Hace ya unos años, un amigo, astrónomo
de profesión, me comentaba que hay ya tanta basura espacial dando vueltas
alrededor de La Tierra, que se está convirtiendo en un grave problema a la hora
de lanzar naves o satélites al espacio.
En estos momentos, el primer problema
con el que se enfrentan las agencias espaciales de todo el mundo a la hora de
lanzar al espacio sus cohetes, es comprobar que en el momento de atravesar la estratosfera podrán salir al espacio
exterior sin chocar con alguna de las estaciones espaciales, satélites, la
inmensa mayoría inútiles totalmente, así como residuos y demás basura, que
están dando vueltas a nuestro alrededor, sin otra misión que la de “percochar”
el espacio exterior.
Y todas esas miles de toneladas
flotantes están siendo depositadas desde 1957, menos de sesenta años, fecha en
que la URSS puso en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik I, porque hasta ese momento la humanidad no había sido
capaz de construir un vehículo con velocidad suficiente como para escapar de la
atracción terrestre y el único satélite que teníamos, rodeándonos
incansablemente desde el principio de los tiempos, era nuestra Luna.
Bueno, no único, porque parece
que algo más nos estaba orbitando desde hace muchos años, más de diez mil.
En febrero de 1953, cuatro años antes
que se lanzara el Sputnik I,
y la carrera espacial, aunque sin pistoletazo de salida, estaba en toda
efervescencia pues era de suma importancia llegar el primero al espacio y
dominarlo, un grupo de científicos norteamericanos que trabajaban para el
departamento de defensa, detectó un extraño objeto orbitando La Tierra.
Como es natural, en plena época de la
llamada “guerra fría”, todas las alarmas se dispararon y el primer pensamiento
que cruzó las mentes de aquellos científicos es que la carrera espacial estaba
perdida, porque si aquel satélite que nos orbitaba no era americano, no podía
ser nada más que ruso, luego estos se habían adelantado considerablemente a los
proyectos USA.
En consecuencia se abrió una profunda
investigación que fue encargada a un distinguido profesor de astrofísica de la
universidad de Nuevo Méjico y al reciente descubridor del planetoide Plutón, un
astrónomo de reconocido prestigio mundial.
Ambos científicos observaron y estudiaron
el cuerpo que nos orbitaba y al cabo de los meses se produjo una nota oficial
tratando de explicar el fenómeno.
La nota decía que lo que se había
tomado por un satélite artificial, no era otra cosa que un pequeño asteroide
atrapado en nuestra órbita y con esta tan somera explicación quisieron dar el
carpetazo a un asunto de tanta trascendencia.
El problema vino luego, porque la
comunidad científico-astronómica del mundo entero no se creyó la explicación,
pues los asteroides no se quedan orbitando sino que atraviesan nuestra
atmósfera y forman las llamadas estrellas fugaces o los bólidos, que se
desintegran por las altas temperaturas que alcanzan o, simplemente, si son de
considerable tamaño, se estrellan contra la superficie terrestre, como tantos meteoritos
de los que tenemos buenas pruebas.
Aquel extraño objeto fue bautizado
como “El caballero Negro”
y entró de inmediato en la páginas de los enigmas: si no era ni ruso ni
americano, ¿de dónde demonios había salido?
Unos años más tarde, en 1960, ya había
en nuestro espacio exterior tres satélites orbitando, el ya mencionado Sputnik
I, su hermano el Sputnik
II y el norteamericano Explorer
I y astrónomos de todo el mundo
seguían las órbitas de los tres satélites con sumo interés, cuando un grupo de
ellos que observaba al primero de los soviéticos que ya llevaba casi tres
años de incansable peregrinar, y sobre los que el satélite pasaba en aquellos
momentos, observaron como un objeto se estaba cruzando con el Sputnik I, haciéndole sombra. ¿Sería el famoso Caballero
Negro?
El objeto era tan grande, en
comparación con el satélite ruso, que los astrónomos admitieron que era
imposible que se hubiese lanzado desde la Tierra, con los medios de propulsión
que entonces existían y por otro lado observaba una órbita perpendicular a las
de los tres satélites terrestres, pues estos giraban alrededor del ecuador,
mientras que el objeto no identificado lo hacía alrededor de los polos.
