viernes, 31 de julio de 2020

UN DETALLE QUE HONRA




Sin inspiración no es posible producir nada, pero es fundamental que la inspiración llegue cuando se está trabajando, de otra forma tampoco produce efectos.

La semana pasada comentaba en mi artículo que un amigo me había inspirado parte del escrito que publiqué sobre la Batalla de Toro y las mujeres que en ella intervinieron. Para documentarme sobre las circunstancias de dicha batalla y sus causas, tuve que leer mucho, aprendiendo cosas que realmente no sabía.

Dicha batalla acabó prácticamente con la Guerra de Sucesión de Castilla, aunque no supuso la renuncia del rey portugués Alfonso V a sus deseos de hacerse con la corona castellana, en los que perseveró por años. Dicha guerra y sus causas tienen unas particularidades que la hacen, al menos, curiosa.

Isabel I se autoproclamó reina de Castilla a la muerte de su hermanastro Enrique IV, en Segovia el día 13 de diciembre de 1474, con el apoyo de la mayoría de la nobleza castellana que ya, diez años antes, había apoyado a su hermano Alfonso a coronarse en vida de Enrique, por lo que durante unos tres años, Castilla tuvo dos reyes.

Personajes tan importantes como el marqués de Villena, el arzobispo de Toledo o el Maestre de la Orden de Calatrava, que habían sido muy influyentes con el príncipe Enrique y en los primeros años de su reinado como Enrique IV, se volvieron contra él cuando en la corte se empezó a hablar de la homosexualidad del rey, su incapacidad para procrear y sobre todo del vertiginoso ascenso de Beltrán de la Cueva y Lucas de Iranzo, nuevos validos del rey.

Todos aquellos apoyaron decididamente a Alfonso y tras su muerte, a Isabel, considerando que la Beltraneja, nacida en 1462, no podía ser hija del rey y por tanto no había posibilidad de que le sucediera.

Pero había otro Alfonso en liza y era el rey de Portugal, quinto de su nombre y hermano de Juana, la madre de la Beltraneja, con la que se caso en la ciudad de Plasencia en 1475.

El grueso de las fuerzas militares de Castilla y una gran parte de su nobleza, estaba, como ya se ha dicho, a favor de la reina Isabel por dos razones fundamentales. La primera era por la evidente ilegitimidad de la Beltraneja; era obvio quien fue su padre y por tanto no tenía sangre Trastámara y no podía gobernar y por si fuera poco al casarse con el rey portugués, peligraba la identidad de Castilla.

La otra razón era que sin embargo, el matrimonio de Isabel con el heredero de la corona de Aragón era un paso muy importante para la unificación de España.

Pero el rey portugués no se rindió fácilmente y tras la batalla de Toro que él consideraba ganada, mantuvo el dominio de la ciudad, hasta que hubo de entregarla, cuando vio que iba perdiendo el apoyo de los pocos nobles castellanos aun leales a su causa.

Falto de apoyos en Castilla, el rey portugués se trasladó a Francia, buscando la alianza de Luis XI que a la larga no obtuvo.

Mientras estuvo en Francia, a Portugal llegaron noticias de que el rey había abdicado, al no conseguir los apoyos suficientes para oponerse a la reina de Castilla, por lo que los nobles portugueses se dieron buena prisa en coronar rey al príncipe Juan, que reinó durante cinco días, cuando su padre le reclamó la corona.

En este punto de la historia ocurrió el hecho que da título a este artículo, pero por razones de estrategia literaria quedará para relatarse al final y se continúa mencionando la serie de circunstancias bien claras de la rivalidad que se inició entre los dos países.

Los Reyes Católicos, conocedores de la importancia que tenía el dominio del mar, donde los portugueses les llevaban ventaja, prepararon en Sanlúcar de Barrameda dos flotas. La primera para conquistar la isla de Gran Canarias, de importancia estratégica fundamental para iniciarse en el dominio de la costa occidental africana,

La segunda flota para dirigirse al Golfo de Guinea a comerciar con los nativos y más concretamente a una zona conocida como Mina de Oro, que se encuentra en la actual Ghana.

Las dos flotas navegaron juntas hasta Canarias, donde la que se dirigía a Guinea se aprovisionó para continuar viaje.

