Hoy hemos leído en la prensa
que el ayuntamiento de Madrid, de clarísima ideología de extrema izquierda,
tiene proyectado dedicar una calle a Mercedes Formica, conocida en el mundo de
las letras por el seudónimo de Elena del Puerto. Era esta una mujer destacada
en su época, jurista, periodista, novelista, feminista convencida, consiguió
que en 1958 se cambiaran sesenta y seis artículos del Código Civil en todos los
cuales se mejoraba la condición de la mujer española. Su único y gran defecto
es que estuvo afiliada a Falange, organización de la que se desvinculó pronto,
cuando comprobó que sus aspiraciones feministas no tenían allí cabida.
Aún con esa lacra en su
pasado, va a dar nombre a una calle de la capital de España, con una
composición consistorial de ideología contraria a los que esta mujer
representara.
Tan extrema que otro
ayuntamiento, esta vez el de Cádiz, de la misma ideología que el madrileño,
hace unos meses retiraba de la entrada al Instituto de la Mujer gaditano, un
busto de la misma Mercedes Formica que se había colocado allí en 2014.
La razón para la retirada es
que era falangista.
Más que razón, diría yo, la
sinrazón, porque con la que está cayendo, con lo que tenemos que soportar los
ciudadanos cada día, con la cantidad de problemas que tienen los ayuntamientos, que su preocupación sea
retirar un busto, o cambiar el nombre de una calle, no deja de ser una
sinrazón.
Cosas similares han ocurrido
con demasiada frecuencia en los últimos cuarenta años y también el la
larguísima etapa anterior y es que se conoce que debe ser un deporte al que,
sin saberlo, somos los españoles muy aficionados.
En 1943, ya ha llovido, la
ciudad de Almería retiraba, en presencia del entonces aclamadísimo caudillo, un
monumento dedicado a los Mártires de la Libertad, pero no a unos mártires
reciente, no, a unos mártires de ciento diecinueve años atrás.
Veamos qué ocurrió entonces.
En 1823, Fernando VII recupera
el poder absoluto, como ya mencionaba en mi anterior artículo. “Vivan las caenas” era el grito que
gustaba a una buena parte del pueblo español, que incluso pensaba que el rey se
había quedado corto a la hora de ejercer el poder absoluto.
Tanto, que se produjo una
sublevación de los realistas, contra el propio rey que se llamó “La guerra de los agraviados” o de los “malcontents”, en catalán, porque fue
precisamente en tierras catalanas donde casi únicamente se dejó sentir.
Fue en realidad una birria de
guerra que resolvió Fernando, trasladándose a Cataluña, donde con su sola presencia
y el apoyo del ejército que mandaba el conde Carlos de España, militar
distinguido en la Guerra de la Independencia, se resolvió prácticamente el
conflicto con la rendición de casi todas las tropas que formaban el
conglomerado de los malcontents.
Todo era un disparate, pues
los motivos por los que estaban descontentos eran, entre otros, porque no se
había restablecido la Inquisición, para seguir ajusticiando sin sentido de la
justicia; porque el rey mantenía relaciones con los denominados “afrancesados”;
por faltas de reformas para conservar el absolutismo, o porque estas eran muy
tímidas, o porque las Milicias Realistas que creara el rey, no estaban
suficientemente controladas.
Como se ve, todo en contra de
lo que eran tendencias mundiales hacia la concesión de libertades y
finalización de los regímenes totalitarios.
Los agraviados pensaban
destronar a Fernando y colocar en su lugar a su hermano Carlos María Isidro,
que sí que iba a misa todos los días.
Como es natural, al acabarse
el periodo liberal, distintos movimientos europeos, en los que se habían ido
engarzando los liberales españoles que tuvieron que huir de España tras el
llamado Terror de 1824, y a los que habría que sumar los miembros de las
llamadas sociedades de comuneros y los masones, comenzaron a subvertir el orden
en España, pero con tanta timidez y poca contundencia, que nada pudieron contra
las fuerzas realistas.
Y uno de esos movimientos, una
de las más arriesgadas acciones, fue aquella que en Almería hizo que se
levantara un monumento a los Mártires de la Libertad.
Estos mártires fueron un
puñado de hombres que la noche del dos de agosto de 1824, zarparon de Gibraltar
a bordo de tres falúas con dirección a Almería. Al mando del grupo de sesenta y
cinco hombres, iba el coronel Francisco Valdés y la flotilla la dirigía un
individuo, contrabandista de profesión y liberal de ideología, apodado “El
Borrascas”. No sé que tal navegante era el contrabandista, pero se encontró un
fuerte viento de levante que el hizo dar la vuelta y desembarcar en dirección
contraria a la que iba: en las playas de Tarifa.
