El país independiente más
pequeño del mundo es el Estado de la Ciudad del Vaticano, cuya superficie no
llega ni a medio kilómetro cuadrado y apenas tiene novecientos habitantes,
prácticamente todos relacionados con la sede pontificia. El siguiente estado en
dimensión es el Principado de Mónaco que tiene apenas dos con cinco kilómetros
cuadrados.
¿Y cuál es el tercero? Pues el
tercero no es ni la República de San Marino, ni Andorra, ni Liechtenstein, sino
un país completamente desconocido, ignorado y perdido en la inmensidad del
Océano Pacífico. Se trata de la República de Nauru, un estado independiente de
la Micronesia, compuesto por una sola isla que está situada justo al sur de la
línea del Ecuador, entre las Islas Salomón y Papúa Nueva Guinea y a cuatro mil
kilómetros al norte de Australia.
Es un atolón coralino que
tiene forma casi circular y cuya superficie es de veintiuno con tres kilómetros
cuadrados. Dos siglos atrás, la isla fue descubierta por un ballenero ingles
cuyo capitán la bautizó como Isla Agradable, por el trato que recibió de sus
habitantes, así como por la bondad del clima y la belleza de sus aguas y
playas.
Sus habitantes vivían en un
estado de permanente felicidad, pues tenían todo cuanto necesitaban: pesca
abundante, millares de aves para consumo, bellísimas playas y árboles de los
que sacaban todo su producto.
Cuando Alemania comenzó su
despliegue por el Pacífico a finales del siglo XIX (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2015/04/una-isla-para-perderse.html ), se anexionó la isla de Nauru como una colonia más del imperio alemán, pero tras
la derrota sufrida en la Primera Guerra Mundial, aquella colonia se convirtió
en un protectorado de las Naciones Unidas (entonces Sociedad de Naciones) y
cuya administración se concedió a Australia, Nueva Zelanda y a Gran Bretaña.
Fue ocupada por los japoneses
durante la Segunda Guerra y con el fin de la misma y la victoria aliada, volvió
a ser protectorado hasta que en el año 1968 alcanzó la independencia.
Aquella isla, que es tan
anómala que ni siquiera tiene capital, pues carece de verdaderas ciudades y
toda ella es lo que ahora llamamos un diseminado, no tenía ningún interés para
los europeos, salvo como fondeadero de los buques que navegaban por aquellos
mares para hacer agua o alimentos, pero en uno de los viajes que los balleneros
hicieron, alguien se llevó un trozo de madera petrificada, quizás porque le
pareció bella para hacer algún tipo de escultura.
Quiso la casualidad de que el “xilópalo”, nombre científico de la madera fosilizada,
fuera a caer en manos de un químico que se dispuso a analizarla, comprobando
que poseía una enorme cantidad de fosfatos, lo que despertó un interés inicial
por aquella isla.
Pero aún hubieron de pasar
años hasta que se organizó una expedición científica que comprobó que,
efectivamente, bajo el suelo de la isla había una concentración de fosfatos en
una cantidad y de una pureza nunca conocidas, cuyo origen aún no está
totalmente clarificado, pues hay quien mantiene la teoría de que procede de la
acumulación de excrementos de aves, mientras que otras hipótesis defienden su
procedencia volcánica, o marina.
La cuestión es que desde principios del pasado siglo,
millones de toneladas de fosfatos fueron enviados a Australia y Nueva Zelanda,
en una extracción incontrolada de la que los naturales de la isla solamente
obtenían el beneficio de los salarios que percibían como trabajadores.
Pero con la independencia de
la isla, los yacimientos de fosfatos fueron nacionalizados y los ciudadanos de
la isla, que es la república más pequeña del mundo, se convirtieron en uno de
los pueblos más ricos del planeta, en consideración a su renta per cápita.
Efectivamente, cuando la
enorme riqueza que proporcionaban los fosfatos se divide entre su índice
demográfico, que hasta 2011 no ha sobrepasado los diez mil habitantes, nos da
una proporción que no alcanzan ni los países más ricos del planeta.
Pero los fosfatos no podían
ser eternos y una explotación incontrolada y totalmente especulativa, acabó con
ellos, no sin que antes se hubiera advertido del peligro que se estaba
corriendo y la caótica situación en la que iba a quedar el pequeño país, al que
habían sacado todo su subsuelo, dejando el terreno inservible para cualquier
actividad, además de haber desertizado todo el interior de la isla.
Para paliar los efectos que el
final de la explotación minera traería a la isla, se hicieron inversiones
durante los años 70 y 80 que comprendían bienes raíces, líneas aéreas, navieras
e incluso espectáculos musicales londinenses, pero su escasa visión financiera,
o los asesores aprovechados, dieron al traste con todas esas inversiones que,
de más de ochocientos millones de dólares de aquella época, se devaluaron hasta
los ciento y poco, a la vez que desangraban al gobiernos en pleitos financieros
con Australia, Estados Unidos y Gran Bretaña.