La flota destinada a conquistar Gran Canaria no pudo hacerlo porque una flota portuguesa puso en fuga a muchas naves castellanas, pero los portugueses tampoco pudieron desembarcar y faltos de bastimentos decidieron regresar a su país, pero en el viaje de vuelta se toparon con varias naves castellanas a las que abordaron quitándoles cuanto de alimento llevaban y ya bien provistos, viraron para dirigirse al encuentro de la flota que había ido al Golfo de Guinea.

A cambio de pedrerías y algunos objetos de importancia para los nativos, los castellanos se habían hecho con gran cantidad de oro, pero la codicia que puede más que la inteligencia, les hizo demorarse más meses de lo que estaba previsto y a los portugueses les dio tiempo a llegar.

Muchos meses de inactividad y asolados por las enfermedades tropicales, fueron incapaces de hacer frente a los portugueses que los derrotaron e hicieron prisioneros, trasladándolos a Lisboa.

El oro arrebatado fue una inyección económica para el rey Alfonso que se permitió continuar con su aventura española.

Un año después se firmo la paz entre los dos países por el tratado de Alcaçovas que supuso un reparto del todo el litoral atlántico desfavorable para Castilla, precisamente por la derrota sufrida en Ghana.

Y retomando el tema del regreso de Alfonso V hacia tierras portuguesas, y este también me lo contó mi amigo, el del otro día, caminaba al frente de su ejército por la Ruta de la Plata, hacia el Sur, desviándose para cruzar el Tajo y entrar en Portugal.

En esa ruta se encuentra la ciudad de Alcántara, famosa por el puente romano de principios del siglo II y joya de la ingeniería civil romana y que da precisamente nombre a la ciudad Alcántara, pues su nombre viene del árabe al-Qantarat que significa puente.

 

Puente Romano de Alcántara

 

Desde allí se abren dos rutas hacia el país vecino, una que enlaza con Lisboa y Braga, hacia el sur y otra que enlaza con Beira Alta.

A lo largo de la historia el puente ha sido parcialmente destruido en tres  ocasiones, la primera de ellas en 1213 por los musulmanes, para evitar el avance de las tropas cristianas.

La segunda vez fue en 1707, durante la Guerra de Sucesión, destruyéndose el arco de entrada de poniente.

Un siglo después, durante la Guerra de la Independencia, para impedir el avance de las tropas napoleónicas, se derruyó el segundo arco y esta fue la tercera agresión a tan magnífico monumento.

Siempre fue por motivos bélicos y por ese mismo motivo, pudo haber una cuarta destrucción que se estaba planeando por las tropas castellanas cuando Alfonso V se había apoderado de la ciudad de Alcántara.

Llegó entonces a oídos del rey que las tropas españolas estaban haciendo acopio de pólvora con la intención de volar el puente, pero esta vez no sería un arco sino una parte mucho mayor de su estructura, impidiendo así el desplazamiento de las tropas portuguesas hacia su país.

Enterado el rey portugués de las intenciones envió un emisario al duque de Villahermosa que comandaba el ejército castellano en el que le decía que no se le ocurriera derribar el puente, que él daría un rodeo con sus tropas, antes de que por su culpa se destruyera una construcción tan noble como aquella.

Y así lo hizo, parece que cogió un camino más hacia el norte y salió de España por la ciudad fronteriza de Piedras Albas.

Curiosamente, el rey Alfonso de Portugal mandó construir el Monasterio de Santa María de la Victoria, en la ciudad de Batalha, mientras Isabel I mandó construir el convento de San Juan de los Reyes en Toledo, entregado a la orden franciscana y que pretendía ser un mausoleo de la familia real, ambos en conmemoración de la Batalla de Toro que ganaron ambos, o ambos perdieron.

viernes, 24 de julio de 2020

TRIO DE VARONAS




Pensar que toda la atención que se dedica a las mujeres es cosa de nuestros días, es no conocer la realidad; y creer que la mujer puede entrar en la historia por haber sido nombrada a dedo para un cargo público, o por acceder al tálamo de un político, es también equivocado.

En días previos a la Guerra Civil española, la prestigiosa revista Blanco y Negro publicaba un artículo que llevaba el nombre que yo he copiado. En él se trataba la vida de tres mujeres singulares, una de ellas muy conocida, Agustina de Aragón y otras dos mucho más desconocidas: Antona García y María Sarmiento.

