viernes, 1 de noviembre de 2019

HÉROE O VILLANO




A mediados del pasado año publiqué un artículo sobre un veneno muy utilizado en los siglos XVI y XVII que recibía el nombre de “Acqua di Nápoli”, con el que supuestamente se había envenenado al “héroe nacional independentista catalán” Pau Clarís. Aunque no me gusta escribir sobre lo escrito, el horrible espectáculo que nos están haciendo vivir los independentistas descontrolados y violentos, me impulsa a desenmascarar la falacia independentista, que tiene en su principal factótum a una de las personas más traidoras al pueblo catalán.
El 27 de febrero de 1641 falleció en Barcelona el eclesiástico, canónigo de la Seo de Urgel, diputado eclesiástico de Cataluña y primer presidente de la fallida primera República Catalana: mosén Pau Clarís y Casademunt.
Su muerte fue repentina y por las circunstancias que rodearon el hecho, hubo quien de inmediato acusó al rey de España de haber ordenado su envenenamiento.
Pau Clarís, como es conocido y como figura en la estatua que los catalanes le han levantado, en ningún momento debería ser considerado por la gente de pro como un gran estadista, y muchísimo menos, como un héroe nacional-catalán, pero fue, sin embargo, un fiel prototipo de lo que los independentistas, más por su odio a España que por verdadero afán de ser una nación independiente, vienen representando desde hace siglos.
Había nacido en Barcelona el día 1 de enero de 1586, en el seno de una influyente familia de juristas originaria de Berga, en la provincia de Barcelona, donde estudió derecho civil y canónico, y siendo muy joven fue nombrado Canónigo de la Seo de Urgel, importante municipio y centro religioso de la provincia de Lérida.
Inmediatamente, el joven cura destacó por iniciarse en la vida política, como defensor de los beneficios y prebendas que, en muchos órdenes, tenían los eclesiásticos, entre otras cosas pretendiendo que ellos no pagaran diezmos y primicias como hacían todos los demás ciudadanos.
 Para esa interesada misión utilizó el malestar que se vivía en Cataluña, como en otras regiones españolas, por la necesidad de albergar y mantener a las tropas en sus desplazamientos de guerra.
Cuando en el año 1635 y dentro de la religiosa Guerra de los Treinta Años que fue una guerra de toda Europa contra España y que pasaba por etapas bélicas y pacíficas, aprovechando una de estas últimas, Francia declaró la guerra a España, Cataluña, por ser un terreno fronterizo entre ambos países adquirió un carácter de pieza clave a la hora de defender la frontera, además de que al principado catalán pertenecían desde la época de Carlomagno, los condados del Rosellón y Cerdaña.
En ese momento, el virrey de Cataluña, Enrique de Aragón y Cardona ordena el desplazamiento de tropas y que la población dé alojamiento y manutención a los soldados que van a defender el territorio, lo que origina un tremendo conflicto social y político, del que rápidamente Clarís se pone a la cabeza, consiguiendo, en buena medida soliviantar al pueblo, hasta el extremo de que en 1638 sale elegido diputado del brazo eclesiástico de la Diputación General de Cataluña, para el período de un trienio.
Como parece natural, ni nobles, ni artesanos, ni payeses querían alimentar y cobijar a la cuota de soldados que le correspondía y éstos, faltos de los alimentos más básicos, comenzaron a protagonizar algunos hurtos y robos en masías y casas solariegas, lo que terminó en un una revuelta monumental ocurrida en Palafrugell, en julio de aquel mismo año por parte de los tercios acuartelados en la zona.
Hubo saqueos, heridos y muertos que unido a la demanda real de alistar en las filas del ejército español a aquellos mozos catalanes en edad, desembocó en la revuelta mencionada y sobre todo dio lugar a una sensación de desgobierno que hizo sublevarse a la población.
El padre Clarís, ya versado en lides antigubernamentales, utilizó hábilmente su cargo en la Diputación General de Cataluña para ser elegido, en una especie de triunvirato, como Diputado del brazo eclesiástico, que junto a los de los brazos real, Quintana y militar, Tamarit, formaban el gobierno de Cataluña, dependiente del de España, pero siempre con ese sabor a insurrección, a independencia, aun cuando ficticia.
Mientras que Cataluña se entretenía con aquello de “¿quién manda aquí?”, los soldados franceses invaden el condado del Rosellón, que era una provincia española.
Aunque se consigue recuperar parte del Rosellón, el enfrentamiento entre el Estado Español y la Generalidad se hizo frontal, hasta el extremo que las autoridades militares españolas acuerdan la detención del diputado del brazo militar, Francesc Tamarit y la de Clarís que, más hábil, consigue huir.
El pueblo en realidad no estaba tan interesado en la detención del diputado Tamarit, como en la de dos diputados del Consell de Cent, Lorenzo Serra y Francisco Vergós que también fueron detenidos, pero arengados insistentemente por Clarís y los de su cuerda, se subleva y se dirige a Barcelona a liberar a los presos.
