viernes, 29 de junio de 2018

INVENTO O FRAUDE





En los últimos tiempos nos están haciendo un lio tan tremendo a la hora de elegir qué vehículo comprar  que muchos no nos decidimos a cambiar de coche hasta que nos aclaren las posibilidades.
El motor diesel, que echaba mucho humo, pero que contaminaba poco, decían, resulta que ahora contamina una barbaridad. Su publicidad era: El kilometro a mitad de precio, porque los motores consumían menos combustible que además, era mucho más barato que la gasolina. Pero los gobiernos estuvieron rápidos en aumentar los impuestos del gasoil  y equiparar el precio con la gasolina, aun cuando el producto costaba la mitad. Era mucho más rentable pues hasta la equiparación del precio, todo eran beneficios para el Estado.
A este política impositiva se unió el avance tecnológico que se iba introduciendo en los motores de gasolina, cada vez más eficaces y con menos consumo y averías, hasta resultar que ahora son más recomendables. En este apartado la consigna catastrofista de que en pocos años se dejaran de fabricar los motores diesel, cierra el círculo evolutivo y hace que nos decantemos por el motor de gasolina.
Porque las alternativas de vehículos híbridos son un parche que no conducen a nada. Si sales a carretera, el motor eléctrico no funciona prácticamente, por lo que todo el trayecto se desarrolla quemando gasolina y solamente en recorridos urbanos, sin que se pueda pasar de cincuenta kilómetros a la hora, estará funcionando el motor eléctrico, pero, ¡oh fatalidad!, la batería dura poquísimo, apenas dos o tres kilómetros y entonces vuelta al motor de explosión y a recargar la batería.
Al menos es así en nuestro Toyota Hibrid, líder mundial en este segmento.
El coche eléctrico necesita recargar baterías cada trescientos o cuatrocientos  kilómetros y el proceso de recarga puede durar más de una hora. No es solución para nadie que emprenda un viaje de más kilómetros.
¿Son estas las únicas alternativas que existen para la automoción? No lo sé, pero voy a contar una historia que tiene ya algunos años y de la que se habla poquísimo, casi nada.
Se iniciaba la década de los setenta, aquella que produjo el gran cambio de España, cuando un  nuevo acontecimiento se asomó a las páginas de los periódicos de mayor tirada y lo que era aún más importante, a la pequeña pantalla de la única televisión que en aquellos momentos teníamos: un español, un hombre totalmente desconocido, había inventado un motor que funcionaba con agua.
Como es natural, en un momento en el que nuestra economía era enormemente deficitaria y que tanto dependíamos del petróleo que unos años después nos llevó a la primera gran crisis de los últimos tiempos, el que un español inventase un motor movido por agua era una noticia de primera magnitud.
Su inventor era un perito industrial nacido en Valle de la Serena, Badajoz, afincado en Sevilla y llamado Arturo Estévez Varela que había inscrito la patente de su invento en julio de 1970, registrada con el número P0381684.
No solamente en España se dio tratamiento de honor a la noticia, el mundo entero, acogió con grandes expectativas lo que podría ser una solución a la dependencia energética del petróleo.
Don Arturo, como la prensa del momento le llamaba, presentó su invento en su pueblo natal, a donde acudieron algunas autoridades, no todas las que el inventor hubiese deseado, pero sí muchas, para aquella época, en la que apenas salíamos del oscurantismo.
Como es natural, el inventor ofreció a los medios informativos la documentación que se podía dar y concluyó dando un largo paseo en una motocicleta que utilizaba el hidrógeno del agua como combustible y el oxígeno, su otro componente, como comburente necesario. El resultado es que la motocicleta caminó y caminó, hasta que todos se hartaron de la demostración y se marcharon a tomar una copa de “vino español”, con la que se cerraban todos estos actos y que, por supuesto, pagaba el inventor.
¡Cuatro litros de agua eran capaces de hacer recorrer novecientos kilómetros a aquella motocicleta!, decía don Arturo, pero el tema era demasiado bonito para que fuese de una singularidad así.
El inventor cogió un botijo y dio un trago de agua, luego volcó el  búcaro en un depósito al que añadió unas bolitas de una sustancia que no desveló, arrancó la motocicleta y empezó a circular con ella. Hoy se sabe que aquellas bolas eran de boro, un metaloide muy abundante en la naturaleza, pero nunca libre, por lo que ha de obtenerse a partir de otras sustancias. Ese elemento era absolutamente necesario para potenciar la reacción química en la que se produjese la descomposición del agua en hidrógeno y oxígeno con la fuerza adecuada para desprender tal cantidad del primero de los gases que fuese capaz de ser comprimido y explotado a continuación, usando un motor de combustión interna como los que se venían fabricando en la época.

El inventor, el botijo y la motocicleta

En un derroche de esplendidez, el inventor regaló la patente al estado español que en principio no sabía qué hacer con aquel invento.
La cosa alcanzó tal magnitud que en la polémica intervino el mismo Franco, que zanjó la cuestión encargando al Colegio oficial de Ingenieros un informe sobre la viabilidad del proyecto.
No se conoce la composición del equipo que examinó minuciosamente el invento, lo que sí se sabe es que la conclusión fue que la obtención del boro a un porcentaje de pureza como requería el funcionamiento de aquel motor, alcanzaba cifras que lo hacía muchísimo menos rentable que la gasolina.
El pragmático Franco zanjó el asunto mandando archivar aquel invento, apostrofando que ya habíamos hecho bastante el ridículo como para seguir en el intento.
Ha pasado casi medio siglo y no se ha vuelto a hablar de don Arturo y de su invento, si bien, de vez en cuando, en alguna parte del mundo surge la noticia de que un fulano ha inventado un motor que funciona con agua.
Don Arturo no era ningún ingenuo ni ignorante. A  su nombre hay registradas veintidós patentes de inventos que van desde un asador de pollos por rayos infrarrojos, máquina para aventar cereales, que hoy se emplea en las cosechadoras, acumuladores de energía, y hasta un diseño de alas especiales para aplicarlas en la aviación al objeto de disminuir la caída de aeronaves y satélites artificiales. Si alguien está interesado, en la Oficina Española de Patentes y Marcas están registrados todos los inventos de Arturo Estévez Varela.
Hace unos días se ha dado a conocer un invento capaz de extraer el agua del aire de los desiertos, con lo que se podría paliar el problema de las sequías y hambrunas en todo el mundo, porqué no se ha ahondado más en el tema de este invento.
Siempre surgen las llamadas políticas conspiranoicas y el hecho de que en Estados Unidos hubiesen asesinado a Stanley Meyer, un inventor que también había anunciado la construcción de un motor de agua, justo el día antes de firmar un contrato con el Ministerio de Defensa de EE.UU, vino a arrojar leña al fuego.
Se decía que la grandes petroleras habían acallado el invento pagando fuertes sumas por la patente, para después dejarla dormir y no perjudicar el inmenso negocio del petróleo, también se decía la prudencia del gobierno de Franco de no hacer un ridículo internacional cuando estábamos empezando a incorporarnos a las sociedades occidentales. Por último, quizás lo que fuera más razonable: el precio del boro cristalino de un 99% de pureza necesario para provocar la reacción.
Pero quizás había otras dos razones y la primera era de orden político. El primer productor de boro del mundo era la URSS y a ningún país occidental le apetecía iniciar una dependencia de aquella nación comunista, pues si se implantaba este motor, la producción de boro experimentaría una demanda muy superior. La segunda la falta de interés para investigar seriamente sobre el asunto.
Después de medio siglo, el invento de don Arturo no está olvidado y hay varios departamentos técnicos de Universidades, sobre todos la americana de Minnesota que está trabajando desde hace años en este campo con la intención de perfeccionar el invento y producir motores de una manera rentable.
Igualmente el servicio de investigación tecnológica del gobierno de Israel se encuentra trabajando seriamente en el invento y es muy posible que en breve tengamos alguna noticia al respecto.
Para mí hay algo claro que debe prevalecer. Lo primero es determinar que el invento no es un fraude, que un motor de agua puede funcionar, aunque sea agregándole boro y este resulte muy caro, porque desde el primer motor de explosión de gasolina hasta los actuales, hay una separación sideral y es cuestión de investigar para rentabilizar el invento.
Por otro lado no es despreciable considerar que este motor sería anti contaminante, pues de su escape saldría oxigeno que ayudaría a combatir la contaminación atmosférica, el efecto invernadero y el agujero de la capa de ozono.
No sería ninguna tontería, don Arturo.

viernes, 22 de junio de 2018

"MEDEN AGAN"





