones que hasta el propio rey le asignó una pensión y alojamiento en la corte.
El espía inglés que respondía a unas iniciales y cuya identidad se desconoce, había servido en la corte inglesa y en su correspondencia manifiesta que aprecia un enorme parecido entre el joven retenido en Madrid y su supuesto padre, al que conocía personalmente.

Sala central de la Biblioteca Británica

De qué forma se había iniciado esta historia en largo de narrar, pero sintetizaré al máximo.
Elizabeth I, la Reina Virgen, como se la conoce en la historia, era hija de Enrique VIII y Ana Bolena y fue la última representante de de la Casa Tudor, extinta por u contumacia en no querer contraer matrimonio y tener descendencia.
Su madre fue ajusticiada por orden de su propio padre, cuando Elizabeth tenía solamente tres años y seguidamente declarada hija ilegítima. No es de extrañar que con estos principios, la joven desarrollase animadversión al matrimonio, pero como se verá, no a los hombres en sí mismos.
No hubiera sido nunca reina sino mueren muy pronto sus hermanastros Eduardo VI que sucedió a Enrique VIII y María I, la hija de Catalina de Aragón, conocida como la “Sanguinaria” y que ha dado nombre al celebre coctel “Bloody Mary” , y, sobre todo, si antes de morir su padre no le hubiera restituido sus derechos sucesorios. Así, por vueltas de la vida, se convirtió en reina y en el trono permaneció por espacio de casi cuarenta y cinco años, durante los que no accedió a contraer matrimonio, conservándose soltera, pero parece que no entera, como ahora se diría.
Se comentaba en la corte los amoríos de la joven princesa que no era demasiado recatada y así mostró sus delirios por el barón de Seymour, nuevo esposo de Catalina Parr, viuda de su padre y a a su vez era cuñado del rey fallecido, pues era hermano de otra de sus esposas, Juana Seymour.
Con catorce años ya descollaba su femineidad y el barón que tenía casi cuarenta, se quedo prendado de la niña , nada recatados, empezaron un tórrido idilio en el que fueron sorprendidos por Catalina que les puso tierra de por medio.
Poco tiempo después, Catalina muere de parto y el rijoso barón reanuda su cortejo con la princesa, pero a su hermanastro, el rey Eduardo VI le hace poca gracia aquel despropósito y lo manda ejecutar y confiscar todos sus bienes.
Un nuevo romance surge en la vida de la princesa y esta vez es con un antiguo compañero de juegos: Robert Dudley. Hijo de un duque, es un joven guapo, atlético, divertido; en una palabra: Irresistible.
Solamente había una dificultad y es que Robert estaba casado, aunque en privado esa pequeña circunstancia no debió constituir un escollo, pues al acceder al trono Elizabeth, tardó muy poco en distinguirlo con títulos, tierras, dineros y con personal e íntima amistad, adjudicándole unos aposentos próximos a los de la reina. Dos años después la esposa de Robert muere en un extraño accidente al caerse por las escaleras de su mansión y esto desata los rumores que apuntan a un asesinato por encargo de su propio marido para dejar el camino libre a su casamiento con la reina, pero las cosas se le vuelven en contra y su viudez, lejos de allanar obstáculos, se convierte en una barrera infranqueable por mor de la sombra que planea sobre la muerte de su esposa.
No obstante, el viudo sigue con sus mismas actividades y residiendo junto a la reina, la cual, a finales de 1561 cae repentinamente enferma aquejada de hidropesía, enfermedad común en la época. Esta enfermedad consiste en la acumulación de líquidos en los tejidos, produciendo hinchazón en todo el cuerpo y sobre todo en el abdomen.
La reina se enclaustra en sus aposentos para poder ser atendida por los médicos de la corte y unas cuantas semanas después aparece en público perfectamente curada y su rastros de la enfermedad.
Entre medias ha ocurrido algo significativo. Una noche, el aristócrata Robert Southern es llamado a palacio con máxima urgencia y allí se le hace partícipe de una gran confidencia. Una de las damas de la reina ha tenido una aventura romántica con resultado no deseado y se ha traducido en un varón que hay que ocultar a toda costa, pues la reina, en su enfermedad, no puede enterarse de este desagradable incidente.
El noble se ve atrapado en una trama en la que le imponen que se haga cargo del recién nacido para criarlo y educarlo como si se tratara de un verdadero hijo suyo.
Imagino que tras ciertas dificultades que la Corona estaría dispuesta a sortear por la vía de la compensación, el noble se hace cargo de la criatura a la que pone por nombre Arthur.
La vida continúa despacio y veintidós años después, el joven Arthur descubre que no es realmente hijo de Southern, sino que éste lo había adoptado, si bien ni en su lecho de muerte le reveló la identidad de sus progenitores.
Pero el joven consigue que un viejo amigo de su padre adoptivo le cuente la verdad que no es otra que la de ser hijo ilegítimo de la reina y del entonces Lord Leicester, en que se había convertido el amante de la reina.
No parece que haya muchas dudas sobre la veracidad de este asunto, pues está bastante documentado y seguro que existirá mucha más documentación que no ha salido ni saldrá a la luz pública por la eficaz intervención de la casa real británica, siempre tan celosa de sus intimidades, aunque esta sean de siglos atrás.
Nos quedamos entonces con que la Reina Virgen no fue tan virgen y que en su empeño por conservar la soltería dijo que su único matrimonio era con el pueblo de Inglaterra, convirtiendo a todos su súbditos en hijos suyos.
Pero aunque se hubiese casado con todo un pueblo, en su cama metía a un solo amante.

viernes, 10 de mayo de 2019

¡QUÉ IMPORTA LA FE SI HAY DINERO!




Los grandes financieros son esas personas, casi siempre oscuras, no solamente por ellos mismos, sino por los lugares en los que se guarecen para realizar sus cometidos, que mueven los hilos de las marionetas en las que nos hemos convertido todos.
Parece que el mundo lo manejan los políticos, pero no es cierto. El mundo lo maneja el capital.
La tan denostada forma “política” de gobernar el mundo a través del capital se llama capitalismo y es la única doctrina política que no la ha inventado nadie, se ha ido instalando en la sociedad desde el principio de los tiempos, dando soluciones lógicas a las necesidades humanas de interrelacionarse para poder subsistir. Primero fue el trueque y después el dinero, pero detrás de ambos estaba el financiero: el que prestaba, compraba, vendía, invertía, cobraba, cambiaba…
Una gran parte de este mundo semioculto estuvo siempre en manos de poderosas familias judías, pueblo al que se ha relacionado con un exacerbado culto al dinero, avaricia e impiedad ante las ganancias. Hasta Shakespeare lo dejó patente en El mercader de Venecia: devolución del préstamo o una libra de su carne, exigía el usurero judío Shylock a Antonio.
En España no ocurrió nunca cosa diferente al resto de los países, pero además se dio una circunstancia de gran importancia y es que tras la diáspora judía, muchas familias fueron a instalarse en los puntos más alejados de su Judea natal y así recalaron en todo lo que suponía la periferia del Imperio Romano y las tres provincias de Hispania dieron acogida a gran cantidad de aquellos refugiados.
Pronto las finanzas estuvieron en sus manos y en la sombra, sin lujo, alharaca ni signos externos, se convirtieron en los verdaderos administradores de las riquezas de los estados.
Ni siquiera dejó de ser así durante la dominación árabe, pues es bien sabido la importancia que tuvieron los judíos a la hora de financiar las guerras de la Reconquista, sobre todo en su último tramo.
Los Reyes Católicos llamaron al judío Isaac Abravanel, vecino portugués que se había tenido que refugiar en Extremadura por conspirar contra la corona portuguesa, para que pusiera orden en las arcas del estado y cierto que lo consiguió (relatado en mi artículo: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/expulsa-que-algo-queda.html ), en su labor de saneado de las arcas, Abravanel conoció a un personaje del mundo financiero que ha pasado por la historia como de puntillas, a pesar de la enorme importancia que tuvo su persona en dos acontecimientos importantísimos: la toma de Granada y el descubrimiento de América.
Este personaje es Luis de Santangel, un judío converso de tercera generación que gozó de gran reconocimiento por parte de los reyes Católicos, a los que sirvió con lealtad y eficacia.
Su familia procedía de Aragón, donde se dedicaban a las finanzas desde antiguo y que forzados por las predicaciones de san Vicente Ferrer contra los judíos que desembocaron en numerosas revueltas de cristianos contra el colectivo hebreo, decidieron convertirse al catolicismo, al objeto de poder seguir ejerciendo su lucrativa actividad.
Cuando el rey católico Fernando accede al trono, la familia Santángel era la más rica de Aragón y parte de ella se había trasladado a Valencia, donde hacia 1435 habría nacido Luis. En el Reino de Valencia, dependiente de la Corona de Aragón, la familia también ha alcanzado un alto nivel económico y de poderío social, hasta el extremo de que al joven Luis, que se había formado cultural y financieramente en Italia, se le concede la jefatura de la “ceca” de Valencia, es decir la fábrica de moneda y además, el arriendo de unas salinas reales que reportan gran beneficio y que junto con la construcción naval, la venta de portulanos, así como otras muchas actividades económicas, propician el encumbramiento del financiero.
Hacia el año 1486 Santángel se ha convertido en el “Escribano de Ración” de la Corona de Aragón que es una figura algo asó como Ministro de Finanzas y encontrándose en Córdoba, conoce a Cristóbal Colón, con el que enseguida traba amistad, pues sus negocios relacionados con el mar le abren los ojos sobre las expectativas que podría haber en la epopeya que Colón se proponía acometer y le disuade de marchar a Francia a exponer su plan al rey, ya que en los Reyes Católicos no ha encontrado apoyo a su aventura.
Santángel era un hombre muy práctico al que las explicaciones que Colón daba sobre su viaje convencieron y no porque el Almirante tuviese un gran poder de persuasión, es que, como ya se ha apuntado en otros artículos de esta página, Colón contaba con datos reales de personas que ya habían estado en aquellas longitudes, como señalaba en mi artículo que puede consultar en este enlace:


