Publicado el 16 de octubre de 2011
Desde unos años a esta parte, se han
puesto de moda para las mujeres, unas botas altas que llegan hasta
casi la mitad del muslo. Son una botas muy llamativas que confieren a
cierto tipo de mujeres, un aspecto un tanto agresivo, pero
tremendamente atractivo, o así me lo parece a mí.
Ciertamente por casualidad, mirando
algunos cuadros con reyes y personajes de la historia me tropecé con
el retrato de un rey bávaro del que no se ha hablado mucho, aunque
el personaje merece un poco de atención y el cual, curiosamente,
calzaba unas botas altas, como las que ahora están de moda.
En aquella pintura, el rey estaba
vestido con uniforme militar, capa de armiño, guerrera con
charretera y luciendo el toisón de oro, calzas blancas y botas de
cuero negro hasta medio muslo.
Al ver aquellas botas en un personaje
de hace siglo y medio, comprendí que esta moda que se ven en chicas,
sobre todo jóvenes, altas y de piernas bonitas no era nada original
y que sólo se había rescatado del olvido. Me parecía sorprendente
que aquel rey hubiese llevado un calzado que ciento cincuenta años
después volvía a estar de moda, con un diseño prácticamente igual
al actual.
Indagando sobre aquel personaje que ya
había despertado mi curiosidad, averigüé que se trataba de Luís
II de Baviera, al que
se conoció como El Rey
Loco.
Luís
II de Baviera calzando las famosas botas
Había nacido el 25 de agosto de 1845,
en el seno de una familia real. Hijo primogénito de Maximiliano II,
rey de Baviera y de María de Prusia, nieta del rey Federico
Guillermo II de Prusia, era el heredero del trono.
En aquella época, tanto Baviera como
Prusia eran dos estados jóvenes, localizados en el centro-norte de
Europa y que, además, tuvieron una vida efímera.
Baviera existió desde 1806 hasta
1918, cuando el reino se disolvió tras la Primera Guerra Mundial y
Prusia, desde un siglo antes, hasta el mismo momento histórico.
La capital del reino de Baviera era
Munich, que sigue siendo la capital del Estado Federado de la
República Germana que conserva el mismo nombre.
La inesperada muerte de Maximiliano II
en 1864, convirtió al joven Luís en rey a la temprana edad de 18
años, situación para la que, evidentemente, no estaba preparado.
Como todos los jóvenes vástagos de
las dinastías europeas, sobre todo los que por su primogenitura
recibían el calificativo de herederos, había sido educado
rígidamente, sometido a un régimen de estudios y ejercicios muy
severo, pero a la vez, tremendamente consentido en otros aspectos, lo
que, según sus biógrafos, le acarreó, a la larga, un
comportamiento excéntrico, veleidoso, que le valió al final de su
vida además del calificativo con el que pasó a la historia y la
inhabilitación médica para gobernar.
Su vida se caracterizó por las
consolidadas amistades que hizo con jóvenes de su mismo sexo, como
con el aristócrata y actor, el príncipe Paul
de Thurn y Taxis, que
fue nombrado su ayudante de campo y con el que vivió una intensa
relación amorosa, según se desprende de la correspondencia que se
ha podido conservar y que, comenzó a deteriorarse cuando Paul
empezó a demostrar atracción por las mujeres. Y ambos jóvenes,
profesaron verdadera adoración por el compositor Richard
Wagner, el cual
marcaría la vida del rey, a la vez que la suya propia, pues Luís
de Baviera se convirtió
en su mecenas y protector, financiándole toda su carrera musical.
Quizás para dar celos a su querido
amigo Paul,
Luís
se comprometió en matrimonio con su prima Sofía,
a la vez que empezó una amistad muy íntima con Isabel
de Baviera, esposa de
Francisco José de
Austria y más conocida
como Sissí,
la Emperatriz de cuentos de hadas, que a la vez era la hermana mayor
de Sofía.
Cuando accedió al trono, como casi
todos los monarcas de aquella época y de épocas precedentes, tenía
unas ideas absolutistas, creyéndose capaz de gobernar un reino, por
muy pequeño que este fuera, casi en solitario y sin más ayuda que
las de unos pocos amigos y validos; poco a poco, su vitalidad
gobernante fue perdiendo fuerza, hasta convertirse al final en un rey
abúlico, retirado de toda vida política y viviendo en un precioso
castillo que se hizo construir y al que obligaba a acudir a sus
ministros cuando se requería su firma para sancionar alguna ley u
otra importante intervención.
