viernes, 17 de noviembre de 2017

LOS MITOS SEPULTADOS




Hace muy pocas fechas se ha dado a conocer un sorprendente descubrimiento. La prestigiosa revista Nature publicaba que un grupo de científicos, usando una tecnología avanzadísima y no invasiva, basada en el acelerador de partículas, había descubierto que la pirámide de Keops, la mayor de las tres grandes pirámides, tiene una cámara secreta de unos treinta metros de largo, a la que todavía no se sabe cómo llegar, ni qué pueda contener, pero que es seguro que dará muchas pistas sobre la forma en que se construyeron estas ciclópeas edificaciones.
Conforme se van descubriendo cosas, se van desvelando enigmas, nos vamos dando cuenta que donde creíamos que ya todo se sabía, que todo estaba descubierto, mayor es nuestra ignorancia y que, como dijo el filósofo, estaríamos dispuestos a dar todo lo que se conoce, a cambio de la décima parte de lo que se ignora, y esto puede aplicarse a todas las facetas del saber.
El artículo de la semana pasada concluía en que han debido existir civilizaciones mucho más antiguas que la egipcia y la sumeria de las que no tenemos ni el más mínimo vestigio, pero ciertamente transmitieron unos conocimientos difíciles de interpretar a las luces actuales.
Un mapa de la Antártida sin los hielos; una isla llamada elefantina porque tiene forma de elefante que solo se aprecia desde el aire; una escultura de un astronauta e infinidad de muestras más, vienen a demostrar que hubo un conocimiento muy anterior que sin lugar a dudas estaba a la altura del actual, si no más avanzado.
Pruebas fehacientes de la existencia de esas civilizaciones no las tenemos, al menos pruebas que la ciencia ortodoxa esté dispuesta a admitir, pero testimonios si que los hay. Platón, en sus Diálogos, fue el primero en recoger una leyenda que dice que Critias, discípulo de Sócrates, la había oído a su abuelo, que a su vez la había escuchado al político ateniense Solón, al que se la habían transmitido los sacerdotes de Sais, una ciudad egipcia en el Delta del Nilo. En esa leyenda, se dice que en el Mediterráneo, nueve mil años antes, había existido una civilización: La Atlántida, que alcanzó tal grado de desarrollo y de esplendor hasta entonces nunca alcanzado, pero que fue destruida por un cataclismo de enormes proporciones, quedando sepultada bajo el mar.
Otras civilizaciones también fueron destruidas por la soberbia de sus ciudadanos: Sodoma y Gomorra, Mohenjo-Daro... Ésta dejó vestigios y fue hallada, Sodoma y Gomorra no dejaron ni rastro, aunque se sabe que estaban en las proximidades del Mar Muerto.
Hace años, el arqueólogo Juris Zarins, de la Universidad de Missouri quiso ubicar el Jardín del Edén, mítico lugar cuna de la raza humana, según La Biblia y que debería estar en el lugar en que se “unen los cuatro ríos”.
Lo primero que Zarins descubrió es que la palabra “Eden”, no es hebrea, procede de una civilización mucho más antigua, la sumeria, que contaba una leyenda parecida a la que la Biblia había plagiado.
Habría ocurrido lo mismo que con el Diluvio Universal y otras narraciones bíblicas que proceden de la historia más antigua jamás escrita: la Epopeya de Gilgamesh.
La investigación que inició Zarins y su equipo empezó por tratar de averiguar la forma en que aquella palabra de origen sumerio había llegado a Palestina y se había incorporado a su lengua, la forma en que aquellas leyendas eran transmitidas desde Mesopotamia hasta las orillas del Mediterráneo y la encontraron en la comercialización de un producto que en aquellas épocas alcanzaba un valor prodigioso. Era el incienso, una sustancia resinosa obtenida de plantas aromáticas que, tres mil años antes de nuestra era, ya se utilizaba por el hombre con fines muy diferentes que iban desde lo religioso a lo medicinal.


De todas las representaciones del Paraíso, la del Bosco 
es la más popular y enigmática
(Parte central del tríptico)