Luis de Santángel, el poderoso financiero

Colón le hace caso y desiste de su viaje a Francia, mientras el financiero se encuentra con un gravísimo problema y es que la Inquisición le acusa de “judaizante”, es decir que aunque aparentemente cristiano de tercera generación, sigue practicando el rito judío en la intimidad de su casa.
El asunto tiene tal trascendencia que el rey Fernando interviene de inmediato, pues cualquier medida contra el banquero puede ser muy perjudicial para la corona y no solamente le libra de los calabozos de la Inquisición, sino que le expide un documento en el que el monarca certificaba la “cristianidad” del preso y de toda su familia, a la que no se volvería a molestar.
Esta circunstancia hace que muchos historiadores encuentren otro punto más de conexión entre Luis y Cristóbal: ambos son judíos y ejercen como tales.
Hacia 1491, los Reyes Católicos “se entrampan” aún más con el “lobby” judío y piden una fortuna a dos de los más poderosos y ricos financieros que no son otros que Abravanel y Santángel, porque hay que terminar la Reconquista aprovechando la debilidad del reino nazarí.
Ambos judíos acuden prestos a reponer las vacías arcas reales y en enero de 1492, estando en Santa Fe, Santángel coincide nuevamente con Colón que ha vuelto a recurrir a los monarcas para que financien su expedición y ha vuelto a obtener una negativa que le deja sin opciones y apremiado por saber que otros navegantes también están en posesión de su información y pudieran adelantársele, se va a marchar a la desesperada a ofrecer su sueño a cualquiera que desee financiarlo.
El poder de Santángel entra en juego y es la persona que realmente convence a la reina Isabel de lo conveniente que resultaría apoyar esa expedición, no sólo por los beneficios que pudieran reportar, sino por la posibilidad, cada vez más cercana de que otro país se le adelantara, máxime cuando los portugueses empezaban a interesarse.
La voluntad era mucha, pero el dinero poco y la reina accede, pero da unos plazos largos y comprometidos con el fin de la guerra y la devolución de los préstamos.
Inteligente y con visión financiera de futuro, Santángel se ofreció a financiar él mismo y con su dinero toda la expedición, para lo que aportó más de un millón de maravedís y otro tanto hicieron sus amigos Gabriel Sánchez, judío converso, como él e Isaac Abravanel que poco tiempo después tendría que abandonar España por su deseo de persistir en su fe judía.
Accedieron los reyes que además recibieron otros seis millones de maravedís para acabar la guerra.
Colón y los reyes firmaron las famosas Capitulaciones de Santa Fe y se inició la puesta en marcha de la expedición descubridora.
A la luz de los tiempos, se ha venido conociendo que la mayoría de los marineros enrolados en las tres carabelas eran judíos los cuales tenían sobre ellos y sus familias el enorme peso de la expulsión que en marzo de aquel mismo año habían firmado los Reyes Católicos.
Es muy probable que fuera así, porque ya Santángel había intervenido en la preparación de las expediciones de judíos que huían de una España que los expulsaba, cuando económicamente tanto dependía de ellos.
Lo cierto es que Colón debía de estar muy agradecido a Santángel por toda la mediación que había realizado, así como por su financiación de la aventura y buena prueba de ello es la carta que le escribió desde las Islas Canarias el 15 de febrero de 1493, a su vuelta del descubrimiento, en la que narraba pormenorizadamente como eran las islas que había descubierto y sus habitantes.
Santángel no se estudia en los libros de historia, es un personaje gris, semioculto como todos los grandes financieros, en cuyas manos estaba el mayor poder del reino en aquel momento, porque lo cierto es que  ningún gobernante, en el fondo le importaba la religión que profesaran sus colaboradores, siempre que hubiera dinero para sus arcas.

