Recuerdo que en mi juventud se
barajaban conceptos actualmente en desuso para definir algunas
enfermedades e incluso determinadas muertes. Afortunadamente los
avances de la medicina, han ido poniendo nombre a aquellas
expresiones populares cargadas de tradición, de miedos y de
desconocimientos.
-¿De qué murió Fulano? Respuesta
del interlocutor: De repente.
Y todo había quedado claro. Muerto de
repente quería decir que estaba tan bueno y tan sano y que se había
muerto sin explicación. Hoy se diría de un infarto, un ictus, un
shock anafiláctico o cualquier otro proceso que produzca una muerte
fulminante.
Un “Cólico Miserere” era una
enfermedad que acababa en pocos días con la vida del paciente, entre
tremendos dolores espasmódicos y vómitos. No era más que una
oclusión intestinal aguda con perforación y septicemia
generalizada, muchas veces provocada por una apendicitis sin tratar;
y una Alferecía era una enfermedad infantil que se confundía con la
epilepsia.
El Mal o Baile de San Vito, también
conocido como Tarantismo, era una enfermedad en la que el paciente
parecía danzar y danzar hasta terminar extenuado. Se atribuía a
intervención demoníaca y a los que la padecían los enviaban a la
hoguera, razón por la que los enfermos se encomendaban a San Vito,
patrón de enfermedades desconocidas y de ahí tomó su nombre, pero
no era otra cosa que una degeneración neurovegetativa que producía
esos espasmos similares a una grotesca danza y que hoy apenas la
padecen mil personas en todo el mundo y está diagnosticada con el
nombre de Corea.
Otra enfermedad, desaparecida de la
misma forma en que hizo su entrada en escena, fue El Sudor Inglés,
que afectaba a personas jóvenes, preferentemente varones a los que
provocaba una sudoración con vómitos y convulsiones. Apareció en
1496 en Inglaterra, de ahí su nombre y se extendió rápidamente por
Europa cobrándose muchas vidas, hasta que en 1551 apareció el
último brote y no ha vuelto a producirse esta extraña enfermedad.
El Fuego de San Antonio era una
enfermedad en la que los pacientes morían entre alucinaciones,
convulsiones y una tremenda contracción arterial que provocaba
necrosis de los tejidos que empezaba con un frío intenso y acababa
con quemazones, de ahí su nombre. Muy frecuente en la Edad Media, se
desconocía la causa hasta que después de la Segunda Guerra Mundial
surgió un brote en una localidad francesa y se pudo comprobar que se
debía a una intoxicación micótica procedente de la elaboración de
pan con harina de centeno, cereal en el que crece parásito un hongo
llamado cornezuelo del centeno, a partir del cual se sintetizó el
LSD, poderoso alucinógeno.
Fueron los frailes de la Orden de San
Antonio los que empezaron a curar a algunos de los afectados,
ofreciéndoles para comer el pan de trigo que formaba parte de su
dieta, por lo que es de suponer que aun desconociendo la causa de la
enfermedad intuían su procedencia.
En nuestros tiempos hemos tenido el
envenenamiento por el aceite de colza, en un principio llamado, como
muchos recordarán “neumonía atípica” y luego “síndrome
tóxico”. Si esta extraña intoxicación hubiese ocurrido en siglos
o décadas anteriores, había pasado a la historia con cualquiera de
aquellos dos nombre, pero, afortunadamente, la ciencia descubrió
pronto su etiología y le puso su verdadero nombre, pero hasta que se
descubrió, acarreó centenares de muertes. Mucho más recientemente,
la fiebre de las vacas locas, la encefalopatía espongiforme que la
contrae el ganado vacuno que es alimentado con materia orgánica
animal, cuando su organismo está previsto para consumir
exclusivamente vegetales. Así, al consumir ganado vacuno que tiene
alterada su cadena trófica, como consecuencia de ser alimentado con
proteína de origen animal, los humanos contraíamos aquella tremenda
enfermedad que dejaba los cerebros como huecos.
Pero esta enfermedad extraña y
prácticamente erradicada, no es más que una de las muchas
presentaciones de una enfermedad que los exploradores de las islas
del Océano Índico encontraron en Nueva Guinea. La enfermedad se
llama Kuru y en el idioma nativo quiere decir temblar de miedo,
aunque también se la conoce como muerte de la risa. Se trata de una
enfermedad neurodegenerativa que se empezó a conocer a principios
del siglo XX, pero hasta cincuenta años más tarde no se investigó,
descubriéndose que la causa era una práctica que se definió como
canibalismo de amor, pues los individuos de aquellas tribus
acostumbraban a comerse a sus familiares fallecidos, creyendo que de
esa forma se transmitía su poder y su sabiduría. La costumbre era
que los hombres devoraran los tejidos musculares, mientras las
mujeres y los niños hacían lo propio con el hígado, los pulmones,
el páncreas y el cerebro, en donde se encontraba una proteína
patógena, llamada prión, causante de la enfermedad que afectaba
principalmente a las mujeres y los niños que eran quienes consumían
las partes más afectadas, pero como a su muerte, volvían a ser
comidos, se producía un círculo vicioso que estaba esquilmando a
las tribus que practicaban estos ancestrales y macabros rituales.
La enfermedad se está erradicando a
consecuencia de haber dejado la práctica de la antropofagia, pero
como su evolución es muy lenta, aún siguen apareciendo casos.
Examinando
a un niño enfermo de Kuru
En este enlace se puede ver al equipo
médico desplazado a la tribu tratando de encontrar las causas de la
enfermedad, mientras uno de los doctores explica el proceso:
El capítulo sería interminable y a
cada aportación se la podría ir conceptuando de insólita, pues han
sido muchas y muy extrañas las cusas de muertes en tiempos pasado,
pero sin lugar a dudas de ninguna clase, la forma más rara de
morirse es de risa.
Aparte la expresión popular y
extendida en todos los idiomas para definir el morirse de risa como
el haber escuchado o visto algo de gracia extrema, lo cierto es que
desde la más remota antigüedad, aunque en escasas ocasiones, el ser
humano ha llegado a morir por un acceso de risa incontrolable.
Y a pesar de lo extraño que este tipo
de muerte suele ser, mucha literatura ha recogido algunos de estos
episodios más destacados y a sus protagonistas.
El más antiguo de los fallecidos por
un ataque de risa, pertenece a la mitología griega del siglo XII
antes de nuestra Era.
Se trata de Calcante Testórida, el
mejor de los augures, un adivinador, que participó en la Guerra de
Troya y fue el autor de la idea de construir el famoso caballo con el
que consiguieron los aqueos vencer a los troyanos según se nos
cuenta en la famosa Ilíada de Homero.
Calcante o Calcas, como también se le
conoce era el más famoso de los vaticinadores griegos y llegó a
predecir su propia muerte. El día que aquel desenlace debía
ocurrir, se encontraba tan perfectamente bien y sano que comenzó a
reír sin poder parar, aumentando por momentos sus risas hasta el
extremo de morir asfixiado.
Otro griego, Crisipo, un famoso
filósofo, murió también de risa después de haber dado de beber
vino a su burro y contemplar las reacciones de éste.
Un caso extremo, por el tiempo que
estuvo riendo histéricamente, es el de una señora británica
llamada Lady Mary Fitzherbert, la cual, en la primavera de 1782,
asistió en compañía de unos amigos de la aristocracia londinense,
a la representación, en el teatro más antiguo de Inglaterra,
entonces llamado Teatro Real, actualmente conocido como Drury Lane
que en realidad es el nombre de la calle en que se encuentra, de “La
ópera del mendigo”, comedia de John Gay, estrenada en 1728 y
considerada por los estudiosos del tema como la primera comedia
musical de la historia y en la que intervenía un tal Bannister,
considerado el mejor actor de su época, cuya indumentaria provocaba
la risa de público. Pero la pobre Lady Mary fue mucho más allá,
tanto, que tuvo que abandonar el teatro sin parar de reír, entrando
en una fase de histeria profunda de la que no consiguieron sacarla.
Falleció dos días después sin haber dejado de reír ni un momento.
La más reciente muerte de risa de la
que se tiene conocimiento se produjo el 24 de marzo de 1975, cuando
un tal Alex Mitchell, un albañil inglés de cincuenta años, murió
de risa mientras veía una serie en televisión.
Después de media hora de risa
histérica sufrió un colapso y falleció. Su desconsolada viuda
escribió una carta a los productores de la serie agradeciéndoles
que hubieran hecho tan felices los últimos momentos de la vida de su
marido.
Yo creo que en realidad la que
encontró la felicidad con aquella serie fue la compungida esposa,
porque lo que es reír, se ríe uno como expresión de alegría por
la gracia que cierta cosa le hace, pero hacerlo hasta morir no debe
ser nada agradable.
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