Esta es una pregunta que en la
actualidad puede tener miles de respuestas, todas diferentes y todas muy
apetitosas. Pero en otros tiempos era una pregunta absolutamente innecesaria,
porque la alimentación no variaba nada o casi nada de un día para otro y
solamente en algunas solemnidades muy señaladas, se introducía en la dieta
algún plato que se salía de lo común.
Esto fue así durante siglos y
si bien, en tierra, la cosa podría tener alguna diversidad, en la mar, la
monotonía alimentaria era tan brutal, que la mayor parte de las muertes que se
producían a bordo de los antiguos barcos, eran causadas por la mala
alimentación y por la falta de higiene.
Al hablar de alimentación
hemos de considerar sus dos vertientes, a saber, comer y beber.
En la más remota antigüedad,
cuando los arriesgados marinos empezaron a adentrarse por el Mediterráneo, la
navegación era de cabotaje. Casi no se perdía de vista la costa y cada pocos
días se acercaban a tierra, donde se abastecían de agua y alimentos frescos,
con lo que no existían los graves problemas que aparecieron más tarde, cuando a
partir de la conquista de los océanos por portugueses y españoles, los buques
perdían durante semanas todo contacto con tierra firme.
Cualquier capitán de aquellas
frágiles embarcaciones con las que los portugueses rodearon África o los
españoles llegaron a América, sabía lo importante que era la alimentación a
bordo, de tal manera que los motines mas atroces surgieron casi siempre por
falta de comida y bebida.
La base fundamental de la
alimentación era el pan, es decir, la harina de trigo u otro cereal que se
consumía con el nombre de galleta de barco, bizcocho o biscuit, palabras estas
dos últimas que se derivan de su forma de fabricación que era la de cocer la
masa dos veces.
Reproducción moderna de la
galleta de barco
El resultado era una especie
de piedra que se consumía remojándola en agua, vino, ron e incluso de mar, lo
que en su caso le aportaba sal, muy beneficiosa para el organismo.
En su estudio denominado “La
vida en las Galeras de la época de Felipe II”, el insigne médico y escritor
Gregorio Marañón, cita estos bizcochos, a los que concede mayor poder
alimenticio que al pan blanco, hecho de harina fina, que algunas veces se daba
a los remeros de las galeras como premio. El bizcocho, que se hacía con trigo
integral, aportaba fibras y más nutrientes que la harina blanca.
Cree nuestra eminencia médica
que es más que posible que este alimento fuese un sustitutivo casi milagroso de
aquellos otros alimentos que se negaban a los galeotes.
Otra pieza fundamental en la
alimentación a bordo eran las legumbres que se dividían en dos clases, las
ordinarias: habas, judías o guisantes, secos y lentejas; y las finas: garbanzos
y arroz. Estas se servían cocidas, a lo sumo con un poco de aceite.
La carne que se consumía a
bordo era siempre salada, tasajo, cecina, perniles, que no duraban demasiado,
primero porque se consumían rápidamente y también porque la humedad del mar
tendía a afectarle, acelerando su putrefacción, estado en el que muchas veces
era consumida, produciendo tremendos trastornos intestinales.
A falta de carne, se servía
pescado en salazón que era parte importante de la dieta. El padre Benito Feijoo
en la Carta XIX de su obra Cartas eruditas y curiosas, menciona a un personaje
que aportó a la navegación un importantísimo descubrimiento en materia de
alimentación.
Se trataba del flamenco
Guillermo Bulkeldio del que el benedictino dice: “que no tubo por dónde distinguirse entre sus compatriotas, mas que por
haber inventado el modo de preparar los Arenques, pececillo humilde, pero muy
útil, para que pueda conservarse mucho tiempo. Pero esto fue un capítulo de
distinción tan ilustre que le hizo merecedor de un magnífico sepulcro; y lo que
es mas, que su sepulcro fuese muy de intento visitado por el Emperador Carlos
V…”
Arenque ahumado
Indudablemente Bulkeldio, o
como realmente se llamara aquel inventor del sistema de ahumados, como forma de
conservación de los alimentos, contribuyó de manera notable a mantener una
alimentación sana a bordo de los barcos.
La técnica empleada era el
ahumado, primero y la salazón, después, técnica que no he conseguido averiguar
en que época se sitúa.
En la actualidad, todos los
productos ahumados con humo natural, producto de la combustión de maderas, que
es lo que siempre se ha utilizado, están prohibidos por las diferentes
políticas alimentarias y en su lugar se sustituye por un humo artificial, que
no se sabe ni que es ni de dónde procede.
Como en las costas españolas
el arenque no es tan abundante como en los países bálticos, pronto se sustituyó
este pescado por la sardina, también ahumada y salada, conocida en nuestra
gastronomía como sardina arenque, base de la dieta en los largos viajes cuando
se acababan las salazones de carnes.
