La estupidez humana suele tener
escasos límites. Con medio mundo por descubrir y explorar, las naciones pueden
llegar a darse de bofetadas por adquirir la propiedad de un trozo de tierra
que, de pronto, la erupción de un volcán, pone en la superficie del mar.
Afortunadamente la propia naturaleza
que la creó se encargó de hacerla desaparecer, evitando que tres naciones
importantes en el concierto europeo de la época, se enzarzaran en un conflicto
de dudosos resultados.
Los hechos ocurrieron hace ya casi dos
siglos, pero ni siquiera transportándonos a aquella época puede encontrarse
justificación a tamaña insensatez.
La naturaleza es, como sabemos,
omnipotente y caprichosa, por eso no deja de sorprendernos con sus
demostraciones de poder como albergando volcanes activos en el fondo del mar y
haciéndoles erupcionar, para sorpresa de todos y terror de muchos.
Una cosa así ocurre en el fondo del
mar Mediterráneo, a unos cuatrocientos metros de profundidad y al sur de la
isla de Sicilia.
Allí se encuentra un volcán que toma
el nombre de un filósofo, sabio y político griego llamado Empédocles. Cuenta la
tradición que Empédocles, queriendo ascender a los cielos resurgiendo de sus
cenizas y como si de una ave fénix se tratara, subió a la cima del volcán Etna
y se arrojó a su cráter. Nadie presenció aquel suicidio, pero en la cima de
volcán apareció una zapatilla de bronce que usaba el filósofo, lo que dio pie a
relacionarlo con la idea que le iba desde tiempo atrás rondando por la cabeza.
Por esa razón, a aquel volcán
submarino, al sur de la isla en la que se encuentra el volcán Etna, se lo
bautizó con el nombre del sabio.
Por constatación historiográfica se
sabe que durante las Guerras Púnicas, mucha parte de la cual se desarrolló en
Sicilia, el volcán submarino entró en erupción, haciendo salir de la superficie
del mar una parte de la lava, consolidada como una isla a la que nadie prestó
atención y que al cabo del tiempo había desaparecido.
No se volvió a tener noticias de
aquel volcán hasta muchos años
después, en 1831, cuando el Empédocles comenzó una nueva erupción y esta vez la
lava solidificada formó un islote de considerables proporciones, pues llegó a
adquirir los cuatro kilómetros de longitud, con una altura de unos cincuenta
metros sobre el nivel del mar. En el interior se formaron dos pequeños lagos
con agua que quedó apresada en el crecimiento de la lava.
Aún estaba caliente la lava cuando de
la isla de Malta, entonces colonia británica, zarpó el dos de agosto un
bergantín al mando del capitán Humphrey Senhouse, que se dirigió a la isla a
todo trapo con las órdenes de plantar bandera y tomar posesión de la isla en
nombre de la corona británica. Senhouse arribó a la isla a la que bautizó con
el nombre Graham Island.
Pero quince días más tarde, otro
barco, esta vez perteneciente a la armada del reino de las Dos Sicilias, bajo
la soberanía de la casa de Borbón española, arribaba a la isla, quitaba la
bandera británica y plantaba la suya, a la vez que tomaba posesión de aquel
islote al que bautizaba como Isla Ferdinandea, en honor al rey Fernando II que en aquel momento
ocupaba el trono.
Pero no terminó la cosa ahí, porque el
veintinueve de septiembre del mismo año llegaba al islote una misión científica
francesa que también plantó su bandera, tomando posesión y bautizando a la isla
como Ilê Julia.
Mapa de situación del islote
Inmediatamente las cancillerías de los
tres países empezaron a realizar su labor frente a terceros que pudieran
respaldar la titularidad del islote, que si bien era una tierra completamente
árida y aún caliente, tenía un gran valor estratégico para en un futuro servir
de puente entre Italia y el norte de África, a la vez que era llave del
Mediterráneo.
Cierto que Gran Bretaña tenía la
colonia de Malta a no demasiadas millas, pero no estaba en el canal de paso de
la navegación y Francia no tenía ninguna posición que le diera presencia en esa
zona del Mediterráneo, porque la isla de Córcega queda muy al norte y alejada
del paso hacia oriente.
Italia era quizás quien menos interés
tenía, pues además de Sicilia, poseía la isla de Pantellería, al suroeste de
aquella que también actuaba de llave del Mare Nostrum, pero es fácil comprender
que una posesión extranjera tan cerca de sus costas era, cuando menos,
incómoda.
Las cosas no estaban claras, pues por
primacía debía corresponder a quien primero tomara posesión, aunque el sentido
común indica que el factor territorialidad debiera fijar la posesión italiana
de aquel inhabitable islote.
Francia, además de haber sido la
última en tomar posesión, pasaba por un momento en que figuraba poco en el
concierto de naciones, después de las aventuras vividas con la revolución y el
imperio, así que la pugna quedaba entre Italia y Reino Unido.
Por fortuna y antes de que se alzaran
las espadas, como único medio de solucionar el conflicto, la isla desapareció
el diecisiete de diciembre de aquel año, casi con la misma rapidez con la que
se había formado.
Es posible que la erosión marina,
unida a la falta de estabilidad de los volcados de lava erupcionados por el
Empédocles, hicieran derribarse el cono que sobre el volcán se había creado y
el mar se tragó la isla seis meses después de su aparición.
En la actualidad, la cumbre del
Empédocles está a unos cinco metros de la superficie, lo que lo convierte en un
importante escollo para la navegación, aunque por fortuna está
perfectamente señalada la zona de bajíos en todas las cartas náuticas.
La profundidad a la que se encuentra
la cima del volcán ha venido cambiando a lo largo del tiempo y desde que se
hacen mediciones y así, después de su última erupción en 1863, ha variado desde
los veinticinco metros en 1925, pasó a ocho metros en 1999 y después de lo que
se apreció como un aumento de la actividad sísmica de la zona, se constató en
2002 que la profundidad estaba en los cinco metros.
Sección del volcán en
profundidad
Por la singularidad que la aparición
de aquel islote supuso en su tiempo, muchos personajes celebres se acercaron a
visitarlo como Walter Scott o Fenimore Cooper (autor de El último mohicano) e
inspiró obras de Alejandro Dumas y Julio Verne.
La última anécdota protagonizada por
este volcán submarino fue en 1986, en el curso de la operación montada por
Estados Unidos para acabar con el líder libio Muamar el Gadafi. En ese momento
un avión norteamericano bombardeó la sombra oscura y alargada que observaba
bajo la superficie del mar al confundirla con un submarino libio.
Afortunadamente el hecho no tuvo
ninguna consecuencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario