Afortunadamente
nuestra historia está plagada de mujeres heroicas; tanto, que ese afán de
querer visualizar al género femenino de nuestra raza, repitiendo constante y
machaconamente eso de “ciudadanos y ciudadanas”, “españoles y españolas” o
inventando palabras como “miembros y miembras” es, no solo innecesariamente
reiterativo, sino aburrido y sobre todo síntoma de incultura.
Por
fortuna, digo, tenemos una historia plagada de nombres de mujeres que se “han
visualizado” al entrar por la puerta grande en los libros de historia. Ya he
dedicado muchos artículos a estas mujeres y quedan muchas más a las que iré
dedicando mis trabajos.
La de hoy
es sin duda una mujer ejemplar. Ejemplar por su arrojo y valentía, por su
decisión y por su carisma como líder y aunque ya se ha escrito sobre ella e
incluso se ha rodado una película sobre su viaje, no me resisto a colocarla
entres las figuras femeninas que orlan mi blog, a pesar de que la originalidad
que siempre busco se vea en este caso muy mermada. Se trata de doña Mencía
Calderón de Sanabria.
Nació esta
mujer en Medellín, en la provincia de Badajoz al comienzo del siglo XVI. No
existe constancia de su fecha exacta de nacimiento pero sí que se ha recogido
un dato importante y es que casó en 1535 con Juan de Sanabria, primo del
conquistador Hernán Cortés, el cual había quedado viudo poco tiempo antes y de
cuyo matrimonio tenía un hijo de corta edad llamado Diego.
El
matrimonio de Juan y Mencía tuvo pronto descendencia, pero con poca fortuna para
la continuación del apellido pues fueron tres hembras.
Residían
en Sevilla en donde Sanabria ostentaba un importante cargo en la corte, cuando
llegó a España cargado de cadenas el que había sido Adelantado del Río de la
Plata, Alvar Núñez Cabeza de Vaca.
El
Adelantado era un alto dignatario al que se encomendaba llevar adelante una
empresa o servicio por mandato real, y que poseía plenos poderes tanto en
tiempos de paz como de guerra. Esto convertía al designado en una figura de
máxima autoridad que más adelante podía ser sustituida por el virrey, como
comparativo de la magnitud de sus atribuciones.
Alvar
Núñez fue acusado de graves delitos por abuso de poder y terminó mal sus días,
pero su trayectoria lo describe como un brillante descubridor que llenó páginas
de gloria, aunque como muchos otros, en parte por enemistades y en parte por su
extrema dureza en el trato con las personas bajo su mando, terminó aherrojado.
Corría el
año 1547 y se hacía necesario designar de inmediato un relevo para tan importante
cargo, pero a la vez había que dar solución a un problema que se estaba yendo
de las manos.
El
cristianísimo emperador Carlos tenía sobre su conciencia el desenfreno moral
que en el nuevo continente se estaba experimentando, quizás como consecuencia
de varias decisiones mal tomadas desde un principio.
Una vez
descubierta la nueva tierra, el único afán era el de expandir los dominios en
busca del codiciado oro y las especias. Eso hizo que, una tras otra, las
expediciones fueran de conquistadores y no de colonizadores de las nuevas
tierras. Las mujeres estaban prohibidas a bordo de las carabelas que cruzaban
el Atlántico y salvo alguna enrolada de tapadillo como prostituta, para alivio
del conquistador y unas pocas que consiguieron emigrar disfrazadas de hombres,
lo cierto es que pocas mujeres españolas cruzaban el océano.
Por otro
lado las guerras de los últimos años habían diezmado a la población masculina
española, decremento que se veía aumentado por la emigración de varones hacia
tierras de promisión.
Estas
situaciones producían un resultado muy concreto y no era otro que abundancia de
mujeres en España y escasez de ellas en las Indias.
Esto llevó
a las generalizadas relaciones de concubinato con las mujeres del nuevo
continente, con las que los conquistadores tenían múltiple descendencia, pero
difícilmente formaban una familia que se asentara en un territorio y cuidara de
él.
Se quiso
paliar esta situación con una propuesta que la protagonista de esta historia,
doña Mencía Calderón, hacía a su esposo Sanabria y que no era otra que la de
llevar mujeres castellanas a las Indias, unas para encontrarse con sus esposos,
otras para contraer allí matrimonio con los jóvenes soldados solteros.
Esa idea,
después de haberla desechado durante años, pareció convencer al emperador
Carlos, que en sustitución del depuesto Cabeza de Vaca, nombró Adelantado del
Río de la Plata, por indicación del Consejo de Indias, a don Juan de Sanabria,
el esposo de Mencía, con la condición de que preparase una expedición de seis
naves para trasladarse a tierras del sur de América, donde él detentaría el
cargo de Adelantado.