Las rutas de distribución del incienso, al que se sumaban otras sustancias como la mirra y los aceites aromáticos, así como la seda y maderas orientales, partían del sur de la península de Arabia y tomaban dos direcciones y formas de transporte: por mar, a través del Mar Rojo y por tierra, con caravanas que cruzaban toda la península, pasaban a Mesopotamia y llegaban hasta Palestina. Esta ruta era la más larga y lenta y pasaban por ciudades en las que se detenía para hacer las ventas y los trueques por otros productos.
De entre todas aquellas ciudades, por las que pasaban las caravanas, la más importante era la ciudad de Ubar, o Ciudad de las Columnas, una ciudad mítica cuyo emplazamiento se desconocía, pero de la que había evidencias de su existencia en el segundo milenio antes de nuestra era y que incluso se nombraba en Las Mil y una Noches.
De los cuatro ríos a los que los textos sagrados hacen referencia, dos están perfectamente localizados: son el Tigris y el Eufrates que se unen poco antes de su desembocadura en el Golfo Pérsico. Los otros dos son llamados Pishon y Gihon, pero de ellos no se sabe nada; jamás se les ha ubicado.
En el plano especulativo, una tendencia incansable de muchos arqueólogos, estos ríos podrían haberse secado, cosa muy probable con la progresiva desertización de la zona pero, sin lugar a dudas, sus antiguos lechos estarían localizables. Otras  teorías, ciertamente antiguas los hacen coincidir con el Nilo y el Ganges, que ni por asomo se acercan a los dos ya identificados y por lo tanto se tildan de descabelladas, aunque curiosamente, la del Nilo está bien argumentada.
El equipo multidisciplinar de Zarins se centró en ubicar, en el tiempo, las condiciones geológicas que se vivían en la zona y así se pudo hacer una interesante comprobación que científicamente estaba perfectamente avalada.
En los milenios tercero y segundo, antes de nuestra era, estaba concluyendo un período glacial que durante muchos siglos había helado grandes cantidades de agua en los polos y sobre los continentes, pero que en las zonas tropicales, no había supuesto más que un descenso de las temperaturas y del nivel del mar, sin mayores consecuencias.
Esta importante congelación había producido un descenso del nivel del mar que había dejado en seco enormes extensiones de tierra, lo que había permitido migraciones humanas y de fauna importantísimas de uno a otros continentes, pero que al derretirse posteriormente, produjo una inundación que alcanzó, en el Golfo Pérsico, los sesenta metros de altura.
Es decir, se inundaron zonas que por siglos habían permanecido sobre el nivel del mar y en esas circunstancias, teniendo en cuenta que la mayor profundidad actual de aquel Golfo es de aproximadamente cuarenta metros, casi toda la superficie marítima, estaba entonces al descubierto. Los ríos Tigris y Eufrates recorrían centenares de kilómetros más para desembocar en el mar y en ese recorrido se le unían los otros dos ríos: Pishon y Gihon.
Ciertamente es una teoría, pero que puede estar acertada y que situaría el Paraíso Terrenal, el que menciona la Biblia como el Edén, en el fondo del Golfo Pérsico.
La hipótesis que el equipo de Zarins manejaba se vio de pronto reforzada por un descubrimiento que es necesario resaltar.
En 1984, el transbordador espacial “Challeger”, aquel que explotó en el aire ante los ojos de todo el mundo un par de años más tarde, realizaba su última misión, sobrevolando la Tierra y sacando fotografías. Al pasar sobre la península de Arabia envió unas imágenes en las que aparecieron unas formaciones que muy bien podrían ser las ruinas de una ciudad situada al sur del  territorio del emirato árabe de Omán, la punta más oriental de la Península, desconociéndose de qué ciudad se trataba.
El equipo de Zarins se puso en contacto con la NASA y solicitó las fotos de las ruinas y de los alrededores, consiguiendo situarlas de forma muy concreta en los mapas de la zona. Inmediatamente se trasladaron al lugar, en medio de un desierto absolutamente intransitado y empezaron a estudiar sobre el terreno.
No fue fácil la localización a pesar de la inestimable ayuda de las imágenes de la NASA y se tardaron varios años en localizar las ruinas.

Las casi irreconocibles ruinas de Ubar
Se trataba de una ciudad construida alrededor de una ciudadela o castillo fortificado, de forma octogonal y con una torre defensiva en cada uno de sus vértices y cuyas ruinas se dataron en dos mil años de antigüedad, lo que supone decir que la ciudad, en todo su esplendor debió de existir muchos siglos antes.
Se trataba de la mítica ciudad de Ubar, despejando así una incógnita que puede aclarar mucho sobre las civilizaciones desaparecidas y es que a tenor del grado de técnica empleado en la arquitectura, se puede asegurar que sin lugar a dudas, una civilización pujante existió en la parte oriental de la Península Arábiga, capaz de competir con la civilización de Mesopotamia y con la que mantenía lazos comerciales.
Según las leyendas, la ciudad de Ubar sufrió un cataclismo y fue sepultada por las arenas del desierto lo que la ha mantenido oculta durante cuarenta siglos.

Pero es muy posible que todo esto no sean más que leyendas, sin ningún viso de realidad.

1 comentario: