viernes, 24 de abril de 2020

MARCO VITRUVIO POLIÓN




Cuando hace ya unos años leí la novela “El Código da Vinci”, de Dan Brown, pensé que los autores del libro “El enigma sagrado”, Baigent, Leigh y Lincoln, (The Holy Blood and de Holy Grail es su título original) presentarían de inmediato una querella por plagio.
Efectivamente, unos meses después Michael Baigent y Richard Leigh, presentaron una denuncia en Londres porque interpretaban, y para mí con buen criterio, que el libro de Brown estaba inspirado en su obra. Y no solamente eso sino que se apoderaba de las teorías, absolutamente originales de dichos autores, sobre la descendencia de Jesucristo.
En abril de 2006, el magistrado Peter Smith, del Tribunal Superior londinense dictó sentencia en la que exoneraba a Brown y condenaba en costas a los demandantes. Tres millones de libras les costó el fallo del tribunal, que en su día leí y me pareció un esperpento en el que el ponente, por encima de dictar una sentencia ajustada a derecho, se esforzaba en demostrar sus cualidades literarias, remedando el estilo y las conclusiones de los demandantes, con frases enigmáticas y conclusiones inimaginables.
No soy experto en derecho y por tanto no me atrevo a emitir un juicio, pero me voy a agarrar a una frase que hace muchos años me comentó un juez de El Puerto de Santa María y que venía a decir que todo lo que tiene sentido común, seguro que está protegido por algún precepto jurídico.
Aunque el magistrado londinense admitió que el propio Brown y su esposa, Blythe, habían sacado mucha documentación e ideas del libro de los demandantes, estimó que eran ideas muy generales y que cualquiera las podría utilizar o se les podrían ocurrir.
Falso, porque las ideas que aportan los demandantes son de una gran originalidad, tanta que convirtieron su libro en “best seller” mundial.
Cierto que también Brown consiguió un gran éxito, pero fue indudablemente por las originales ideas que manejaba, sin duda copiadas. Para mi, es aquí donde el sentido común entra en juego y de alguna forma existe la obligación de proteger la propiedad intelectual porque plagiar no es solamente copiar literalmente, como ha hecho algún político últimamente, lo es también al apoderarse de las ideas que son fruto del estudio, la investigación, la inteligencia y la dedicación de otros.
De la misma manera está copiado en el mismo libro y de forma algo truculenta, una referencia el dibujo del “Hombre de Vitruvio”, dibujo conocidísimo de Leonardo da Vinci, sobre las proporciones que el cuerpo de un hombre debe tener para que se considere perfecto.
Esta regla sobre las proporciones era ya conocida por el público en general, pero ha resultado mucho más conocida desde que la novela en cuestión las puso en actualidad.
Pero esas consideraciones sobre la regla de las proporciones no son de Leonardo, al que por otra parte no le hace falta apropiarse de nada que no sea suyo; su trayectoria artística, su enorme inventiva y otras originalidades le han llevado a la cima de la popularidad.
Es obra de Marco Vitruvio Polión, un personaje tan apasionante como desconocido y que de no ser por el famoso “Hombre de Vitruvio”, casi nadie hubiera reparado en su existencia.
De Vitruvio se desconoce casi todo lo que se refiere a su persona como tal. Se ignora el lugar y el año de su nacimiento y únicamente se le asigna una larga vida y se le sitúa contemporáneo  de Julio Cesar y del primer emperador, Octavio Augusto.
Con el primero fue soldado en Grecia y en Hispania, en donde por sus dotes excepcionales en el área de construcciones, actuó como ingeniero militar.
Tras las campañas bélicas se afincó en Roma donde Cesar lo empleó en la construcción de grandes edificios. Tras años de arduo trabajo, llegó a la senectud en muy precaria situación, pudiendo subsistir gracias a una subvención que le concedió Augusto.
En esa época romana fue cuando escribió su famoso tratado compuesto por diez libros y titulado “Architectura”, que se considera la única obra de estas características que se conserva de la época clásica. Su mérito no estriba solamente en la exhaustiva descripción de los cinco órdenes arquitectónicos que el autor considera, sino  que resulta ser una fuente documental de inapreciable valor por todas las informaciones que aporta sobre otras  artes como la escultura y la pintura, tanto de Grecia como de Roma, así como sobre los artistas más destacados.