Juan de
Sanabria murió al poco tiempo y la expedición, aún sin ultimar, corría serio
peligro de ser anulada al nombrarse a otro adelantado, pero entonces doña
Mencía tomó las riendas de aquella aventura y consiguió que se nombrase a
Diego, hijo de su marido, como nuevo Adelantado y a ella como responsable de la
expedición femenina, en atención a lo avanzado que llevaba las gestiones, pues
no en vano había conseguido ya tres naves y que numerosas doncellas, sobre todo
extremeñas pertenecientes a las clases
más privilegiadas, se hubiesen ofrecido voluntarias para emprender aquella
incierta aventura, igual que las abandonadas esposas de muchos de los
conquistadores que llevaban años sin aparecer por España.
Hay que
considerar que en el ánimo de estas mujeres pesaba una gran losa, pues en
aquellos tiempos las féminas solo tenían dos caminos en la vida que no eran
otros que el matrimonio y el convento. El matrimonio estaba difícil y de baja
calidad y el convento no era idea que atrajese a la mayoría de las mujeres, así
que la de apuntarse a aquella aventura no parece tan descabellada: ir en busca
del marido desconocido, en vez de descubrir la “Tierra Ignota”.
El diez de
abril de 1550 zarpó del puerto de Sanlúcar de Barrameda la primera parte de la
expedición, la que dirigiría doña Mencía y que se componía de tres naves: el
patache San Miguel, la carabela Asunción y la nao San Juan. En Sevilla quedaba
su hijastro don Diego, tratando de fletar las tres naves que faltaban para
completar la expedición.
La primera
parte de la flota puso rumbo a las Canarias con el fin de avituallarse para la
larga travesía y esperar a que los vientos alisios le fueran propicios; a bordo
iban alrededor de sesenta mujeres y unos doscientos cincuenta jóvenes, aunque
hay algunos autores que cifran en ochenta las damas de la expedición, pues
algunas estaban casadas con conquistadores españoles y en realidad iban en
busca de sus maridos, por lo que no rebajarían la tensión a la que estaban
destinadas las solteras.
En
Canarias, la ausencia de vientos retuvo la expedición más tiempo del deseado y
cuando unos meses después emprendieron, por fin, la marcha, enfilaron hacia las
Islas de Cabo Verde, donde les sorprendió una fuerte tormenta que dispersó las
naves.
El patache
San Miguel, la mejor de las naves, era la que transportaba a las mujeres y a
Doña Mencía, el cual navegó hacia el Golfo de Guinea, para trazar luego la ruta
hacia el continente americano.
Pero allí
fue sorprendido por un barco pirata francés y doña Mencía tuvo que gestionar la
libertad del barco y la inmunidad de las mujeres a su cargo, entregando gran
parte de la carga a los piratas.
Del
destino de las otras dos naves no se sabía nada, pero el plan del viaje fijaba
un punto de reunión en la isla de Santa Catalina, en las costas de Brasil, cerca
ya de la frontera con el actual Uruguay, a donde se dirigió el San Miguel,
llegando en el mes de diciembre y en donde se encontró con la carabela Asunción.
De la nao San Juan nunca se supo nada más.
El estado
de las embarcaciones era lamentable y la Asunción se hundió en una maniobra de
aproximación a la costa, donde el gobernador portugués de la isla tenía
retenidos los dos barcos y sus tripulaciones.
Tres años
estuvieron retenidas en tierras brasileñas hasta que por intervención directa
del rey de España con el de Portugal, se levantó el confinamiento y las
expedicionarias estuvieron en libertad.
Durante
ese tiempo había recibido noticias de que Diego Sanabria y su expedición había
llegado al Caribe pero su rastro se perdía en las selvas venezolanas.
Quedaba
por tanto doña Mencía como única persona responsable de la expedición, pero ya
no había opción de continuar por mar, así que armándose de valor y usando unos
indígenas que se ofrecieron a guiarlas en un larguísimo viaje a través de la
selva, consiguieron llegar dos años después y tras más de mil trescientos
kilómetros, a la ciudad de Asunción, en donde algunas de las damas casadas que
habían emprendido tan larga aventura, encontraron a sus esposos amancebados con
indígenas y otras recibieron la funesta noticia de su muerte.
Mapa del recorrido por tierra desde
la costa hasta Asunción
Por fin la
expedición se había acabado y llegaban a su punto de destino, en donde las
damas, deterioradas por las penalidades sufridas, se esforzaron en su tarea de
encontrar esposo y asentarse en aquellas tierras.
Así nació
el actual Paraguay y fue gracias a la constancia y tesón de una dama ilustre, a
la que nadie empujaba para encumbrar, sino que lo hacía ella sola con su
denuedo.
La
historia debía haber sido más justa con esta persona que a pesar de ser del
sexo femenino, tuvo un comportamiento heroico, contribuyendo notablemente con
su aportación al engrandecimiento de las colonias americanas.
Hasta 1960
en que una escritora argentina llamada Josefina Cruz escribió una novela sobre
este personaje, su recuerdo había permanecido dormido.
👌👌👌👌
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