Con este
título nos viene a la mente la figura del popular y entrañable Luis
Escobar, último marqués de Las Marismas del Guadalquivir, pues el título los
ostenta actualmente una marquesa: Victoria Escobar y Cancho.
Por sus
cómicas interpretaciones en el cine, parecía como que eso del marquesado fuera
invención suya, pero no, era el 7º Marqués de las Marismas, título que heredó
de su padre, el cual le exigió que cursase la carrera de Derecho y que luego se
dedicara a lo que quisiera, que en este caso era el teatro, tanto en la
interpretación como en la dirección, donde a pesar de su buen hacer y originalidad,
hubiese permanecido en un segundo término, como un personaje casi desconocido
si no es porque García Berlanga lo puso a interpretarse a sí mismo como el
Marques de Leguineche en las películas de La Escopeta Nacional. Luego vinieron
muchas películas más que lo encumbraron.
Así llegó
a ser un personaje muy conocido y apreciado, pero de cómo llegó a Marqués es
otra historia que viene de antiguo, herencia de un antepasado militar,
político, mecenas y financiero.
Luis Escobar, VII Marqués de las Marismas
En 1784
nació en el seno de una familia aristocrática sevillana, Alejandro María Aguado
y Remírez de Estenoz. Su padre,
Alejandro Aguado era el segundo marqués de Montelirios y su madre, Mariana
Remírez, hija de una rica familia sevillana descendiente de judíos portugueses.
Comenzó
sus estudios en la capital hispalenses y con quince años ingresó como cadete en
el regimiento de infantería de Jaén.
Años mas
tarde pasó destinado al batallón de Voluntarios de Sevilla, en cuyas filas participó
en las batallas de Tudela y Uclés, contra el ejército de Napoleón.
Reinaba ya
en España José I Bonaparte que había formado gobierno en el que la cartera de
la Guerra había recaído en Gonzalo O’Farrill y Herrera, tío de Alejandro por
parte de su madre, el cual convenció a su sobrino para que se alistara en las
filas francesas y así lo hizo, entrando a formar parte de las tropas mandadas
por el mariscal Soult, Comandante en Jefe del ejército francés en Andalucía y
principal responsable del tremendo expolio de obras de arte llevado a cabo en
Sevilla, el cual le nombro ayudante de campo.
Rápidamente
su inteligencia y sus conocimientos del arte de la guerra le hicieron prosperar
y fue nombrado comandante del Regimiento de Lanceros, con el que participó en
la conquista de Badajoz.
Pero llegó
1812 y Napoleón fue expulsado de España y con él hubieron de irse todos los
afrancesados que había colaborado activamente y Alejandro Aguado fue uno de
ellos, marchando con el mariscal Soult, el cual, una vez afincado en Francia,
donde seguía siendo un personaje poderoso, le ofreció el cargo de Gobernador de
la Isla de la Martinica, que el español rechazó, instalándose en París, en
donde con el apoyo económico de su familia montó varias empresas de importación
que iban desde productos agrícolas andaluces hasta la venta de perfumes,
empresas con las que comenzó a ganar mucho dinero, llegando a poseer un nutrido
patrimonio con el que inició una nueva actividad.
En 1816
empezó a realizar operaciones bursátiles muchas de las cuales fueron muy afortunadas, lo que le dieron
cierto renombre en los círculos financieros de París y otras capitales
francesas.
Unos años
después, terminado en España el Trienio Liberal, entró en la banca, asociado a
dos banqueros franceses de prestigio.
Las arcas
del gobierno de España estaban exhaustas y los préstamos contraídos con la
poderosa casa Guebhard no podían ser devueltos. Fernando VII nombró ministro de
Hacienda a Luis López Ballesteros, un militar y político muy afín al rey
absolutista, el cual tenía la misión de sanear la economía española.
Retrato de Alejandro Aguado
Como la
mayor parte de la deuda estaba contraída con Francia, López Ballesteros se puso
en contacto con Alejandro Aguado, para que éste se encargara de gestionarla.
La gestión
de Aguado fue totalmente exitosa y salvó a España de una bancarrota que ya se
cantaba en todos los círculos financieros.