Atormentado interiormente, mantuvo
durante toda su vida una lucha interna contra sus emociones, según
se desprende de un diario que comenzó a escribir en 1869 y en el que
se acusaba de sentimientos contrarios al dogma católico en el que
había sido criado.
Sus relaciones sentimentales con
hombres, llevadas mucho más allá de lo que pudiera ser una amistad,
como la que mantuvo durante años con el caballerizo de la casa real,
o con un actor húngaro llamado Kainz, o con el cortesano Alfons
Weber, además del ya relatado con el príncipe Thurn y la rotura del
compromiso matrimonial, delatan, para los estudiosos de la
personalidad de este rey, su condición de homosexual, por eso,
aunque se haya generado una cierta leyenda acerca de que mantenía
relaciones con su prima Sissi,
no parece que éstas tengan ningún viso de realidad.
Su amistad con el músico Richard
Wagner, llevada mucho
más allá de la mera admiración por su obra, le granjeó el
distanciamiento de su pueblo, pues la familia del compositor,
aprovechando la tremenda influencia que tenían en la corte,
intervenían en la política y en la vida ciudadana y de una manera
tal que el pueblo no estaba dispuesto a tolerar. Forzado por las
circunstancias hubo de pedir a su amigo que se alejase de su vida y
de su entorno, siguiendo las indicaciones de su familia y de sus
escasos consejeros de gobierno. El distanciamiento con el músico le
produjo una gran melancolía y poco a poco fue desencantándose de la
misión de gobernar, alejándose de las responsabilidades inherentes
a su condición de rey y de la propia corte y retirándose a su mundo
particular, en el que encontraba sumamente a gusto.
Cuando se ha estudiado a este rey se
ha llegado a la conclusión clínica de que era una persona que vivía
en un permanente “cuento de hadas”. Ya su padre había sido
íntimo amigo y admirador de Hans
Cristian Andersen, el
autor de cuentos como El Patito Feo, el Soldadito de Plomo y muchos
más y el famoso escritor danés pasaba largas temporadas conviviendo
con la familia real bávara.
Luego, la influencia del músico que
si bien es más conocido por sus óperas, casi siempre inspiradas en
cuentos y leyendas, fue también un magnífico poeta, ensayista y
dramaturgo, coadyuvó a mantenerle en el etéreo espacio de las
hadas.
Wagner
se dio a conocer tras el estreno de sus óperas El Holandés errante
y Tannhäuser, ambas inspiradas en leyendas, como luego lo fueron
también El anillo del Nibelungos, Tristán e Isolda, Sigfrido y
algunas otras como Las hadas, su primera ópera en la que escribió
la letra y la música a la edad de veinte años y que ya lo dice todo
en relación al mundo en el que solían desarrollarse.
Esa inmersión en un mundo mágico e
irreal fue determinante en la vida de Luís
de Baviera, el cual
encontraban en su mundo interior la fantasía necesaria para diseñar
y construir los castillos por los que, fundamentalmente, ha pasado a
la historia.
Por el contrario de lo que se dijo en
su momento, la construcción de los palacios no arruinó las arcas
del estado, sino las arcas de su propia fortuna personal y familiar
que invirtió completamente en la construcción de los tres palacios
de los que ahora hablaremos.
Había nacido en el castillo de
Nymphemburg,
un palacio inmenso, de estilo barroco, construido a las afueras de
Munich, residencia de verano de la familia real bávara desde hacía
algo más de un siglo.
Su infancia y juventud transcurrió en
el castillo de Hohenschwangau,
nombre impronunciable
para un palacio de ensueño situado en los Alpes
Bávaros en una zona
boscosa con lagos y árboles cubriendo todo el paisaje que componían
una naturaleza idílica. El palacio lo mandó construir su padre,
Maximiliano II y allí residió Luís
al acceder al trono, compartiéndolo con su madre y su hermano Otto,
que luego le sucedería.
En 1866, cuando ya ni los castillos ni
las fortalezas tenían una justificación militar ni estratégica,
que habían sido las causas de sus edificaciones, mandó construir en
un lugar llamado Füssen muy cerca de la frontera con Austria, un
castillo de estilo neogótico que originariamente se conoció como
Nuevo
Hohenschwangau.
