viernes, 25 de octubre de 2019

CONQUISTAR AL CONQUISTADOR





Afortunadamente nuestra historia está plagada de mujeres heroicas; tanto, que ese afán de querer visualizar al género femenino de nuestra raza, repitiendo constante y machaconamente eso de “ciudadanos y ciudadanas”, “españoles y españolas” o inventando palabras como “miembros y miembras” es, no solo innecesariamente reiterativo, sino aburrido y sobre todo síntoma de incultura.
Por fortuna, digo, tenemos una historia plagada de nombres de mujeres que se “han visualizado” al entrar por la puerta grande en los libros de historia. Ya he dedicado muchos artículos a estas mujeres y quedan muchas más a las que iré dedicando mis trabajos.
La de hoy es sin duda una mujer ejemplar. Ejemplar por su arrojo y valentía, por su decisión y por su carisma como líder y aunque ya se ha escrito sobre ella e incluso se ha rodado una película sobre su viaje, no me resisto a colocarla entres las figuras femeninas que orlan mi blog, a pesar de que la originalidad que siempre busco se vea en este caso muy mermada. Se trata de doña Mencía Calderón de Sanabria.
Nació esta mujer en Medellín, en la provincia de Badajoz al comienzo del siglo XVI. No existe constancia de su fecha exacta de nacimiento pero sí que se ha recogido un dato importante y es que casó en 1535 con Juan de Sanabria, primo del conquistador Hernán Cortés, el cual había quedado viudo poco tiempo antes y de cuyo matrimonio tenía un hijo de corta edad llamado Diego.
El matrimonio de Juan y Mencía tuvo pronto descendencia, pero con poca fortuna para la continuación del apellido pues fueron tres hembras.
Residían en Sevilla en donde Sanabria ostentaba un importante cargo en la corte, cuando llegó a España cargado de cadenas el que había sido Adelantado del Río de la Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
El Adelantado era un alto dignatario al que se encomendaba llevar adelante una empresa o servicio por mandato real, y que poseía plenos poderes tanto en tiempos de paz como de guerra. Esto convertía al designado en una figura de máxima autoridad que más adelante podía ser sustituida por el virrey, como comparativo de la magnitud de sus atribuciones.
Alvar Núñez fue acusado de graves delitos por abuso de poder y terminó mal sus días, pero su trayectoria lo describe como un brillante descubridor que llenó páginas de gloria, aunque como muchos otros, en parte por enemistades y en parte por su extrema dureza en el trato con las personas bajo su mando, terminó aherrojado.
Corría el año 1547 y se hacía necesario designar de inmediato un relevo para tan importante cargo, pero a la vez había que dar solución a un problema que se estaba yendo de las manos.
El cristianísimo emperador Carlos tenía sobre su conciencia el desenfreno moral que en el nuevo continente se estaba experimentando, quizás como consecuencia de varias decisiones mal tomadas desde un principio.
Una vez descubierta la nueva tierra, el único afán era el de expandir los dominios en busca del codiciado oro y las especias. Eso hizo que, una tras otra, las expediciones fueran de conquistadores y no de colonizadores de las nuevas tierras. Las mujeres estaban prohibidas a bordo de las carabelas que cruzaban el Atlántico y salvo alguna enrolada de tapadillo como prostituta, para alivio del conquistador y unas pocas que consiguieron emigrar disfrazadas de hombres, lo cierto es que pocas mujeres españolas cruzaban el océano.
Por otro lado las guerras de los últimos años habían diezmado a la población masculina española, decremento que se veía aumentado por la emigración de varones hacia tierras de promisión.
Estas situaciones producían un resultado muy concreto y no era otro que abundancia de mujeres en España y escasez de ellas en las Indias.
Esto llevó a las generalizadas relaciones de concubinato con las mujeres del nuevo continente, con las que los conquistadores tenían múltiple descendencia, pero difícilmente formaban una familia que se asentara en un territorio y cuidara de él.
Se quiso paliar esta situación con una propuesta que la protagonista de esta historia, doña Mencía Calderón, hacía a su esposo Sanabria y que no era otra que la de llevar mujeres castellanas a las Indias, unas para encontrarse con sus esposos, otras para contraer allí matrimonio con los jóvenes soldados solteros.
