jueves, 26 de marzo de 2020

ZENOBIA, LA REINA GUERRERA




Para todas las cosas hay sazón y todo lo que se quiere debajo del cielo, tiene su tiempo.
Eso dice el Eclesiastés al inicio del capítulo tercero. Y sí que tenemos tiempo, estamos tan sobrados que no sabemos en que gastarlo. Tenemos tempo para todo, confinados en nuestras casas, más histéricos que asustados de verdad y pensando nada más que en cosas malas.
Yo soy muy hogareño y mi mujer también, así que desde que se avisó del Estado de Alarma, no hemos hecho cosa demasiado distinta de la que hemos venido haciendo durante todos los últimos años.
Solamente siento una preocupación, bueno, mejor dos. La primera es qué país le vamos a dejar a nuestros hijos y nietos; la segunda es que no estoy nada seguro de que nuestros dirigentes estén acertando verdaderamente más preocupados por la salud de los ciudadanos, que por su imagen pública. Más atareados en zurcir descosidos dentro del propio gobierno, que aplicando políticas que nos saquen de todo esto.
Por hacer visible a la mujer, se prorrogó la declaración de Alarma más allá de lo recomendable y así muchas de las damas que estuvieron en las masivas manifestaciones están cayendo enfermas del coronavirus.
Y haciendo una reflexión sobre estas damas que se empeñan en “dar visibilidad” a la mujer, como si el movimiento feminista lo hubieran inventado ellas, olvidando con su ignorancia a la propia historia, me he acordado del famoso debate literario surgido en los finales del siglo XIV y que solamente acabó cuando lo hizo terminar la Revolución Francesa. Este debate se llamó “La querella de las mujeres” y surgió de manera espontánea para defender la capacidad intelectual de las mujeres y su derecho a acceder a todas las actividades sociales en la misma magnitud que los hombres. Este movimiento ya afirmaba consignas que ahora resulta que han inventado nuestras “mujeres progresistas”, que es como a ellas les gusta llamarse y se manifestó públicamente con tertulias, manifiestos, escritos e incluso alguna novela de la que más adelante hablaré.
Efectivamente y por tanto, esta oleada de feminismo no lo han inventado las mujeres actuales, por mucho que alguna, desde el propio gobierno, se lo haya atribuido, pero sí que han ayudado a propagarlo, lo mismo que han ayudado a propagar el virus CoViD-19 que es el que nos tiene confinados, con el consentimiento de la absurda coalición política que dice gobernarnos.
Volviendo a la famosa “Querella”, hace ya unos meses me tropecé con un libro clave en la doctrina feminista y eje principal sobre el que giró el movimiento y que se titula “La ciudad de las Damas”. Esta novela fue escrita en los albores del siglo XV por una señora llama Catherine Pizán, la cual da una muestra de erudición y conocimiento de la historia digno de elogio.
En resumen, la obra que se compone de tres partes, se inicia cuando a la autora se le aparecen tres damas: Razón, Rectitud y Justicia, las cuales le comunican que ha sido elegida para clarificar todas las cuestiones que giran alrededor de las mujeres y para lo cual habrá de construir una ciudad en la que se irán ubicando un grupo de heroínas que protegerán a las mujeres de los permanentes ataques de los hombres.
 En las tres partes se le van haciendo presente a la autora mujeres de gran trascendencia histórica, alguna de las cuales repiten en las otras dos partes; en la primera parte aparecen desde la Reina de Saba o María Magdalena hasta una mujer cuya historia es realmente intrigante y sobre la que al fin va a tratar este artículo. Se trata de Zenobia, reina del legendario reino de Palmira, pasando por muchas otras pertenecientes a la mitología, tanto griega como romana y otras destacadas en la política o las artes.
Zenobia debió nacer alrededor de 240 de la era cristiana, descendiente por vía paterna de la familia real de Egipto, los Ptolomeos, aunque su madre era una esclava egipcia, cosa muy común en la época y desde muy joven dio muestras de coraje, determinación y bravura, hasta el extremo de que armada con una jabalina y una espada, escapaba de su casa para adentrarse en los bosque a fin de cazar animales de todo tipo, desde venados hasta peligrosos osos o leones. Del mismo modo también destacaba por su belleza y su inteligencia.
Su padre murió muy pronto, dejando a la pequeña Zenobia a cargo de unos familiares que la criaron como padres adoptivos.
Todo el amor que sentía por la caza y la vida al aire libre se tornaba en desinterés hacia la vida social y el matrimonio, así que llegada la hora, con catorce años apenas cumplidos, sus padres la obligaron a casarse con Odenato, rey de Palmira y quiso la fortuna que fuesen almas muy parecidas en cuanto a sus gustos y hábitos de vida, así que el matrimonio resultó un éxito.
En aquel momento, Palmira alcanza su mayor grado de esplendor y riqueza. Goza de la protección de Roma a quien compensa defendiendo la frontera oriental del imperio contra la amenaza persa.

