Antes de iniciar este artículo, es
necesario dejar claro que no es motivo de orgullo para nadie el haber sido el
creador, el inventor o el iniciador, de una práctica que de por sí debería
abochornar a todo aquel que la pone en uso.
Y expliquemos ahora de qué va este
artículo.
Cada día y en los últimos tiempos
parece que con más afán, vemos imágenes en la televisión o en Internet que nos
dejan sobrecogidos. Estas imágenes se refieren a manifestaciones en las que
ambos bandos se emplean con una contundencia y crueldad digna de sonrojar a la
raza humana.
Y así como hace años este tipo de
algaradas parecían estar reservadas a los países con ciertas libertades
democráticas, en la actualidad, no hay régimen político que se libre de ellas y
hasta los más radicales las están sufriendo.
Las escenas suelen ser de tremendo
dramatismo cuando observamos la ira con la que las dos partes se enfrentan a su
particular lucha y desde las barricadas a la quema de neumáticos o el
lanzamiento de piedras u otros objetos contundentes, los manifestantes emplean
sus armas contra los botes de humo y los gases lacrimógenos.
Seguro que muchos de los lectores
habrán experimentado el terror que produce el verse inmerso en una de estas
batallas campales. Yo he presenciado, por mi profesión, muchas de ellas y muy
concretamente en la zona de los astilleros de la Bahía de Cádiz, me ha tocado
participar muy directamente.
Pero han sido enfrentamientos un tanto
edulcorados en los que los manifestantes eran mantenidos a raya,
permitiéndoseles desfogarse, pero sin pasar un límite.
“Vamos a cargarnos de razones”, era la
consigna que yo, como jefe del dispositivo, recibía de quien podía determinar
el cariz que debían tomar los acontecimientos y se permitía arrancar farolas,
destrozar el mobiliario urbano, estropear el asfalto de las carreteras con las
quemas de neumáticos… y también se les permitía que nos arrojasen rodamientos
de acero y discos de hierro afilados, que con poca fuerza llegaban hasta el
contingente policial.
Cuando los manifestantes se iban
creciendo y sobrepasaban el límite, una pequeña carga los hacía correr como
“nenazas” para refugiarse en su sacrosanta factoría en donde se encontraban a
salvo. De allí, a la ducha, cambio de ropa, guarda de tirachinas y hondas y a
coger el coche y para casita que es la hora de comer.
Además, esa era y es la tónica general
de los enfrentamientos violentos entre manifestantes y la policía, pero en
muchas de las escenas que vemos las cosas no son así. En algunas algaradas, sobre
todo en países con regímenes no democráticos, las cosas van desde el fuego
real, empleo de tanquetas y acciones cuerpo a cuerpo de extremada virulencia,
hasta el uso de artilugios incendiarios: los famosos Cócteles Molotov.
Un cóctel molotov no es mas que una
botella con gasolina, con alcohol u otro líquido inflamable, mezclado con
aceite de motor, para retardar la combustión y ayudar a expandir las llamas y
taponada con un trozo de tela que se deja impregnar en el líquido. Se prende
fuego al trapo, arrojándola a continuación con suficiente fuerza para que el
cristal rompa y al desparramarse el líquido entre en contacto con el fuego y se
inflame.
Este artilugio es de una efectividad
increíble y de una capacidad de hacer daño aún mayor.
Se tiene por cierto que la primera vez
que se usaron estos artefactos incendiarios fue en la llamada Guerra de
Invierno, cuando en 1939 Rusia invadió Finlandia con intención de
anexionársela. Lejos de conseguirlo, Rusia quedó en evidencia ante las Naciones
Unidas, de donde fue expulsada y convenció a Hitler que su Operación
Barbarroja, ideada para invadir Rusia, era posible, dada la escasa calidad del
Ejército Rojo.
Tropas finlandesas lanzando los
famosos cócteles
Pero lo cierto es que estas armas
incendiarias ya se habían usado, en la Guerra Civil Española.
El origen de su nombre se encuentra en
la persona del Comisario soviético para asuntos exteriores, Mólotov, (El
martillo) el cual, durante la invasión de Finlandia decía que los aviones rusos
no estaban bombardeando territorio finés, sino que se limitaban a arrojarles
comida.
