sábado, 30 de marzo de 2013

¿EXISTIÓ EL BÍBLICO SALOMÓN?


Publicado el 2 de mayo de 2010


Es más que posible que ante la formulación de una pregunta como ésta, haya personas que consideren ofendidas sus creencias por el mero hecho de poner en duda la existencia de algo que es tan tangible, como el haber vivido con este personaje durante muchos siglos.
Durar de la existencia del Rey Salomón es ir más allá de cualquier atrevimiento irreverentemente agnóstico. El Rey Salomón es tan real para cristianos, mahometanos y judíos como que está ahí, en el Libro de los Libros, La Biblia, escribiendo con su puño y letra el Cantar de los Cantares y los Salmos y se le atribuyen Los Proverbios y el Eclesiastés, en donde se presenta como hijo del Rey Salomón, apareciendo en innumerables episodios en muchos de los libros que lo componen: Génesis, Deuteronomio, Reyes, de Samuel y Crónicas.
Si hacemos caso de lo que se cuenta en La Biblia, el Rey Salomón fue el tercero y último de los reyes de Israel. Hijo del rey David y su esposa Betsabé, heredó de su padre, un pastor que llegó a rey tras derrotar al gigante Goliat, un inmenso imperio que llegaba desde el Nilo hasta el Éufrates, que viene a ser todo el territorio que hoy conocemos como Oriente Medio y Próximo.
Se dice de él que era sumamente inteligente e inmensamente rico y que administró sabiamente su reino, el cual dividió en doce distritos; poseía un harem, en el que se incluía a la hija del Faraón de Egipto y que en su vejez, adoró a otros dioses y no a Yahvé, el Dios de los hebreos. Adornado de poderes mágicos, en varias escenas bíblicas se le presenta como una persona con poderes casi sobrenaturales. Sus principales obras fueron el famoso Templo de Jerusalén, el palacio real, las murallas de Jerusalén y las ciudades de Megido, Hazor y Gezer. Su ejército fue famoso por la gran cantidad de carros de guerra que poseía y que almacenaba en ciudadelas expresamente construidas.
Pero no era el único hijo de David, ni siquiera el mayor, pues su padre había tenido otro hijo llamado Adonía, habido con una esposa anterior por nombre Haggith.
Pero David mandó matar a Urías, marido de Betsabé, por lo que Yahvé lo castigó hiriendo de muerte a Adonía. Luego de la muerte de su hijo, David consoló a la viuda Betsabé, con la que tuvo a Salomón.
Según la cronología bíblica, que tampoco tiene por qué ser exacta, el rey David murió en el año 970 antes de la Era Cristiana. Quiere eso decir que en ese momento le sucede su hijo Salomón, formando así la saga familiar que termina en él.
Cuando estudiosos y hombres de ciencia, se desprenden de las limitaciones que la todopoderosa Iglesia Cristiana impone a sus súbditos, se empieza a desarrollar una fértil etapa en la que la razón y la ciencia se van abriendo camino, frente al fanatismo, los dogmas y las consignas religiosas. Empieza entonces una etapa de verdadera investigación histórica de la surgen las primeras evidencias que desmontan tanta patraña y mentira como la que se nos ha venido contando, dicho esto con el mayor de los respetos, pues fueron patrañas y mentiras que por dos mil años permanecieron inalterables.
Fruto de las excavaciones, los hallazgos arqueológicos, las traducciones de las inscripciones halladas, la datación de los elementos y, sobre todo, el mejor conocimiento de los hechos que se va obteniendo día a día, es el convencimiento, cada vez más generalizado de que mucha de las historias, relatos, leyendas y “dogmas” tenidos por ciertos, no resistían en el crisol de la investigación científica, desapasionado y riguroso.
En una ocasión escribí un artículo en el que hablaba de un libro llamado Y la Biblia tenía razón, en el que se ponían en relación los relatos bíblicos con los descubrimientos arqueológicos y así, se pudieron aseverar de manera rotunda, muchos hechos relatados en la Sagrada Escritura.
Pero había otros, muchos más, infinidad de ellos, que resultaba imposible de constatar, pero que la prudencia de los estudiosos de las Escrituras, de los arqueólogos y de los hombres dedicados a las labores de investigación histórica, preferían dejar como estaban, antes de escandalizar a muchos creyentes con la noticia de que no eran hechos demostrables.
Eso ocurría con el padre del rey Salomón, el rey David. Un recorrido somero por las descripciones que se hacen de este personaje bíblico, parecen no resistir el examen más benévolo que pueda hacerse y durante bastantes años, la figura de  David, de cuya casa nacería el Mesías, que de pastor llegó a rey y al que adornaban cualidades bíblicas, nunca mejor empleado el término, estuvo más que en el entredicho. Nada había en la realidad de los descubrimientos arqueológicos que señalaran la existencia real de este personaje; ninguna cita, ningún asiento en los archivos egipcios, asirios, ni sumerios, pueblos con los que evidentemente tuvo que tener relación, ya fuera bélica o amistosa.
Y pasaron muchos años sin que se encontrara la evidencia, pero el 21 de julio de 1993, un equipo de arqueólogos dirigidos por el Profesor Abraham Birán que realizaba excavaciones en Tel Dan, al norte de la Galilea, encontró una pieza de basalto de forma triangular que medía 23 por 36 centímetros y en la que había grabada una inscripción en arameo, que fue identificada como parte de un pilar de victoria erigido por el rey de Siria y posteriormente destruido por algún gobernante israelita.
La inscripción, que data del siglo IX antes de nuestra era, o sea, cerca de un siglo después de lo que se considera el inicio del reinado de David, incluye las palabras “Bet David”, que se traduce por “Casa" o "Dinastía" de David. Esta es la primera referencia casi contemporánea a David jamás hallada y si bien no es concluyente, señala claramente que un rey llamado David creó una dinastía en Israel que resulta coetánea con el momento histórico en que la Biblia sitúa a este rey.
A partir de ese momento, además de mencionarlo el Libro Sagrado, hay una evidencia arqueológica que, coincidente en la cronología, que nos dice que aquel personaje existió. Una vez más podríamos decir: y la Biblia tenía razón.
Los inquietos, dejaron en paz al personaje y la emprendieron con su hijo: Salomón; de cuya existencia se tenían tantas dudas como en su día se hubieron tenido del padre.
Y es que Salomón parecía más vulnerable porque entre las muchas obras que se le atribuían, jamás se había encontrado vestigio alguno que hiciera referencia al personaje.

