Hace muy
pocas fechas se ha dado a conocer un sorprendente descubrimiento. La
prestigiosa revista Nature publicaba
que un grupo de científicos, usando una tecnología avanzadísima y no invasiva,
basada en el acelerador de partículas, había descubierto que la pirámide de
Keops, la mayor de las tres grandes pirámides, tiene una cámara secreta de unos
treinta metros de largo, a la que todavía no se sabe cómo llegar, ni qué pueda
contener, pero que es seguro que dará muchas pistas sobre la forma en que se
construyeron estas ciclópeas edificaciones.
Conforme se
van descubriendo cosas, se van desvelando enigmas, nos vamos dando cuenta que
donde creíamos que ya todo se sabía, que todo estaba descubierto, mayor es nuestra ignorancia y que, como dijo el filósofo, estaríamos dispuestos a dar todo lo
que se conoce, a cambio de la décima parte de lo que se ignora, y esto puede
aplicarse a todas las facetas del saber.
El artículo
de la semana pasada concluía en que han debido existir civilizaciones mucho más
antiguas que la egipcia y la sumeria de las que no tenemos ni el más mínimo
vestigio, pero ciertamente transmitieron unos conocimientos difíciles de
interpretar a las luces actuales.
Un mapa de
la Antártida sin los hielos; una isla llamada elefantina porque tiene forma de
elefante que solo se aprecia desde el aire; una escultura de un astronauta e
infinidad de muestras más, vienen a demostrar que hubo un conocimiento muy
anterior que sin lugar a dudas estaba a la altura del actual, si no más avanzado.
Pruebas
fehacientes de la existencia de esas civilizaciones no las tenemos, al menos
pruebas que la ciencia ortodoxa esté dispuesta a admitir, pero testimonios si
que los hay. Platón, en sus Diálogos, fue el primero en recoger una leyenda que
dice que Critias, discípulo de Sócrates, la había oído a su abuelo, que a su
vez la había escuchado al político ateniense Solón, al que se la habían
transmitido los sacerdotes de Sais, una ciudad egipcia en el Delta del Nilo. En
esa leyenda, se dice que en el Mediterráneo, nueve mil años antes, había
existido una civilización: La Atlántida, que alcanzó tal grado de desarrollo y
de esplendor hasta entonces nunca alcanzado, pero que fue destruida por un
cataclismo de enormes proporciones, quedando sepultada bajo el mar.
Otras
civilizaciones también fueron destruidas por la soberbia de sus ciudadanos:
Sodoma y Gomorra, Mohenjo-Daro... Ésta dejó vestigios y fue hallada, Sodoma y
Gomorra no dejaron ni rastro, aunque se sabe que estaban en las proximidades
del Mar Muerto.
Hace años,
el arqueólogo Juris Zarins, de la Universidad de Missouri quiso ubicar el
Jardín del Edén, mítico lugar cuna de la raza humana, según La Biblia y que
debería estar en el lugar en que se “unen
los cuatro ríos”.
Lo primero
que Zarins descubrió es que la palabra “Eden”,
no es hebrea, procede de una civilización mucho más antigua, la sumeria, que
contaba una leyenda parecida a la que la Biblia había plagiado.
Habría
ocurrido lo mismo que con el Diluvio Universal y otras narraciones bíblicas que
proceden de la historia más antigua jamás escrita: la Epopeya de Gilgamesh.
La
investigación que inició Zarins y su equipo empezó por tratar de averiguar la
forma en que aquella palabra de origen sumerio había llegado a Palestina y se
había incorporado a su lengua, la forma en que aquellas leyendas eran
transmitidas desde Mesopotamia hasta las orillas del Mediterráneo y la
encontraron en la comercialización de un producto que en aquellas épocas
alcanzaba un valor prodigioso. Era el incienso, una sustancia resinosa obtenida
de plantas aromáticas que, tres mil años antes de nuestra era, ya se utilizaba
por el hombre con fines muy diferentes que iban desde lo religioso a lo
medicinal.
De todas
las representaciones del Paraíso, la del Bosco
es la más popular y enigmática
es la más popular y enigmática
(Parte central del tríptico)
Las rutas de
distribución del incienso, al que se sumaban otras sustancias como la mirra y
los aceites aromáticos, así como la seda y maderas orientales, partían del sur
de la península de Arabia y tomaban dos direcciones y formas de transporte: por
mar, a través del Mar Rojo y por tierra, con caravanas que cruzaban toda la
península, pasaban a Mesopotamia y llegaban hasta Palestina. Esta ruta era la
más larga y lenta y pasaban por ciudades en las que se detenía para hacer las
ventas y los trueques por otros productos.
