Que le pongan tu nombre a una calle de
tu ciudad es algo que debe llenar de satisfacción a la familia, porque casi
siempre que ocurre una cosa así, el homenajeado ya no está con nosotros, pero
que escriban tu nombre en el mapa de la Luna debe ser como para volverse loco.
Lástima que, de sucedernos algo tan
afortunado, no podamos verlo porque las glorias se reconocen a título póstumo.
Pero no deja de ser una gloria.
En el caso de esta persona, cuyo
nombre figura en el mapa de la Luna, la satisfacción hubiera sido aún mayor ya
que por su fe, pertenecía a los de la Media Luna.
Es decir, que era un árabe, un
musulmán andalusí, cuya proyección en la astronomía fue tal que se acordaron de
él para nombrar un cráter de la superficie lunar.
Su nombre era un largísimo y a ratos
impronunciable nombre árabe, pero por todos fue conocido como Azarquiel o
Al-Zarqali, su último apellido, o más bien el mote que su familia arrastraba y
por el que era llamado, debido a sus ojos azules claros, también conocidos como
“zarcos”.
Nació Azarquiel en una aldea de las
inmediaciones de Toledo alrededor del año 1025, en el seno de una familia
visigoda de tradición cristiana que por habitar en tierra de moros, se
convirtió al Islam como medio de poder vivir sin demasiados problemas, aunque
es cierto que en Toledo la convivencia de las dos religiones fue ejemplar, pero
más cómoda sin duda para los mahometanos, en aquella época en que Toledo
formaba una de las taifas que reinaban en Al-Ándalus.
Empezó a trabajar como orfebre,
destacando desde muy temprana edad por la destreza con la que manejaba los
metales, lo que hizo que muchos de los científicos afincados en Toledo, en
aquel momento la capital cultural del mundo, le encargaran instrumentos de
precisión para sus quehaceres.
Había en Toledo una cantera
importantísima de astrónomos tanto árabes como hebreos y cristianos, los cuales
empezaron a encargarle la fabricación de astrolabios.
El astrolabio es uno de los más
antiguos instrumentos de astronomía, pero a la vez de los más avanzados a su
tiempo.
Astrolabio
No se conoce ni quién, ni dónde se
inventó, pero hay referencias a su uso desde los primeros siglos de nuestra era
y ya fue descrito por Ptolomeo en el siglo II y la famosa astrónoma y
matemática Hypatia de Alejandría, del siglo IV, trabajo junto a su padre para
mejorar el astrolabio.
Su uso, muy extendido entre las
civilizaciones orientales, era desconocido en la vieja Europa a donde llegó de
la mano de los árabes y procedente de Persia y fue el reino de Al-Ándalus el
que lo dio a conocer al resto del continente.
Este instrumento permite determinar la
posición de las estrellas en el cielo y fue muy eficaz para los navegantes, con
el que podían situarse y orientarse, calcular la hora y la latitud.
Hasta la invención del sextante en el
siglo XVIII , fue el instrumento más usado en la navegación. Pero el astrolabio
tenía un problema básico y es que había que construir uno específico para cada
situación en latitud pues las observaciones que se hacían con él, partían de
esa referencia.
Con un astrolabio se podía saber la
hora exacta de aquel lugar a la vez que también servía para calcular la altura
de un monte o de una torre.
El contacto de Azarquiel con aquel
núcleo de científicos y la despierta inteligencia del joven, le llevó a
aprender astronomía aunque de una forma totalmente autodidacta, lo cual
limitaba la rapidez en adquirir los conocimientos, pero con las ventajas de que
al ser producto de su propia investigación, sus conocimientos llegaban a
superar los de su época y, sobre todo, que al no estar impregnados de las
influencias que las creencias religiosas ejercían sobre determinados puntos,
fue un conocimiento mucho más real de toda la materia.
Pronto comprendió Azarquiel las
limitaciones del astrolabio y para remediarlo inventó, o mejor dicho,
perfeccionó el instrumento dándole otras posibilidades más amplias. En
principio construyó dos variedades del mismo instrumento, una que dedicó al rey
taifa de Toledo, Al-Mamun, conocida como “mamuniyya” y otra que dedicó al rey
de Sevilla, Al-Mutamid ben Abbad, conocida como “abbadiyya”.
Las dos caras de la azafea, en
donde se denota su mayor complicación
Con este nuevo instrumento se podía,
en primer lugar, calcular la latitud del punto en que se observaba, la hora solar
con mucha exactitud, las “casas astrológicas”, fundamentales para la
astrología, muy de moda en la época y base del horóscopo, las coordenadas de
los astros y el llamado arco diurno que es el que recorre el Sol desde que sale
hasta que se pone, fundamental para calcular las horas de luz que tenía un día.
Sobre este instrumento que en nuestra
civilización se conoce como “azafea” o “al-safiha”, existe abundante literatura
que explicaba su manejo y posibilidades; el propio Azarquiel escribió un tomo
titulado Tratado de la azafea que fue traducido al latín siglos después en la
famosa Escuela de traductores de Toledo y en la Biblioteca de El Escorial, el
manuscrito 962 trata de la azafea, instrumento que describe en cien capítulos.
Asimismo, en el manuscrito 156 de la Biblioteca de la Universidad Complutense
de Madrid también se describe el instrumento a la perfección.
Fue tanta la importancia que el
astrolabio conocido como azafea tuvo que su invención está considerada como la
más importante de cuantas abrieron la era de la exploraciones oceánicas.
Sin la azafea, que Colón conocía
perfectamente, no habría podido descubrir América, ni Magallanes y Elcano le
hubieran dado la vuelta al mundo.
Consciente de que su invento o
ampliación del astrolabio había resultado un instrumento esencial para la
navegación, no había sido esa la razón por la que el sabio lo había construido,
pues la finalidad que perseguía era otra mucho más concreta como la efectuar
mediciones, trazar órbitas, movimiento de la Tierra, catalogar estrellas y una
nueva utilidad que pronto descubrió: la confección del primer almanaque.
Con la azafea pudo determinar el
momento exacto en que comenzaban los meses, las posiciones que adoptarían los
cuerpos celestes y en consecuencia, predecir los eclipses, así como algo con lo
que actualmente se especula y es que pudiera predecir la aparición de cometas
antes de que estos fueran visibles.
Este detalle no está comprobado pero
de ser así, habría aventajado en muchos siglos a Halley, el descubridor del
cometa que lleva su nombre y que demostró que ese cometa era el mismo que había
sido visto setenta y siete años antes y que se volvería a ver aproximadamente
setenta y siete años después.
El sabio Azarquiel realizó muchos más
descubrimientos en el campo de la astronomía, como ser el primero en determinar
con precisión cual era el punto de máxima distancia entre el Sol y La Tierra.
Es indudable que nos hallamos ante
un personaje de una gran talla
intelectual, viviendo en una época en donde la intelectualidad se premiaba y
donde los poderes públicos cobijaban la producción científica.
Pero en el año 1085, Castilla
reconquistó la ciudad de Toledo y la gran mayoría de sabios que allí se habían
concentrado tuvieron que huir a tierras de Al-Ándalus, entre ellas Azarquiel
que se refugió en Sevilla, donde al parecer murió unos años más tarde.
Su obra fue puesta en valor por la
Escuela de Traductores que Alfonso X, el Sabio, creó en Toledo, al rescoldo de
las enormes hogueras de intelectualidad que en la ciudad hubo y que de alguna
manera aún seguían vivas. Pero hasta que se produce la invención de la
imprenta, la producción científica y cultural de la Escuela, aunque prolija, no
llega al gran público, limitándose a círculos muy exclusivos.
Esa circunstancia y el que algunas
obras del insigne astrónomo se perdieron, otras se desvirtuaron con sucesivas
traducciones y que, sobre todo, posteriores descubrimientos como el sextante,
condenaron al olvido la azafea, de Azarquiel se dejó de hablar y sólo en
restringidos círculos científicos se le recuerda.
Pero no es tan frágil la memoria
humana en todos los órdenes, porque nueve siglos después de su muerte, la Unión
Astronómica Internacional, dio su nombre a uno de los cráteres de la Luna,
justo al lado de los dedicados a Ptolomeo y a Alfonso X.
Hoy se puede decir, sin ningún temor a
equivocación que Azarquiel es considerado como uno de los más importantes
astrónomos hispano-andalusíes y base de la investigación astronómica hasta
Copérnico, Kepler y Brahe.
En España el único recordatorio de
este insigne personaje ha sido la publicación de un sello de correos del año
1986.
Sello con la cara y la azafea
de Azarquiel
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