Muchos años antes de toda esta
historia, el serbio Nikola Tesla, uno de los científicos más brillantes y
enigmáticos de todos los tiempos, empezó a experimentar con las ondas
hertzianas y dijo haber percibido señales que por su cadencia y características
no eran naturales, sino efectos de una modulación en la que algún ser
inteligente había intervenido.
Hoy se sabe que Tesla fue el verdadero
inventor de la radio y no Marconi, como hasta hace relativamente poco se le
había atribuido (ver mi artículo http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/del-telefono-la-radio.html
) , pero años después, el científico italiano, aseguró haber captado también
señales de radio como las descritas por Tesla que no tenían ninguna explicación
científica, salvo que eran producidas por el hombre.
La falta de conocimientos de aquellos
principios del siglo XX, dejaron el asunto para mejor ocasión y esta llegó
varias décadas más tarde, cuando en los años setenta un astrónomo aficionado
irlandés llamado Duncan Lunan (curiosa coincidencia), se encontró con el caso
de las señales de los dos científicos mencionados anteriormente y empezó a
investigarlas ya con una tecnología adecuada.
La conclusión fue que aquellas ondas
eran emitidas desde algún punto orbital de La Tierra que había permanecido en
silencio hasta que un sensor había puesto en funcionamiento su mecanismo cuando
recibió las primeras ondas electromagnéticas que desde aquí habíamos lanzado al
espacio.
Es decir, hace unos diez mil años, una
civilización muy avanzada, colocó un satélite en órbita polar alrededor de La
Tierra que había permanecido en silencio hasta que captó las primeras señales
de radio, en cuyo momento se puso en funcionamiento lanzando señales en un
código que Lunan había casi descifrado: “Empiece aquí. Nuestro hogar es la
estrella Izar en Bootes, que es una estrella doble. Vivimos en el sexto planeta
de los siete de la más grande de las dos estrellas. Nuestro planeta tiene una
Luna. El cuarto planeta tiene tres. Nuestra sonda comparte orbita con su Luna.
Esto actualiza la posición de Arcturus en nuestros mapas” .
Dicho así, parece de novela de ciencia
ficción, en la que la ciencia ni está, ni se la espera y que todo es producto
de una encendida imaginación. De hecho, la comunidad científica se tomó las
conclusiones del aficionado a broma.
Es muy posible que Lunan obedezca a lo
que su nombre parece indicar y sea un “lunático”, pero hay cosas que si bien
separadas no dicen nada, unidas parecen tener algún sentido, sobre todo cuando
se observa un desmedido interés en ocultar que un satélite artificial nos está
orbitando desde hace muchos años, sin explicación aparente.
Porque eso es lo que han hecho las
agencias espaciales, como la norteamericana, cuando después de haber
identificado como un asteroide aquel objeto no identificado, encargó a Gordon
Cooper, uno de los astronautas de la misión Apolo X, que pasara cerca del
“meteorito” y lo filmara.
Se sabe que se efectuó una grabación
de más de tres horas, la cual no se ha hecho pública y que los instrumentos de
la nave terrestre se vieron seriamente afectados, hasta casi perder el control,
con grave susto de sus tripulantes. Se descubrió que junto con el objeto
principal, navegaban otros de forma muy similar, pero mucho más pequeños y que
de alguna manera estaban conectados.
En 1972, la NASA realizó una operación
secreta con uno de los primeros transbordadores espaciales y cuyo objetivo era
hacerse con unos de aquellos pequeños objetos. La misión tuvo éxito y el objeto
fue llevado a un laboratorio secreto de las Bahamas, en donde sería estudiado a
fondo.
No se sabe el resultado de ese
estudio, lo que sí se conoce es que muchas personas que tuvieron contacto con
él, murieron de cáncer en muy poco tiempo, entre ellas, el profesor Carl Sagan,
una de las personas que estudió el artefacto.
En el colmo de la desinformación, la
Nasa publicó el video que se puede visionar en este enlace https://youtu.be/yNkjrzXYlP0 y en que
se pretende hacer creer que el famoso Caballero Negro no es otra cosa que una “manta espacial” que se les
escapó a los astronautas de la misión “STS-88” que fue lanzada en diciembre de
1998.
Desde luego con explicaciones así no se contribuye a
nada más que a fomentar la incertidumbre, por otro lado muy lógica, cuando hay
testimonios escritos en la prensa de la época en los que se comenta la noticia
sobre un artefacto orbitando la Tierra.
(Si es ruso, su disparo nunca fue reconocido por ellos)
Recortes de prensa de 1954
Muy interesante@
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