De entre
todas aquellas ciudades, por las que pasaban las caravanas, la más importante
era la ciudad de Ubar, o Ciudad de las Columnas, una ciudad
mítica cuyo emplazamiento se desconocía, pero de la que había evidencias de su
existencia en el segundo milenio antes de nuestra era y que incluso se nombraba
en Las Mil y una Noches.
De los
cuatro ríos a los que los textos sagrados hacen referencia, dos están
perfectamente localizados: son el Tigris y el Eufrates que se unen poco antes de
su desembocadura en el Golfo Pérsico. Los otros dos son llamados Pishon y Gihon, pero de ellos no se sabe
nada; jamás se les ha ubicado.
En el plano
especulativo, una tendencia incansable de muchos arqueólogos, estos ríos
podrían haberse secado, cosa muy probable con la progresiva desertización de la
zona pero, sin lugar a dudas, sus antiguos lechos estarían localizables.
Otras teorías, ciertamente antiguas los
hacen coincidir con el Nilo y el Ganges, que ni por asomo se acercan a los dos
ya identificados y por lo tanto se tildan de descabelladas, aunque
curiosamente, la del Nilo está bien argumentada.
El equipo
multidisciplinar de Zarins se centró en ubicar, en el tiempo, las condiciones
geológicas que se vivían en la zona y así se pudo hacer una interesante
comprobación que científicamente estaba perfectamente avalada.
En los
milenios tercero y segundo, antes de nuestra era, estaba concluyendo un período
glacial que durante muchos siglos había helado grandes cantidades de agua en
los polos y sobre los continentes, pero que en las zonas tropicales, no había
supuesto más que un descenso de las temperaturas y del nivel del mar, sin
mayores consecuencias.
Esta
importante congelación había producido un descenso del nivel del mar que había
dejado en seco enormes extensiones de tierra, lo que había permitido
migraciones humanas y de fauna importantísimas de uno a otros continentes, pero
que al derretirse posteriormente, produjo una inundación que alcanzó, en el
Golfo Pérsico, los sesenta metros de altura.
Es decir, se
inundaron zonas que por siglos habían permanecido sobre el nivel del mar y en
esas circunstancias, teniendo en cuenta que la mayor profundidad actual de
aquel Golfo es de aproximadamente cuarenta metros, casi toda la superficie
marítima, estaba entonces al descubierto. Los ríos Tigris y Eufrates recorrían
centenares de kilómetros más para desembocar en el mar y en ese recorrido se le
unían los otros dos ríos: Pishon y Gihon.
Ciertamente
es una teoría, pero que puede estar acertada y que situaría el Paraíso
Terrenal, el que menciona la Biblia como el Edén, en el fondo del Golfo
Pérsico.
La hipótesis
que el equipo de Zarins manejaba se vio de pronto reforzada por un
descubrimiento que es necesario resaltar.
En 1984, el
transbordador espacial “Challeger”,
aquel que explotó en el aire ante los ojos de todo el mundo un par de años más
tarde, realizaba su última misión, sobrevolando la Tierra y sacando
fotografías. Al pasar sobre la península de Arabia envió unas imágenes en las
que aparecieron unas formaciones que muy bien podrían ser las ruinas de una
ciudad situada al sur del territorio del
emirato árabe de Omán, la punta más oriental de la Península, desconociéndose
de qué ciudad se trataba.
El equipo de
Zarins se puso en contacto con la NASA y solicitó las fotos de las ruinas y de
los alrededores, consiguiendo situarlas de forma muy concreta en los mapas de
la zona. Inmediatamente se trasladaron al lugar, en medio de un desierto
absolutamente intransitado y empezaron a estudiar sobre el terreno.
No fue fácil
la localización a pesar de la inestimable ayuda de las imágenes de la NASA y se
tardaron varios años en localizar las ruinas.
Las casi
irreconocibles ruinas de Ubar
Se trataba
de una ciudad construida alrededor de una ciudadela o castillo fortificado, de
forma octogonal y con una torre defensiva en cada uno de sus vértices y cuyas
ruinas se dataron en dos mil años de antigüedad, lo que supone decir que la
ciudad, en todo su esplendor debió de existir muchos siglos antes.
Se trataba
de la mítica ciudad de Ubar, despejando así una incógnita que puede aclarar
mucho sobre las civilizaciones desaparecidas y es que a tenor del grado de
técnica empleado en la arquitectura, se puede asegurar que sin lugar a dudas,
una civilización pujante existió en la parte oriental de la Península Arábiga,
capaz de competir con la civilización de Mesopotamia y con la que mantenía
lazos comerciales.
Según las
leyendas, la ciudad de Ubar sufrió un cataclismo y fue sepultada por las arenas
del desierto lo que la ha mantenido oculta durante cuarenta siglos.
Pero es muy
posible que todo esto no sean más que leyendas, sin ningún viso de realidad.
Muchas leyendas están basadas en la realidad.
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