De la primera, Agustina Saragossa Domenech, que ese era su verdadero nombre, está todo contado. Es quizás el personaje femenino más ensalzado de todo nuestro elenco y muy merecidamente tiene su lugar preeminente en la Historia.

De las otras dos no se puede decir lo mismo, aunque el creciente auge en la producción de vinos, ha popularizado el nombre de una de ellas.

La ciudad de Toro, en la provincia de Zamora, fue durante toda la Edad Media  y buena parte de la Moderna, una ciudad de importancia capital. Construida en la margen derecha del Duero fue lugar de muchos acontecimientos importantes de nuestra historia. Desde tiempo inmemorial la vega del Duero ha producido vinos de excelente calidad, pero en los últimos veinte años el panorama productivo se ha ensanchado mucho y han aparecido nuevos vinos más suaves y apetecibles como el que lleva el nombre de una de nuestras heroínas: Antona García.

Había nacido en Toro en una fecha sin concretar del año 1425 en el seno de una familia perteneciente a lo que entonces se llamaba “pueblo llano” que era un colectivo formado por la burguesía de las ciudades y el campesinado del medio rural.

Aparte de la labranza de la tierra, en su seno se contemplaban oficios artesanales y actividades comerciales, mercantiles, etc.

Aun siendo de baja extracción, Antona contrajo matrimonio con Juan de Monroy, hijo natural de un noble de la época y con el que tuvo cinco hijos.

Reinaba en Castilla Enrique IV, apodado “el Impotente”, al que no se le veía posibilidad alguna de tener descendencia, por lo que muchos nobles castellanos pensaban y defendían que le sucediera su hermanastro Alfonso, como así fue durante casi tres años, pero al morir éste prematuramente y muy probablemente envenenado, esa nobleza se decantó por la también hermanastra Isabel, que a la postre sería la que ocupó el trono.

Sobre la particularidad de estos acontecimientos puede tener más información en mi artículo publicado en 2013 que se puede consultar en este link: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=%C2%A1A+tierra%2C+puto%21

Casi al final de la vida de Enrique IV, venía al mundo una niña, parida por la esposa del rey, a la el pueblo conoció como Juana “la Beltraneja”, por considerarla hija adulterina de la reina y de Beltrán de la Cueva, militar y noble muy apreciado en palacio.

Esta situación dio lugar a la Guerra de Sucesión de Castilla, entre partidarios de Isabel y los de la Beltraneja.

Juan de Monroy y su esposa, Antona, abrazaron el bando de la Beltraneja y por el lucharon con ahínco hasta comprender que todo estaba perdido.

El uno de marzo de 1476 se celebró la decisiva batalla de Toro entre los dos bandos, encabezados por la reina Isabel I y su esposo, Fernando de Aragón, que defendía su corona y Alfonso V de Portugal que defendía los derechos de la Beltraneja, a la sazón sobrina suya, por ser hija de su hermana Juana de Portugal.

La batalla tuvo dos campos de acción perfectamente definidos uno de los cuales fue notoriamente favorable a Isabel y Fernando y el otro algo más dudosamente a favor del príncipe Juan, hijo de Alfonso V de Portugal.

A pesar de su resultado incierto al final supuso la consolidación de Isabel como reina de Castilla.

Lógicamente, tras el cariz que tomaban los acontecimientos, la ciudad de Toro, ocupada por tropas portuguesas, que era pieza clave en la contienda y que permanecía fiel a la Beltraneja, inició un desplazamiento de bando al ver que la balanza se inclinaba hacia el lado contrario y algunos de los más poderosos hombres de la ciudad empezaron a contemplar la posibilidad de abrir la ciudad a las tropas de Isabel.

Entre estos disidentes se encontraba el esposo de Antona, Juan de Monroy y la propia esposa, así como otras personas influyentes que hacían todo lo contrario que se hace en el asedio de una ciudad, como era socorrer a los sitiadores de los que sabían pasaban grandes calamidades por falta de suministros. Así, les hacían llegar alimentos, pan y el famoso vino de Toro, a través de un pastor llamado Bartolomé que conocía todos los vericuetos para entrar y salir de la ciudad y que iba a indicar a los castellanos los puntos por los que podrían asaltar la ciudad.