El rey Salomón en su trono

Numerosas excavaciones realizadas en las tres ciudades que antes citaba: Megido, Hazor y Gezer, han dejado al descubierto muchos estratos en los que se han hallado templos, palacios, fortificaciones, pero jamás se ha encontrado una inscripción, una tésera, una estela, que haga alusión al rey Salomón.
Hasta en Jerusalén, en donde no ha sido posible excavar en el monte en el que al parecer se asentaba el Templo de Salomón, pero sí en las inmediaciones, no se ha hallado vestigio alguno de dicho templo.
Pero curiosamente, en las tres ciudades antes relatadas, se han encontrado diversas alusiones a un faraón de la XVIII dinastía llamado Amenhotep III, conocido en la antigüedad como el Rey de Reyes.
Curiosamente, existe un cierto paralelismo entre ambos que es digno de ser resaltado. Amenhotep III también heredó de su padre un inmenso imperio que llegaba desde el Nilo hasta el Éufrates, pero Amenhotep, al que también se le llama Amenofis, vivió unos cuatrocientos años antes que Salomón.
Gran rey constructor, su obra ha quedado bien patente, como el templo de Amnón en Karnak o los Colosos de Menmon y de su padre también heredó un harem en el que se incluía a la hija del faraón.
Pero lo más curioso es que lo mismo que dice la Biblia con respecto a Salomón cuando habla de la ciudad de Gezer que el faraón egipcio capturó y regaló a su hija como dote por casarse con él, ocurrió con Amenhotep III, que se casó con Sitamón, la hija de su padre, como era costumbre y recibió en dote la ciudad de Gezer.
Amenhotep III fortificó las ciudades de Jerusalén, y las otras tres tantas veces mencionadas y guardó en ellas sus carros de guerra. En las excavaciones del Monte del Templo de Jerusalén se han encontrado vestigios concordantes con el tipo de arquitectura que caracterizaba el reinado del faraón y que ya se ha comentado que es cuatrocientos años anterior a Salomón.