No me estoy refiriendo al conjunto musical griego que interpreta música de la llamada “Metal Sinfónica”. Me refiero a una frase que figuraba grabada en el frontispicio del templo de Apolo, en Delfos. Allí, junto a la muy famosa de “Conócete a ti mismo”, aparecía “Meden Agan”: “Sin Excesos”.
Y estaba allí para honrar la memoria de un poeta, político, legislador y hombre sabio llamado Solón, considerado uno de los Siete Sabios de Grecia.
La vida de este personaje es un ejemplo de superación y de enfrentamiento con la adversidad. Hijo de una familia muy bien situada, su juventud discurría plácidamente hasta que su padre, afamado hombre de negocios, cayó en bancarrota.
Solón, que pasó de la opulencia más ofensiva a la pobreza más absoluta, se hizo cargo de la quebrada hacienda familiar y en pocos años consiguió sacarla a flote, ganando, además de un importante patrimonio, la fama de hombre sagaz y de honrado, lo que no era poco en aquellos años.
Nunca se había metido en política, si bien se había relacionado con las altas jerarquías de Atenas, así que cuando llegó el momento de las elecciones en la ciudad no pudo evitar que sus conciudadanos lo eligiesen por aclamación para “arconte”, representante de una clase social que era conocida como “eupátrida” que quiere significar algo así como “los bien nacidos”.


Busto de Solón en el museo de Nápoles

Cuando se dice que Grecia es la cuna de la democracia, conviene señalar que no todas las “polis” griegas aplicaban principios democráticos en su gobierno y la única verdadera democracia es la que se vivía en Atenas, la capital de una zona conocida como Ática que, frente a las otras ciudades estados, tenía la ventaja de haber desarrollado un floreciente comercio naval, que junto a unas minas de plata y canteras de mármol, impulsaron a la floreciente sociedad ateniense.
Al poco de ser elegido, Solón se había hecho casi por completo con el control legislativo de la ciudad en la que empezó a demostrar su verdadera valía.
Una de sus primeras medidas fue la abolición de la esclavitud por deudas, una situación muy delicada que estaba llevando a la ciudad a una pérdida constante de artesanos cualificados y pequeños propietarios que abrumados por los débitos, muchas veces usurarios, terminaban convirtiéndose en esclavos del acreedor; la otra medida, complementaria de ésta fue la devaluación de la moneda, para facilitar que los libertos pudieran extinguir sus deudas con mayor facilidad.
Su siguiente medida y lo que causó una gran revolución fue la de dividir a la población según el censo fiscal.
Todos los ciudadanos del Ática eran libres y estaban sujetos a las mismas leyes, pero los derechos no eran igual para todos, estaban baremados según los impuestos que pagaba cada uno.
Los que más contribuían tenían el privilegio de servir más y mejor a la comunidad, en la que se valoraba altamente el poseer un cargo público, tanto en el ejército como en las distintas administraciones.
La sociedad quedó dividida en cuatro clases cada una de ellas con más derechos que la siguiente en el escalafón.
Solamente de entre los primeros se elegía a los “arcontes”, los diputados o magistrados de la ciudad, por votación directa entre todos los ciudadanos pertenecientes a dicha clase.
Hoy sería algo incomprensible, porque se ha luchado por el sufragio universal y solamente por sentencia judicial se puede tener restringido el derecho a elegir o ser elegido, pero en aquella sociedad de hace dos mil quinientos años, la cosa debió parecer como lo más natural del mundo.
¿Cómo va a participar en el gobierno de la “polis” quien no contribuye a su mantenimiento?
Parece una reacción lógica para una sociedad reducida en la que prácticamente todos los ciudadanos se conocían.
Pero el legislador no paró ahí; fue aún más allá y le metió mano al código moral y de buenas costumbres, calificando el ocio como delito contra la ciudadanía y condenando, a quien no ejercía ninguna actividad productiva, a penas como el ostracismo o la pérdida de la ciudadanía, con todas las consecuencias que eso conllevaba.
Los atenienses no elegían a nadie para que los representara, cada uno podía exponer su pensamiento en las reuniones del “parlamento”, cosa que ocurría semanalmente y allí se agrupaban los ciudadanos según las facciones a las que pertenecían, pudiendo hablar por turnos, sin más limitaciones que el tiempo que marcaba la clepsidra. Lo hacían al aire libre, en la Acrópolis o en algún teatro y solían durar todo el día y a veces hasta bien entrada la noche.
Pero una condición exigida a cada interviniente, que lo hacían por orden de edad, era que debía estar legalmente casado, carecer de antecedentes de todo tipo, poseer algún bien o ingresos y estar al día con sus tributaciones a la ciudad.
Seguro que así, la lista de intervinientes se reducía considerablemente, razón por la que les era posible aplicar esta forma de democracia directa y única real.
Sí, ya se sé que se excluía a mucha gente, pero ¿no es lógico que quién no contribuye al sostén de la casa, no pueda opinar sobre la forma de llevarla?
Hoy nos hemos enterado que el Partido Popular que va a celebrar elecciones primarias exige a sus afiliados estar al día en la cuota de afiliación, o hacer un ingreso de determinada cantidad para poder votar, por tanto no parece extraño que ya el Grecia se aplicara esta condición, es más, parece muy avanzada.
Los oradores debían ser claros, cortos, concisos y concretos, pero además, se comprometían con sus propuestas de tal forma que si un año después de haber puesto en funcionamiento la propuesta de determinado ciudadano, se había comprobado la ineficacia de la misma, o sus efectos negativos, además de que el parlamento acordaba la suspensión del acuerdo, podía multar al proponente.
¡Qué pena que se haya perdido esta costumbre! ¡Cuántas estupideces nos estaríamos ahorrando!