Portada de la obra de Vitruvio

Por si esto fuera poco, también hace un compendio de las cualidades y los deberes que debe tener un arquitecto, entendido como científico y artista a la vez.
El elevado mérito de este arquitecto, de hace más de dos mil años, es que vio claramente una serie de aspectos de la construcción que luego fueron olvidados, o simplemente no se conocieron.
En primer lugar señaló la necesidad de elegir adecuadamente el lugar en el que construir las ciudades, la diferencia que debe haber entre los edificios públicos y los privados, los lugares más apropiados para cada tipo de construcción, la disposición de las calles, la disposición de las murallas y otros elementos defensivos.
También estudia los distintos materiales que deben utilizarse en cada elemento de la construcción, las proporciones que deben observar las edificaciones, desde basílicas hasta cárceles, teatros, baños públicos, incluso los puertos marítimos y fluviales.
Como arquitecto clásico era amante del orden jónico, ese que en la parte superior de la columna presenta unos adornos llamados volutas y establece una regla de proporciones que deben guardar las columnas respecto de toda la construcción.
También trata en uno de sus libros de los edificios de utilidad pública, como son el Foro, las basílicas, las cárceles, los teatros, los baños, las palestras, los mercados, los puertos y otros más.
En otro de los libros que componen la obra, trata de los edificios privados y aquí sorprende verdaderamente, pues dejando aparte el pensamiento clásico, establece la necesidad de que cada edificio haya de adaptarse a las condiciones climáticas del lugar, a las necesidades y gustos de sus moradores y no deben tener, como norma, las mismas características.
Pero no se limita Vitruvio a la construcción de edificios u obras civiles, sino que se revela como un estudioso de la hidráulica y las consideraciones a tener en cuenta en la construcción de este tipo de obras y también sobre la mecánica, dando instrucciones para la construcción de máquinas que él diferencia en dos grupos: para la paz y para la guerra.
El libro es único en su especie, pero sorprendentemente no ejerció gran influencia en las construcciones hasta el siglo XV, con el Renacimiento y sobre todo con la aparición de la imprenta.
Leonardo da Vinci, por su doble condición de hombre del Renacimiento y sabio investigador, conocía la obra de Vitruvio hasta el extremo de lograr uno de los dibujos más famosos de todos los tiempos. El dibujo se basa en las descripciones que hace Vitruvio de las proporciones ideales del cuerpo humano, cuando va describiendo sus diferentes partes y dice, por ejemplo, que cuatro dedos hacen una palma y que cuatro palmas hacen un pie, o cuando, en un juego de armonía más complicado, dice que al separar las piernas de manera que la estatura disminuya 1/14, al subir y estirar los brazos de manera que queden los dedos a la altura del borde superior de la cabeza, el centro geométrico de las cuatro extremidades estará en el ombligo. Esta y muchas otras consideraciones las plasmó Leonardo en los dos dibujos que superpuestos, conforman el famoso Hombre de Vitruvio, porque si se examina detalladamente se observa perfectamente que son dos hombres, en diferentes posiciones, circunscritos uno en un cuadrado y el otro en un círculo.

Curioso: ambos pies izquierdos están girados hacia fuera


En el dibujo del cuadrado, el hombre se asienta con los pies juntos sobre la base de la figura geométrica y tiene los brazos perfectamente en cruz; en el del círculo, sus pies se asientan separados en el arco inferior y los brazos está estirados hasta los dos vértices superiores del cuadrado, cuyo lado está a la altura de la cabeza.
Si la obra del genial romano tiene importancia en el contexto de la arquitectura propiamente dicha y no solamente por ser el único libro sobre arquitectura greco-romana, escrito en el inicio de nuestra Era y conservado íntegramente, también lo es  por su contenido técnico y amplia documentación, pero en un segundo plano y lejos de los detalles técnicos, a juicio de expertos que han estudiado la obra profundamente, también cuenta la intención clara del autor de convertir la arquitectura en un arte en el que van a jugar un papel importantísimo todas las ciencias.
Que Vitruvio hubiera pasado desapercibido desde casi su tiempo hasta el siglo XV, tiene una explicación y es que su obra resultaba desconocida hasta entonces ya que fue descubierta en el año 1416, por el humanista italiano Gian Francesco Poggio Bracciolini en la abadía de Saint-Gall, durante la celebración del concilio de Constanza (1413/1418), convocado para acabar con el llamado Cisma de Aviñón.

jueves, 16 de abril de 2020

MORABETINOS LUPINOS




Evidentemente el título de este artículo es sumamente extraño y de no explicarse, resulta difícil sacar conclusiones sobre su significado.
El “morabetino” era una moneda de oro acuñada en Portugal durante los siglos XII y XIII, de semejante valor al maravedís español y al dinar árabe.
Lupinos hace referencia al rey musulmán de Al-Ándalus que puso en circulación una nueva moneda que por su valor y sobre todo por su estabilidad, alcanzó tal popularidad y prestigio que fue aceptada en toda Europa como principal moneda de cambio en todas las transacciones comerciales. Salvando las lógicas diferencias, podríamos aventurar que tuvo un comportamiento similar al del actual Euro.
Su historia es esta. Hacia 1125 nació en Peñíscola un musulmán de nombre tan largo como irrepetible, conocido popularmente como Muhammad Ibn Mardanish, entre los de su lengua y religión y por “El Rey Lobo”, entre los cristianos.
Mardanish pertenecía a una familia aristocrática muladí, de origen mozárabe, es decir, cristianos islamizados, de origen visigodo que abrazaban la religión de Alá con el fin de prosperar y medrar en los territorios dominados por los musulmanes en los que vivían y tenían sus posesiones. Muy posiblemente el nombre de Mardanish proceda del hispano romance “Martínez”.
Su padre fue gobernador de Fraga, en tierras aragonesas, durante la dominación de los almorávides y el joven Mardanish siguió la estela familiar de guerreros y militares, engrosando un ejército que mandaba un tío suyo.
Al descomponerse el imperio almorávide, por revueltas del destino y conjunción de hados de la suerte, Mardanish se convirtió en general de aquel pequeño ejército de su tío y usándolo con inteligencia y estrategia, se hizo con el poder de los reinos de Murcia y Valencia, ciudad esta última que lo proclamo emir. Sin embargo tuvo que ceder el poder en Murcia porque carecía de fuerzas para mantener tanto territorio.
Algún tiempo mas tarde y habiendo restablecido su potencial militar gracias a un fructífero matrimonio, Mardanish se hizo con el control de Xarq Al-Ándalus, es decir, todo el territorio oriental de la península, forzándose en mantenerlo gracias a la contratación de mercenarios de Castilla, Aragón y Cataluña que a pesar del enorme gasto que eso suponía, se hacía posible en razón a los acuerdos comerciales con las repúblicas italianas de Pisa y Génova, a la sazón las mas poderosas y de los que obtenía grandes ingresos.
Desde ese momento fija su residencia en Murcia e inicia la extensión de su reino, llegando hasta Jaén, Baza, Guadix, Écija y Carmona, incluso amenazó Córdoba años más tarde, cosa que no consiguió, aunque sí se apoderó brevemente de Granada.
En ese momento, año 1161, Mardanish es conocido entre los cristianos por “El rey Lobo”, siendo el único bastión que se enfrentaría a los impulsivos integristas almohades, una nueva secta religiosa ortodoxa que reclamaba mayor rigidez que la que habían observado los relajados almorávides.
El Rey Lobo convierte a su reino en un próspero territorio y su capital, “Mursiya”, en una ciudad floreciente y rica, fuertemente cercada por una muralla de quince metros de altura. Potencia la agricultura implementando el regadío y comercia con numerosos países a los que exporta productos de la región y sobre todo la típica cerámica dorada de la zona.

