A mediados
del pasado año publiqué un artículo sobre un veneno muy utilizado en los siglos
XVI y XVII que recibía el nombre de “Acqua
di Nápoli”, con el que supuestamente se había envenenado al “héroe nacional
independentista catalán” Pau Clarís. Aunque no me gusta escribir sobre lo
escrito, el horrible espectáculo que nos están haciendo vivir los
independentistas descontrolados y violentos, me impulsa a desenmascarar la
falacia independentista, que tiene en su principal factótum a una de las
personas más traidoras al pueblo catalán.
El 27 de
febrero de 1641 falleció en Barcelona el eclesiástico, canónigo de la Seo de
Urgel, diputado eclesiástico de Cataluña y primer presidente de la fallida
primera República Catalana: mosén Pau Clarís y Casademunt.
Su muerte
fue repentina y por las circunstancias que rodearon el hecho, hubo quien de
inmediato acusó al rey de España de haber ordenado su envenenamiento.
Pau
Clarís, como es conocido y como figura en la estatua que los catalanes le han
levantado, en ningún momento debería ser considerado por la gente de pro como
un gran estadista, y muchísimo menos, como un héroe nacional-catalán, pero fue,
sin embargo, un fiel prototipo de lo que los independentistas, más por su odio
a España que por verdadero afán de ser una nación independiente, vienen
representando desde hace siglos.
Había
nacido en Barcelona el día 1 de enero de 1586, en el seno de una influyente
familia de juristas originaria de Berga, en la provincia de Barcelona, donde
estudió derecho civil y canónico, y siendo muy joven fue nombrado Canónigo de
la Seo de Urgel, importante municipio y centro religioso de la provincia de
Lérida.
Inmediatamente,
el joven cura destacó por iniciarse en la vida política, como defensor de los
beneficios y prebendas que, en muchos órdenes, tenían los eclesiásticos, entre
otras cosas pretendiendo que ellos no pagaran diezmos y primicias como hacían
todos los demás ciudadanos.
Para esa interesada misión utilizó el malestar
que se vivía en Cataluña, como en otras regiones españolas, por la necesidad de
albergar y mantener a las tropas en sus desplazamientos de guerra.
Cuando en
el año 1635 y dentro de la religiosa Guerra de los Treinta Años que fue una
guerra de toda Europa contra España y que pasaba por etapas bélicas y pacíficas,
aprovechando una de estas últimas, Francia declaró la guerra a España, Cataluña,
por ser un terreno fronterizo entre ambos países adquirió un carácter de pieza
clave a la hora de defender la frontera, además de que al principado catalán pertenecían
desde la época de Carlomagno, los condados del Rosellón y Cerdaña.
En ese
momento, el virrey de Cataluña, Enrique de Aragón y Cardona ordena el
desplazamiento de tropas y que la población dé alojamiento y manutención a los
soldados que van a defender el territorio, lo que origina un tremendo conflicto
social y político, del que rápidamente Clarís se pone a la cabeza,
consiguiendo, en buena medida soliviantar al pueblo, hasta el extremo de que en
1638 sale elegido diputado del brazo eclesiástico de la Diputación General de
Cataluña, para el período de un trienio.
Como
parece natural, ni nobles, ni artesanos, ni payeses querían alimentar y cobijar
a la cuota de soldados que le correspondía y éstos, faltos de los alimentos más
básicos, comenzaron a protagonizar algunos hurtos y robos en masías y casas
solariegas, lo que terminó en un una revuelta monumental ocurrida en
Palafrugell, en julio de aquel mismo año por parte de los tercios acuartelados
en la zona.
Hubo
saqueos, heridos y muertos que unido a la demanda real de alistar en las filas
del ejército español a aquellos mozos catalanes en edad, desembocó en la
revuelta mencionada y sobre todo dio lugar a una sensación de desgobierno que
hizo sublevarse a la población.
El padre
Clarís, ya versado en lides antigubernamentales, utilizó hábilmente su cargo en
la Diputación General de Cataluña para ser elegido, en una especie de
triunvirato, como Diputado del brazo eclesiástico, que junto a los de los
brazos real, Quintana y militar, Tamarit, formaban el gobierno de Cataluña,
dependiente del de España, pero siempre con ese sabor a insurrección, a
independencia, aun cuando ficticia.
Mientras
que Cataluña se entretenía con aquello de “¿quién manda aquí?”, los soldados
franceses invaden el condado del Rosellón, que era una provincia española.
Aunque se
consigue recuperar parte del Rosellón, el enfrentamiento entre el Estado Español
y la Generalidad se hizo frontal, hasta el extremo que las autoridades
militares españolas acuerdan la detención del diputado del brazo militar,
Francesc Tamarit y la de Clarís que, más hábil, consigue huir.
El pueblo en
realidad no estaba tan interesado en la detención del diputado Tamarit, como en
la de dos diputados del Consell de Cent, Lorenzo Serra y Francisco Vergós que
también fueron detenidos, pero arengados insistentemente por Clarís y los de su
cuerda, se subleva y se dirige a Barcelona a liberar a los presos.