Esa idea, después de haberla desechado durante años, pareció convencer al emperador Carlos, que en sustitución del depuesto Cabeza de Vaca, nombró Adelantado del Río de la Plata, por indicación del Consejo de Indias, a don Juan de Sanabria, el esposo de Mencía, con la condición de que preparase una expedición de seis naves para trasladarse a tierras del sur de América, donde él detentaría el cargo de Adelantado.
Juan de Sanabria murió al poco tiempo y la expedición, aún sin ultimar, corría serio peligro de ser anulada al nombrarse a otro adelantado, pero entonces doña Mencía tomó las riendas de aquella aventura y consiguió que se nombrase a Diego, hijo de su marido, como nuevo Adelantado y a ella como responsable de la expedición femenina, en atención a lo avanzado que llevaba las gestiones, pues no en vano había conseguido ya tres naves y que numerosas doncellas, sobre todo extremeñas  pertenecientes a las clases más privilegiadas, se hubiesen ofrecido voluntarias para emprender aquella incierta aventura, igual que las abandonadas esposas de muchos de los conquistadores que llevaban años sin aparecer por España.
Hay que considerar que en el ánimo de estas mujeres pesaba una gran losa, pues en aquellos tiempos las féminas solo tenían dos caminos en la vida que no eran otros que el matrimonio y el convento. El matrimonio estaba difícil y de baja calidad y el convento no era idea que atrajese a la mayoría de las mujeres, así que la de apuntarse a aquella aventura no parece tan descabellada: ir en busca del marido desconocido, en vez de descubrir la “Tierra Ignota”.
El diez de abril de 1550 zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda la primera parte de la expedición, la que dirigiría doña Mencía y que se componía de tres naves: el patache San Miguel, la carabela Asunción y la nao San Juan. En Sevilla quedaba su hijastro don Diego, tratando de fletar las tres naves que faltaban para completar la expedición.
La primera parte de la flota puso rumbo a las Canarias con el fin de avituallarse para la larga travesía y esperar a que los vientos alisios le fueran propicios; a bordo iban alrededor de sesenta mujeres y unos doscientos cincuenta jóvenes, aunque hay algunos autores que cifran en ochenta las damas de la expedición, pues algunas estaban casadas con conquistadores españoles y en realidad iban en busca de sus maridos, por lo que no rebajarían la tensión a la que estaban destinadas las solteras.
En Canarias, la ausencia de vientos retuvo la expedición más tiempo del deseado y cuando unos meses después emprendieron, por fin, la marcha, enfilaron hacia las Islas de Cabo Verde, donde les sorprendió una fuerte tormenta que dispersó las naves.
El patache San Miguel, la mejor de las naves, era la que transportaba a las mujeres y a Doña Mencía, el cual navegó hacia el Golfo de Guinea, para trazar luego la ruta hacia el continente americano.
Pero allí fue sorprendido por un barco pirata francés y doña Mencía tuvo que gestionar la libertad del barco y la inmunidad de las mujeres a su cargo, entregando gran parte de la carga a los piratas.
Del destino de las otras dos naves no se sabía nada, pero el plan del viaje fijaba un punto de reunión en la isla de Santa Catalina, en las costas de Brasil, cerca ya de la frontera con el actual Uruguay, a donde se dirigió el San Miguel, llegando en el mes de diciembre y en donde se encontró con la carabela Asunción. De la nao San Juan nunca se supo nada más.
El estado de las embarcaciones era lamentable y la Asunción se hundió en una maniobra de aproximación a la costa, donde el gobernador portugués de la isla tenía retenidos los dos barcos y sus tripulaciones.
Tres años estuvieron retenidas en tierras brasileñas hasta que por intervención directa del rey de España con el de Portugal, se levantó el confinamiento y las expedicionarias estuvieron en libertad.
Durante ese tiempo había recibido noticias de que Diego Sanabria y su expedición había llegado al Caribe pero su rastro se perdía en las selvas venezolanas.
Quedaba por tanto doña Mencía como única persona responsable de la expedición, pero ya no había opción de continuar por mar, así que armándose de valor y usando unos indígenas que se ofrecieron a guiarlas en un larguísimo viaje a través de la selva, consiguieron llegar dos años después y tras más de mil trescientos kilómetros, a la ciudad de Asunción, en donde algunas de las damas casadas que habían emprendido tan larga aventura, encontraron a sus esposos amancebados con indígenas y otras recibieron la funesta noticia de su muerte.

Mapa del recorrido por tierra desde la costa hasta Asunción


Por fin la expedición se había acabado y llegaban a su punto de destino, en donde las damas, deterioradas por las penalidades sufridas, se esforzaron en su tarea de encontrar esposo y asentarse en aquellas tierras.
Así nació el actual Paraguay y fue gracias a la constancia y tesón de una dama ilustre, a la que nadie empujaba para encumbrar, sino que lo hacía ella sola con su denuedo.
La historia debía haber sido más justa con esta persona que a pesar de ser del sexo femenino, tuvo un comportamiento heroico, contribuyendo notablemente con su aportación al engrandecimiento de las colonias americanas.
Hasta 1960 en que una escritora argentina llamada Josefina Cruz escribió una novela sobre este personaje, su recuerdo había permanecido dormido.

viernes, 18 de octubre de 2019

MIRALLES Y EL "GARAÑÓN"




Hace ya varios años que descubrí a este enigmático personaje, guardé documentación sobre él y la estudié cuidadosamente, pero para escribir su historia necesitaba de un algo, suceso o anécdota que pusiese la guinda al pastel y por fin, la he encontrado. Ahora la historia está redondeada y he sacado mis papeles y me he puesto nuevamente a estudiarlos.
El personaje de esta historia es Juan de Miralles Trailhon, nacido en Petrer, provincia de Alicante y capital de la comarca del Vinalopó, el 23 de julio de 1713, hijo de padres de ascendencia francesa.
Perteneciente a una familia más que acomodada, con 27 años llegó a la Habana, con bastante dinero, magníficas relaciones y buena presencia, lo que le abrió multitud de puertas cubanas, entre ellas la de María José Eligio de la Puente, la soltera más cotizada de toda la isla, por su belleza y su fortuna familiar.
Inició una incesante actividad comercial con las demás islas del Caribe, siempre buscando los artículos necesitados en unas islas y los excedentes de otras e intercambiarlos. Así trabó fuertes relaciones comerciales con Jamaica, Bahamas y las colonias británicas del continente, adquiriendo dominio de la lengua inglesa.
Con el pretexto de que servía de puente informador a las autoridades españolas de los movimientos de los ingleses en el continente americano, el gobierno hacía la vista gorda a sus actividades mercantiles, rayanas en la ilegalidad con las que en poco tiempo consiguió amasar una considerable fortuna.
Junto con el dinero, iba ganando prestigio como informador y cuando en 1776 las colonias se independizan de Gran Bretaña y la corona española decide apoyar a los independentistas, Juan de Miralles fue nombrado embajador ante las Trece Colonias.
Era de los pocos españoles que hablaba un inglés fluido y esto le hizo aproximarse mucho a los colonos independizados, con los que muy pronto establecería relaciones comerciales, surtiéndoles de tabaco, maderas, azúcar, harina y otras efectos de los que carecían por haber cortado el suministro Inglaterra.
Miralles cumplía con las instrucciones que recibía del gobernador de La Habana, mientras desarrollaba relaciones comerciales en su beneficio y así entró en tratos con afamados terratenientes americanos, entre los que se encontraba un tal George Washington, en aquel momento poco menos que desconocido fuera del ámbito agrícola.
Conviene recordar que buena parte de la costa sur de los Estados Unidos, la del Golfo de Méjico, eran posesiones españolas, como La Florida y La Luisiana, Tejas o Nuevo Méjico que en algunos momentos pasaron de manos de unos países a otros, como consecuencia de la Guerra de los Siete años y la posterior derrota de Napoleón.
Las relaciones comerciales de Miralles se fueron sedimentando y sus relaciones personales con importantes hombres de las colonias también.
Entre todas esas relaciones, quizás la más consolidada fue precisamente con George Washington, que como decía anteriormente, aun no había destacado en la política, pero era un hombre decidido a conseguir la independencia, por eso en multitud de ocasiones cogía sus armas y se ponía al frente de los agricultores que formaban grupos armados, apoyados sobre todo por tropas francesas y españolas.
Había participado como oficial de milicias en las guerras contra los indígenas y era de los pocos oficiales con experiencia bélica.
Washington, junto a Tomas Jefferson, Benjamín Franklin, John Adams y algún otro, fueron los artífices de la declaración de independencia el 4 de julio de 1776, pero la guerra continuó siete años más. 
La afinidad de empresas entre los dos era grande, pues Washington era un importante empresario agrícola lo mismo que Miralles y entre ambos la relación se fue agrandando hasta el extremo de que Juan de Miralles cuando estaba en las colonias norteamericanas se hospedaba en casa de su amigo George, en Mount Vernon.
En cierta conversación mantenida entre ambos sobre las explotaciones agrícolas y las necesidades de transportes, Miralles le comentó a su amigo que en España existía una bestia de carga de extraordinaria resistencia. Era de la familia de los équidos, más pequeño que el caballo, más lento, pero muchísimo más resistente para en trabajo duro, capaz de caminar por cualquier lugar en el que un caballo se haría daño en sus delicadas patas, mucho más fácil de alimentar y considerablemente más longevo.
Ese animal tenía otra particularidad que era la de poder cruzarse con yeguas, produciendo el híbrido al que se conoce como mulo, que guarda características de una y otra especie.
Es probable que en América hubiese burros y caballos en tiempos muy pasados, pero se habían extinguido en la época de las glaciaciones, así que los primeros animales de estas especies fueron llevados por Colón en sus sucesivos viaje, pero no eran de la especie a la que Miralles se refería que es autóctona de las provincias de Zamora y León que se conoce como “garañón”.
Tanto le habló de los garañones que Washington quedó interesado en conocer aquel animal de los que ni en Cuba ni en Norteamérica existían, así que su amigo Miralles se propuso darle satisfacción y venciendo la enorme burocracia española, solicitó de la corte de Carlos III en envío de uno de estos burros, para complacer a su amigo Washington.

Garañón zamorano

Pero los animales de esa clase estaban protegidos por leyes muy estrictas que prohibía sacarlos del país, como no fuera con autorización real.
Hay que tener en cuenta varios factores, uno muy importante era la presencia española en lo que hoy son los Estados Unidos, cuyas tres cuartas partes eran colonias españolas y el gobierno estaba muy interesado en mantener buenas relaciones con los independentistas. Lo segundo es que George Washington no era, ni siquiera soñaba, con ser presidente del nuevo país, pero era un empresario agrícola muy influyente, con el que merecía la pena llevarse bien.
En estas circunstancias Juan de Miralles enfermó de pulmonía que contrajo cuando presenciaba un desfile militar en compañía de su amigo Washington y a pesar de los esfuerzos que hicieron los mejores médicos del lugar, falleció en casa de su amigo, con gran pesar de éste y de muchos otros importantes personajes del nuevo país, en el año 1780.
Pero la tramitación del envío de un garañón siguió adelante y dos o tres años después, el conde de Floridablanca, ministro de Carlos III, autorizó la salida de dos burros, con destino a América.
He leído en algún lugar que se envió una pareja de burros, lo que no es cierto porque eso hubiese supuesto la posibilidad de reproducir la raza autóctona en tierras americanas, lo que estaba muy lejos de la idea de preservarla en su hábitat natural, así que se envió un solo macho, joven y en edad de cubrir yeguas. También se ha dicho que en realidad fueron dos machos lo que iniciaron el viaje y que solamente consiguió terminarlo uno de ellos. Eso es más probable.
Lo cierto es que desde Zamora partieron hacia el puerto de Bilbao, un mulero llamado Pedro Téllez llevando a los dos animales que embarcaron en dos barcos diferentes y en establos adecuados que el propio Téllez les construyo. Uno de los buque se hundió a consecuencia de un temporal y el otro consiguió descargar el burro en un puerto americano. Desde allí hasta la finca de Mount Vernon, aun hubieron de recorrer andando más de ochocientos kilómetros.
Washington quedo muy agradecido y envió una carta al rey español y nunca olvidó aquel detalle.
El burro fue bautizado y se le puso el nombre de “Royal Gift”, “Regalo Real” y durante años cubrió numerosas yeguas, calculándose que en los momentos actuales hay más de seis millones de descendientes suyos, lo que no parece posible ya que los mulos y las mulas no se pueden reproducir, son híbridos, mejor dicho, los mulos son siempre estériles, pero las hembras, las mulas, pueden ovular y quedarse preñadas de manera muy excepcional, aunque sus crías son débiles y con escasas posibilidades de sobrevivir.
Murió “Royal Gift” en 1796, pero en todos los Estados unidos se le recuerda, sobre todo de dos maneras muy específicas y singulares: el 26 de octubre, fecha en que desembarcó el garañón, se celebra el Día Nacional de Apreciación de la Mula y por otro lado es el símbolo del Partido Demócrata.
Países con pocas tradiciones se aferran a las que tienen con verdadero afán, otros tenemos tantas que nos importa poco ir perdiéndolas.
En nuestro acervo cultural tenemos una palabra que procede precisamente de “mulo” y no es otra que “mulato” que hace referencia a que como el mulo, el mulato procede de dos razas, en este caso humanas, distintas.


