viernes, 28 de abril de 2023

LA AMANTE DEL LIBERTADOR


Hace ya unos meses que ocurrió y afortunadamente la cordura resolvió la situación. Nuestro rey, en la ceremonia de toma de posesión del presidente de Colombia, Gustavo Petro, no se levantó de su asiento al paso de una espada que al parecer, empuñara el llamado libertador, Simón Bolívar, cuando se alzó contra la Madre Patria.

Yo tampoco me hubiera levantado y por muchas razones entre otras el oportunismo del “héroe” de la independencia de nuestras colonias y su traición a la patria que se lo había dado todo, incluso le permitió refocilarse en la cama de la reina de España, María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, según dicen algunos y que yo mismo escribí en un artículo que se puede consultar en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com/2019/10/roma-veduta-fede-perduta.html .

Simón Bolívar, así como San Martín, Guevara, Castro o Chávez, gozan de gran popularidad en unos sectores muy concretos de la sociedad internacional actual; popularidad que creo inmerecida pues han llevado a medio continente a la ruina más estrepitosa con el aplauso de esos sectores y el horror de otros no menos numerosos pero mucho más silente que observan perplejo el progresivo deterioro que están sufriendo muchos países Hispanoamericanos.

La actualmente llamada Revolución Bolivariana que con tan pomposo nombre está llevando a la ruina económica y moral a un país tan rico como Venezuela, dice clavar sus raíces en el legado de su libertador, aquel que un día empuñó su espada contra España. Espada que no es la mítica Excalibur que empuñó Arturo ni la Tizona del Cid, sino una espada llena de otras cosas que no de gloria.

El Libertador es todo un personaje por muchos y variados motivos, entre otros porque la popularidad que lo ha revestido tras su muerte y que no casa con la que gozaba entre sus paisanos, coetáneos de los acontecimientos, los que organizaron contra él un “macroatentado”  que lleva por nombre La Conspiración Septembrina.

En el año 1828, Bolívar era presidente de una especie de federación de territorios conocida como la Gran Colombia y que comprendía varios de los países actuales como Venezuela, Colombia, Panamá, Ecuador y otros.

Lo que había sido una aspiración de un gobierno de libertad, justicia social, igualdad, prosperidad y autonomías regionales, se fue convirtiendo en un gobierno centralista, absolutista, militarizado, abusador, y muchas otras cualidades cada vez más alejadas de los fundamentos que impulsaron su creación, hasta el extremo de que en agosto de1828, Simón Bolívar se proclamó dictador.

Como es natural en el seno de la sociedad, sobre todo en los sectores más intelectuales y jóvenes no sentó nada bien el giro que tomaban los acontecimientos, lo que promovió reuniones, algunas de ellas clandestinas, para analizar los hecho y proponer soluciones. Una de las soluciones, la más drástica de las que se propusieron, fue la de matar a Bolívar y así, la noche del 25 de septiembre de 1828, un contingente formado por más de treinta personas, entre civiles y militares, comandadas por un militar e intelectual llamado Pedro Carujo Hernández, penetró por la fuerza en el Palacio de San Carlos, sede de la presidencia y tras asesinar a los guardias, buscaron los aposentos de Bolívar.

El Libertador dormía con su amante Manuela, la cual al oír los ruidos lo despertó y una vez entendido qué estaba pasando, cogió su pistola y su sable con intención de hacer frente a los atacantes, pero Manuela, más hábil, le convenció para que saliera por la ventana y escapase.

 Eso hizo y ya puesto a salvo y escondido bajo un puente, pasó la noche, mientras Manuela dio la cara frente a los asaltantes, a los que entretuvo mientras pudo, haciendo creer que Bolívar no había dormido allí. No salió indemne del lance, pues alguno de las más exaltados le propinó un fuerte golpe en la cabeza.

 



Ventana por la que huyó Bolívar y placa conmemorativa

 

Pero ¿quién era esta Manuela, tan corajuda como para salvar la vida del Libertador?

Pues se trata de una mujer excepcional: Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, conocida como Manuelita Sáenz, que nació el 27 de diciembre de 1797 en Quito, perteneciente al Virreinato del Perú y fruto de una relación extramatrimonial de su padre, un rico hacendado llamado Simón Sáenz, con la criolla María Joaquina de Aizpuru, es decir, una mujer nacida de españoles en tierras americanas, la cual, desgraciadamente murió a los pocos días de dar a luz, lo que motivó que su padre, por ser hija ilegítima, la dejase en un convento, en los que Manuela pasó sus primeros años.

Poca información se tiene de esa época en la que se sabe que destacaba como una niña de inteligencia poco común, según la superiora del convento informaba a su padre, hasta el punto que el rico hacendado, decidió llevarla a su casa y presentársela a su esposa, Juana de Campos, la cual lejos de rechazarla, la adoptó como hija, educándola junto a los suyos.

Ella le inculcó el amor a la lectura y su hermanastro, José María, comenzó a apasionarla con las ideas revolucionarias que empezaban a germinar en la sociedad colonial.

Con catorce años su padre decidió que completase su formación con las religiosas de Santa Catalina, algo que afectó negativamente en la joven, pero tras algunos tropiezos se centró en los estudios para convertirse en una señorita de la alta sociedad virreinal. Con 22 años su padre la casa con un rico comerciante inglés llamado James Thorne que le doblaba la edad y con el tras la boda, fijó su residencia en Lima, la capital del virreinato, convirtiéndose, desde su privilegiada posición en una espía para la causa independentista.

 


Retrato de Manuela Sáenz

 

Con el dinero de una herencia y junto a su hermanastro, ya oficial del ejército independentista, compro armas para su ejército y hay historiadores que dicen que participó activamente en alguna batalla y que llegó a ganarse el grado de sargento, si bien no está debidamente contrastado, lo que si es cierto es que en Quito conoce a Simón Bolívar y aunque ambos estaban casados, surge entre ello la llama de una pasión que no acabará sino con la muerte del Libertador, ocurrida en diciembre de 1830, casi un año después de renunciar a la presidencia de la Gran Colombia.

Pero Manuela siguió activa, tratando de mantener el ideal bolivariano y convirtiéndose en una amenaza constante para los gobiernos que se formaron tras diluirse la Gran Colombia. En la cabeza de muchos de los gobernantes, entre los que se encontraba su gran enemigo Francisco Santander, nuevo presidente de Colombia estuvo la idea de acabar con Manuela, igual que antes se quiso acabar con Bolívar, pero la idea de hacer una mártir aconsejó enfocar su desaparición por el destierro.

No le quedó a Manuela otra opción que salir de allí y refugiarse en Jamaica, desde donde instó permiso al presidente de Ecuador para viajar a Quito a recuperar sus propiedades, pero a última hora el permiso le fue revocado por un cambio de gobierno. Sin rumbo, fue confinada en el puerto peruano de Paita.

Allí murió Manuela el día 23 de noviembre de 1856, víctima de la difteria que asoló la zona.

Una gran mujer en la historia de la Liberación, injustamente olvidada.