Es la frase que se lee en la cimera del escudo que el rey Carlos I concedió a Juan Sebastián de Elcano por ser el primero en dar la vuelta al mundo. El escudo de armas y 500 escudos de oro anuales. Pero quizás en esta historia haya alguna controversia.
Acabo de terminar un libro sobre la primera vuelta al mundo, acontecimiento histórico que está muy de moda este año en el que se cumple el quinto centenario de aquella hazaña.
El libro es de un contenido apasionante, pues aparte de relatar el proceso previo que dio lugar a que se acometiera la aventura que tenía como objetivo llegar a las Molucas, cargar especias y a la vez comprobar si las islas entraban en el hemisferio que por el tratado de Tordesillas correspondía a España, describe las condiciones en las que se desarrolló el viaje y entra en muchas otras consideraciones y comentarios, tanto de escritores coetáneos al viaje, como contemporáneos con conocimientos actualizados que aclaran muchas de las situaciones vividas por los aventureros, lo que hace a la obra amena e instructiva.
Su autor es el catedrático de historia y prestigioso historiador, José Luis Comellas, recientemente fallecido. Escritor brillante con una gran capacidad narrativa y sobre todo, poseedor de un bagaje cultural interminable.
Comienza el libro con la connotación histórica que supone comprobar el avance descubridor que en muy pocos años tuvo lugar en la Península Ibérica.
Los avances portugueses por el Atlántico, llegando a lo que ellos llamaron “el mar hirviente” que resultó ser una enorme zona de restingas, en donde las aguas oceánicas de la plataforma continental chocaban, causando un efecto parecido a cuando el agua está hirviendo; al Cabo Bojador, en el actual Sahara Occidental, etc., mientras Castilla culminaba la Reconquista.
A partir 1487 el portugués Bartolomé Días dobla el entonces bautizado como Cabo de las Tormentas y luego de Buena Esperanza y abre la ruta hacia oriente, gracias a cuya gesta los portugueses llegan a Malaca y comercian con chinos e indonesios; y sobre todo desde 1492, en que Colón descubre América, se desencadenan una serie de descubrimientos de formidable magnitud.
En 1497, Vasco de Gama sale de Lisboa con cuatro naves consigue llegar hasta la India en un viaje que dura un año y veinte años después, en 1519, Magallanes emprende su aventura de circundar el globo terráqueo.
Así, en treinta años se pasó de no conocer nada más que Europa, el norte de África y parte de Asia, a conocer la práctica totalidad de la Tierra, salvo Australia y el continente Antártico.
En treinta años, con las embarcaciones de aquel tiempo, en su mayoría carabelas y algunas naos que empezaban a construirse, se recorrió toda la costa atlántica de América, desde Canadá a la Patagonia, la de África completa y se navegaron mares totalmente desconocidos como el Índico y el Pacífico.
Castellanos por el oeste y portugueses por el sur primero y por el este después, completaron una era de asombrosos descubrimientos, poniendo de relieve el coraje, el valor, la tenacidad y la fe de aquellos navegantes y sobre todo, la redondez de la Tierra.
Castilla dominó la América insular y continental. Portugal dominó el sur asiático y su entramado de islas, entre las que se encontraban Las Molucas, aun no descubiertas, pero conocidas y cargadas de las valiosísimas especias.
Se sabe que hacia 1505, Magallanes embarcó en una expedición de veintidós barcos y “1500 hombres de guerra” que pretendía conquistar India.
De su estancia en aquellos mares, Magallanes adquirió un esclavo al que se conoce como “Enrique de Malaca”, del que algunos dicen que en realidad no era un esclavo sino un joven de destacada familia, quizás hijo de un cacique local que quedó subyugado por la personalidad de Magallanes y decidió acompañarlo.
No se sabe exactamente de dónde era aquel “esclavo” que Magallanes utilizaba como intérprete con las diferentes tribus que habitaban las muchas islas tanto del Índico, como del Pacífico, pero se supone que podría ser malayo o tal vez filipino o de otro pueblo habitante de alguna isla próxima por la facilidad que tenía para entenderse con aquellas gentes, con las que sin hablar exactamente la misma lengua, empleaban palabras y expresiones muy parecidas.
