En todos los
países no funciona el régimen republicano. En España no ha funcionado en
ninguna de las dos ocasiones en que se ha puesto en práctica y eso que en ambas
tenía a su favor todos los ingredientes necesarios para haber triunfado.
La I
República se promulgó por consenso general tras la abdicación de Amadeo I de
Saboya, un experimento regio carente de sentido que trajo a España a una
persona que ni hablaba el idioma ni le importaba el país un ardite, como se
diría en el español de aquellas fechas.
Se lo trajo
el General Prim, Presidente del Consejo de Ministros y Ministro de la Guerra, cerebro
y artífice de la Revolución conocida como La Gloriosa, que no tenía otra
finalidad que expulsar a la reina Isabel II y a toda la familia real, para
poner en el “trono” al general Serrano, el primer amante reconocido de la
propia reina y que fue capaz de traicionar a sus enemigos y a sus amigos. Este
período es conocido como Gobierno Provisional ya que había que buscar un rey,
porque la Constitución de 1869 establecía que España era una monarquía, aunque
con un trono vacío. Primer disparate político, consecuencia de pánico a acabar
con la monarquía que había sido la forma tradicional de gobierno desde que
tenemos historia.
Lo buscaron
entre todos y Prim lo halló en Italia, aunque el designado no tenía ninguna
gana de complicarse la vida tan cómoda que llevaba, para venir a un país tan espinoso
como era el nuestro.
Cuando el
nuevo rey llegó a España, desembarcó en Cartagena y de inmediato le dieron la
primera y más desagradable noticia que podía recibir y era que su valedor, el
hábil general Prim, había sido asesinado en el Callejón del Turco, hoy calle
Marqués de Cubas, justo detrás del Palacio del Congreso.
Era el dos
de enero de 1871 y aunque buena parte del pueblo salió a las frías calles
madrileñas a ver al nuevo rey, la sociedad más influyente observó una postural
radicalmente en contra de la imposición de aquella figura ni querida ni deseada
y muchas casas de gente importante que se encontraban en el itinerario que
había de seguir la comitiva real, en viva muestra de disconformidad, permanecieron
con puertas y ventanas cerradas y sin engalanar los balcones, como era
preceptivo al paso de la comitiva real. Al día siguiente juro su cargo ante las
Cortes, acabando con el Gobierno Provisional.
Unos meses
después llegó la esposa del rey que había quedado en Turín convaleciente de su
segundo parto y el recibimiento por parte de las damas españolas fue igualmente
frío y despreciativo, aunque, desde un principio los monarcas dieron pruebas de
la buena voluntad que les asistía de conectar con el pueblo.
Así,
viajaban en tranvía, como cualquier ciudadano, entraban en tiendas y bares a
hacer compras o consumiciones y en la iglesia se sentaban con el público.
Propiciaron la construcción de hospicios, hospitales para las lavanderas y para
niños, colegios, reparto de alimentación a domicilio y cuantas obras benéficas
se puedan imaginar, pero toda esa actividad benefactora era interpretada por
los monárquicos y republicanos, como una “pose”, un acercamiento ficticio al
pueblo para ganárselo pero con muy escaso fondo de sinceridad.
Por otro
lado, en los dos años que duró el reinado de Amadeo, se celebraron tres
elecciones generales, se rompió definitivamente la coalición de partidos que
habían propiciado el triunfo de La Gloriosa y los seguidores de Prim, Serrano y
Ruíz Zorrilla, pasaron del contubernio a la franca hostilidad; todo eso sin
contar a los carlistas que seguían atrincherados en sus convicciones monárquicas.
Unas
elecciones cada ocho meses es demasiado para un país ya exhausto, convulso y en
la ruina, pese a los esfuerzos del rey por apaciguar los ánimos. Así se llegó
hasta el 18 de julio de 1872, cuando varios individuos tirotearon el carruaje
en el que circulaban los reyes por la madrileña calle de Arenal, camino del
Palacio Real.
El hecho no
tuvo consecuencias, pues resultaron ilesos, pero indudablemente supuso un antes
y un después para la actitud abierta de los monarcas que aún sin arredrase,
fueron obligados a tomar algunas precauciones.
Atentado a
Amadeo de Saboya
Si a la
inestabilidad política se le une la sublevación de Cuba y la Tercera Guerra
Carlista, la verdad es que el panorama era desolador, hasta el extremo de que
el once de febrero del año siguiente, 1873, el rey abdica y se marcha por donde
había venido.