Los finlandeses, con un sentido del
humor poco propio de países nórdicos, respondieron a Molotov que si los rusos
ponían la comida, ellos pondrían los cócteles y como quiera que usaban este
tipo de bomba incendiaria, éstas recibieron el nombre popular de “cócteles
molotov”.
Manifestante
lanzando un cóctel molotov
Aquellas bombas incendiarias no eran
apropiadas para los ejércitos y por eso dejaron de utilizarse casi de
inmediato, sin embargo si resultaban muy apropiadas para las guerrillas y sobre
todo, para las algaradas y manifestaciones, donde, desde entonces, se han
venido usando con prodigalidad.
Pero la primera utilización de este
artilugio incendiario no fue en la Guerra Española ni en la de Invierno, fue
mucho antes, más de un siglo antes y también es España.
La primera constatación escrita que se
tiene de la utilización de envases de vidrio cargados con material inflamable se refiere a un
incidente ocurrido el 10 de julio
de 1831 en Calahonda, villa marinera que pertenece al municipio de Motril.
En aquella época el Mediterráneo
estaba infestado de contrabandistas que por mar movían mercancías de un lado
para otro y no solamente de países extranjeros como podría ser del norte de
África, Italia o el mismo Gibraltar, sino también de algunas otras localidades
de la propia España. Es necesario recordar que en aquella época y hasta hace
relativamente poco, funcionaba un sistema de tributo que recibía el nombre de
Fielato y que en una caseta colocada en los caminos de acceso a las ciudades,
unos guardias del cuerpo de carabineros, conocidos como “consumistas” se encargaban de cobrar los aranceles por la entrada
de mercaderías, casi siempre productos de consumo de boca.
Para evitar el pago de los tributos,
los contrabandistas movían por mar las mercancías, alijando por la noche en las
playas cercanas a las ciudades. Aquel día, una falúa de los carabineros de
Motril, llamada San Josef, avistó una embarcación contrabandista a la que dio
el alto.
Al ponerse a su altura para averiguar
el destino y procedencia de la embarcación, recibió por respuesta dos
carronadas, iniciándose un combate de fusilería entre ambas embarcaciones, en
el curso del cual, el patrón del San Josef, arrojó “varios frascos de fuego” al
barco contrabandista, de manera que la tripulación tuvo que arrojarse al mar,
de donde fueron rescatados por el San Josef.
Afortunadamente las carronadas que son
unas piezas de artillería de boca muy ancha y ánima corta, tardan bastante en
cargarse, por lo que el barco contrabandista no pudo disparar nada más que las
dos piezas que ya llevaba preparadas, no dándole tiempo a una segunda andanada.
Del mar fueron rescatados dieciocho
hombres, algunos quemados y otros heridos de bala. Otros ocho fueron encontrados
en el interior de la embarcación, donde se decomisó el género de contrabando
que transportaba.
Lamentablemente entre la tripulación
del falucho también hubo heridos, el de mayor consideración el teniente de
carabineros, comandante del falucho Manuel José Domínguez, así como el
contramaestre y dos marineros del barco.
Es una lástima que la nota oficial de
la que se ha sacado esta información no fuera más explícita y describiera mejor
lo que designa como frascos de fuego, que indudablemente se refiere a lo que
hoy conocemos como cóctel incendiario molotov y no diga qué sustancia
inflamable contenía, pues en aquella época no podía ser gasolina, que es la más
usada actualmente, pero que podría ser alcohol, pez u otra sustancia similar.
No es ningún honor, ya lo decía al
principio del artículo, haber sido el primero en usar tan detestable arma
incendiaria, pero al César lo que es del César y si siempre hemos estado
sumidos en el error de creer que ese invento era ruso y como además, esa
procedencia venía muy bien a los fines que durante la llamada Guerra Fría la
URSS se proponía, llegamos a ver cómo el invento se engrandecía en manos de los
izquierdistas radicales que financiado por el partido surgían por todas partes.
Pero no había sido así, molotov no era
el nombre que le correspondía a tan flamígero artefacto y a falta de otros
apellidos españoles que ilustren las listas de sabios que en el mundo ha
habido, Domínguez sería el nombre adecuado para el tan repetido cóctel. Claro
que “cóctel Domínguez” nunca va a tener la sonoridad ni las connotaciones
revolucionarias que tiene Molotov.
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