Ya lo dijo Pérez Galdós en su
novela “Los Apostólicos”, componente de la segunda parte de los
Episodios Nacionales: “Mi escepticismo no
es realmente escepticismo, sino tristeza. Creo en la libertad porque he visto
sus frutos en otras partes, pero no creo que esa misma libertad pueda darlos
allí donde hay poquísimos liberales y de estos, la mayor parte, son de nombre.
España tiene hoy la controversia en los labios, una aspiración vaga en la
mente, cierto instinto ciego de mudanza; pero el despotismo está en su corazón
y en sus venas.”
Eso mismo es lo que estamos
viendo en estos tiempos que nos ha tocado vivir. Donde debería haber una
inmensa sensación de luz y alegría, después de haber dejado atrás cuarenta años
de tristeza y oscuridad, más para unos que para otros y vivir los siguientes
cuarenta mejores de toda la historia de España, nos encontramos con un
revanchismo muy conocido en épocas que creíamos superadas y un despotismo
atroz, encubierto en el desuso en el que esta palabra se encuentra, pero un
despotismo, al fin y al cabo.
Porque, vamos a seguir con el
maestro de las letras y del pensamiento, cuando decía a continuación: “He visto hombres que han predicado con
elocuencia las ideas liberales, que con ellas han hecho revoluciones y con
ellas han gobernado. Pues bien, esos han sido en todos sus actos déspotas
insufribles.”
Pérez Galdós, pintado por
Sorolla
Veníamos de un déspota y nos
encontramos con un montón de ellos, solo que mediocres que construyeron el
Estado que a ellos les dio la gana bajo el insoportable lema de: “Café para
todos”. Hoy el café se lo toman ellos y nosotros “achicoria”.
En ese tiempo no había
miramientos y a pesar de dejar España que ya no la conocíamos ni nosotros, ni
“la madre que la parió”, nos dejaron otros jirones de los que no estamos
todavía repuestos. ¿Que son las Autonomías sino Taifas para entronizar el
despotismo? Cuánto dinero nos cuestan, pero ¡cuantos votos dan y qué fácil de
entender! Magnífico café el que nos sirven a los españoles.
Pero no hay que preocuparse,
vinieron otros que se entronizaron en el despotismo y que a pesar de
asegurarnos “que habían entendido el mensaje” cuando la ciudadanía les movió el
sillón, siguieron actuando con el despotismo que los caracterizaba.
El mensaje lo habían
entendido, pero mientras pudieran seguir subidos al machito, perseverarían.
Y otro y otro que no hace los
deberes porque simplemente no le da la gana, aunque el pueblo, único soberano,
le ha otorgado mayoría absoluta para que lo haga, pero es un déspota que se
pone al pueblo por montera. Y terminamos, de momento, con quien tiene que
repetir una veintena de veces que hará lo que quiera, ¡faltaría más! para eso
es el presidente.
Y siguiendo al insigne
maestro: “Pues bien, esos han sido en
todos sus actos déspotas insufribles. Aquí es déspota el ministro liberal,
déspota el empleado, el portero y el miliciano nacional; es tiranuelo el
periodista, el muñidor de elecciones, el juntero del pueblo y el que grita por
las calles himnos y bravatas patrióticas.”
Ni tan siquiera aquella brisa
fresca de libertad que llegó con el inicio de siglo XIX, inspirando discursos y
poses políticas, ni siquiera la Constitución del Doce, despejó el despotismo y
la tiranía; échese si no un vistazo y se verá que por más que nos la han
presentado así, “liberaloide”, sigue anclada en el despotismo, porque las
mentes y los corazones de quienes la inspiraron, como dice Galdós, seguían
perteneciendo al absolutismo que los crió.
Leer a Galdós encoje el
corazón. Lo digo en serio, no de forma retórica para quedar bien presumiendo de
haberle leído; lo digo cuando compruebo lo que en el último tercio del siglo
XIX decía de los españoles. Parece una disección hecha esta mañana: no habrá
libertades mientras queramos vivir a costa ajena. Eso crea las clientelas, en
las que te sumerges y no ves más realidad que la que te quieren hacer ver el déspota
para perpetuarse en el sillón de su tiranía.
Confundir altruismo con
enriquecimiento o sobriedad con holgazanería, es común en nuestros días. Todos
conocemos casos en los que el que roba se cree que es Luís Candelas o José
María “El Tempranillo”, sobre los que ronda la dudosa leyenda de que robaban a
los ricos para dárselo a los pobres.
Imponer un criterio con
etiqueta de sobrio que en realidad envuelve una desgana de hacer cosas, de
construir de verdad, de dejar los asuntos para ver si el propio sistema
resuelve la papeleta, es una forma más de holgazanería despótica. Hemos visto
cómo se acaba por dejar el palacio y echado a empujones a la calle.