Mapa del reino de Mursiya con el Rey Lobo

Pero a pesar del esplendor y del agradecimiento de su pueblo por hacer frente a los almohades, en su reino se vivía en un régimen de terror. Mardanish era un rey cruel y despiadado y los mercenarios que formaban su ejército llevaban una vida licenciosa y desenfrenada, convirtiendo las ciudades en verdaderos infiernos, en los que la gente se recluía en sus casas, procurando salir a la calle lo menos posible, sobre todo en horas nocturnas.
Ese malestar que el pueblo iba sintiendo, hizo que gran parte viera a los almohades como sus posibles salvadores y ciudades como Lorca, abrieron sus puertas a los nuevos lideres religiosos y otros lugares como Almería, Játiva o Segorbe, gobernados por parientes del Rey Lobo, se sublevaron.
Esto propició que el ejército almohade pusiera cerco a la capital del reino, “Mursiya”, en el curso del cual devastaron totalmente sus huertas, arrasaron alquerías y aldeas y saquearon las fortificaciones que guardaban la ciudad, pero las magníficas murallas defensivas consiguieron detener el ataque y, exhausto el ejército almohade, hubo de retirarse.
Pero el régimen del Lobo estaba tocado de muerte y cuando su suegro, que lo había apoyado militarmente desde el principio, adoptó las doctrinas almohades y comenzó a colaborar con ellos, Mardanish sintió la traición en su propia carne.
A las defecciones antes mencionadas se unieron las de Lorca, Elche, Baza y Valencia, creando una situación difícil de contener y obligando al Rey Lobo a pactar con los almohades, pero una súbita y bienhechora muerte le ahorró el amargo trago de ceder ante sus enemigos.
Terminó aquí su particular odisea que le llevó de militar de fortuna a rey del más floreciente reino Taifa de Al-Ándalus, pero entre medias ocurrieron cosas muy importantes.
Mardanish fue cruel y despiadado, lascivo e inmoral, pero era una persona inteligente, culta, amante del arte y sobre todo sabedor de en qué bases se ha de apoyar el reino y que no es otra que la economía. Producir y vender, esa es la clave de su progreso.
Y tal esplendor económico alcanzó que las “cecas”, las fábricas de la moneda, de Valencia y Murcia empezaron a acuñar monedas de oro que fueron conocidas como “Morabetinos Lupinos”, cuyo significado quedó explicado y con las que inundó el mercado de toda la cuenca mediterránea e incluso llegó hasta Inglaterra, siendo comúnmente aceptada por su valor seguro en las transacciones mercantiles y todavía en el siglo XIV seguía siendo una moneda importante.
Eran unas monedas de pequeño tamaño y un peso aproximado de cuatro gramos, lo que las hacía muy manejables y fáciles de portar

Cara y cruz del Morabetino Lupino

Hay que tener en cuenta que desde la caída de los visigodos, en la península ningún reino cristiano acuñó moneda hasta muy avanzado el segundo milenio y mucho menos, moneda de oro.
Lo normal era la acuñación de las monedas de vellón que es una palabra que procede del francés “billón” que significa lingote y era una moneda al cincuenta por ciento de plata y cobre, de entre las que se hizo muy popular el “real de vellón”.
Los morabetinos llegaron pronto a Aragón y Castilla como pago de las mesnadas que el Rey Lobo reclutaba en aquellos reinos y de las parias que tenía que satisfacer a los reyes cristianos para que lo dejasen en paz.
El prestigio que alcanzó esta moneda fue tal que el rey castellano Alfonso VIII, que fue el primero en acuñar monedas de oro en la España cristiana, utilizó la ceca de Toledo y no solamente porque fueran buenas instalaciones y personal profesional, sino porque eran los únicos capaces de escribir en árabe, cosa que resultaba imprescindible para que la moneda, a la que se denominó “mizcales”, o “morabetinos alfonsíes” tuviera buena aceptación en todos los mercados, al asemejarse a los Lupinos.
Hasta qué punto tuvo importancia esta moneda que doscientos años después de la muerte de Mardanish, todavía se seguían utilizando en los reinos de la península y en toda la cuenca mediterránea.

viernes, 10 de abril de 2020

GERALDO SEMPAVOR




Hace ya unos años estuvimos en Portugal con mi promoción de Comisarios. Allí, por primera vez oí un refrán luso que me resulto áspero, casi de mal gusto, ofensivo para los españoles. El refrán dice: “De España ni buenos vientos ni buenos casamientos”.
Este aforismo resume perfectamente la forma de sentir del pueblo vecino respecto a los españoles.
Nosotros, los españoles, no tenemos un refrán tan despectivo a la recíproca, porque ni tan siquiera nos hemos molestado en querer comprender las relaciones tan enfrentadas de dos pueblos pertenecientes a las mismas etnias, asentados en los mismos territorios y con lengua y religión comunes, porque esas relaciones o no han existido o han sido de tanta superioridad por nuestra parte que no nos hemos molestado en querer catalogarlas. Eso sería una pérdida de tiempo.
Efectivamente, desde que Portugal se inicia en la historia como algo con personalidad propia, lo hace constituyendo dos condados. El primero de ellos en el siglo IX, dependiente del reino de Galicia, tras la conquista a los árabes de la importante ciudad de Portucale (Puerto Bello), actual Oporto.
Como consecuencia de extender sus dominios hacia el sur, el reino de Galicia concede a Nuño Méndez el Condado Portucalense.
Por otro lado, como condado dependiente del reino de León, su rey, Alfonso VI, en el siglo XI, le ofrece a Enrique de Borgoña, un noble francés sobrino de la reina consorte Constanza, que había venido con sus huestes a auxiliarlo en la Reconquista, y que acabó casándose con la hermana del rey, Teresa de León, unas tierras en zona de la Lusitania que era y es conocida como Tras Os Montes y una buena parte del sur de Galicia.
Fallecido el conde Enrique en el año 1112, pasó el condado a su hijo, Alfonso Enríquez y durante su minoría de edad, lo gobierna su madre, Teresa de León, que empieza por autonombrarse reina, aunque no es ni remotamente reconocida como tal y con ese mal ejemplo, en 1127, el joven Alfonso hace lo propio al alcanzar la mayoría de edad y se enfrenta a los partidarios de su madre y al rey Alfonso VII de León, coronándose rey e iniciando una nueva dinastía completamente separada de los reinos de León y Galicia.
Y todo lo que empezó como un favor que le hizo el rey a su cuñado, acabó por separar a dos países que muy bien debieron haber continuado juntos.
Lo cierto es que los condados lusitanos por su lado y Castilla y León por el suyo, no cejaron en su intento de reconquistar el terreno que los musulmanes había arrebatado por la fuerza de las armas.
En la parte portuguesa la reconquista de las tierras invadidas por los musulmanes tiene altos y bajos y las fronteras se mantienen constantes en el río Duero, lo mismo que curre para Castilla y León, pero a principios del siglo XII surge una figura enigmática, rodeada de un aura similar a la que en Castilla tenía El Cid Campeador, que ha resultado tremendamente desconocido e ignorado por la historia, sobre todo por la historia española: se trata de Geraldo Sempavor (Gerardo Sin Miedo), el cual dio un importante vuelco a la Reconquista.
Geraldo ha sido catalogado como guerrero y como mercenario, pero lo cierto es que se convirtió en un caudillo, como siglos antes y en aquellas mismas tierras lo había sido Viriato, que conquistó a los musulmanes las principales plazas fuertes de Extremadura.
Los orígenes de esta persona son tan desconocidos como interés han tenido sus estudiosos de ubicarlo en el espacio, creándose teorías tan diversas como la de suponerlo esclavo-soldado cristiano fugado de Al-Ándalus y por eso perfectamente conocedor del terreno y de las debilidades de las fortificaciones del ejército sarraceno, lo que le valía sus victorias sobre ellos.
Otra teoría defiende que se trataba de un soldado galaico-portugués, nacido en la ciudad de Beira que tras guerrear a favor del Islam, como mercenario, pasó a hacerlo en las filas cristianas, concretamente a las órdenes de Alfonso I, al que ya hemos visto que se convirtió en el primer rey portugués.
Poseía Geraldo una especial capacidad táctica para asaltar los puntos fortificados, como ciudades amuralladas o castillos, cuya conquista suponía controlar todo el espacio de influencia de esa fortificación, hasta el punto que se creó una verdadera leyenda en torno a este guerrero-estratega.
Cada vez que Geraldo se apoderaba de un castillo, la reconquista lusa avanzaba, a pesar de que el naciente reino tenía muy escasas fuerzas militares y por eso era de suma importancia el ir conquistando territorios a base de rendir fortalezas, donde se podían concentrar todos los efectivos de su ejército.

Una de las pocas esculturas dedicadas a este guerrero

Poco a poco fue extendiendo las fronteras portuguesas al apoderarse de plazas tan importantes como Trujillo, Cáceres, Santa Cruz de la Sierra, Évora, Moura, Monsaraz, éxitos militares que consiguió en escaso periodo de tiempo y algo más tarde, rindió las fortalezas de Montánchez y Serpa, en el Alentejo, uno de los municipios portugueses más extensos.
Encumbrado por su poderío y por sus huestes que le tenían veneración, Geraldo se dispuso a conquistar Badajoz, lo que levantó la suspicacia del rey leonés que por el tratado de Sahagún entendía que la Reconquista siguiendo la Ruta de la Plata, era incumbencia de los reinos castellano-leonés y así, cuando Geraldo con sus hombres sitiaban la alcazaba de Badajoz, con el apoyo personal del rey Alfonso de Portugal y sus tropas, Fernando II, rey de León, se presentó en el sitio, pero no para colaborar en la reconquista de aquella importante plaza almohade, como hubiera sido de desear, sino para levantar el cerco portugués, haciendo valer lo que suponía sus derechos de conquista.
Fernando se enfrenta y vence a las tropas del rey Alfonso que resulta gravemente herido, consiguiendo escapar, pero Geraldo cae prisionero y se ve obligado a negociar su libertad, teniendo que entregar las plazas de Cáceres y otras importantes de la actual Extremadura, al rey leonés.
En realidad, en el caso de Geraldo no se le pueden llamar tropas y mucho menos ejército pues según se ha podido determinar en algunos escritos de la época se ha hablado de la estrategia de este luchador y en algunas crónicas, a su estilo de guerrear y apoderarse de enclaves enemigos, se llamó “novo generi pugnandi, cuasi per latrocinium”; es decir, una nueva manera de hacer la guerra similar al latrocinio, lo que equivale a decir que era una especie de atraco a mano armada.
Geraldo caminaba de noche, cuanto más intempestivas mejor, dirigiendo a su gente. Portaban, además del armamento unas escaleras de recia madera y extraordinaria longitud, superior a la altura de cualquier muralla.
Colocada la escalera en el lugar ya elegido de antemano y guardando un extremado sigilo, era Geraldo el primero en subir y eliminar al centinela. Luego subía todo su grupo que dando alaridos conmovedores, se lanzaban a saquear y matar a cuantas personas encontraban en el interior de la fortaleza, apoderándose de todo lo que encontraban, haciendo prisioneros para vender como esclavos.
Aunque parezca un poco fuerte, no dista demasiado de la forma de guerrear de la época, en la que la mayor parte de los soldados no percibían emolumento alguno por su servicio y la única compensación eran los beneficios de los botines obtenidos en los saqueos.
Afrontando siempre el riesgo de aventurarse el primero, hacía gala de una valentía que sus hombre le reconocieron y de ahí viene la denominación de “Sempavor”, nombre por el que se le conocía.
Las hazañas de Geraldo le hicieron ser reconocido por algunos historiadores  como uno de los caudillos guerreros de la Edad Media, con un reconocimiento similar al del Cid Campeador, sin embargo otras corrientes censuran la conducta de este  guerrero sin escrúpulos, traidor a todos los bandos, menos al dinero.
Tras su derrota en Badajoz y después de haber cedido todas sus conquistas, se retiro a Juromenha, una pequeña circunscripción cercana a Évora donde poseía unas propiedades.
No se sabe a ciencia cierta donde falleció, pues se tienen noticias que arrinconado en sus posesiones, aceptó una oferta del califa almohade, el cual le envió a Marruecos, donde sorprendido en una conjura, fue decapitado con todos los hombres que tenía a sus órdenes.  
Españoles y portugueses, en vez de unir sus fuerzas contra un enemigo común como eran los musulmanes, peleaban entre ellos, obstaculizándose hasta extremos como el del sitio de Badajoz.
Por eso  y otras muchas razones dicen en Portugal aquello que “De España ni buenos vientos…”

jueves, 2 de abril de 2020

LA DEMOCRACIA EN UNA GRUTA




La historia es digna de relatarse porque además de la circunstancia de que el Consistorio, es decir, el Ayuntamiento, se constituyera en una cueva, resulta que fue quizás el primer Ayuntamiento democrático de España, aunque para eso tenemos que irnos muy atrás en el tiempo.
En el archipiélago canario hay una isla llamada La Palma, a la que se le ha llamado “La Isla Bonita” y que ha merecido la atención de algunos famosos como Madonna, que le dedico una preciosa canción. Esta isla, ahora muy difuminada por los nuevos tiempos y las altas tecnologías, tuvo en otro tiempo una importancia estratégica capital, pues era la última isla canaria a la que arribaban los buques de tiempos atrás, antes de emprender la travesía del Atlántico. Al observar el mapa del archipiélago, se comprende perfectamente esta circunstancia pues es la más occidental.

Mapa del Archipiélago Canario. Arriba a la izquierda, La Palma

La isla en cuestión fue conquistada en el año 1493, cuando ya había terminado la larguísima Reconquista española y descubierto el Nuevo Mundo y en el archipiélago solamente ondeaba la bandera de Castilla en la isla de Gran Canaria.
Pero sin embargo la conquista de La Palma fue la primera de todo el conjunto de islas que se emprendió casi un siglo antes.
Fenicios y tartessios habían estado ya en las Islas Canarias, si bien no de forma colonizadora por no encontrar interesante como mercado aquel lejano montón de islas.
Pasaron siglos hasta que el caballero normando Jean de Bethencourt intentó la conquista de La Palma en el año 1404, pero su expedición fue un fracaso. Un terreno abrupto y un pueblo aborigen decidido a defender su independencia, fueron circunstancias decisivas para el fracaso de la expedición conquistadora. Seis semanas después de desembarcar en la isla de Benahoare, como los indígenas la llamaban, tuvo que desistir de la conquista, habiendo sufrido muchas bajas, pero muchas menos que las que habían causado a los nativos.
No fue hasta medio siglo después que el hidalgo sevillano Guillén Peraza de las Casas lo intentó de nuevo, pero el ilustre sevillano tuvo peor suerte y falleció en la primera escaramuza junto a casi doscientos de sus hombres.
Dos fracasos en una época en la que la conquista de nuevos territorios estaba casi asegurada gracias al potencial bélico de los españoles, son demasiados y la idea de conquistar aquella isla fue abandonada, centrándose el interés en otras de las que componían el archipiélago.
El intento definitivo lo llevó a cabo el que más tarde sería nombrado Adelantado de las Islas Canarias, Alonso Fernández de Lugo, el cual ya había participado en la conquista de Gran Canaria y más tarde lo haría en la de Tenerife.
La conquista fue muy dura porque, en la que hoy es famosa por su belleza, la Caldera de Taburiente, se refugió el mencey Tanausú, que aprovechando lo abrupto del lugar y el perfecto conocimiento del terreno escapaba constantemente de los españoles y no pudo ser reducido militarmente, habiendo de recurrirse a engaños y defecciones de otros menceys, para capturarlo.
Aherrojado fue trasladado a la Península, pero el caudillo prefirió morir de inanición, antes de ser un prisionero.
Colonizada la isla y coincidiendo con el gran flujo comercial que se inicia en el Atlántico, va adquiriendo una enorme importancia comercial y estratégica, siendo junto con Amberes y Sevilla, el tercer puerto del imperio español por el número de escalas.
Pero esa misma circunstancia la hacía apetecible a piratas y corsarios que durante siglos no dejaron de hostigar la isla en busca de botín, pero todo el conjunto insular estaba muy bien protegido y las expediciones piratas fracasaron una tras otra.
El esplendor económico hizo que numerosos comerciantes de toda Europa se establecieran en la isla, centrando desde allí sus negocios como punto intermedio entre el tráfico de mercancías desde el Nuevo Mundo y hacia el norte de Europa.
Uno de estos destacados comerciantes fue el irlandés Dionisio O’Daly que mediado el siglo XVIII, no pudiendo soportar por más tiempo la presión que en Irlanda se hacía contra los católicos, se marchó a La Palma, y desde allí estableció un puente comercial con Alemania, Flandes y Gran Bretaña.
Reinaba en España Carlos III cuando en 1766 se produce una oleada de motines, comenzando por el famoso de Esquilache en Madrid y seguido de manera individualizada por los de Barcelona, Zaragoza, Sevilla, Cádiz y un largo rosario de ciudades que, con una u otra excusa, en realidad estallaban contra el hambre, verdadera causa del descontento popular y no contra la capa y el chambergo que Esquilache quería prohibir. (Sobre eSTE motín se puede consultar mi artículo en esta dirección: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/de-la-trucha-la-capa.html
Apaciguada la situación el rey que asustado se había refugiado en Aranjuez, abrió su mano absolutista a la posibilidad de que la burguesía de las ciudades más importantes pudiera compartir el gobierno de los concejos municipales con las clases nobles que hasta la fecha venían siendo hegemónicas.
La participación en las elecciones para cargos de diputados del común, síndico personero, o caballeros veinticuatro, nombre que recibían lo que hoy serían concejales de los distintos ayuntamientos, defensor de los ciudadanos o ediles de ayuntamientos concretos (Córdoba, Sevilla, Granada, Jaén, Salamanca, Palencia Jerez, Úbeda y Baeza) estaba ciertamente muy restringido, pues solamente podían ser elegidos los varones que residieran en las localidades respectivas y pagaran los correspondientes impuestos, además de tener veinticinco años cumplidos.
En la isla de La Palma esta decisión real se vio secundada con mucho más interés que en otras partes del territorio español, posiblemente debido a la amalgama de culturas europeas que eran representadas por sus habitantes, los cuales estaban imbuidos de otros vientos de libertad y democracia, muy escasos en España.
Así, los descendientes de las familias que se habían ido asentando en la isla y que gozaban de un gran poder económico presentaron cara a aquellos regidores perpetuos.
En las primeras elecciones que se celebraron, que aunque no eran plenamente democráticas sí que estaban mucho más abiertas que el sistema hasta entonces empleado, salió elegido diputado del común un palmero llamado Anselmo Pérez Brito que de inmediato inició una campaña de denuncias por malversación, cohechos y prevaricaciones contra los regidores perpetuos, que seguían estando presentes en las instituciones municipales
Un año más tarde, Dionisio O’Daly fue elegido síndico personero del común, una especie de defensor del ciudadano, el cual se puso manos a la obra para destapar toda la corrupción, pero los regidores conservaban un enorme poder, aun cuando en su institución se habían incrustado aquellos cargos elegidos por las burguesías.
O’Daly fue demonizado y desacreditado por su condición de haber nacido en el extranjero, así como, al parecer, determinada tendencia sexual, haciéndole la vida tan insoportable que se vio obligado a emigrar a la Península, pero una vez allí presentó una demanda ante el Consejo Supremo de Castilla, que en 1771 dictaminó que los regidores también tenían que ser elegidos por el pueblo.
A partir de ese momento y cada dos años todos los cargos de responsabilidad del Ayuntamiento de La Palma fueron cargos electos, lo que supuso que en la isla de La Palma se constituyera el primer ayuntamiento “democrático” de España.
Como es natural, los antiguos regidores, pertenecientes a la nobleza y a las altas clases de la sociedad no aceptaron aquella situación y como dueños que eran de casi toda la isla, decidieron que el nuevo ayuntamiento tenía que desalojar el edificio en que se albergaba, propiedad de algún jerarca.
Desahuciados de su edificio, el nuevo consistorio no se arredró y comenzó a celebrar sus reuniones en una gruta llamada “Cueva de Carías”, un lugar por otro lado emblemático en el que los aborígenes de las isla habían venido reuniéndose en sus asambleas desde siglo atrás.


Aspecto actual de la gruta en la que se instaló el Consistorio Palmeño