Pero llegados a oídos portugueses, el jefe de la guarnición, el conde de Marialba, ordenó la detención de Monroy, Antona y varios conjurados más.

Mientras su marido consiguió escapar ayudado por Bartolomé, el pastor, Antona y sus cómplices fueron detenidos y el 9 de agosto de 1476, el conde de Mariblanca ordenó su ejecución, los cuales por pertenecer todos a la hidalguía, fueron ahorcados, pero Antona que era hidalga por matrimonio, no tuvo esa consideración y se la ajustició por “garrote vil”, el sistema empleado para los villanos, atada a la reja de una ventana de su propia casa.

Poco duró la resistencia de la ciudad y el 19 de septiembre las tropas castellanas entraron en Toro, donde la reina Isabel, al conocer con detalles los hechos ocurridos, mandó pintar de dorado la reja en la que Antona fue ajusticiada y por real orden de privilegio, concedieron para los cinco hijos de la fallecida y sus familiares, la exención de pagar tributos y el privilegio de hidalguía.

Antona fue enterrada en la iglesia de San Julián de los Caballeros y allí reposa.

 

Iglesia de San Julián de los Caballeros


El conocimiento de la tercera varona me llegó a través de un querido amigo y tocayo que me habló precisamente de su marido, personaje zamorano y toresano para más detalle, llamado Juan de Ulloa, al que apodaban “el Malo” y “el Trasquilao”.

Juan de Ulloa era, durante el reinado de Enrique IV, es decir, en la misma época que los anteriores personajes, alcaide del castillo de Zamora, pero eso de pertenecer a un estamento militar y a la baja nobleza castellana no le ofrecía impedimento alguno para dedicarse al pillaje y saqueo de toda la región, en beneficio propio y al frente de una tropa de forajidos.

A tanto llegó su vileza que las autoridades, encabezadas por el Mariscal de Castilla, Diego de Valencia, hubieron de ir contra él derrotándolo en combate.

Pero fuertemente apoyado debía estar el de Ulloa, señor de Villalonso que tras su derrota sigue conservando sus privilegios e incluso es nombrado alcaide del castillo de Toro, donde se afinca con su mujer, María Sarmiento, de la que le podría venir su situación preeminente, pues era hija del que fuera repostero del rey Juan II.

Al iniciarse la Guerra de Sucesión, ambos toman el bando de la Beltraneja y cuando las tropas de Isabel consiguen entrar en Toro, con la ayuda de la varona de la historia anterior, el Trasquilao desaparece. Se le da por muerto y es María Sarmiento quien durante un mes defiende el castillo de Toro, único bastión que queda frente al ejército de Isabel y no es hasta que consigue un perdón real para ella y sus hijos, así como seguir manteniendo el señorío de Villalonso y su castillo, cuando rinde la fortaleza.

Como se ve, María y Antona fueron primero del mismo bando, pero los acontecimientos las colocaron como grandes rivales y ambas entraron a formar parte de la leyenda zamorana que se refiere a la defensa y la toma de la ciudad de Toro.

Quizás no fueran tan importantes sus acciones como fundamentales fueron las defecciones de sus ambos esposos, más preocupados por salvar sus vidas que por defender el honor de la familia y sobre todo, capaces de dejar a sus mujeres solas ante situaciones tan comprometidas.

viernes, 10 de julio de 2020

MORIR POR LA CIENCIA



En 1987 un eminente zoólogo llamado Jorge Magraner que trabajaba en el Museo de Historia Natural de París, recibió una información que lo dejó desconcertado y persiguiendo aquella noticia, invirtió muchos años de su vida.

Magraner nació en 1958, en Casablanca (Marruecos), hijo de padres valencianos, pero nacionalizados franceses. Estudió en Francia donde obtuvo una licenciatura en zoología.

Acabados sus estudios realizó diversos trabajos relacionados con aves, destacando rápidamente por sus conocimientos y entrega, tanto, que el museo parisino lo reclutó.

Dedicado intensamente a su trabajo, a partir de haber recibido aquella información, su vida cambió radicalmente, apasionándose por el tema del que le informaban y que consistía en ciertas afirmaciones de que en una de las regiones más remotas de la Tierra vivía un extraño ser salvaje, con apariencia de humano, totalmente apartado de la civilización que de vez en cuando era visto fugazmente.

