viernes, 28 de enero de 2022

¡LA VACA NO VA!



Este artículo que hoy cuelgo nada tiene que ver con la trayectoria que viene siguiendo este blog; se trata de una anécdota, un recuerdo traído a mi memoria y fruto de la desesperación que en estos momentos estamos viviendo, pero de manera que también forma parte de la historia, de nuestra historia personal que nos ha enriquecido .

Este maldito virus ya me ha privado de tres amigos. Uno aquí, en mi pueblo, los otros dos más lejos, en Zamora, donde tuve mi primer destino como Comisario.

Allí conocí a un compañero y a su familia con la que me ha unido más de treinta años de amistad. Aquel compañero y su familia, fueron el hombro en el que descansar las inquietudes en una tierra bella pero lejana de los míos y que yo afrontaba en total soledad.

La otra persona, con la que también he mantenido amistad fue el entonces gobernador civil de la provincia y me he acordado de él porque hoy, 27 de enero de 2022, se ha celebrado una gran manifestación en Madrid, en la que ganaderos de muchos sectores, pero sobre todo del lácteo han paseado sus vacas por las calles de la capital hasta llegar a la puerta del Ministerio de Agricultura en la Glorieta de Atocha y eso me ha traido a la memoria un gracioso incidente relacionado con manifestaciones, vacas y políticos.

En el año 1989 el nombramiento de Corcuera como ministro de Interior, estaba produciendo el cambio de muchos gobernadores y delegados del gobierno en las diferentes provincias españolas y a Zamora también le llegó el cambio y vino a desempeñar el cargo de gobernador un zamorano, emigrado muchos años atrás a tierras vascas, pero que conservaba sus raíces en uno de los pueblos más entrañables de la provincia: Fuentesauco.

De allí era el ministro de agricultura Carlos Romero, el siempre amigo de Felipe González, alias “Isidoro”, que según comentaban, cada vez que el panorama  de la clandestinidad se ponía feo, acudía al pueblo de su amigo a buscar paz y reposo.

Aquel gobernador, que por respeto a su memoria no voy a desvelar su nombre, procedía de las filas sindicales del PSOE; había sido diputado y senador por Álava y junto con el asesinado por ETA, Enrique Casas y José Luis Corcuera, eran los tres líderes sindicales del las provincias vascas.

Era un hombre campechano, entrañable, pero como buen zamorano y más metido a político, tenía sus “cosas”.

Pasaba España en aquellos tiempos por una situación convulsa en los sectores primarios de agricultura la ganadería, sectores que en una provincia tan campestre como Zamora, carente de industrias, son  el sostén de la economía.

Los de mi edad recordaran los problemas de agricultores cerrando ciudades castellanas con sus tractores o de ganaderos del sector lechero, vertiendo sus jarras de leche en las calles, o los ovejeros paseando sus ovejas por la Castellana o a las puertas del Ministerio de Agricultura.

Yo llegué a Zamora procedente de Cádiz, donde habíamos tenido una tremenda conflictividad con el problema de la reconversión naval en los tres astilleros de la Bahía: Cádiz, Puerto Real y San Fernando que conoció espectáculos tan pintorescos como aquel en que una vecina arrojaba desde su terraza un frigorífico contra la policía.

Este incidente inspiró una letra del genial Carlos Cano que decía: “Frigoríficos volando, la reconversión naval; guardia no tires pelotas que “pa” pelotas Puerto Real”.

En aquellos incidentes la policía recibió toda clase de objetos arrojadizos, a los que respondía con las clásicas pelotas de goma.

Los manifestantes de Zamora no eran tan violentos, pero si contumaces.

Debió ser por el año 1991, no lo recuerdo bien, cuando los productores del sector lácteo promovieron unas movilizaciones importantes en todo Castilla y León, de las que Zamora no se libró, como es natural. La culminación de aquellas movilizaciones sería una magna manifestación para protestar por los precios de la leche, la competencia europea que tiraba los precios por tierra, la falta de ayudas gubernamentales y, en fin, toda la suerte de reivindicaciones que se suelen plantear.

La manifestación se realizaría tal día a tal hora y saliendo de la Plaza de la Constitución, en donde estaba ubicado el Gobierno Civil, sería encabezada por una vaca, como emblema más que palpable de por donde iban los problemas.

El servicio de información de la comisaría tuvo acceso a los planes de los organizadores y así supimos que sería una vaca la que encabezaría la “manifa” (manifestación en el argot policial).

Con la información recabada se confeccionó un informe que yo remití al gobernador para su conocimiento.

En cuanto lo leyó me llamó por teléfono, pidiendo que fuera a verlo.

Como es natural acudí de inmediato y una vez en su despacho, advirtiéndolo muy trastocado, le pregunté qué pasaba.

“Que la vaca no va en la manifestación”, me dijo.

