jueves, 15 de julio de 2021

EL MARQUÉS DE LAS MARISMAS

 


Con este título nos viene a la mente la figura del popular y entrañable Luis Escobar, último marqués de Las Marismas del Guadalquivir, pues el título los ostenta actualmente una marquesa: Victoria Escobar y Cancho.

Por sus cómicas interpretaciones en el cine, parecía como que eso del marquesado fuera invención suya, pero no, era el 7º Marqués de las Marismas, título que heredó de su padre, el cual le exigió que cursase la carrera de Derecho y que luego se dedicara a lo que quisiera, que en este caso era el teatro, tanto en la interpretación como en la dirección, donde a pesar de su buen hacer y originalidad, hubiese permanecido en un segundo término, como un personaje casi desconocido si no es porque García Berlanga lo puso a interpretarse a sí mismo como el Marques de Leguineche en las películas de La Escopeta Nacional. Luego vinieron muchas películas más que lo encumbraron.

Así llegó a ser un personaje muy conocido y apreciado, pero de cómo llegó a Marqués es otra historia que viene de antiguo, herencia de un antepasado militar, político, mecenas y financiero.

 

Luis Escobar, VII Marqués de las Marismas

En 1784 nació en el seno de una familia aristocrática sevillana, Alejandro María Aguado y Remírez  de Estenoz. Su padre, Alejandro Aguado era el segundo marqués de Montelirios y su madre, Mariana Remírez, hija de una rica familia sevillana descendiente de judíos portugueses.

Comenzó sus estudios en la capital hispalenses y con quince años ingresó como cadete en el regimiento de infantería de Jaén.

Años mas tarde pasó destinado al batallón de Voluntarios de Sevilla, en cuyas filas participó en las batallas de Tudela y Uclés, contra el ejército de Napoleón.

Reinaba ya en España José I Bonaparte que había formado gobierno en el que la cartera de la Guerra había recaído en Gonzalo O’Farrill y Herrera, tío de Alejandro por parte de su madre, el cual convenció a su sobrino para que se alistara en las filas francesas y así lo hizo, entrando a formar parte de las tropas mandadas por el mariscal Soult, Comandante en Jefe del ejército francés en Andalucía y principal responsable del tremendo expolio de obras de arte llevado a cabo en Sevilla, el cual le nombro ayudante de campo.

Rápidamente su inteligencia y sus conocimientos del arte de la guerra le hicieron prosperar y fue nombrado comandante del Regimiento de Lanceros, con el que participó en la conquista de Badajoz.

Pero llegó 1812 y Napoleón fue expulsado de España y con él hubieron de irse todos los afrancesados que había colaborado activamente y Alejandro Aguado fue uno de ellos, marchando con el mariscal Soult, el cual, una vez afincado en Francia, donde seguía siendo un personaje poderoso, le ofreció el cargo de Gobernador de la Isla de la Martinica, que el español rechazó, instalándose en París, en donde con el apoyo económico de su familia montó varias empresas de importación que iban desde productos agrícolas andaluces hasta la venta de perfumes, empresas con las que comenzó a ganar mucho dinero, llegando a poseer un nutrido patrimonio con el que inició una nueva actividad.

En 1816 empezó a realizar operaciones bursátiles muchas de las cuales  fueron muy afortunadas, lo que le dieron cierto renombre en los círculos financieros de París y otras capitales francesas.

Unos años después, terminado en España el Trienio Liberal, entró en la banca, asociado a dos banqueros franceses de prestigio.

Las arcas del gobierno de España estaban exhaustas y los préstamos contraídos con la poderosa casa Guebhard no podían ser devueltos. Fernando VII nombró ministro de Hacienda a Luis López Ballesteros, un militar y político muy afín al rey absolutista, el cual tenía la misión de sanear la economía española.

 


Retrato de Alejandro Aguado

Como la mayor parte de la deuda estaba contraída con Francia, López Ballesteros se puso en contacto con Alejandro Aguado, para que éste se encargara de gestionarla.

La gestión de Aguado fue totalmente exitosa y salvó a España de una bancarrota que ya se cantaba en todos los círculos financieros.

Pero no solamente saneó las arcas del estado, sino que consiguió cuarenta millones de reales para salvar al Banco de San Carlos, que pasó a llamarse Banco Español de San Fernando, en honor al rey y posteriormente, Banco de España, el que ahora todos conocemos.

Estas operaciones financieras convirtieron a Aguado en una potencia financiera de primer orden y el gobierno español lo designó como su agente financiero en Francia, consiguiendo en 1828, no solamente la nacionalidad francesa, sino también  un préstamo a España de trescientos millones de reales.

Necesitados sus servicios para negociaciones financieras con otros países, negoció la deuda española con Holanda de manera muy satisfactoria para nuestros intereses y su figura empezó a ser admirada en Europa.

Pero también odiada en determinados círculos bursátiles, desde los que se trataba de torpedear su labor, pero él siguió impertérrito, consiguiendo con su incansable tarea de regenerar el crédito y el prestigio de España en toda Europa.

En el año 1831, se deshizo de su Casa de Banca, como entonces se conocía a las entidades bancarias a una compañía de banqueros franceses y traspasó su participación en un importante préstamo hecho a Grecia, a la banca Rotschild, para dedicarse a lo que de verdad le apasionaba.

Así entró en una nueva época en la que ejerció de mecenas, dedicándose a la promoción de todo tipo de actividades artísticas y culturales, tareas que compaginaba con su cargo de alcalde de la ciudad de Evry, muy cerca de París, donde residía, aunque conservaba casa en París.

Su casa era frecuentada por toda clase de artistas, pintores, escritores, escultores y músicos como Giuseppe Rossini, del que fue íntimo amigo y con el que viajó a España, donde fueron recibidos por el rey.

En casa de Aguado, el músico italiano compuso óperas tan importantes como Guillermo Tell o El conde de Ory.

En su residencia de París, una de las más frecuentadas de la ciudad, poseía una de las más importantes galería privada de Francia, con innumerables obras de Murillo, Velázquez, Rembrandt, Rubens, Caravaggio.

Una faceta menos conocida de este personaje fue su participación como empresario en obras civiles, como las efectuadas para el desagüe y desecación de las Marismas del Guadalquivir en 1829, lo que a la postre le valió la concesión del marquesado en ese mismo año.

Fue también empresario de minería, poseyendo explotaciones de oro, plata, mercurio y plomo y obtuvo la concesión por ochenta años del famoso Canal de Castilla.

También fue bodeguero, pues en 1836 adquirió las famosas bodegas Chateau Margaux que fueron vendidas por su familia tras su muerte.

Creó una sociedad para explotar el carbón de Asturias, construyendo carreteras desde las cuencas mineras hasta el puerto de Gijón.

Para supervisar los trabajos en Asturias, en el año 1842 se desplazó desde Francia con una comitiva de varios carruajes en donde viajaban sus colaboradores más directos. En el puerto de Pajares la comitiva fue detenida por una tempestad de nieve y los viajeros decidieron continuar caminando hasta llegar a Oviedo en donde fue recibido con gran agasajo y homenajeado durante los tres días que permanecieron en la capital.

Transcurrido ese tiempo continuaron el viaje hasta Gijón, donde Aguado murió súbitamente de una apoplejía.

Dejó una fortuna que se calculaba en sesenta millones de francos y quizás mucho más en propiedades y obras de arte y para colmo de las sorpresas, nombró como albacea, heredero de sus condecoraciones personales y tutor de sus dos hijos menores a buen amigo José San Martín Motorras, libertador de Argentina, Chile y Perú.

El 10 de abril de 1829, Fernando VII le concedió el Marquesado de las Marismas del Guadalquivir, nombre que eligió el propio marqués en rememoración de sus trabajos de saneado en toda la marisma.

Un hombre extraordinario que a pesar de afrancesamiento no dejó nunca de defender a España donde fuera necesario y que hizo mucho por su progreso.

De su amor a lo francés da buena muestra que fuera enterrado en el cementerio Pere Lachaise de París, en donde revestido de una gran encanto, reposan los personajes más celebres de París.

 



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