Se trataba de una zona ubicada al norte de Pakistán, fronteriza con Afganistán y ocupada por la cordillera del Karakorum, una cordillera en donde más de cuarenta picos superan los seis mil metros de altura. La capital de aquella comarca es la ciudad de Chitral que, llegado el otoño, la nieves y el hielo aíslan del resto de Pakistán y del mundo.

Aquella zona tiene un clima continental extremo y alcanza temperaturas de hasta menos 30ºC, pero la llegada de la primavera hace que todo el decorado cambie, pues la climatología se vuelve amable y el verde de los inmensos bosques y praderas terminan arrinconando las nieves a las cumbres montañosas.

Aquel mismo año Magraner viajó a Pakistán a buscar la cordillera del Karakorum, asentándose en Chitral. Primero con ayuda de intérprete y luego aprendiendo la lengua de la zona, año tras año, el zoólogo se fue integrando en la sociedad pakistaní y empezó a recoger testimonios de personas que habían tenido contacto visual con la extraña criatura en la que se combinaban los rasgos humanos y simiescos, al que los nativos llamaban “Barmanu” y estaban bastante acostumbrados a sentir su presencia, siempre esquiva y en ningún caso violenta o peligrosa.

Lo más sorprendente para el zoólogo era que los testimonios recogidos en una zona muy amplia, de más de diez mil kilómetros cuadrados, en las que no hay carreteras ni casi vías de comunicación que ponga a las gentes en contacto unos con otros, eran perfectamente coincidentes y todos describían a la criatura como un bípedo, con el cuerpo cubierto de espeso vello y de complexión muy fuerte; brazos largos, piernas cortas y pies y manos enormes. Su altura no debía sobrepasar los ciento setenta centímetros y todos los avistamientos habían sido en zonas montañosas, en cotas superiores a los dos mil metros y siempre en los lugares más recónditos e inaccesibles, donde su presencia difícilmente podía ser advertida, pues no eran sitios frecuentados por los humanos.

En su afán por esclarecer el misterio que rodeaba a esta extraña criatura, Magraner estuvo durante quince años desplazándose a Chitral para continuar sus investigaciones y durante este tiempo adquirió un buen conocimiento de las lenguas habladas en la zona, así como iba adquiriendo la confianza de aquellos pobladores, en principio muy reacios a la presencia del investigador.

 

Magraner en Chitral

 

Durante esos años encontró huellas de pisadas, las cuales estudió en profundidad, llegando a la conclusión de que eran muy similares a las humanas, pero no eran de hombres actuales.

Asimismo, encontró restos orgánicos del extraño ser que sometió a análisis de ADN y que arrojaron un dato escalofriante. Se trataba de una especie animal muy vinculada con la humana, sin llegar a serlo y sin posibilidad de comparación con otra especie existente; es decir, era completamente desconocida para la ciencia.

Magraner preparó un cuestionario completísimo a rellenar con las descripciones de las personas que habían protagonizado algún avistamiento y de una manera sorprendente las descripciones que se iban aportando ofrecían una plena coincidencia entre ellas.

También se dibujaron retratos-robots con una coincidencia escalofriante: arcos superciliares muy pronunciados, pómulos sobresalientes, ausencia de barbilla, nariz chata, vello recubriendo todo el cuerpo, extremidades muy largas…

Una batería de dibujos y fotografías de neandertales, cromañones,  homínidos, primates, aborígenes y miembros de tribus muy primitivas, se expuso a los avistadores y sorprendentemente todos señalaban el mismo dibujo, con las características más arriba reseñadas. Era lo más parecido a un hombre del Neandertal, un antecesor humano al que se supone desaparecido desde hace más de treinta mil años.

Esta información no tiene nada de original, se podría decir. Muchos años antes, el neozelandés Hillary, que junto al sherpa Tenzing fueron los primeros en coronar el Everest, ya había oído a los sherpas hablar del extraordinario hombre de las nieves, el conocido como “Yeti”, cuyo primer testimonio fotográfico se debe al alpinista Eric Shipton que a punto estuvo de ser el primero en coronar el Everets, pero que en su descenso si que fue el primero en fotografiar unas huellas de pisadas de pie descalzo de apariencia humana, pero absolutamente impensable que en aquella altitud un humano fuese descalzo.