Yo le respondí que nuestra información era esa e iba a ser muy difícil impedir que la vaca marchase en cabeza de los afectados por tan serios problemas, procedentes, precisamente, del sector lácteo.

Y lo volvió a repetir, esta vez de manera enérgica: “¡La vaca no va!”.

Pues ya me explicaría que quería que hiciéramos para impedirlo, porque aquello iba a ser reventar la manifestación, enfrentarnos a los ganaderos, empezar a repartir golpes y a recibir de ellos las mismas y agradables respuestas.

“¡Pues me da igual, pero la  vaca no va!”.

Pero vamos a ver, ¿qué importancia tenía que fuera o no una vaca?. En Madrid se manifiestan con las ovejas en las puertas del ministerio de tu paisano y no sucede nada, le razonaba yo, o más bien: creía razonarle.

“¡Pero aquí, la vaca no va!”.

Pues nada, impediremos que salga la manifestación, que precisamente lo hacía desde las mismas puertas del edificio en que estábamos, para terminar ante la Delegación de Agricultura. Pero para eso tendría que pedir refuerzos a Valladolid, pues con los efectivos que tenía Zamora no nos podíamos enfrentar a varios miles de manifestantes como estaba previsto. 

“No hace falta, lo que hay que hacer es impedir que llegue la vaca”.

Y tan tranquilo, como si eso fuera fácil. Lo pensé durante un rato y vi la posibilidad de cerrar la zona unos horas antes para impedir que la vaca pudiera llegar antes de la manifestación.

Pero claro, la vaca no iba a venir andando un rato antes. Lo más probable es que la trajeran en un camión o remolque de los muchos que los ganaderos usaban para transportar su ganado, así que junto con mis colaboradores y siguiendo las instrucciones del político gubernamental, trazamos un plan que consistía en cerrar las seis o siete calles por las que se podía acceder a la plaza del Gobierno Civil, e inspeccionar los transportes para detectar la vaca.

¿Y desde qué hora habrá que cerrar? Nos preguntábamos con buen criterio.

 Pensando que los manifestantes querrían utilizar la impunidad que ofrecen las horas nocturnas, decidimos que a las cero horas, colocaríamos los controles en los puntos de acceso y revisaríamos la entrada de vehículos en los que se pudiera transportar a una vaca.

Muy ufanos, nos retiramos a descansar, en la seguridad de que las medidas estaban bien tomadas.

Al punto de la mañana siguiente (este término lo aprendí precisamente en Zamora), informé al gobernador que se había mantenido, durante toda la noche y hasta que empezara la manifestación, un dispositivo de prevención tendente a dar satisfacción a su capricho y que por el momento no había ningún resultado. ¡La vaca no había entrado en la zona de concentración de los manifestantes desde las cero horas de aquel día!

A la hora prevista empezaron a reunirse los diferentes colectivos y la plaza del Gobierno Civil se fue llenando de personas, pancartas, banderas y megáfonos, pero no estaba la vaca que era la única preocupación del dirigente político.

A la hora prevista, el gobernador y yo observábamos tras las ventanas de su despacho que daban a la plaza, cómo se iba conformando la manifestación y cuando ya la primera autoridad provincial se frotaba las manos pues la “vaca no iba”, con un ruido de hierros, un furgón aparcado en una esquina de la plaza abrió su portalón trasero y ¡salió la vaca!

Traída por el ronzal y con andar parsimonioso, el rumiante se incorporó a la cabeza de la manifestación y emprendieron la marcha.

No pude aguantar una carcajada ante la atónita mirada del gobernador que me interrogaba, con fuego en los ojos, cómo habíamos podido cometer un fallo semejante.

Yo no sabía cómo se había producido y pregunté a los responsables directos del operativo. Minutos más tarde me llegó la información.

Los manifestantes sabían que íbamos a impedir la llegada de la vaca y a media tarde del día anterior ya habían colocado allí al paciente animal. Entre los policías había muchos hijos y familiares de ganaderos y agricultores; seguro que alguno de ellos le habría pasado la información.

Sapos y culebras salían por la boca del responsable político, al que ningún razonamiento le hacía comprender la realidad.

Cuando ya se había calmado un poco, procurando usar palabras que no llegaran a ofenderle, pero que le pusieran de pie ante la realidad, le argumenté que me parecía desproporcionado el intento de evitar la presencia de la vaca; que él, como dirigente sindical seguro que hubiera considerado un éxito el llevar la vaca en cabeza de la manifestación y qué quería que hicieran aquellos ganaderos, a los que precisamente sindicatos como el suyo les habían enseñado a hacer huelgas y manifestaciones.

Pareció comprender, pero yo decidí que lo mejor era marcharme y dejarlo que “rumiara” todo lo acontecido.

 

 Gobierno Civil y Plaza de la Constitución de Zamora

 

A la izquierda del edificio, donde se ve un árbol, estuvo estacionada la camioneta que llevaba la vaca.