La Acrópolis de Atenas

Por el contrario, cuando una propuesta se mostraba eficaz, se votaba por aclamación y de salir elegida, se convertía en ley de obligado cumplimiento, si bien se exigía el dictamen previo de un consejo de ciudadanos que podría semejarse a un Tribunal Constitucional, que lo formaban quinientos ciudadanos elegidos al azar, claro que entre los que ya hemos mencionado anteriormente y que eran los que daban el visto bueno para conformar esa nueva ley.
Con el poder ejecutivo ocurría algo similar, si bien éste era ejercido solamente por nueve ciudadanos elegidos al azar, pero que previamente habían demostrado que sus ascendientes eran, por las dos ramas, atenienses de pura cepa, haber cumplido con todos sus deberes militares y contributivos y algo muy especial: estar dispuestos a que sobre sus vidas se hagan todo tipo de averiguaciones e insinuaciones.
Por último y esto si que es algo que tenemos que echar en buena falta, los aspirantes tenían que pasar por un proceso que se llamaba “doquimasia”, que no era otra cosa que una especie de examen psicotécnico en el que se demostraran las cualidades del candidato, su formación humanística y técnica, su nivel intelectual, etc.
Después de un año en el cargo, su gestión era examinada por el ejecutivo en pleno y sometida a profunda investigación, cuyo resultado iba desde la reelección a la pena de muerte, pasando por la jubilación, si no había motivos para lo uno o lo otro.
En la actualidad esta situación de democracia directa es impensable, además de que resultaría imposible de llevar a la práctica, ni siquiera volviendo a un sistema de “polis” a semejanza de las clásicas, pero eso no nos impide dejar volar la imaginación, aunque sea un vuelo efímero y pensar en tantos y tantos políticos de mentira que no se atreverían a abrir la boca para proponer las banalidades a que nos tienen acostumbrados, si sus propuestas pudieran acarrearles consecuencias como las mencionadas.
¡Qué maravilla!

*Todo esto está recogido del libro “Historia de los griegos”, de Indro Montanelli.