No eran más de doscientos campesinos los que, el 22 de mayo de 1640, entraron en la Ciudad Condal, organizando alborotos y a los que se unieron, el 7 de junio, día del Corpus, otros cuatrocientos o quinientos segadores que, habiendo acudido a la ciudad para participar en la procesión, terminaron también amotinados protagonizando incidentes de lo más violento y que acabó con la muerte a cuchilladas y tras una larga persecución, del entonces virrey, Dalmau Queralt, Conde de Santa Coloma, en un día aciago que se ha venido en llamar “Corpus de Sangre”.
Como es natural el Conde Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, da un golpe de mano y “aplica el 155” de la época que produjo una ruptura total entre el gobierno de España y la Generalitat, enviando a lo poco que tenía del ejército español, pues en ese momento todos los frentes estaban abiertos.
¿Y qué hizo el cura-diputado Clarís? Pues ni más ni menos que enviar a su sobrino, Francesc Vilaplana a buscar apoyo en Francia, contra España que  sustanciaron en el llamado “Pacto de Ceret”, firmado en septiembre de 1640 y desde ese momento, Cataluña se convierte en una región más de Francia, su eterna enemiga y beligerante nación fronteriza y no solamente las tropas francesas ocupan Cataluña, sino que sus navíos de guerra atracan en los puertos catalanes con total libertad y lo que es más bochornosos: la Generalitat se dispuso a pagar un ejército francés, compuesto inicialmente por tres mil soldados, que se irían incrementando.
No tardaron mucho los catalanes en comprender a qué les había llevado ese proceso separatista y cuando se dieron cuenta que su debilidad era mucho más notable estando del lado francés que del español y que si antes ya pensaban, como hacen ahora, que España les robaba, pronto se dieron cuenta que el representante político y militar de Francia en Cataluña, un tal Roger de Bossost, les robaba mucho más.
Tanto fue así que el Cardenal Richelieu se dirigió por carta a Clarís, comunicándole el cese inmediato de Bossost.
Pero el ejército español comienza a reaccionar y toma Tarragona, aunque luego sufre una monumental derrota en la batalla de Montjuic, tras la cual, el ejército catalano-francés se atreve a llegar hasta Aragón.
Pero la tiranía que Francia ejerce sobre Cataluña traerá consecuencias, aunque antes, concretamente el 27 de febrero de 1641, fallece tras siete días de sufrir lo que se dijo era una infección, el presidente Clarís.
De inmediato se desatan los rumores y se habla de magnicidio, aunque hay tantos intereses encontrados para hacer desaparecer a tan incómodo personaje, que las cosas se acallan y se deja pasar el tiempo.
El resultado de la gestión política y militar de Clarís fue catastrófico para Cataluña, pues tras su muerte, la Generalitat optó por pedir auxilio a España para expulsar a los franceses, cosa que al final se consiguió, no sin grandes pérdidas humanas y territoriales, pues el Rosellón y Cerdaña pasaron nuevamente al reino francés.
La muerte de Clarís ha permanecido durante mucho tiempo en esa especie de incógnita, pues es bien cierto que en aquella época las infecciones no solo eran frecuentes, sino en la mayoría de los casos mortales, pero los envenenamientos no lo eran menos.
Recientemente la Universidad Autónoma de Barcelona ha llevado a cabo unas investigaciones sobre los restos del sacerdote, concretando que fue envenenado con la poción de moda en aquella época: el Agua de Nápoles.
Son creíbles estos enardecimientos o simplemente obedecen a un proceso en el que, realmente escaso en número de verdaderos artífices de la independencia, se ensalza la figura de un cobarde y un traidor a su propia tierra para convertirlo en héroe. Si nos fijamos un poco, hoy está ocurriendo lo mismo

3 comentarios:

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  2. Omne regnum in se ipsum divisum desolabitur. La diferencia entre España y el resto del mundo es esa, la cantidad de traidores que hemos sufrido y que nos han lastrado a través de toda nuestra historia culminando con los supuestos libertadores de America que sirvieron a potencias extrangeras en su propio beneficio y en perjuicio de todo un pueblo que aun esta pagando las consecuencias. Ahora seguimos teniéndolos en nuestros políticos que no dudan en anteponer sus intereses a los intereses de España y los españoles. Lo ultimo, la cumbre del clima que parece se realizara finalmente en España. ¿Qué pasara si en las próximas elecciones del dia 10 de noviembre pierde la izquierda? ¿Quién será el guapo que ponga orden a tanto antisistema que junto a estos defensores "sui generis" nuestros de la democracia que criminalizan a los que llevamos la bandera de España pero no a los que la queman, los que nos llaman fascistas a los que defendemos la unidad y la igualdad de todos pero no a los supremacistas que quieren mayores derechos o no han dejado de asesinar intimidando e imponiendo sus ideas por la fuerza?.

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