El mismo Hillary encontró también huellas de pisadas y restos de pelo. Las conclusiones científicas del momento eran las mismas con las que se encontraba Magraner: un ser homínido, de mayor estatura que el “Barmanu”, recubierto de pelo, esquivo y habitando a unas alturas casi incompatible con la vida para humanos.

En 1998 el escalador estadounidense Craig Calonica informó que a seis mil metros de altura, en la cara china del Everest, se topó con dos criaturas, el primero de aproximadamente un metro ochenta que caminaba erguido y no era humano. Al poco apareció una segunda criatura, algo más baja, pero con sus mismas características. Eso hace sospechar que serían hembra y macho del espécimen que fuera.

Por si eran pocas coincidencias entre el “Barmanu” y el “Yeti”, aún hay otro episodio de similares características ocurrido a muchos kilómetros del Himalaya y que es conocido como “El Yeti ruso”.

En la frontera de Rusia con Turquía, una zona conocida como Daguestán, cruzada por la cordillera del Cáucaso, en 1941, el ejército ruso capturó a una persona extraña a la que primero calificaron como espía pero que al ir estudiándolo, decidieron que no era un hombre como el resto de los habitantes de la zona. En vista de la complejidad del asunto, solicitaron la presencia de un médico que tras examinarlo detalló que parecía un hombre primitivo, con ciertos rasgos prehistóricos, con el cuerpo cubierto de vello largo y lanoso, con brazos largos y piernas cortas y lo que más sorprendió al médico fue su mirada, posada en algo lejano, sin fijación, como la de los animales.

Su recomendación fue devolverlo al entorno donde lo habían encontrado, pero el ejército optó por fusilarlo.

El hecho no pasó desapercibido para todo el mundo y con el paso del tiempo se supo que no era el primer espécimen hallado en la zona donde los conocían por el nombre de “Almas” y se decía que desde el Cáucaso hasta Mongolia, a lo largo de las cordilleras de toda la zona, la presencia de estos seres era bastante regular.

Una somera observación de un mapa nos acerca bastante a la situación. Están realmente lejanos un punto de los otros dos, pero forman casi una identidad orográfica continua que muy bien haya podido ser el espacio por el que se han ido desparramando estas extrañas criaturas, sobre cuya existencia no cabe duda alguna y cuyas características personales son casi idénticas. Un dato muy revelador que se repite a lo largo de todo ese espacio geográfico es que las criaturas que han sido avistadas no emiten ningún sonido humano, simplemente gruñen guturalmente, como cualquier otro animal carente de aparato fonador.

Magraner era consciente de esta realidad y por eso insistió durante quince años en encontrar a una de estas criaturas, buscándola en la zona en la que se sabía de su existencia.

Indudablemente se trataba de un ser esquivo, desconfiado, que vivía feliz en sus territorios aunque estos fueran tan inhóspitos como el Karakorum, donde muy posiblemente entraran en hibernación cuando el frío se apoderaba del lugar.

Quizás de los tres especímenes, el Barmanu es el más documentado, gracias a la constancia de Magraner que año tras año invertía su dinero y sus vacaciones en trasladarse a Chitral y continuar su búsqueda.

Pero Chitral se estaba convirtiendo en una zona peligrosa. Todo Pakistán lo era, por el auge que el fundamentalismo islámico estaba experimentando desde la radicalización de los ayatolas.

Magraner convivía con los kalash, pueblo que habita en aquella zona y aunque varias de sus tribus eran politeístas, al estilo indio, la radicalización fundamentalista se iba apoderando del entorno. La intransigencia islámica lo tenía por cristiano y eso suponía una enemistad secular para el Islam.

En el año 2001, Magraner denunció a las autoridades pakistaníes que estaba siendo objeto de insultos y amenazas por parte de personas muy concretas de los alrededores de su residencia, pero en ese momento Pakistán vivía un estado convulso de atentados y asesinatos y nada hacen por la seguridad del científico, salvo recomendarle que se aleje una temporada.

Entre el dos y el tres de agosto de 2002, Jordi Magraner fue asesinado junto con un sirviente, en su propio domicilio. Los autores los degollaron a ambos y para disimular, robaron determinadas piezas, entre ella un ordenador que fue encontrado tiempo después en la vivienda de uno de los sospechosos del doble asesinato, un afgano llamado Mohammad Deen.

