Veinte años se tardó en el diseño, modelado, repujado y
construcción total de la Estatua de la Libertad. Veinte años desde que fue
concebida hasta que quedó instalada en la Isla Bedloe, desde entonces Isla de la
Libertad, a la entrada de la bahía de Nueva York.
La estatua de metal más grande
del mundo, que recibió el nombre de “La Libertad iluminando al Mundo”, fue
técnicamente posible gracias a la colaboración entre el talento del escultor
francés Frederic Bartholdi y las innovaciones tecnológicas del ingeniero
Gustave Eiffel.
La historia de todo el proceso
es digna de ser contada porque se inició como gesto de buena voluntad entre dos
países, Francia y Estados Unidos, que muy juntos habían afrontado todo el proceso bélico que supuso la
independencia de éstos últimos.
Cuando se iban a cumplir los
primeros cien años de vida del nuevo país, un político y jurista francés,
senador permanente de la Tercera República, llamado Eduard Laboulaye, allá por
el año 1865, propuso la idea de ofrecer al joven país americano, una estatua
que simbolizara la libertad de aquel pueblo y que esta estatua fuese sufragada por el país
entero.
La idea cuajó en el ánimo
francés y se iniciaron las recaudaciones, a la vez que se iban admitiendo
bocetos entre los que elegir el más adecuado.
El boceto que presentó
Bartholdi fue el elegido, a pesar de las muchas complicaciones que por su forma
y tamaño presentaban, pero que, según aseguraba el joven ingeniero Eiffel,
todos serían solucionados técnicamente. El arquitecto Viollet-le-Duc, disidente
de todas las corrientes arquitectónicas clásicas de la época, fue elegido por
el escultor para seleccionar los materiales de que estaría compuesta la
estatua, principalmente el cobre del revestimiento exterior.
Se cuenta que el escultor se
inspiró en el desaparecido Coloso de Rodas, la enorme escultura de bronce que
cerraba el puerto de aquella ciudad, pero como más adelante se verá, parece que
no hubo tal inspiración.
Mientras el ingeniero Eiffel
iba construyendo el armazón interior, que debía ser de hierro y muy fuerte para
soportar todas las inclemencias del tiempo sin que la estatua variase su
posición, en el taller del escultor se empezaban a esculpir trescientas láminas
de cobre por el sistema de repujado, el cual consiste en ir golpeando la
plancha sobre un molde previamente fabricado.
Dada la envergadura de la
estatua, se construyó primero un modelo en yeso que tenía unos once metros de
altura, menos de cuatro veces la altura que el escultor tenía pensado.
La dificultad de hacer un
molde previo a tamaño natural en yeso, para convertirlo luego en madera sobre
la que golpear el cobre, era enorme, por lo que el escultor fabricó primero la
pieza de once metros que cortó en secciones. Cada una de estas secciones fue
milimétricamente agrandada hasta alcanzar las proporciones exigidas y de cada
sección se labraron moldes de madera exactamente iguales sobre las que se
fueron repujando cada una de las trescientas láminas de cobre.
Por fin, con un coste de casi
medio millón de dólares de la época, la estatua fue concluida y presentada al
embajador estadounidense en París y a todo el pueblo francés.
Empezaba entonces una nueva
etapa: desmontar toda la estatua por secciones y trasladarla junto con el
armazón hasta un carguero que transportara las más de doscientas cajas que
habían resultado de la operación de desmontaje, hasta el puerto de Nueva York.
Fue una travesía muy larga,
procurando que las cajas que contenían las chapas repujadas no sufrieran como
consecuencia de los movimientos del buque.
Al llegar a Nueva York aun
tuvieron que esperar a que se terminara la plataforma sobre la que se iba a ir
asentando cada una de las secciones, pues la falta de fondos había paralizado
las obras que también supervisaba el ingeniero Eiffel.
El resultado final es el que
hemos visto tantas veces y que es una de las estatuas más fotografiadas del
mundo.
Hasta aquí es una historia más
o menos conocida, pero hay unos entresijos que han pasado desapercibidos, o
mejor dicho, ignorados, durante más de un siglo.
Lo primero, pero no lo más
importante, es que la idea del escultor Bartholdi de construir una gran estatua
conmemorativa, no fue la de esculpirla para conmemorar la independencia de los
Estados Unidos, muy al contrario, su idea era la de ensalzar a la mujer
musulmana, colocando una gran estatua a la entrada del Canal de Suez.
En realidad la idea era algo
más que eso, pues el escultor ya había confeccionado numerosos bocetos que
había presentado al Gobernador de Egipto, entonces una colonia británica.
Parece que las conversaciones
iban por buen camino, pero la crisis económica por la que atravesaba el país y
su endeudamiento con Gran Bretaña hicieron inviable el proyecto.