Después del pan, las carnes y
el pescado, el tercer grupo de alimentos serían las frutas y verduras, de cuyo
contingente se sufría las mayores deficiencias. Tanto que el escorbuto, una
enfermedad que se presenta por la carencia de vitaminas, sobre todo la C, era
muy frecuente entre los marinos que son repetidamente descritos en la
literatura, como total o parcialmente desdentados, porque esta enfermedad,
entre sus muchos síntomas, presenta un aflojamiento de las encías y pérdida de
las piezas dentarias.
Bastaba añadir a la dieta unas
naranjas o limones, o alguna otra fruta o verdura, para que no se presentase,
pero los vegetales apenas duraban una semana, porque el calor de los climas por
los que se navegaba y la humedad de los pañoles de las embarcaciones
contribuían muy activamente a su rápida putrefacción.
Otro capítulo era la bebida.
El agua se almacenaba en toneles de madera, en donde se descomponía por los
mismos efectos señalados anteriormente, convirtiéndose en un líquido verdoso,
caldo de cultivo de bacterias, a la vez que de insoportable hedor.
Se quiso paliar el problema
del agua con otras bebidas, como la cerveza, pero tal como se fabricaba en la
época de los descubrimientos, tampoco duraba mucho tiempo, o por el ron, que
estimulaban a la tripulación y su distribución producía enorme gozo, pero así
como una persona normal puede permanecer algunas semanas sin comer, a los pocos
días de sequía, se produce la deshidratación.
Tampoco el vino era opción
segura, pues las más de las veces, con los movimientos constantes del barco, la
mala conservación, el calor y la humedad, se avinagraba y era imbebible.
Algunos marinos desesperados
bebieron agua de mar que les producía delirios que desembocaban en locura.
Uno de los embarcados en el
cuarto y último viaje de Colón, llamado Antonio de Herrera, autor de la
Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme
de la Mar Océano, narra varias de las vicisitudes del viaje, describiendo que
lo normal era que el pan se hinchase de gusanos o que las legumbres contuvieses
más insectos que harina, hasta el extremo de que las comidas a bordo se hacían
solo por la noche, para que los marineros no viesen los insectos o los gusanos
que, cocidos o vivos, venían con el pan o las legumbres.
También Álvaro de Mendaña, en
su viaje descubridor a las islas Salomón, narra cómo el agua se había puesto
viscosa por el gran número de cucarachas putrefactas que había perecido allí
ahogadas.
Tal era la condición del agua,
tan fundamental para la vida que ningún marinero quería beberla y solo antes de
morir de sed, consentían en beber aquel líquido hediondo.
Pero si el viaje era muy
largo, el agua de los toneles solía aclararse por decantación de toda la
sustancia que en ella flotaba y el líquido volvía a ser claro, aunque nunca
llegaba a perder la hediondez.
En muchos estudios, coetáneos
y posteriores efectuados sobre la mortalidad a bordo de los barcos desde
tiempos inmemoriales, hasta que la revolución industrial introdujo las
necesarias modificaciones, se ha constatado que murieron muchos más marineros y
galeotes por enfermedades derivadas de la alimentación, que los que lo hicieron
por los combates o accidentes a bordo.
La situación en la que gran
parte de las tripulaciones, que conseguían sobrevivir, llegaban a los puertos
de destino era tan extremadamente desastrosa, que en los principales puertos se
empezaron a construir los llamados hospitales para mareantes o para forzados,
si eran para los condenados a galera.
Tal era la merma que cada
tripulación sufría tras cualquier viaje, que era lo corriente que cada año se
embarcase el doble de la tripulación normal del buque. Es decir, si un barco
tenía capacidad y necesidad de ser atendido por doscientas personas, cada año
habían de embarcarse no menos de cuatrocientas para poder mantener todos los
servicios; tal era la cantidad de gente que moría o enfermaba a bordo.
Y casi siempre por no poder
hacer una alimentación adecuada.
Muy interesante me ha gustado. En la marina española de esa época tambien en la dieta de las tripulaciones era muy importante el queso y el tocino salado y el transportar en jaulas animales vivo principalmente aves de corral.
ResponderEliminarLa alimentación fundamental en todos los tiempos
ResponderEliminarSiempre interesante
Muy interesante. Efectivamnte como dice Manolo, era costumbre transportar aves.
ResponderEliminarInteresente. Y considerando el primero parrafo del articulo, nos ha tocado vivir en una muy buena época.
ResponderEliminarEsperemos seguir avanzando!!
Era una pena que la ignorancia de la epoca les privara de otras opciones que eran, con mucho, más apropiadas. Por ejemplo, Juan Sebastian Elcano, se libro de la temida enfermedad gracia a la carne de membrillo que llevo en su vuelta al mundo. Por desgracia no tuvo la prudencia de llevarlo en otro de sus viajes, donde si encontro la muerte por esta causa, lo que quizas nos lleve a pensar que la casualidad le libro en aquella ocasion. Paradojicamente, en otras ocasiones, a pesar de llevar cargamentos de especias, como el clavo, que podrian haberle paliado los males de la falta de vitaminas, morian sin saber que tenian a mano el remedio. Muy interesante el articulo. Un abrazo a todos.
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