Este castillo,
tras la muerte del rey, fue vendido al Estado de Baviera que le
cambió el nombre por el de Neuschwanstein.
Se trata, sin
lugar a dudas de unos de los más bellos castillos jamás construido,
con cierta similitud, aunque muy lejana, con el Alcázar de Segovia y
que está edificado sobre una mole de piedra que contribuye a darle
ese aspecto de lugar encantado.
El castillo participó en el concurso
celebrado recientemente y que muchos de los lectores recordarán y en
el que se trataba de elegir las Nuevas Siete Maravillas del Mundo,
quedando finalista junto con la Alambra de Granada, la Estatua de la
Libertad, o la Torre Eiffel. El lugar concita una gran atracción
turística y se ha convertido en el monumento más fotografiado de
Alemania, más que la Puerta de Brandemburgo, de Berlín.
Castillo
de Neuschwanstein
Pero no sació aquel castillo ni la
imaginación, ni el afán de evadirse que inspiraban al rey y en un
viejo coto de caza de su padre, medio ruinoso, mandó construir en
1874, un nuevo palacio. Este es un palacio pequeño, en relación a
cómo eran los gustos del rey y resultó ser el único que al final
de su vida viera terminado. De estilo rococó, el palacete de
Lindehorf,
de una gran belleza tiene clara influencia del palacio de Versalles,
aunque denota la inspiración y el toque personal del monarca.
Al contrario de lo que se pueda
suponer, tampoco aquel palacio satisfizo totalmente al veleidoso
soberano que en 1878, cuatro años después, comenzó la construcción
del que sería su más bella obra, el palacio de Herrenchiemsse,
una maravilla arquitectónica en una de las islas del lago Chiemsse
que tiene aún más influencia versallesca que el anterior y, para
algunos doctos en Historia del Arte, muy superior al palacio que
quiere imitar.
Lamentablemente, el rey, que seguía
con verdadera devoción la construcción de aquel castillo, debió de
perder la poca cordura que le quedaba en el largo proceso de
edificación que duró siete años y a los nueve días de instalarse
en su nuevo palacio, fue declarado loco e internado en una clínica
mental a orillas del lago Starnberg, con un diagnóstico de
esquizofrenia paranoide.
En aquel establecimiento psiquiátrico,
atendido por el doctor Gudden, pasó sus últimos días.
La tarde del 13 de junio de 1886,
pidió a su médico que le acompañara a pasear por la orilla del
lago, a lo que el médico aceptó, ordenando a los guardias que no le
siguieran porque el rey, en los últimos tiempos, había dado
muestras de una mejoría que se fortalecía con la confianza que el
médico depositaba en él. Los dos hombres marcharon a pasear y no
regresaron.
Las operaciones de búsqueda se
iniciaron de inmediato y a punto de terminar aquel funesto día,
fueron encontrados los dos cuerpos flotando en las aguas del lago.
Aquellas muertes levantaron muchas
sospechas, pues Luís era un buen nadador y el doctor Gudden carecía
de motivaciones para quitarse la vida.
Suicidio, concluyó la investigación
realizada, pero muchos se preguntaron ¿de los dos?
La pregunta sigue en el aire. Su
familia había actuado y su hermano Otto le sucedió en el trono.
Luís,
el último Gran Rey de Europa, como a su muerte alguno lo definió,
se había convertido en una persona atormentada, misántropo e
incapaz de gobernar: un verdadero estorbo en un estado moderno que
pretendía formar parte del sueño teutón de unificar todos los
reinos fragmentados de Alemania.
Llevaba muchos años refugiado en sus
castillos, de los que ya no salía ni para asistir a los estrenos de
las obras de su gran amigo Richard
Wagner y es que sus
castillos constituyeron todo lo que de la vida no pudo extraer.
Hay historiadores que analizando sus
construcciones con mucho detenimiento, han llegado a la conclusión
de que no son en absoluto obra de una mente distorsionada, sino muy
clara y juiciosa quizás excesivamente influenciada por un cierto
infantilismo que le hacía refugiarse en su mundo irreal, pero no la
de una persona incapaz de tomar decisiones, o, en una palabra,
gobernar.
Realmente preciosos los palacios. Hoy con mas medios se hacen cosas infinitamente peores.
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