Inmediatamente
el pueblo se echa a la calle y pide que se proclame la república y ese mismo
día, sin pensárselo dos veces, las Cortes hacen la proclamación.
En el
hemiciclo, el Partido Republicano Federal era mayoritario y se hizo con el
poder, sucediéndose, en once meses, cuatro presidentes del gobierno. Continuaba
el caos y el desgobierno, hasta que el general Pavía, del que se cuentan
historias no confirmadas, dio un golpe de estado, ordenando al presidente de
las Cortes, Nicolás Salmerón, desalojar el edificio, cosa que no hicieron los
diputados hasta que la Guardia Civil no los obligó a salir.
Pavía
entregó el poder al mismo general Serrano que ya vimos tras el triunfo de La
Gloriosa y antes en la cama de la reina y prácticamente se acabó la república,
dando paso a una dictadura en la que ocurrieron cosas verdaderamente
esperpénticas como las declaraciones de independencias de municipios, las
amenazas de guerras entre unos y otros y otras barbaridades que, no obstante,
la República atajaba con energía.
Era la
consecuencia de la fuerza que tenían los partidos llamados Federalistas.
Y así
estaban las cosas hasta que el 29 de diciembre de 1874, el general Martínez
Campos se “pronunció” por restablecer la monarquía en la persona de Alfonso
XII, en ese momento exilado en Inglaterra.
Y después de
seis años, lo que se ha dado en denominar el “Sexenio Democrático” estamos como
al principio.
Seis años
perdidos. No sirvieron para nada, bueno, quizás sirvieran para crispar más los
nervios de los españoles, tanto los que vivían en España, como los que
habitaban las Colonias.
Al
principio, cuando triunfa La Gloriosa, existe una implícita “hoja de ruta”,
como ahora se le llamaría, con la que se piensa llegar a la consolidación de
derechos inalienables como son la enseñanza, libertad de prensa, reunión y
asociación, inviolabilidad del domicilio y la correspondencia, el sufragio para
todos los hombres, que ni siquiera se pedía sufragio universal (hombres y
mujeres), jornada de trabajo, etc.
Después de
los seis años, las peticiones básicas seguían siendo las mismas, o casi, pues
en contra de la opinión generalmente aceptada, se permitió el voto a todos los
varones, cosa que antes se limitaba en función de la capacidad económica y
aplicando la máxima de que quien no contribuye a las cargas del estado, no
puede participar en su gobernación.
Este
pensamiento era común a otros países, sin que produjera rubor en ningún rostro.
Gobierno
provisional, monarquía, república hasta el golpe del general Pavía y otro año
de gobierno indefinido que acaba con el pronunciamiento de Martínez Campos en
Sagunto, ni siquiera dando un golpe militar, sino por una carta que dirige al
gobierno que preside el general Serrano, el cual no se opone.
¡Seis años
para terminar como al principio!
La “hoja de
ruta” estaba todavía vigente cuando llega la Segunda República, después de
haber pasado por dos reyes y la dictadura militar del general Primo de Rivera.
Por mucho
que se quiera estudiar ese periodo de seis años que se prometían tan
revolucionarios y atractivos, no existen muchas explicaciones para entender qué
falló, que sobró o qué faltó para que no se cumplieran ninguna de las
expectativas con las que se había ilusionado al pueblo español.
Es mas común
que la monarquía acabe en república que por dos veces, en España, ocurra
justamente lo contrario.
Yo carezco
de conocimientos para analizar un tema tan complejo y todo el siglo XIX fue
complejo en casi todo el mundo, pero dando el paso que otros países dieron para
desvestirse del yugo de la monarquía, nos encontramos con un fiasco del tamaño
ya descrito.
No sé si
faltó voluntad, inteligencia, dinero, afán o fue la “guillotina” lo que
realmente se echó en falta.
Comisario no solo hemos perdido 6 años, sino mas bien un centenar de ellos, pues seguimos casi como entonces y no por culpa e los ciudadanos, sino de esta corrupta, falsa, mentirosa y "amiga de lo ajeno" Clase Politica española, que nos cuesta mil millones € en sus salarios y no se sabe cuento en sus maletines.....
ResponderEliminaren la ley Concursal se establece que lo Aministradores Concursales deben ser "Gestores de Biene Ajenos" y aun pesar de establecerse asi, no lo son, asi que me vas a decir de los politicos que la Constitución no le atribuye tácitamente dicho fin.............
para colmo, el general Serrano, llamado el General Bonito, era de la Isla de León. Que siempre pone el parche.
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