Después, muchos siglos después de que Atenas, la
ciudad-estado capital del territorio conocido como Ática y capital mundial que
fuera de la cultura, el arte y la filosofía, las matemáticas y todas las
ciencias conocidas, perdiera su esplendor, fue una posesión española.
En realidad sería mejor decir aragonesa, pues todavía
España no existía como tal estado, pero de cualquier forma llegó a formar parte
de un reino de nuestra península.
Después de las guerras con Esparta, su eterna rival y
de la hegemonía de Macedonia sobre toda la península helénica, primero con
Filipo II y luego con su hijo, Alejandro el Magno, Atenas comienza su declive
que termina cuando Roma conquista Grecia.
Ya no es una poderosa ciudad, aunque quizás nunca lo fue,
pero siguió siendo la capital mundial del arte, la filosofía y la cultura.
Su preponderancia cultural continuará durante la
dominación romana, sobre todo con los primeros emperadores, pero con la llegada
del cristianismo al trono romano, la cosa cambia radicalmente. El pensamiento
austero y retrógrado que inicia su período de esplendor, ordena cerrar todas
las escuelas paganas de todos los territorios del Imperio y Atenas comienza su
verdadero declive.
Siglos más tarde, cuando Teodosio I, el Grande, dividió
el imperio romano entre sus hijos Arcadio y Honorio, toda Grecia quedó bajo la
dominación del llamado Imperio romano de Occidente o Bizantino, cuya capital
era Constantinopla.
Atenas ya había dejado de tener interés militar,
estratégico, cultural y artístico y fue declinando hasta convertirse en una
ciudad de apenas cuatro mil habitantes de los muchos millares que llegó a
tener.
Bizancio ya no se ocupa de la península Helénica, no
le interesa y la cede, fragmentada en ducados, a las diferentes casas reinantes
en Europa, las cuales le prometen vasallaje y se desentiende así de sus
problemas por Occidente, para ocuparse de los verdaderos problemas que son los
que les llegan desde Oriente.
Entre las numerosas preocupaciones del imperio
bizantino se encontraba la pujante presencia de los otomanos en casi todas sus
fronteras y contra cuyo poder las Cruzadas no habían conseguido nada.
Dos siglos de existencia del reino cristiano de
Jerusalén, pasados con más pena que gloria, no habían servido para frenar el avance
del Islam, que tras la toma de San Juan de Acre, dan al traste con las
cristianas aspiraciones de gobernar en Tierra Santa.
Las fronteras de Bizancio se van reduciendo poco a
poco ante el imparable avance otomano, para terminar desapareciendo en el momento
en el que se fija el paso a la Edad Moderna.
Pero antes de la caída de Constantinopla, el Imperio
Bizantino ha pasado por múltiples vicisitudes en las que los emperadores no
cesaban de pedir auxilio a la cristiandad para defender sus fronteras del inexorable
avance musulmán.
En ese contexto aparece la figura del que había sido
un caballero templario expulsado de la orden, Roger de Flor, que se presenta en
el reino de Sicilia, dependiente de la Corona de Aragón, para ofrecer sus
servicios a Federico II, hijo del rey de Aragón, Pedro III, el Grande, que
trata de defenderse de las diferentes casas europeas que pretenden el reino del
que dependía una parte importante de la península italiana, conocido como reino
de Nápoles.
La experiencia militar de Roger, hace que el rey le
entregue el mando de unas tropas mercenarias llamadas los almogávares, compuestas por rudos habitantes de los valles del
Pirineo, mandados por oficiales aragoneses y catalanes.
El éxito de esta tropa, al mando de Roger de Flor, es
rotundo y consigue frenar las aspiraciones de las monarquías europeas, pero
Roger se creía en peligro pues teme que el rey Federico lo entregue a la Santa
Sede por los delitos cometidos que causaron su expulsión del Temple, así que
convence a su compañía y marchan hacia Constantinopla, como la Gran Compañía
Catalana, para ponerse a las órdenes del emperador bizantino Andrónico II.
Tanto prosperaron Roger de Flor y sus almogávares en Bizancio, que el antiguo monje y ahora mercenario
llegó a casarse con la hermana del emperador y convertirse en Megaduque del
Imperio, un cargo que era de los primeros en importancia en la corte de
Bizancio.
Ante el avance implacable de los turcos que vencen a
todos los ejércitos imperiales en la península de Anatolia, ya en tierras de
Asia, los almogávares
cruzan el estrecho del Bósforo y les plantan cara en lo que será la primera
batalla seria y que además tendrá
por escenario las ruinas de la ciudad de Cícico, donde ya se habían
batido primero espartanos y atenienses y más tarde romanos y griegos.
Un ataque por sorpresa de los aguerridos almogávares masacró a los turcos que se batieron en retirada,
dejando infinidad de cadáveres en el camino.
Varias victorias seguidas, dieron a Roger de Flor un
prestigio tal que de todas partes le llegaban voluntarios para engrosar su ya
poderoso ejército, como ocurrió con Bernat de Rocafort, militar valenciano al
servicio del rey de Sicilia que se unió con más de mil hombres a la ya famosa
Compañía Catalana.
Pero lo que en principio eran felicitaciones y
parabienes, se fue convirtiendo en temor y odio, sobre todo porque la avaricia
de los almogávares no
tenía fin y cada vez que se retrasaban los pagos de las soldadas, arrasaban
ciudades y campos, no importándoles que fuera en territorio amigo o enemigo y
llegando a entrar en monasterios y conventos, para apoderarse de sus riquezas,
después de exterminar a los monjes.
Como es natural estas acciones no eran bien vistas
por la comunidad cristiana y a la larga, supusieron el asesinato de Roger de
Flor y de muchos de sus hombres, a manos de otros mercenarios, esta vez
bárbaros de las tribus alanas que invadieron Europa muchos siglos antes y que
eran financiados por el emperador de Bizancio y su hijo.
Este hecho desató lo que se conoce como Venganza
Catalana, en el curso de la cual los almogávares vencieron por dos veces al
ejercito bizantino, que quedó pulverizado, muchos de ellos muertos, otros
huidos y una parte muy importante desertó enrolándose con los almogávares. A estas victorias siguió el saqueo de inmensos
territorios, sobre todo en la zona europea, y más aún en las costas del mar
Egeo, áreas que comprenden la actual Grecia.
Convertido en jefe único de la Compañía, Bernat de
Rocafort siguió con la tónica de saqueos y crímenes masivos, sin piedad para
ninguna persona, lo que los convirtió de héroes en villanos y salteadores,
acarreando las iras del rey Jaime II, primero rey de Sicilia y luego de Aragón,
que ordenó prenderlo.
Detención de Rocafort
Rocafort fue trasladado a Nápoles donde murió de inanición
encerrado en las mazmorras del castillo del rey de Nápoles, deudo de Jaime II.
La Compañía quedó sin jefe, desconcertada y en
peligro de ser extinguida por los muchos enemigos que se habían creado a lo
largo de su etapa sangrienta, por lo que buscaron a alguien que los contratara
como ejército y encontraron al Duque de Atenas, Gutierre de Brienne, cuyo
ducado estaba amenazado por todos los nobles feudales de sus fronteras, sin
posibilidad de defenderse.
Como se comentaba al principio, el esplendor que
otrora tuviera la región conocida como Ática, se había perdido totalmente y del
emporio cultural y militar quedaban las ruinas de las bellísimas construcciones
griegas, algunas estatuas y poco más.
Durante siglos Atenas había ido languideciendo y ya
en el siglo XIII, se convierte, por obra de los integrantes de la Cuarta
Cruzada, en el Ducado de Atenas gobernado por la casa francesa de Brienne que
es la que encontramos cuando el ducado solicita auxilio militar.
Los tres mil quinientos hombres que integran la Gran
Compañía Catalana, se dirigen a marchas forzadas hacia Atenas y se ponen a las
órdenes del duque, que los manda a preservar sus fronteras, cosa que hacen a la
perfección, despejando todos los territorios y volviendo a la capital a cobrar
sus estipendios.
Pero ignoran que el ducado tiene las arcas vacías y
Gutierre no les puede pagar lo comprometido. Con el invierno a las puertas, los
mercenarios deciden retirarse a un refugio seguro, pero Gutierre sabe que
llegada la primavera, tendrá encima la amenaza de la Compañía Catalana y sus
terribles represalias.
Con esa certeza, que todos los señores feudales de su
entorno comparten, deciden formar un ejército que se les oponga y llegan a
reunir hasta quince mil hombres, con los que marcharon al encuentro de los tres
mil quinientos almogávares
que estaban invernando en Tesalia, a unos doscientos kilómetros al norte de
Atenas.
El enfrentamiento tuvo lugar en marzo de 1311, a
orillas del río Céfis y a pesar de la inferioridad numérica, infligieron una
derrota total al ejército de los feudales francos, lo que les dejó libre el
camino a Atenas, en la que entraron victoriosos y al mando de su nuevo capitán,
Roger Desallur.
Habían pasado muchos años desde que iniciaron su
aventura por oriente y aquella oportunidad de asentarse en Atenas les pareció
provechosa, por lo que pusieron el territorio bajo el vasallaje del rey de
Sicilia y, por tanto, del de Aragón.
Unos años más tarde, conquistaron los territorios de
Tesalia, donde habían invernado y crearon un nuevo ducado, que también pusieron
a disposición de la Corona de Aragón.
Dominios de la Corona de Aragón
en el siglo XIV
Con esto, consiguieron la mayor expansión de la casa
de Aragón que comprendía en aquel momento, además del reino que le era propio,
el de Valencia y Mallorca, el de Sicilia, el de Nápoles y los ducados de Atenas
y Nuevapatria, nombre que pusieron al de Tesalia.
En consecuencia y durante casi un siglo, el Partenón,
joya de la arquitectura griega clásica, fue una propiedad española y en la
cumbre del Acrópolis ondeó la bandera de las cuatro barras del reino de Aragón.
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