Pero lo más despótico es
prohibir lo que no gusta. Si no te gusta conducir, no lo hagas, si no te gusta
el futbol o los toros, no vayas, pero prohibir costumbres, ritos, tradiciones
que forman parte de nuestro acervo cultural, porque suene a español o porque a
mi no me gustan, es despotismo. Sin ningún fundamento, pero despotismo.
No acaban aquí las reflexiones
sobre Galdós. Hace poco se nos ha venido informando de la creación de dos
nuevos partidos o asociaciones que quieren aglutinar a todos los jubilados
españoles.
La premisa mayor es que siendo
más de ocho millones, si todos los jubilados votan a las mismas siglas,
obtendrían mayoría absoluta, con la que podrían gobernar y revalorizar las
pensiones, que es lo que dicho movimiento pretende.
No creo que este movimiento
vaya a tener éxito, ni siquiera moderado, porque hay muchos pensionistas que
pese a estar tremendamente cabreados con los políticos, son afines a
determinadas siglas y las seguirán votando. Poner de acuerdo a tanta persona
mayor, con sus ideas claras en casi todos los aspectos de la vida y a los que
solamente une el deseo de recibir una mejor paga a fin de mes, es tarea ardua,
porque además, muchos de esos jubilados ya perciben pensiones que les permiten
una buena calidad de vida, sobre todo si es un matrimonio de pensionistas.
No. Yo no veo que ese
movimiento demagógico tenga futuro, pero además, recurriendo nuevamente al
maestro Galdós, lo deja bien claro. Y es en la última serie de novelas, cuando
dedica la penúltima a La República.
Con esa maestría describiendo
los sucesos, el protagonista, Tito Liviano que hace de historiador y escritor
de gran predicamento entre la clase política (similitud del nombre con el autor
de “Ad urbe condita”), se desplaza a
Cartagena, donde se acaba de proclamar la independencia cantonal que daría
inicio a un desbarajuste que terminó con el general Pavía entrando a caballo en
las cortes, según dicen, pero que no es cierto. En realidad la que entró fue la
Guardia Civil.
Allí mantiene una conversación
con un antiguo amigo, muy implicado en el cantonalismo que le hace esta
declaración: “Todo lo que aquí ves, todo
este prodigio de crear un Estado, rudimentario si quieres, pero Estado al fin,
se le debe a Manolo Cárceles Sabater. ¡Y luego dicen que los jóvenes…! No
esperes nada de los viejos, Tito. Los viejos teorizan, pero no ejecutan.”
Yo debería estar en ese
colectivo de pensionistas, pero en ningún caso me lo planteo. La política es
cosa de jóvenes que tienen un futuro por delante. Desgraciadamente, los viejos,
lo tenemos ya casi todo por detrás.
Aglutinar el voto de unos
millones de jubilados casi exclusivamente alrededor del poder adquisitivo de
sus pensiones es hacer perder las elecciones a partidos que realmente podrían
solucionar nuestros problemas.
No sé quien estará detrás de
esta idea demagógica, pero mucho me temo que algún partido que sabe que los
viejos no les van a votar, salvo que se trate de algún retorcido que haya sido
general de cuatro estrellas y por eso se ha inventado esto: para “empoderar al
pensionista”.
¡Qué listo era el canario!
Buen artículo, muy de actualidad en nuestros días. Como bien sabes, todas las revoluciones, las han llevado a cabo,"hijos de papá",que una vez instalados en el poder, resultaron ser comunistas... ejem. Cuba, Rusia..."el coleta" en nuestro país...has hecho un magnífico análisis, partiendo de nuestro querido Galdós. Un abrazo!!
ResponderEliminarJose María, dices que esta vez te has salido de tu línea, bendita salida Jose María, creo y estoy convencido que aparte de oportunos tus pensamientos, es lo mejor de cuanto yo he leído en lo escrito por tí se refiere. Mi enhorabuena y por supuesto decirte que comparto contigo desde la primera a la última línea. Gracias.
ResponderEliminarMe gusta pero te veo “cabreado” últimamente.
ResponderEliminarUn abrazo
Me ha gustado y entiendo que es mas practico analizar la actualidad que la Historia, porque abre los ojos a los que no quieren o no pueden verla.
ResponderEliminarBueno;la triste verdad es que ahora con nuestra edad aunque no pasamos de todo saben que no moveremos nada,pero aún nos queda la facultad de comentar y quizás si muchos comentarán algo iría cambiando.Yo mandaría un mensaje que todos esos jubilados pueden asumir porque solo afecta a la dignidad y es que pienses ideológica mente lo que pienses pon un grano de arena de tu parte y anima al que votes lo que votes en las elecciones,siempre hazlo a aquellos partidos políticos que defiendan la actual Constitución y no juegan con ella o la nieguen.
ResponderEliminarJosé María De Vicente.
ResponderEliminarPues si este es el resultado, sigue "fuera de tu línea".
"Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla".
Fuerte abrazo y "todo avante".