El pasado
cinco de marzo, es decir, hace unos días se celebró el 210 aniversario de la
Batalla de Chiclana, también conocida como Batalla de la Barrosa.
El
ejército francés en su afán de tomar La Isla de León y Cádiz, puso un cerco
férreo al último reducto peninsular que se les resistía. La defensa numantina
que ilustres militares desplegaron en el lugar, hizo imposible que los
franceses cumplieran su objetivo.
El grueso
de las tropas francesas se había instalado en Chiclana, estableciendo su
cuartel general en la Iglesia Mayor, que estaba en construcción, mientras las
tropas se acantonaban en varios puntos, sobre todo en un lugar muy cercano a
los esteros y caños que separan Chiclana de La Isla, llamado desde entonces
Pinar de los Franceses.
Por otro
lado, también Puerto Real sería ocupado por tropas francesas, más concretamente
en la Isla del Trocadero, muy cerca de Cádiz, pero con la Bahía de por en
medio.
Las
fuerzas militares francesas eran muy superiores a las españolas, pero el
terreno cubría con creces esa desventaja de las tropas españolas, pues el
dédalo de salinas, esteros y caños con su suelo fangoso y sus vericuetos
interminables, hacían intransitable la zona y las piezas de artillería quedaban
hundidas y las caballerías atoradas en el limo y fango pegajoso de la zona.
La Isla de
León estaba a la vista pero la única forma de alcanzarla era cruzando el Puente
Zuazo que en previsión, había sido cortado.
Este
histórico puente tiene origen romano, como tantísimos otros estratégicamente
situados en todo el mundo romanizado y cumplía dos funciones que eran la de
unir la Península con la región insular que formaba la zona conocida como Gades
y formar parte del acueducto que desde El Tempul, en el término de Jerez, traía
el agua hasta la ciudad más importante del sur de la Bética.
Se le
empezó a llamar Puente Zuazo en el siglo XV, cuando el oidor real don Juan
Sánchez Zuazo obtuvo la concesión de pontazgo, es decir, la licencia para
cobrar por personas y mercancías que lo cruzaran, salvando el no despreciable
escollo que suponía el brazo de mar conocido como Caño de Sancti Petri.
De otra
forma, Cádiz solo era accesible por mar.
Pues bien,
ese puente detuvo a las tropas napoleónicas y le frustró sus deseos de acabar
con el último reducto de la Península que no habían podido conquistar.
Es un puente sólido, construido con la piedra ostionera, típica de la zona que ha resistido el paso de los siglos con verdadera dignidad.
Panorámica actual del famoso puente
Durante el asedio francés, el cañoneo era
constante a ambos lados del puente, pero las tropas españolas contaban con unas
baterías que mandaba Diego de Alvear, cuya efectividad era superior a la
francesa.
En ese
estado de la contienda, los franceses reciben la orden de desplazar un
contingente de quince mil soldados para ayudar en el frente de Badajoz,
quedando mermada su capacidad de ataque.
El mando
militar español considera que es un buen momento para presentar una ofensiva
que libere de la presión que están sufriendo La Isla y Cádiz y embarcan un buen
número de soldados ingleses y españoles para trasladarlos hasta Tarifa, con la
intención de atacar a los franceses por la retaguardia, cosa que consiguieron,
encontrándose en un punto de la playa de La Barrosa conocido como Loma del
Puerco, actualmente en el complejo residencial de Novo Sancti Petri, donde
vencieron a los franceses, si bien fue una victoria de escasa efectividad, pues
no consiguió su propósito de alejar el agobio francés, pues no supuso disminuir
la presión ni hacer retroceder al ejército invasor, pero fue una gran victoria
que puso en fuga a los franceses que huían despavoridos ante el empuje anglo
español, demostrando una vez más lo temible de los soldados españoles.
Pero no es
esta la batalla desconocida a la que se refiere el título de este artículo, con
esta exposición he querido fijar un poco sobre el terreno la situación que se
vivía en 1811, para referirme ahora a otra batalla celebrada casi en el mismo
lugar, casi con los mismos elementos en juego, pero doce años más tarde: el 20
de septiembre de 1823.