No eran
más de doscientos campesinos los que, el 22 de mayo de 1640, entraron en la
Ciudad Condal, organizando alborotos y a los que se unieron, el 7 de junio, día
del Corpus, otros cuatrocientos o quinientos segadores que, habiendo acudido a
la ciudad para participar en la procesión, terminaron también amotinados protagonizando
incidentes de lo más violento y que acabó con la muerte a cuchilladas y tras
una larga persecución, del entonces virrey, Dalmau Queralt, Conde de Santa
Coloma, en un día aciago que se ha venido en llamar “Corpus de Sangre”.
Como es
natural el Conde Duque de Olivares, valido del rey Felipe IV, da un golpe de
mano y “aplica el 155” de la época que produjo una ruptura total entre el
gobierno de España y la Generalitat, enviando a lo poco que tenía del ejército
español, pues en ese momento todos los frentes estaban abiertos.
¿Y qué
hizo el cura-diputado Clarís? Pues ni más ni menos que enviar a su sobrino,
Francesc Vilaplana a buscar apoyo en Francia, contra España que sustanciaron en el llamado “Pacto de Ceret”,
firmado en septiembre de 1640 y desde ese momento, Cataluña se convierte en una
región más de Francia, su eterna enemiga y beligerante nación fronteriza y no
solamente las tropas francesas ocupan Cataluña, sino que sus navíos de guerra
atracan en los puertos catalanes con total libertad y lo que es más
bochornosos: la Generalitat se dispuso a pagar un ejército francés, compuesto
inicialmente por tres mil soldados, que se irían incrementando.
No
tardaron mucho los catalanes en comprender a qué les había llevado ese proceso
separatista y cuando se dieron cuenta que su debilidad era mucho más notable
estando del lado francés que del español y que si antes ya pensaban, como hacen
ahora, que España les robaba, pronto se dieron cuenta que el representante
político y militar de Francia en Cataluña, un tal Roger de Bossost, les robaba
mucho más.
Tanto fue
así que el Cardenal Richelieu se dirigió por carta a Clarís, comunicándole el
cese inmediato de Bossost.
Pero el
ejército español comienza a reaccionar y toma Tarragona, aunque luego sufre una
monumental derrota en la batalla de Montjuic, tras la cual, el ejército
catalano-francés se atreve a llegar hasta Aragón.
Pero la
tiranía que Francia ejerce sobre Cataluña traerá consecuencias, aunque antes,
concretamente el 27 de febrero de 1641, fallece tras siete días de sufrir lo
que se dijo era una infección, el presidente Clarís.
De
inmediato se desatan los rumores y se habla de magnicidio, aunque hay tantos
intereses encontrados para hacer desaparecer a tan incómodo personaje, que las
cosas se acallan y se deja pasar el tiempo.
El
resultado de la gestión política y militar de Clarís fue catastrófico para
Cataluña, pues tras su muerte, la Generalitat optó por pedir auxilio a España
para expulsar a los franceses, cosa que al final se consiguió, no sin grandes
pérdidas humanas y territoriales, pues el Rosellón y Cerdaña pasaron nuevamente
al reino francés.
La muerte
de Clarís ha permanecido durante mucho tiempo en esa especie de incógnita, pues
es bien cierto que en aquella época las infecciones no solo eran frecuentes,
sino en la mayoría de los casos mortales, pero los envenenamientos no lo eran
menos.
Recientemente
la Universidad Autónoma de Barcelona ha llevado a cabo unas investigaciones
sobre los restos del sacerdote, concretando que fue envenenado con la poción de
moda en aquella época: el Agua de Nápoles.
Son
creíbles estos enardecimientos o simplemente obedecen a un proceso en el que,
realmente escaso en número de verdaderos artífices de la independencia, se
ensalza la figura de un cobarde y un traidor a su propia tierra para convertirlo en héroe. Si nos fijamos un poco, hoy está ocurriendo lo mismo
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ResponderEliminarY siguen...
ResponderEliminarOmne regnum in se ipsum divisum desolabitur. La diferencia entre España y el resto del mundo es esa, la cantidad de traidores que hemos sufrido y que nos han lastrado a través de toda nuestra historia culminando con los supuestos libertadores de America que sirvieron a potencias extrangeras en su propio beneficio y en perjuicio de todo un pueblo que aun esta pagando las consecuencias. Ahora seguimos teniéndolos en nuestros políticos que no dudan en anteponer sus intereses a los intereses de España y los españoles. Lo ultimo, la cumbre del clima que parece se realizara finalmente en España. ¿Qué pasara si en las próximas elecciones del dia 10 de noviembre pierde la izquierda? ¿Quién será el guapo que ponga orden a tanto antisistema que junto a estos defensores "sui generis" nuestros de la democracia que criminalizan a los que llevamos la bandera de España pero no a los que la queman, los que nos llaman fascistas a los que defendemos la unidad y la igualdad de todos pero no a los supremacistas que quieren mayores derechos o no han dejado de asesinar intimidando e imponiendo sus ideas por la fuerza?.
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