lunes, 11 de junio de 2018

TAN INCORRECTO COMO CIERTO





No es mi deseo entrar en política, ni ir contra los sentimientos religiosos o culturales enfrentados  y ni siquiera asomarme al abismo de su realidad, pero digo lo que repetía una actriz en un programa de televisión: “Lo que es, es”.
Hace muy pocas fechas, en los primeros días de este mes de junio, cuando los musulmanes celebran su mes sagrado, el Ramadán, el mes en que se perdonan los pecados, vimos con estupor cómo, integrantes de la comunidad islámica de Londres, atacaban violentamente a los coches que pasaban por una determinada calle, porque las autoridades locales de la “city” no habían cerrado la calle a la circulación para que ellos celebraran sus fiestas nocturnas, tan propias de ese mes y de su religión.
Nada nuevo, hace más de veinticinco años, siendo Jefe de Ceuta, tuve que ordenar la actuación policial para restablecer el orden en una barriada llamada Villajovita, porque para celebrar una boda, un grupo de musulmanes, cerró varias calles y cuando Policía Local quiso restablecer el tráfico, la emprendieron contra ellos con la violencia más desaforada.
A raíz del descabellado ataque contra los fieles que salían de una mezquita de Londres, ataque al parecer aislado y llevado a cabo en solitario, la comunidad islámica británica se ha expresado con duras palabras contra el mismo, al que tacha de un acto de “islamofobia” .
Por un solo acto y que ojalá no vengan más, ya odiamos a los musulmanes y somos unos intransigentes, ellos, tras siglos de invasiones, unas bélicas y otras con semblante de pacíficas, decenas de atentados en todo el mundo y contra todo el mundo, sin embargo, no odian a nadie. Son como son porque su dios es el único verdadero y el resto del mundo está equivocado.
Pero siguen siendo acogidos en Europa, que los ha salvado de muertes seguras y siguen sin hacer el más mínimo esfuerzo por integrarse entre nosotros. No se refugian en Arabia, ni en Kuwait, ni en los Emiratos y mucho menos en Pakistán, en Marruecos o en otros países árabes en los que disfrutar de cierta seguridad; no, se vienen a Europa, donde exigen vivir a sus maneras y que los nativos respetemos sus costumbres; los que hemos construido estos países que están dispuestos a destruir, tenemos que adaptarnos a la forma de vida de quienes quieren destruirnos. ¡Sencillamente demencial!
Hace ya unos años, cuando era jefe Provincial de Policía en Ceuta, ya aprendí a ver venir estos fenómenos, como ya antes he relatado. En cierta ocasión una señora mayor, de amplia experiencia en la ciudad y en la vida, me comentó con mucha tristeza: De Ceuta no nos echará nadie, nos iremos nosotros solos. Llegará un momento en que sea imposible soportarlos.
Y ha cambiado mucho Ceuta, pero por fuera, por dentro, en las tripas, las cosas siguen igual. El día que algún moro sea capaz de poner de acuerdo a todos sus correligionarios de la ciudad, las instituciones pasarán a sus manos. Hasta ahora la política ha permitido tener a la población musulmana muy fragmentada en el voto, pero eso no ha de durar mucho tiempo.
Se dice que en Ceuta conviven pacíficamente las cuatro religiones más importantes que son: el cristianismo, el judaísmo, el islamismo y el hinduismo. Hasta cierto punto esta apreciación es cierta.


Vista aérea de casi toda la superficie de Ceuta

Yo he visto a un indio, conocido mío y persona muy apreciada en la ciudad, rezar durante un buen rato ante “El Cristo del Puente”, una talla del Nazareno, colocada en una hornacina junto al puente que salva el foso que antaño dividía la ciudad a modo defensivo. Una señal de respeto y devoción fácilmente clasificable. He visto hebreos  asistir a actos religiosos católicos sin ningún problema y a cristianos en celebraciones judías, pero también he visto  a un matrimonio musulmán esperando la llegada de una procesión, mientras dos niños pequeños jugaban tras ellos y cuando el paso se acercaba, la madre llamó a los niños: Fatoma, Ahmed, que vienen los “moniecos”; dicho en su peculiar forma de pronunciar el español.
No lo he visto, pero lo he padecido seis años, en cada Semana Santa, el apedreamiento del Cristo de Medinaceli en la barriada de El Príncipe, de mayoría musulmana.
No soy una persona vengativa, ni violenta y la Ley del Talión me parece una barbaridad de pueblos salvajes, pero ¿qué pasa cuando “el otro” no entiende nada más que ese razonamiento?
Con quien no se puede convivir, es conveniente evitar las coincidencias.
Otro ejemplo de la ciudad que llaman “La Perla del Mediterráneo”. A mediados de los años ochenta se empezó a construir una barriada para paliar, en parte, el gravísimo problema de vivienda en la que estaban todos los funcionarios destinados en la ciudad. Fue una idea feliz y en aquella urbanización se acomodaron alrededor de mil familias. La experiencia fue tan gratificante, por la satisfacción que produjo en la población, que de inmediato se pensó en una nueva fase, construida a continuación de la anterior, si bien en esta se iba a dar entrada a algunos ciudadanos musulmanes, con nacionalidad española, empleados públicos en su mayoría, aunque otros eran comerciantes o personal asalariado.
La falta de experiencia hizo creer que mezclando en los bloque a cristianos con musulmanes, como éstos serían minoría, iban a ser absorbidos y la convivencia se normalizaría.
No había pasado un año, cuando ya la nueva fase era conocida como el título de una serie de televisión: Si lo sé, no vengo. El título lo dice todo.
Ya se que esto que digo es incorrecto, pero es tan real, al menos, como de incorrecto lo quieran tratar. Cuando, como decía aquella persona que antes referí, los españoles tengan que abandonar la ciudad de Ceuta, seguramente que será una acción correcta.
Los musulmanes no son de ningún país al que hayan emigrado. ¡NO! Ellos son musulmanes, por encima de todo. Aunque hayan nacido en Ceuta, hijos de padres ceutíes, siguen sintiendo en su corazón a Marruecos como su verdadera patria.
A mediados de los años noventa viví una anécdota esclarecedora de esto que digo.
Yo acostumbraba una vez por semana, normalmente los sábados, a ir al mercado, que estaba justo enfrente de la comisaría.
Allí compraba frutas y verduras a un musulmán ya mayor, nacido en Ceuta, pero que no había sido capaz de dejar ese característico acento tan suyo. Tenía este hombre dos hijos estudiando en la “Pininsola”, en Granada, uno estudiaba medicina y otro derecho.
Aquel año había sido extremadamente seco y estaba aproximándose lo que vulgarmente se conoce como la “Fiesta del Borrego”. Esta es la fiesta mas grande de los musulmanes que la llaman Eid al Adha, Fiesta del Sacrificio, en la que cada familia sacrifica un cordero.
En un mensaje a la nación, el rey Hassan II, que a su vez era “Príncipe de los creyentes” (amir al-mu minin), dijo a su pueblo que la cabaña ovina de Marruecos no podía soportar aquel año el sacrificio de más de seis millones de corderos y que aunque comprendía el enorme esfuerzo que su pueblo tendría que hacer para no celebrar tan importante fiesta, pedía encarecidamente a todos los marroquíes que aquel año no se celebrara.
La noticia cayó como un jarro de agua fría en la población musulmana y muchos aceptaron la petición de su rey, pero también muchos otros, sobre todo en el Rif, sacrificaron dos corderos en vez de uno.
Desde muchos años antes, en que se había propagado la peste ovina, procedentes de corderos traídos a Ceuta desde Marruecos, las autoridades españolas tenían prohibido el paso de ganado desde el vecino país, pero para que nadie se considerase desabastecido, se transportaban miles de corderos españoles, desde La Mancha y otras regiones.
Aquel sábado, previo ya a la gran fiesta, fui al mercado como de costumbre y en la frutería felicité a mi amigo por la fiesta que celebraría en breve y cual no sería mi sorpresa cuando me dice que no, que este año no hay fiesta porque el rey ha dicho que no la haya.
Haciéndome el sorprendido le dije: ¡Cómo!, ¿el rey Juan Carlos ha dicho que no haya fiesta del borrego?
A lo que me respondió con la mayor naturalidad: ¡No, el rey de aquí, Hassan!
No entendía nada. Aquel “español de nacimiento”, con carnet de identidad y pasaportes español, que vivía en España y que en España estudiaban sus hijos carreras superiores que él costeaba con la venta de sus productos a españoles, que además no dañaba a la cabaña ovina marroquí por sacrificar un cordero español, obedeciera al rey de Marruecos antes que a sus propias costumbres ancestrales, era algo que no lograba entender.
No sé si el ejemplo está bien traído, o si me he dejado llevar por el recuerdo de la indignación que aquella postura me causó, pero en cualquier caso, es un fiel exponente de dónde está el corazón del musulmán, cosa que no va a cambiar por mucha alianza de civilizaciones que queramos.
Últimamente circulan por las redes mensajes estremecedores sobre el futuro que nos espera: desolador. Pero también hay otros mensajes en los que se hace saber que ya muchos países han puesto pie en pared, para atajar ese insensato sufrimiento que estamos padeciendo.
Hace diez años que publiqué una novela sobre este tema de la inmigración: “Las espinas del Edén” que puede descargarse en el enlace que hay en el encabezamiento de esta página. Allí contaba parte de mis experiencias con la inmigración ilegal, que se disparó en los primeros años noventa con el anuncio de los eventos que en España iban a ocurrir, y con los problemas de la acogida y la socialización de los inmigrantes.
Muy poco o nada ha cambiado desde entonces, aunque si advertimos que antes les dábamos acogida, aunque no la agradecieran, ahora, cuando pueden, se revuelven y nos matan.