El teatro romano de Palmira da idea de su esplendor

Para la defensa de estos “limes” cuenta Palmira con dos armas valiosísima. En primer lugar el cuerpo de arqueros, considerados los más certeros del mundo conocido y en segundo lugar los “catafractos”, unas unidades de caballería pesada en la que los fuertes caballos empleados iban recubiertos de láminas de metal o cotas de mallas, lo mismo que su jinete, considerándose casi invulnerables
El emperador romano Valeriano, de quien Odenato era cliente, estaba preso en Persia, por lo que el rey de Palmira, junto con un hijo llamado Hiram, fruto de un primer matrimonio y su esposa Zenobia, dispuso de un fuerte ejército dividido en tres alas, cada una de ellas  al mando de ellos tres.
Enfrentados al ejército persa dirigido por el rey Sapor I, consiguieron derrotarlo y liberar al emperador, lo cual les dio enorme prestigio ante Roma.
Hacia el año 266 de nuestra Era, Zenobia y Odenato tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Vabalato. Un poco más de un año después, un sobrino de Odenato llamado Meonio, asesinó a su tío y a su primogénito Hiram, por lo que el segundo hijo del rey asesinado ascendió al trono de manera automática, pese a su corta edad. Esta circunstancia convierte a Zenobia en regente y verdadera reina de Palmira.
A partir de ese momento la inteligencia y sobre todo la gran capacidad estratégica de esta mujer es lo que la hacen entrar en la Historia.
El imperio romano estaba muy debilitado por las luchas intestinas de las poderosas familias romanas para hacerse con el poder, pero también debido a las continuas invasiones que sufría de los pueblos bárbaros del norte del Rin, por lo que durante años, las legiones romanas se desviaban a aquella zona para contener el avance que al final fue imparable; y para eso tenían que detraer guarniciones de otras fronteras, consideradas más estables.
Una de estas era la de Siria con el imperio persa, ya que se entendía que desde el reino de Palmira se ejercería esa contención, pero la hábil Zenobia aprovechó el momento estratégico y cuando el emperador Claudio Gótico que había sucedido a Galieno, sucesor a su vez de Valeriano, se encontraba en la frontera del Rin, Zenobia que goza de gran estima por parte de su pueblo al que ha venido administrando juiciosamente, a la vez que embelleciendo y fortificando las ciudades y facilitando la vida de los ciudadanos, logra reunir un gran ejército con el que se lanza a la conquista de Anatolia, lo que actualmente es la Turquía asiática, pasando seguidamente a apoderarse de Siria, Líbano y Palestina, extendiendo sus dominios a todo lo que actualmente se conoce como Asia Menor.
Pero la reina aspiraba a más. Sobre todo aspiraba a convertirse en una nueva Cleopatra, su personaje histórico preferido. Así, con su poderoso ejército de setenta mil hombres, a cuya cabeza se colocaba ella misma, auxiliada por su general, Zabdas, atacó Egipto en 269, en aquel momento, una provincia romana, por lo que se tuvo que enfrentar a las legiones del imperio, consiguiendo vencer y hacer prisionero al prefecto romano, llamado Probo, máxima autoridad de Egipto, al que ajustició.
En ese momento Palmira se había convertido en un imperio capaz de rivalizar con Roma, cosa que la metrópoli no podía consentir y así, habiéndose hecho con el poder Aureliano, se puso al frente de su ejército, cruzando el Bósforo y presentando batalla a las tropas de Zenobia, las que derrotó en la batalla de Emesa.
Zenobia se refugió en Palmira con su hijo Vabalato, pensando en resistir gracias a las fortificaciones que había efectuado, pero lo cierto es que sitiada la ciudad, pudo resistir por poco tiempo y ella y su hijo huyeron hacia Asia Menor, siendo localizada y detenida en las proximidades del río Eufrates.
Aureliano se la llevó a Roma, en donde vivió hasta el final de sus días, que no fueron muchos, pues ,murió a la edad de treinta y cuatro años, pero durante su encierro, el emperador frecuentó muchísimo a su prisionera, hablándose de que incluso surgió un romance entre ellos, lo que justificaría el exquisito trato que le fue dispensado y las sumas de dinero que se le entregaban con frecuencia.
Evidentemente una mujer de carácter, con cultura, sabiduría y sobre todo, determinación, ejemplo del valor de una mujer por si sola, sin tener que esperar a que un matrimonio la coloque en puesto preeminente o lo que casi es peor, que las “cuotas” por las que se rige la política, la coloque sin considerar que haya hombres más preparados.

1 comentario:

  1. Bonito artículo, que deja a"estas mujeres progresistas", a la altura del betún...

    ResponderEliminar