Pero no
solamente saneó las arcas del estado, sino que consiguió cuarenta millones de
reales para salvar al Banco de San Carlos, que pasó a llamarse Banco Español de
San Fernando, en honor al rey y posteriormente, Banco de España, el que ahora
todos conocemos.
Estas
operaciones financieras convirtieron a Aguado en una potencia financiera de
primer orden y el gobierno español lo designó como su agente financiero en
Francia, consiguiendo en 1828, no solamente la nacionalidad francesa, sino
también un préstamo a España de
trescientos millones de reales.
Necesitados
sus servicios para negociaciones financieras con otros países, negoció la deuda
española con Holanda de manera muy satisfactoria para nuestros intereses y su
figura empezó a ser admirada en Europa.
Pero
también odiada en determinados círculos bursátiles, desde los que se trataba de
torpedear su labor, pero él siguió impertérrito, consiguiendo con su incansable
tarea de regenerar el crédito y el prestigio de España en toda Europa.
En el año
1831, se deshizo de su Casa de Banca, como entonces se conocía a las entidades
bancarias a una compañía de banqueros franceses y traspasó su participación en
un importante préstamo hecho a Grecia, a la banca Rotschild, para dedicarse a
lo que de verdad le apasionaba.
Así entró
en una nueva época en la que ejerció de mecenas, dedicándose a la promoción de
todo tipo de actividades artísticas y culturales, tareas que compaginaba con su
cargo de alcalde de la ciudad de Evry, muy cerca de París, donde residía,
aunque conservaba casa en París.
Su casa
era frecuentada por toda clase de artistas, pintores, escritores, escultores y
músicos como Giuseppe Rossini, del que fue íntimo amigo y con el que viajó a
España, donde fueron recibidos por el rey.
En casa de
Aguado, el músico italiano compuso óperas tan importantes como Guillermo Tell o
El conde de Ory.
En su
residencia de París, una de las más frecuentadas de la ciudad, poseía una de
las más importantes galería privada de Francia, con innumerables obras de
Murillo, Velázquez, Rembrandt, Rubens, Caravaggio.
Una faceta
menos conocida de este personaje fue su participación como empresario en obras
civiles, como las efectuadas para el desagüe y desecación de las Marismas del
Guadalquivir en 1829, lo que a la postre le valió la concesión del marquesado
en ese mismo año.
Fue
también empresario de minería, poseyendo explotaciones de oro, plata, mercurio
y plomo y obtuvo la concesión por ochenta años del famoso Canal de Castilla.
También
fue bodeguero, pues en 1836 adquirió las famosas bodegas Chateau Margaux que
fueron vendidas por su familia tras su muerte.
Creó una
sociedad para explotar el carbón de Asturias, construyendo carreteras desde las
cuencas mineras hasta el puerto de Gijón.
Para
supervisar los trabajos en Asturias, en el año 1842 se desplazó desde Francia
con una comitiva de varios carruajes en donde viajaban sus colaboradores más
directos. En el puerto de Pajares la comitiva fue detenida por una tempestad de
nieve y los viajeros decidieron continuar caminando hasta llegar a Oviedo en
donde fue recibido con gran agasajo y homenajeado durante los tres días que
permanecieron en la capital.
Transcurrido
ese tiempo continuaron el viaje hasta Gijón, donde Aguado murió súbitamente de
una apoplejía.
Dejó una
fortuna que se calculaba en sesenta millones de francos y quizás mucho más en
propiedades y obras de arte y para colmo de las sorpresas, nombró como albacea,
heredero de sus condecoraciones personales y tutor de sus dos hijos menores a
buen amigo José San Martín Motorras, libertador de Argentina, Chile y Perú.
El 10 de
abril de 1829, Fernando VII le concedió el Marquesado de las Marismas del
Guadalquivir, nombre que eligió el propio marqués en rememoración de sus
trabajos de saneado en toda la marisma.
Un hombre
extraordinario que a pesar de afrancesamiento no dejó nunca de defender a
España donde fuera necesario y que hizo mucho por su progreso.
De su amor
a lo francés da buena muestra que fuera enterrado en el cementerio Pere
Lachaise de París, en donde revestido de una gran encanto, reposan los
personajes más celebres de París.
interesantísimo. Gracias.
ResponderEliminarBonita historia...
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