viernes, 11 de octubre de 2019

ROMA VEDUTA, FEDE PERDUTA





La cristiandad, sobre todo la católica, suele peregrinar a tres puntos concretos: los Santos Lugares, Santiago de Compostela y Roma.
En los tiempos actuales los peregrinos a Roma encuentran una espléndida ciudad y un Vaticano no menos magnífico, de arraigadas costumbres cristianas apropiado para el  recogimiento y la oración, pero hace unos siglos las cosas eran tan de otra manera que una frase corría de boca en boca de los peregrinos. Es la que da título a este artículo que quiere decir: “Vista Roma, fe perdida”, dado el clima escandaloso que imperaba en la ciudad eterna.
La aspiración de los criollos de tierras americanas, es decir los nacidos en el nuevo continente, pero de padres europeos, casi fundamentalmente españoles, era también “peregrinar”, pero en este caso a España, a conocer la Madre Patria desde dentro, y a ser posible visitar la corte española. Pero un poco de lo mismo que ocurría a los peregrinos a Roma, vino a ocurrir con algunos personajes que en años mozos pasaron por España y contemplaron una realidad que los dejaba perplejos, despertando el ansia de independencia que más tarde cristalizó.
Desde aquellas lejanas tierras se contemplaba a España como el paradigma de lo perfecto. La metrópoli del inmenso imperio español había de ser un dechado de excelencia en donde todo funcionase a la perfección y la capital de aquel idílico lugar, desde donde los monarcas gobernaban el mundo, no tendría comparación con ningún lugar por ellos conocidos.
Con esa idea vinieron a España los dos libertadores americanos: San Martín y Bolívar, cada uno por su lado y ambos marcharon de aquí con la misma sensación que el peregrino romano. No acertaban a explicarse cómo era posible que el mundo se dirigiera de forma tan lasa, tan corrupta, tan lejana de la moral, como eran las costumbres de la corte española.
Sobre San Martín ya escribí un artículo que puedes encontrar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2013/03/la-cobardia-del-libertador.html en el que hacía una semblanza de su trayectoria y la forma cobarde en la que abandonó su puesto de jefe de la guardia del Gobierno Militar cuando la revuelta popular de Cádiz.
De Simón Bolívar escribí también algo de pasada cuando relaté las relaciones sexuales de la reina María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, pero a la luz de nuevas documentaciones, he pensado que bien podría merecer dedicar un artículo al tema.
En mis anteriores publicaciones, que puedes consultar en estos dos enlaces: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/search?q=la+realeza+en+el+banquillo
hablaba de cierto sacerdote que oyó en su última confesión a la reina, la cual le dijo que ninguno de los hijos que había tenido, ni tampoco los abortos, en total veinticuatro embarazos, eran de su marido, el rey Carlos IV.
Pues bien, los amoríos escandalosos de la reina le hacían cambiar de amante en una desaforada actividad sexual que su marido, al que se conocía con el sobrenombre de “el rey Cazador”, no debía complacer.
No puede decirse que la reina fuera una mujer bella, ni siquiera atractiva y con las vestimentas usadas y la cantidad de embarazos, su figura no debería despertar la lujuria, pero era la reina y eso da un morbo exquisito.
Por su cama pasarían muchos varones, desde poderosos como Godoy, hasta anónimos y entre ellos, el protagonista de esta historia, Simón Bolívar.
Las reinas extranjeras casadas con los reyes españoles no tuvieron demasiada aceptación entre la ciudadanía, pero curiosamente, María Luisa de Parma fue una excepción, pues desde princesa de Asturias hasta los primeros años de reinado, gozaba de una amplísima popularidad y el pueblo la quería.