La carta que Colón dirige a su amigo Santángel así como otras dos a los Reyes Católicos y su diario de abordo, pueden leerse en este enlace de la maravillosa página Libro Total: http://www.ellibrototal.com/ltotal/?t=1&d=5223

viernes, 3 de mayo de 2019

LA HIJA NEGRA DE LA REINA BLANCA





Cuentan los libros de historias los numerosos cambios de política que realizó Felipe IV mientras la naturaleza no le proveía de un descendiente varón que perpetuase su linaje.
Su primer matrimonio fue con Isabel de Borbón, hija del rey francés Enrique IV, del que nacieron ocho hijos más dos abortos finales. No se puede decir que la pareja no fuera prolífica, pero sí que se inclinaba más hacia el sexo femenino.
La primera hija fue María Teresa de Austria, que será la protagonista de esta historia, pues como a ella le siguieron tres hermanas, el rey se planteaba la posibilidad de asegurar la descendencia de la sangre, con un matrimonio con pariente directo, también descendiente suyo.
Se barajaban muchos nombres y todas las potencias europeas querían emparentar con la realeza española, pero en este momento viene al mundo el infante Baltasar Carlos, inmediatamente nombrado Príncipe de Asturias. Cuatro años después nace otro varón, Francisco Fernando y ya parece que el problema sucesorio queda subsanado.
Cambia entonces la política matrimonial para su primogénita, con la que al final, el rey, conseguirá un magnífico matrimonio: nada menos que con el delfín francés, que sería el llamado “Rey Sol”, Luis XIV.