El amor por la ciencia puede llevar a situaciones dramáticas como esta.

jueves, 2 de julio de 2020

RAIMONDO DI SANGRO




En 1894 un cronista napolitano llamado Fabio Colonna hizo un descubrimiento terrorífico. En la casi olvidada capilla de Sansevero, de Nápoles que había sido propiedad de la familia principesca de Di Sangro, aparecieron dos cajas de madera que contenían dos esqueletos humanos con sus vísceras blandas y sus venas momificadas, más bien petrificadas, pertenecientes a un hombre y una mujer, que presentan unos rostros con expresión de terror que asustan nada más mirarlos.

Se veía claramente que eran obra humana y rápidamente se pensó en un personaje lúgubre y macabro que vivió en el siglo XVIII y que, perteneciendo a la familia titular de la capilla, había sido conocido como Raimondo di Sangro.

Conocido también como Príncipe de Sansevero, nació el año 1710 en el seno de una poderosa familia napolitana. Su madre murió a los pocos meses y su padre, viudo joven y príncipe poderoso, cometió tantos desmanes sexuales que finalmente fue expulsado de Italia, así que, con poco más de un año, Raimondo fue confiado a la tutela de su abuelo, iniciando a la edad adecuada sus estudios sobre literatura, geografía y artes caballerescas, tan al gusto de la época.

Muy pronto, sus preceptores descubrieron que tenía una mente prodigiosa e impulsaron a su padre y su abuelo a enviarlo al Colegio Jesuita de Roma, la escuela más prestigiosa de la época, donde completó su formación en filosofía, lenguas, ciencias naturales, hidrostática y arquitectura militar. Llegó a dominar ocho idiomas y con apenas veinte años, había completado sus estudios, trasladándose a vivir a Nápoles, donde residió en el palacio de Sansevero.

Se casó con su prima Carlota, riquísima heredera con la que se sabe que tuvo un hijo, Vicenzo.

Fue amigo personal del rey de Nápoles, que posteriormente sería Carlos III de España, el cual lo distinguía con su amistad y numerosas condecoraciones.

Raimondo inventó un dispositivo hidráulico completamente innovador y un arcabuz que no usaba mecha para iniciar el disparo, sino aire comprimido, construyendo un ejemplar que regaló al su amigo el rey. También inventó un cañón mucho más ligero de peso y de mayor alcance. Según su biógrafo, el arma estaba hecha de una aleación especial muy ligera y resistente, cuya composición no se supo nunca.

Y es que trabajar en laboratorio era la pasión de Raimondo, considerado como un experimentado alquimista que no buscaba la piedra filosofal, sino la posibilidad de volver a la vida a los seres fallecidos. A pesar de sus buenas intenciones, no se tienen noticias de que en este campo hubiera obtenido ningún éxito.

Construyó un carro anfibio capaz de trasladarse sobre el mar al convertir sus ruedas en paletas impulsoras, con el que se paseaba todos los domingos, ante la expectación de la ciudadanía.

Inventó, así mismo, una cera vegetal que se comportaba como la cera de abejas, una seda, también vegetal y con idéntico comportamiento y con esta seda produjo un papel muy especial, como los que se elaboraban en China.

Si bien no conseguía que nadie regresara del mundo de los muertos, si que es cierto que empezó a adquirir fama como sanador cuando en 1747 salvó al Príncipe de Bisignano de lo que los médicos pronosticaban como muerte segura, así como la de alguna otra personalidad de la época, casos sobre los que existen testimonios médicos de la recuperación de los pacientes.

En una revista de Florencia publicó un descubrimiento que había realizado de manera accidental, cuando experimentaba en su laboratorio. Consistía en una sustancia inflamable que una vez encendida había seguido ardiendo durante meses sin que experimentara ninguna disminución en su peso. Lo llamó La Luz Perpetua y se abstuvo de notificar cual era su composición, aunque reconoció que entre otras sustancias contenía una extraída de los huesos del cráneo humano.

Este invento ha sido muy discutido y la ciencia no lo reconoce como tal, existiendo algunos científicos de la ápoca que pensaron que Raimondo hacía una referencia esotérica, más que una divulgación científica, porque ya, sobre toda su personalidad, pesaba más el aspecto hermético.

Dejando para el final la historia de los dos esqueletos con vísceras y venas hallados en la capilla de Sansevero, es de reseñar que dicha capilla es de una belleza extraordinaria y actualmente está convertida en museo, y es uno de los más visitados de Nápoles.

En ella y entre las muchas y valiosas piezas existentes, nos encontramos una obra casi única. Se trata del Cristo Velado, una escultura en mármol de un Cristo fallecido y cubierto por un lienzo, a través del cual se puede observar toda la anatomía y las facciones del yacente.

 

Detalle de la capilla y el Cristo Velado

 

La obra se realizó por indicación de Raimondo quien primero se la encargó a un famoso escultor de la época, Antonio Corradini, el cual murió al poco tiempo habiendo realizado solamente la maqueta de la obra en terracota.

En vista de la situación, di Sangro se la encargó al escultor Giuseppe Sanmartino, que sin respetar la idea de su antecesor creó una obra de arte digna de toda admiración.

La obra se terminó en 1753 y fue inmediatamente objeto de admiración general. La complejidad de obtener una “transparencia” inducía a pensar que toda la obra no podía ser una sola pieza de mármol y la fama de alquimista del mecenas, impulsaba esa idea. Se decía que en sus muchos experimentos, di Sangro había encontrado la forma de ablandar el mármol y que así habían podido trabajarlo con la perfección que se apreciaba y en cuanto al velo, era un velo real extendido sobre la escultura y que habría sido tratado con alguna de las sustancias misteriosas que el alquimista usaba para convertirlo en mármol.

Investigaciones científicas realizadas sobre la escultura demuestran que el velo forma parte de la pieza de mármol sobre la que está esculpido el Cristo y el conjunto es producto exclusivo del arte y no de practicas alquimistas.

Sin embargo, lo de ablandar el mármol, como también se dijo de las piedras graníticas de las pirámides o las construcciones incas, es algo que muy posiblemente pasadas civilizaciones conocieron.

Pero la pieza magna de la capilla de Sansevero son las dos “máquinas anatómicas” descubiertas a finales del siglo XIX.

 

Las llamadas Máquinas anatómicas

 

Dentro de dos esqueletos, masculino y femenino, se encuentran vísceras blandas, corazón, páncreas, hígado…, más que momificados, petrificados y todo un entramado de venas y arterias mostradas con una precisión y conocimiento anatómico extraordinarios.

De inmediato se adjudico a Raimondo aquel sombrío descubrimiento y se supuso que aquellos esqueletos pertenecían a dos personas a las que el príncipe habría sometido a una prueba realmente cruel y macabra.

Ya habían pasado cien años desde la muerte de di Sangro, por lo que todo lo que en ese momento se asegurase no pasaba de ser meramente especulativo.

Así, se supone que di Sangro utilizó en su experimento a dos personas vivas, a las que introdujo en el torrente sanguíneo una solución a base de metales pesados, posiblemente mercurio y alguna otra sustancia que el corazón de ambos fue bombeando y distribuyéndola por toda la red de venas, arterias y capilares, que se iban petrificando, lo mismo que las vísceras que recibían dicha sangre.

Lógicamente, para que el corazón bombeara la sangre, las dos personas debían estar vivas y soportando un proceso que debería ser largo y muy doloroso, lo que explica la expresión de pavoroso sufrimiento que muestran hasta que se produjera la muerte al petrificarse la sangre.

No se sabe quienes eran las personas que padecieron este doloroso experimento, aunque se supone que debían ser sirvientes suyos a los que obligara a participar, o esclavos que comprara para tal fin.

Como siempre suele ocurrir, frente a la evidencia de las dos momias, han surgido voces más o menos acreditadas desmintiendo la veracidad de tales momias y aduciendo que son objeto de taller, creados con cera y seda, como la que Raimondo había inventado, pero todos han coincidido que los esqueletos son auténticos y la posibilidad de crear un entramado de venas y arterias como las que presentan las dos “máquinas anatómicas” es más difícil de conseguir que la transparencia del mármol en la escultura de Cristo Velado.

Raimondo di Sangro falleció en 1771 en Nápoles y su hijo se deshizo de todas las pertenencias de su padre.

Actualmente la capilla de Sansevero pertenece a la familia napolitana d’Aquino y está convertida en museo.