Retrato de María Luisa de Parma

En aquella época estaba de moda una costumbre social de las altas esferas de la aristocracia que era el cortejo. Una dama se hacía acompañar por un joven de modales educados, bien instruido, preferentemente que hablara francés e italiano, y que estuviera al día en los bailes de la corte y en las costumbres de la aristocracia, mientras su marido se dedicaba a sus tareas, ya fueran de gobierno, de guerra, de negocios o de cualquier otro tipo que le requiriese el empleo de largas temporadas fuera del hogar. La caza también estaba incluida en este complaciente capítulo.
Por eso María Luisa, ya reina, se hacía cortejar mientras su real esposo dedicaba largas jornadas a la caza.
El primer “cortejador” del que se tiene noticia, fue el valido Manuel Godoy que a través de la cama de la reina accedió a las más altas magistraturas de la nación, a la que gobernó a su verdadero antojo.
Pero es más que probable que previamente y todavía princesa, María Luisa hubiese tenido la necesidad de ocupar su lecho cuando su esposo no le hacía ni caso y Godoy no habría sido el primero, pero sí el más importante.
Todos los reyes españoles de la Edad Moderna se casaron con princesas extrajeras y como refería antes, ninguna cayó bien al pueblo español, pero en el caso de María Luisa la actitud fue diferente pues la gente la adoraba y aplaudía cuando paseaba en carruajes por Madrid. Pero como suele decirse, la mentira tiene las patas muy cortas y pronto de aquel amor popular se pasó a una indiferencia y luego al odio. Entonces la reina optó por refugiarse en los Reales Sitios y dejarse ver muy poco, pero Madrid estaba llenos de pasquines insultando a la reina y a su valido Godoy, cuya promiscuidad había desatado la furia del pueblo.
Tras muchas vicisitudes el todopoderoso Godoy cayó en desgracia pero el colchón de la reina tardó poco en calentarse, esta vez con un oficial de la Guardia de Corps llamado Manuel Mallo y que era venezolano.
En esas fechas llegó a España el subteniente Simón Bolívar, el cual por afinidad que da el paisanaje, trabó amistad con el nuevo amante de la reina. Venía imbuido por ese pensamiento que se relataba más arriba y que les hacía ver a los reyes de España como a unos seres superiores, como si ejercieran su real oficio como misión divina, sin las limitaciones y flaquezas que adornan al resto de los mortales.
En la corte evidenció la falsedad de aquella creencia que endiosaba a los reyes de España, cuando comprobó cómo se gobernaba el país sin ningún criterio de estado, cómo el rey dejaba en manos ineptas la responsabilidad suya, como rey absolutista que era, dedicándose por entero a la caza, su única pasión y cómo la reina se refocilaba con su amigo Mallo, el cual vivía en una casa contigua al palacio, con el que se comunicaba por un secreto pasadizo por el que la reina pasaba a la vivienda de su querido.
Un día en que Mallo había invitado a cenar a Bolívar y a un amigo común, Esteban Escobar, se presentó de improvisto una persona con habito de monje capuchino que al descubrirse resultó ser la reina.
Terminada la cena, que compartieron los cuatro, la reina quiso volver a palacio cruzando por la calle y para no levantar sospechas, Mallo consideró más oportuno que la acompañase Bolívar, lo que le dio a éste, hombre de habla fácil, la oportunidad de congraciarse con la soberana, la cual le invitó al sitio de Aranjuez, donde llegó a jugar un partido de pelota con el príncipe Fernando, a la postre Fernando VII.

Simón Bolívar

No existe una constancia oficial de que lo relatado hasta ahora haya sido real y más parece el argumento para construir una novela con trazas de leyenda histórica, aunque lo cierto es que Bolívar, a través de su amigo Mallo, tuvo mucho acceso a la corte y bastante contacto con la reina, lo cual hizo pensar a muchos que había algo más que amistad.
Lo cierto es que Bolívar estaba profundamente enamorado de una joven aristócrata madrileña, con la que llegó a casarse y de la que enviudó a los pocos meses, cuando al instalarse en Venezuela fue víctima de la temibles enfermedades tropicales.
Pero un día Godoy volvió de su exilio y de las primeras cosas que llevó a cabo fue mandar prender a su rival, del que no se volvió a saber nada en los círculos de Madrid, apuntándose que lo habían deportado a Filipinas, aunque años más tarde se dijo que durante la travesía había sido arrojado al mar atado a un gran peso.
La influencia que la Revolución Francesa tuvo en toda Europa y que se trasladó a las colonias con renovado afán independentista así como la pérdida de la fe que los americanos tenían en la monarquía española, fue el aldabonazo que sonó en todo el continente, del que poco a poco se fueron desmembrando los nuevos estados.
Bolívar se marchó de España habiendo transformado su amor en odio y después de haber hecho contactos en poderosos círculos de masonería, en diferentes países, comenzó su campaña libertadora que acabó con buena parte del imperio colonial español.