María Teresa de Austria pintada por Velázquez

Pero el infante Francisco Fernando fallece con seis meses y solo queda el príncipe de Asturias, Baltasar Carlos, pues los partos posteriores son todos de féminas.
La mala fortuna parece afincarse en la corte española y Baltasar Carlos fallece con dieciséis años, lo que hace que el rey, viudo desde dos años antes, se dé mucha prisa en contraer nuevo matrimonio que garantice la sucesión directa y lo hace con su sobrina, Mariana de Austria.
De esta unión y como último despojo, nacerá Carlos II, indudable pago hereditario de la consanguinidad.
Parece que en un principio el matrimonio de María Teresa y de Luis es un éxito. A ella se le ve muy enamorada, pero el marido hace a sus amigos comentarios ciertamente despectivos, aunque cumple formalmente con su obligación y pronto empiezan a llenar el palacio de vástagos, el primero de los cuales es un varón, al que se proclama Delfín, es decir heredero de la corona.
Luego le siguen otros cinco hijos: tres mujeres y dos varones, pero entre medias ocurre cierto incidente.
Cumple con su deber, pero el rey Luis no es de conformarse con una sola mujer y menos aún si no le resulta atractiva y siendo como es, asediado en la corte, cae pronto en los brazos de una tras otras de sus cortesanas, siempre muy dispuestas en aliviar al rey de la penosa tarea de gobernar.
María Teresa es una mujer tímida, retraída, que ha recibido una férrea educación católica, pues su padre, muy flojo de bragueta, era un contumaz católico, obsesionado con la salvación, sobre todo después de cometer tanto pecado de alcoba, para lo que penitenciaba constantemente, aunque no dejaba de traer bastardos al mundo, de los que se han contabilizado más de cuarenta.
En fin, que mucha misa y rosario por las mañanas y más fornicio por la noches, así educó a sus hijos en una austera línea de religiosidad que impregnó en el carácter apocado de María Teresa.
Imposible de competir con las bellas y desvergonzadas cortesanas, la joven reina se fue retrayendo cada vez más y ya casi no salía de sus aposentos ni acompaña al rey en los actos oficiales.
Así las cosas quiso el destino que llegase a Versalles el primo del rey Francisco de Borbón-Vendome, duque de Beaufort, almirante de marina e incansable perseguidor de piratas, el cual realizaba innumerables incursiones en el norte de África contra los berberiscos.
Era el duque un apuesto personaje, sumamente rico que viajaba con un séquito de esclavos, entre los que se contaba una de sus últimas adquisiciones, un medio enano morisco, no excesivamente negro que por sus tamaño y sus cabriolas, hacía las delicias de la corte francesa, incluida la triste reina a la que aquel medio enano parecía hacerle mucha gracia y distraía de su tediosa y triste soledad.
Tanto divertía a la reina que el duque decidió regalárselo y desde entonces aquel hombrecillo, al que llamaban “Nabo”, entró a formar parte de su séquito más cercano.
Algo debió ocurrir porque el medio enano murió cosa de un año después, sin que trascendieran las causas de la muerte y cuando la reina María Teresa se encontraba embarazada del que debía ser su tercer hijo.
Llegado el momento del parto, éste se presentó problemático, lo que concitó alrededor del lecho de la reina a un importante numero de personas entre médicos, comadronas, sacerdotes y alguna cortesana afín a la reina.
Tras una larga espera de sufrimiento, la reina dio a luz a una niña que para sorpresa de todos tenía rasgos negroides, así como algunas deformaciones.
Ana María Luisa de Orleans, duquesa de Montpensier, recogió en sus memorias un párrafo demoledor en el que contaba que el propio hermano del rey le había narrado la dificultad del parto y cómo el capellán de la reina se había desmayado durante el dificultoso alumbramiento y que todos los presentes se habían reído de la cara que había puesto la reina cuando vio que los rasgos de la pequeña se parecían extraordinariamente al pequeño bufón morisco.
La niña fue bautizada con el nombre de Ana Isabel de Francia y confiada a expertas manos en la crianza de los infantes, pero aún así, un mes más tarde se dijo que había fallecido, pues su salud estaba muy debilitada por el difícil parto y no había sido capaz de sobreponerse.
Esto produjo produjo un gran revuelo en la corte francesa, a la que no se mostró el cadáver de la pequeña ni se la invitó a exequias funerarias. Estas circunstancias unidas a que desde un principio el color de la faz de la pequeña y sus rasgos moros hacían sospechar que era fruto de unas relaciones ilícitas de la reina con su bufón, dejaban claras las intenciones de librarse de ella cuanto antes.
Hay que seguir a la duquesa de Montpensier, citada anteriormente, en una nueva relación de este escabroso asunto, cuando comenta que al darse cuenta todos que la hija de la reina se parecía demasiado a su esclavo, que además había muerto poco antes en extrañas circunstancias, la niña fue ocultada esparciendo comentarios acerca de sus malformaciones y que tenía muy difícil sobrevivir e incluso se la ocultaron a la madre.
Los rumores se esparcieron, aunque con dignidad real, el matrimonio no pareció resentirse y siguieron juntos, teniendo otros tres hijos.
¿Qué sucedió realmente? ¿Era aquella niña fruto de las relaciones de una reina triste y aburrida con su esclavo negro?
No se sabe con certeza, porque al pobre negro ya lo habían quitado de en medio y a la no menos pobre niña se la hizo desaparecer, así de sencillamente.
Pasaron años y la reina falleció con una pesada leyenda sobre su fidelidad a su esposo y sus amores ilícitos. Nada hay que pueda desvelar este misterioso suceso porque por un lado el parir una niña de color oscuro y problemas de salud, después de un difícil, no es extraño, pues una grave cianosis podría haber provocado un oscurecimiento de la piel y la falta de aire graves daños en diversos órganos vitales. En esta teoría se suma la educación severamente católica de la reina y la falta de conocimiento de algún otro desliz a lo largo de su reinado.
Pero hay una circunstancia que viene a reavivar la polémica pasado algún tiempo y es que doce años después de fallecer la reina, la duquesa de Maintenon entregó al convento de la Orden Benedictina de Moret a una joven negra para que recibiera los hábitos y para lo que el rey le concede una pensión vitalicia a la joven de trescientas libras.

Pintura de la supuesta hija de la reina María Teresa

Por supuesto que la joven es muy bien acogida en el convento y allí recibe visitas de gente muy importante, además de la duquesa que la entregó.
Esa joven novicia se llamaba Luisa María Teresa y murió en 1732, según consta en el archivo conventual.
Si nos fijamos en su nombre, se compone de los del rey y la reina, una curiosidad unida a una pensión vitalicia real, la visita de gente importante, una duquesa presentándola al convento… Muchas coincidencias a favor de una joven negra, de desconocido nacimiento que es presentada con más de treinta años.
¿Quién era en realidad? No lo sabemos, pero Voltaire pensaba que no era hija de la reina sino de los amores del rey con una esclava negra de la corte y que se usó a la reina para no dejar caer al monarca a tan bajo acto como el de acostarse con esclavas, cuando tenía a toda la corte a su disposición y sobre todo a la que era su amante oficiosa, la marquesa de Montespan, con la que llegó a casarse tras la muerte de la reina.
¡Cuanta porquería ha habido desde siempre en las casas reales!