Enrique de Malaca se vino a Portugal con su amo y tras pasar las vicisitudes por las que pasó el propio Magallanes, embarcó en 1519 con el portugués para comenzar la aventura de dar la vuelta al mundo.
Al llegar a este punto del relato, el autor, José Luís Comellas se hace una reflexión que ya antes se había hecho un genio de la literatura de principios de siglo XX: Stefan Zweig.
El dilema es el siguiente: si Enrique de Malaca procedía de Filipinas o islas próximas y fue traído a España por Magallanes, habría recorrido ya la mitad del globo terráqueo cuando salió de Sevilla en 1519 con la expedición.
Estatua de Enrique en el Museo naval de Malasia
En esa aventura recorre la otra mitad del mundo hasta volver a Filipinas. Quiere esto decir que la primera persona que rodeó la Tierra no fue Juan Sebastián de Elcano y los dieciocho que con él regresaron a España, sino el supuesto “malayo/tagalo” Enrique de Malaca.
Claro que aquí se añade un nuevo ingrediente a la historia que es muy fácil de despejar. Si Magallanes estuvo en Filipinas o en sus proximidades, formando parte de las expediciones portuguesas que más arriba se han mencionado, cuando en su viaje de circunnavegación llegó nuevamente a aquellas islas, donde su ardor guerrero le hizo entrar en combate a favor de una de las tribus que habitaban la islas, encontrando la muerte en la lucha, también había completado ya una vuelta a la Tierra, por lo tanto, Enrique y Magallanes, fueron los primeros en circundar nuestro planeta.
A la muerte de Magallanes, Enrique se consideró liberado, pues el portugués había sido su único dueño y a él sólo obedecía, así que empezó a dar señales de inquietante desobediencia y lo cierto es que desapareció, ignorándose si se quedó en Filipinas o se trasladó a su tierra.
A lo largo del libro se observa el escaso protagonismo que Juan Sebastián de Elcano tuvo en la primera parte de la aventura, donde su papel fue el de un piloto más, instalado en un discreto segundo plano. Tan es así que a la muerte de Magallanes, los oficiales eligieron a Duarte Barbosa, otro portugués y cuñado del fallecido, para mandar la expedición, que no conviene olvidar era española.
Tan poco figuraba Elcano entre los oficiales de la flota que con ocasión del banquete trampa que el reyezuelo filipino dio a los oficiales españoles con motivo de su definitiva marcha de las islas, el marino vasco no figuraba entre los asistentes, todos oficiales de la escuadra española que tras el banquete, fueron asesinados por las huestes del cacique.
Escudo de armas de Elcano
Eso propició que se nombrase nuevo jefe de la expedición, designación que recayó en otro portugués de nombre Juan Lopes de Carvalho, que se mostró errático e ineficaz hasta que fue destituido y sí, entonces se nombró a Elcano como capitán de la nao Victoria y a Gómez de Espinosa como jefe de la expedición y capitán de la otra nave que quedaba, la Trinidad.
Juntas se dirigieron a las Molucas y allí cargaron las apreciadas especias. Luego la Trinidad decidió volver por la misma ruta que la había llegado hasta allí y Elcano prefirió volver por la ruta portuguesa, eso sí, eludiendo cualquier posibilidad de encontrarse con buques portugueses, para lo que desde Timor, última isla en la que las dos naves estuvieron juntas, cada una tomó su derrota.
Es indudable que Elcano se sintió implicado en la dura tarea de traer a España a su tripulación y, cargado con especias, sobre todo clavo y nuez moscada, emprendió el regreso, consiguiendo que su nave fuera la primera en dar la vuelta al mundo.
Para doblar el Cabo de Buena Esperanza, bajó mucho hacia el sur para luego poner rumbo norte que le trajo a España y evitar el encuentro con los lusitanos.
La Trinidad, después de intentar llegar a las costas de Nueva España, hubo de volverse y acabó en las Molucas.
Todos los que regresaron con Elcano, vivieron el resto de sus días en la opulencia, producto de la venta de las especias que trajeron.
Bonita historia...
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