Busto del faraón Amenhotep III

Su reinado, como el de Salomón, se califica como uno de los más prósperos y brillantes habiendo dividido su imperio en doce distritos, lo mismo que se dice del otro y gobernando con sabiduría. Pero es que también se le atribuyen potestades mágicas e incluso en unos recientes hallazgos arqueológicos egipcios se han encontrado unos textos que se han dado en relacionar como inspiradores de algún libro de Salomón.
En la actualidad los estudiosos de la paleografía han podido determinar sin ningún lugar a dudas que el principal libro atribuido a Salomón, el de Proverbios, fue escrito quinientos años después de su muerte y se inspira claramente en los manuscritos egipcios descubiertos a principios del siglo XX y que se atribuyen a Amenhotep III.
Un padre de la iglesia, Orígenes, considerado de los más preclaros junto con San Agustín y Santo Tomás, pieza clave de la corriente religiosa denominada Patrística que en los siglos II al VIII, influyó en la posterior concepción del cristianismo y se ocupó de defenderlo frente a las ideologías paganas, ya decía que Salomón no escribió ningún libro del Antiguo Testamento.
Otro de los libros claves de Salomón, Salmos, fue posiblemente escrito por un cristiano gnóstico en el siglo I.
Además del Templo, los libros de la Biblia y la justicia salomónica, otra de las cosas referidas al bíblico rey que han alcanzado un alto nivel de popularidad, es la de las minas.
Las Minas del Rey Salomón son tan famosas que han dado lugar a profusa creación literaria y cinematográfica. Se dice que la gran riqueza del rey Salomón procedía de las famosas minas que le proporcionaban oro en abundancia. Siempre el oro ha sido el metal de referencia, pero en épocas en donde las guerras lo asolaban todo, otros metales tuvieron tanta importancia o más que el preciado metal. El bronce y el hierro, dieron nombre a dos Edades que marcaron perfectamente la historia de la humanidad.
La aparición del bronce hizo poderosos a pueblos hasta ese momento ignorados y la posterior aparición del hierro, destronó a los preeminentes pueblos del bronce.
Sin alejarnos demasiado ni en el tiempo ni en el espacio, la irrupción de los hititas, un pueblo asentado en el centro de la Península de Anatolia y la hegemonía que ejercieron en toda la zona, incluido el imperio egipcio, se debió a que las armas de hierro que éstos usaban no tenían rival con las de bronce que era la aleación de metal con el que hasta ese momento se fundían las espadas y las lanzas.
Las minas del rey Salomón han sido una leyenda que sin concretar nada, ha ido situando las mismas en diferentes partes de África y Asia, hasta que hace unos años, a unos treinta kilómetros al norte de Aqaba, en el fondo de saco del golfo de Eilat, en el Mar Rojo, el profesor Thomas Levy, de la Universidad de California y Mohamed Najjad de la Asociación Jordana de Arqueología, descubrieron unas minas de cobre y una fundición aneja a las minas. Son las minas de Timna.
Ya se había aclarado el asunto, aquellas eran las auténticas minas del rey Salomón, de las que se extraía cobre para producir el bronce, un material necesario para la guerra y la decoración. Pero las minas son 400 años más antiguas que Salomón y, ¡oh sorpresa!, al excavarlas en el 2002, se encontraron amuletos egipcios como un escarabajo y la cabeza de un león.
También Amenhotep III tenía unas minas de las que provenía toda su riqueza y en las de Timna hay rastros egipcios situados en estratos que se corresponderían con la cronología de citado faraón.
¿Es otra coincidencia o es ya palpable que la existencia del rey Salomón es una ficción basada en la imagen reflejada por un faraón egipcio que pasó a la posteridad por exhibir, precisamente, las mismas cualidades que luego adornaron al rey bíblico?
Yo no lo sé, pero sí que me siento intrigado por este asunto y seguiré profundizando en él y en todos aquellos que desmontan los mitos a los que nos tienen tan acostumbrados.

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