España
había sido nuevamente invadida por el ejército francés con unas tropas mandadas
por el Duque de Angulema, que se conocen con el nombre de “Los cien mil hijos
de san Luis” cuya finalidad era acabar con el trienio liberal (1820-1823) y
restablecer el absolutismo que Fernando VII reclamaba, para lo que solicitó de
Francia la ayuda parta imponerlo por la fuerza.
Nuevamente
las tropas francesas ocuparon casi toda la Península y nuevamente La Isla de
León y Cádiz constituyeron el último bastión del liberalismo español.
Como ya se
ha dicho, estas dos ciudades y sus escasos terrenos, casi todos de marismas,
están separados del resto peninsular por el ya famoso caño de Sancti Petri que
conecta el fondo de saco de la Bahía de Cádiz, donde se encuentra el Arsenal de
La Carraca, con el Atlántico abierto.
En esa desembocadura, hace treinta siglos, construyeron los fenicios un templo dedicado al dios Melkart, el posterior Hércules romano, aprovechando un islote conocido en principio como Farallón Grande y más tarde como Islote Sancti Petri, que es el nombre que impregna las denominaciones en toda la zona y cuya vida ha girado en torno al famoso caño y que con otros islotes más pequeños, algunos de los cuales quedan sumergidos con las mareas, forman un escollo insalvable para la navegación.
Pasados los siglos, en el mismo islote y aprovechando las ruinas del templo fenicio y más tarde romano, se construyeron torres de vigilancia, fortificaciones y baluartes defensivos, desde los que se hacía frente a la piratería berberisca y posteriormente un verdadero baluarte defensivo que protegía la entrada del caño y el acceso a la Bahía, así como a La Isla de León.
Estado actual del
Castillo-fortín de Sancti Petri
Los franceses decidieron el ataque al castillo y el 20 de septiembre de 1823 atacaron con todas sus fuerzas desde el mar. La resistencia española fue ejemplar, haciendo mucho daño a las naves francesas, pero la proximidad con la otra orilla del caño facilitaba el continuo trasvase de tropas a los barcos franceses.
Por fin, cuando los españoles comprendieron la inutilidad de seguir
resistiendo, se rindieron a los franceses, acabando así el último resquicio de
liberalismo.
Aquella batalla la perdimos frente a tres fragatas francesas llamadas “La Guerriere, Le Centaure y Le Trident”
y también se perdió toda esperanza de reinstaurar un régimen de libertades y a
los tres años de liberalismo siguió la llamada “Década ominosa”, marcada por el
terror, los fusilamientos y el exilio.
Como es natural, esta batalla, tan desconocida en España, por haberla
perdido, es cacareada en Francia, en donde cuenta con un gran reconocimiento,
tanto que mi buen amigo Miguel G.S., gaditano y chiclanero de pro, impenitente
viajero y hombre curioso por antonomasia, había tenido constancia de ella
cuando visitó años atrás el Museo de la Marina francés, situado en la Plaza del
Trocadero de París.
Me cuenta que nada más entrar en el museo se encontró con un mascarón de
proa de un buque español y con una placa en la que decía que se le había
arrebatado a un barco tras la Batalla de Sancti Petri.
Su espíritu curioso le llevó a ahondar en ese detalle y preguntó a cuantos
pudieran saber algo de aquella batalla, sobre la que, ciertamente, hay muy poca
documentación.
Foto del mascarón
Escuchar a mi amigo contando estas cosas produce la alegría de comprobar
que hay personas interesadas por los acontecimientos históricos con el afán de
ahondar en ellos. Cuando le preguntó a un alto mando naval cómo era posible que
no se supiera nada de aquella batalla, éste le respondió que nosotros
contábamos nuestras victorias; las derrotas que las cuenten los que vencieron.
Y
efectivamente, en el país vecino las cuentan, las celebran e imprimen láminas
como esta que me facilita mi amigo Miguel, donde se ve el torreón del castillo
fortín y el despliegue de barcos franceses.
Nuestra Gloriosa Marina...
ResponderEliminarNadie como franceses o ingleses para cacarear sus victorias.
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