Refinería de fosfatos
abandonada
En abril de 1999 el presidente
de la República de Nauru, Bernard Dowiyogo se dirigió a sus ciudadanos a los
que advirtió que estaban en bancarrota; que habían acumulado deudas imposibles
de hacer frente y que la explotación de los fosfatos había llegado a su fin.
Acusó a todos los ciudadanos de Nauru de vivir muy por encima de sus
posibilidades, lo que había sido cierto, pues raro era el ciudadano que no
tenía uno o dos coches, televisiones o electrodomésticos de última generación y
casas confortables y todo ello sin que la inmensa mayoría tuviera que hacer
absolutamente nada y otros, los más desfavorecidos, trabajando para la
administración o en las minas.
No se anduvieron con
chiquitas, los parlamentarios decidieron “matar al mensajero” y Bernard fue
botado y sustituido por René Harris, un antiguo presidente de la Nauru
Phosphate Corporation. Como poner al zorro a guardar las gallinas y era el
séptimo presidente en tres años, como si para salir de la situación lo único
que hubiera que hacer fuera cambiar al dirigente.
La situación actual es
totalmente catastrófica, muy propia de los países colonizados en los que la
ambición sin límites lleva a una explotación masiva de sus recursos,
llevándolos a la más profunda miseria, a la vez que dejando unas secuelas
dignas de estudio.
Aspecto actual de la
isla. Se aprecia la devastación de la zona central
Por ejemplo, durante noventa
años se ha extraído fosfato produciendo una gran riqueza que permitió construir
un puerto y un aeropuerto, a la vez que una carretera que recorre todo el país.
Desde 1968 que se declara independiente, trata de nacionalizar la minería del
fosfato y lo consigue años después, cuando inicia el proceso de convertirse en
el país con la mayor renta del mundo.
Esta situación trae el
progreso y a los bienes de equipo, a que antes se ha hecho referencia, hay que
agregar el gusto por las buenas comidas, el alcohol y otras costumbres
perniciosas, a las que agregan su escasa actividad física, pues la mayoría no
tiene que trabajar.
Pasaron de una dieta sana y
equilibrada a base de pescado, frutas y algo de aves, a consumir
desaforadamente comida enlatada que no había que cocinar, bollería industrial y
todo lo que llamamos “comida basura” y eso, a no muy largo plazo, produce una situación difícilmente
asumible, pues el pueblo actualmente padece enfermedades propias de los ricos,
como diabetes, hipertensión arterial, cardiopatías, colesterol altísimo,
arterioesclerosis, obesidad mórbida y otras dolencias, para las que no hay
recursos con los que combatirlas y sus expectativas de vida se han quedado
reducidas a los cincuenta y cinco años. Actualmente Nauru, con sus casi catorce
mil habitantes ocupa el primer lugar del ranking mundial de habitantes con
sobrepeso, pues nueve de cada diez padecen esta alteración.
La devastación de la isla ha
propiciado la deforestación y como consecuencia, la escasez de aves, a la vez
que la mayor parte de la costa se ha visto agredida y la fauna marina se ha
mermado mucho.
En 1994 el gobierno de Nauru,
previendo un fin cercano de la actividad minera, realizó un estudio sobre los
costes de la rehabilitación del territorio que se cifró en doscientos diez
millones de dólares de la época y un periodo de al menos veinte años para
conseguir la recuperación total.
Recientemente se le han
concedido préstamos blando, pero que entrañan la obligación de devolverlos
cuando la posibilidad de adquirir recursos no va más allá que reduciendo gastos
y gravando a los ciudadanos, que hasta ahora no pagaban impuestos y que tendrán
que comenzar a hacerlo, aunque uno se pegunta de donde saldrán si no hay rentas
por el trabajo o el capital.
Es lamentable comprobar cómo
la ambición puede llevar a destruir a un pueblo que si bien no tenía unas
características propias y singulares, vivía feliz al sol y junto a un mar paradisíaco,
con una falta total de escrúpulos y pretender luego desentenderse y dejar a
unos miles de pobres infelices a su negra fortuna.
Nauru es actualmente uno de
los países con menos recursos del mundo y aunque no ha llegado aún a un estado
de pobreza extrema, sin duda alguna llegará y pasará de ser el país más rico,
al más pobre.
Además, seguirá siendo un país
raro, donde los pobres están gordos.
Si quiere completar esta
información sobre la extraña obesidad que planea sobre este país, puede pinchar
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