Como puede apreciarse en el
boceto que figura más abajo, las similitudes entra ambas estatuas son
asombrosas, lo que indica que el arquitecto había concebido la idea original
cuatro años antes de que surgiera la de obsequiar a los Estados Unidos con la
estatua.
Evidentemente, eso que es solo
una curiosidad, no desmerece nada el trabajo ingente ni la fabulosa creación
artística de Bartholdi, pues de cualquier forma, se trataba de una idea
original suya.
La
libertad “musulmana”
Distinto aspecto toma esta
otra circunstancia que se conoce desde hace poco tiempo.
En Madrid y más concretamente
en el claustro del ignorado Panteón de Hombres Ilustres, junto a la basílica de
la Virgen de Atocha, se encuentra una estatua de unos dos metros de altura
dedicada a la libertad.
Esculpida en mármol de
Carrara, está colocada sobre un mausoleo erigido en homenaje a los políticos
españoles más sobresalientes de aquella época, mediados del siglo XIX.
Su autor fue un aragonés
llamado Ponciano Ponzano, escultor de cierto prestigio a quien se había
encargado la escultura de los dos leones que guardan la puerta del Congreso de
los Diputados.
Treinta años antes de que la
Estatua de la Libertad abriese las puertas del puerto de Nueva York iluminando
con su llama, la otra Libertad ya estaba colocada sobre el referido mausoleo.
Hasta aquí tampoco tendría
demasiada importancia en que hubiera una coincidencia en el nombre, pero hay
que echar un vistazo a nuestra estatua para empezar a sospechar otras
casualidades, además del nominal.
No es solamente la diadema de
rayos que emergen de su cabeza, ni la posición de los brazos, aunque cambiados,
ni siquiera la túnica que cubre a ambas, es que, además, en el orden técnico,
hay anotaciones que sorprenden y mucho.
Ponzano esculpió su Libertad
en 1853, describiéndola como una joven
gallarda, vestida con ligera túnica, cubierta la cabeza con gorro frígio
y desprendiendo rayos de luz que saldrán de su abundante cabellera. Señalaba
también que en su mano derecha tendrá los restos de un yugo que habrá roto y
que pisará con el pie de ese mismo lado, “dando a la otra pierna mayor función
sustentadora”.
Hacia 1879, es decir,
veintiséis años después, el escultor francés patentó su obra a la que entre las
muchas descripciones que de ella hacía, decía: “Con el cuerpo ligeramente
vencido del lado izquierdo, para que la pierna de ese lado mantenga el
equilibrio”.
La
Libertad madrileña. Las similitudes son asombrosas.
Ponzano no patentó su
creación, Bartholdi sí lo hizo y por esa razón, quizás entre otras muchas,
mientras el francés era aclamado mundialmente como un genio de la escultura,
Ponciano Ponzano moría en la más absoluta miseria.
Y eso que había sido un
escultor de éxito, tanto que además de los leones del Congreso, esculpió el
frontón del mismo edificio.
Y por contar curiosidades de
este ignorado escultor, hace muy pocos años, alguien, de un canal de
televisión, advirtió que de los dos leones del Congreso, uno de ellos no tenía
sexo visible, por lo que daba a suponer que al escultor se le había olvidado
colocarle los testículos, dado que ambos tenían aspecto de macho.
En un alarde de buena
voluntad, el canal televisivo se comprometió a sufragar los gastos necesarios
para completar la anatomía leonina, a lo que se negó el Gobierno, toda vez que
consultado el Ministerio de Cultura, desaconsejó hacer añadidos a una escultura
de casi dos siglos.
Todos los que en aquel acto,
entre administrativo y polémico, intervinieron, hicieron alarde de una
incultura, de un desconocimiento y sobre todo de una falta de interés por
informarse, que merece la pena ser destacado.
Ponciano Ponzano, evidentemente,
sabía mucho mas de aquellos leones que lo que supiera el canal televisivo y el
Ministerio de Cultura, porque aquellas dos esculturas, que por cierto son los
mismos leones que tiran del carro de la Diosa Cibeles, en el centro de la
fuente más famosa de España, representan a Hipómenes y Atalanta, héroe y
heroína de la mitología griega que fueron convertidos en leones precisamente
por la diosa Cibeles, cuando se atrevieron a dar satisfacción a sus instintos
sexuales en el templo que a ella estaba dedicado.
Por tanto, los leones del
Congreso, aunque de aspecto masculino, uno es macho y el otro hembra, mitología
que Ponzano conocía y trasladó a su obra con absoluta escrupulosidad.
Muy interesante e ilustrativo artículo, si señor
ResponderEliminarSalu2
Muy original y bien hilvanadas las dos anécdotas del artículo
ResponderEliminarMe ha encantado ignoraba la existencia de las demás libertades.
ResponderEliminar