Allí, valiéndose de la
sorpresa, asaltaron el presidio en el que había unos cien presos y otros tantos
vigilantes, los cuales se pasaron casi todos al bando de los liberales. Pero
les duró poco la alegría porque, muy pronto, se vieron rodeados por tropas
españolas y francesas y unos días después los bloquearon también por mar.
Cuatro días después, el seis
de agosto, liderados por el coronel Pablo Iglesias (nada que ver con otra cosa
que no sea la casualidad), volvía a embarcar en Gibraltar un contingente de
liberales, nuevamente con dirección a Almería, y esta vez a bordo de un bergantín
británico llamado Frederic.
Era un grupo muy heterogéneo,
conocido como “Los Coloraos”, por el color de la camisa que llevaban y en el
que iban varios liberales extranjeros de reconocido prestigio, así como el
director del periódico liberal madrileños llamado “El Zurriago”, que había
tenido que cerrar con la llegada del absolutismo.
Pero ya no podía funcionar el
factor sorpresa que acompañó a la operación de Tarifa y el buque fue seguido en
todo su viaje y cuando fueron a desembarcar en Almería, las tropas realistas
los estaban esperando.
Se desató un durísimo
enfrentamiento y muchos de los coloraos murieron en la misma playa, mientras
otros consiguieron huir hacia la sierra próxima. Allí fueron cercados y
capturados todos.
Sin juicio y hasta sin tambor,
el día veinticuatro de agosto, los veintidós coloraos capturados, fueron llevados
hasta la Rambla de Belén, entonces fuera de la ciudad y obligados a ponerse de
rodillas, fueron fusilados por la espalda.
El único que no murió aquel
triste día, fue el coronel Pablo Iglesias, el único que fue juzgado en Madrid,
siendo ahorcado el 25 de agosto del año siguiente.
Lo mismo que ocurrió con los
coloraos de Almería, sucedió con los de Tarifa, en donde fueron capturados
ciento sesenta y tras un juicio pantomima, fueron fusilados en las tapias del
cementerio de Algeciras.
Años después, la ciudad de
Almería encargó a un escultor, un monumento que celebrara aquel acontecimiento
y en 1871 fue levantada una columna de mármol en la llamada Puerta de Purchena,
en donde permaneció hasta 1899, en que se trasladó a la Plaza Vieja.
Foto de la época del
Pingurucho en la Plaza Vieja
Allí permaneció hasta 1943,
fecha en la que ya el deporte nacional de cambiar nombres, se ensañó con el
infeliz monumento, que tiene tan escasa significación, que el pueblo almeriense
lo bautizó con una palabra inventada por ellos: Pingurucho, a falta de
otra denominación que aludiera con más acierto a su existencia conmemorativa.
Con la llegada del nuevo
régimen democrático, el ayuntamiento de Almería, volvió a colocar la columna en
la misma plaza, acordando que cada veinticuatro de agosto se celebre un acto
conmemorativo por aquellos liberales que dieron su vida por restablecer la
Constitución.
Todo lo acaecido con el famoso
y repetido Pingurucho parece cosa normal, pero no lo es.
¿A quién, en 1943, molestaba
ese monumento dedicado a unas personas caídas en aras de la libertad un siglo antes?
Yo creo que a nadie, solamente
a algún terco y trasnochado fanático de esos que, siendo más papistas que el
Papa, lo único que desean es congraciarse con el poder.
¿A quién molestaba en Cádiz el
busto de Mercedes Formica? ¿A los mismo que agrada en Madrid?
Solamente a algún mezquino
intransigente que tiene atravesado en la garganta, como si de la espina de un
pescado se tratara, todo lo que le huela a época anterior, aunque esa época sea
de hace dos años.
Solamente a un mentecato que
busca mil explicaciones para que la bandera de España no ondee en nuestra ciudad y
en su lugar lo haga la de la II República, la del Arco Iris o cualquier otra
que no nos representa a todos, sino a los colectivos que a ellos les votan.
¡Lamentable!
Me alegro de tu vuelta a la actividad y de que se conserve intacta tu capacidad para la elegante crítica, e ilustrada prosa.
ResponderEliminarAl leer tu,como siempre, ilustrativo artículo, me reafirmo en la idea de que algo ascentral tenemos los españoles que ha hecho que nos hayamos pasado toda nuestra historia a tiro limpio.
Penoso, cuando en la actualidad se atisba que seguimos - por el momento sin tiros afortunadamente - anteponiendo ideas e intereses grupales al bien comun de toda una nación. Quizas muchos padezcamos algun sindrome, aun no descrito por la literatura medica que muy bien podria denominerse "enanismo mental"
Mi enhorabuena compañero.
Me ha producido una enorme satifacción, tu retorno como articulista, te he echado muchísimo de menos.... Si bien no te lo he manifestado, por no agobiarte, ya que todo en la vida tiene....Su correspondiente explicación. Me congratulo!!! Un abrazo muy fuerte amigo Jose María.
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