viernes, 23 de diciembre de 2016

NUESTRA GUERRA MÁS LARGA



Hace ya algunos años, escribí un artículo sobre dos guerras que resultaron ser, por sus circunstancias antagónicas,  la más corta y la más larga de la historia.
La corta, apenas duró una hora, la más larga, duró tres siglos, en los que ninguno de los dos contendientes supo que estaban en guerra.
No tan larga como la última, pero sí lo suficiente, por sus ciento setenta y dos años, para ser la más larga de nuestra historia, es esta guerra entre un modestísimo pueblo andaluz y una potencia mundial como era Dinamarca, aunque en aquel artículo que antes mencionaba, hablaba de la Reconquista que, con sus altibajos, duró ochocientos años (http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/04/la-mas-corta-y-la-mas-larga.html ).
Las cosas hubieran seguido como si nada pasase de no haber sido por un historiador e investigador llamado Vicente González Barberán que, en 1981, era el Delegado Provincial de Cultura de Granada.
González Barberán, hurgando en los archivos de la provincia, encontró un documento traspapelado, al que desde el once de noviembre de 1809, nadie había prestado la más mínima atención. El contenido de aquel folio causó una extraordinaria sorpresa y se convirtió de inmediato en noticia.
Noticia que apareció en el periódico El Ideal, de Granada y allí se contaba cómo, desde el año 1809, la ciudad granadina de Huéscar, situada al norte de la provincial casi limítrofe con Albacete, había declarado, unilateralmente, la guerra a Dinamarca y, lo más importante, las dos “fuerzas beligerantes” continuaban en guerra.
Todo un esperpento que cuesta trabajo entender. ¿Cómo se puede adoptar una medida tan descerebrada como la de atreverse, una ciudad perdida en la Sierra de la Sagra, a declarar la guerra a toda una potencia como era Dinamarca?; pero así había sido, claro que aquel país nórdico nunca se enteró de que un “poderoso” enemigo le había colocado en semejante brete.
¿Qué podía haber ocurrido, de tan extrema gravedad, como para impulsar a un hecho semejante?

Texto del acuerdo de la declaración de guerra

Realmente pocas cosas pueden ser capaces de impulsar a un pueblo a declararse en guerra contra un estado, pero lo que fuera, debería ser muy grave.
Quizás tampoco lo era, lo que sucede es que hay que colocarse en el momento y las circunstancias para comprender el apasionamiento que lleva a cometer semejante desafuero.
En 1796 España y Francia, que acaban de poner fin a la Guerra del Rosellón que había durado tres años, firmaron el que se conoce como Tratado de San Ildefonso, por haberse suscrito en la Granja de ese nombre, entre Godoy, representando a Carlos IV y el general Perignon, en nombre del Directorio francés.
Por ese acuerdo, ambos países deciden aliarse en una política común frente a la eterna rival de ambos, que no era otra que Inglaterra. Esa pésima alianza nos condujo al desastre de Trafalgar, entre otras muchas desgracias.
Pasaron algunos años y las relaciones entre ambos países solamente eran bien vistas por una exigua parte de la población española, a los que despectivamente llamaban “afrancesados”, mientras que el ejército y el grueso de la población veía con muy malos ojos la política que estaba siguiendo el rey, a través de su valido Manuel Godoy.
Los ejércitos de Napoleón terminaron invadiendo pacíficamente España, país que, supuestamente, era su aliado, ante la incapacidad del gobierno y la perplejidad del pueblo.
Pero aquella invasión, el intento de secuestro de la familia real española, el motín de Aranjuez y, sobre todo, el Dos de Mayo de 1808, cambiaron radicalmente la postura española que comprendió quien era verdaderamente su enemigo.
Junto a Napoleón ya habíamos tenido bastantes disgustos como para seguir haciéndole la rosca y la diplomacia española se puso a trabajar para conseguir una paz con Gran Bretaña y una posterior ayuda para expulsar a los franceses de nuestro territorio.
Esa es a grandes rasgos la historia que puede ser consultada para refrescar la memoria, o mejor aún, leerla en la ingente obra de Episodios Nacionales, donde se relata de manera magistral y cuya lectura cautiva desde el principio y que recomiendo apasionadamente.
En el año 1807, antes de los heroicos acontecimientos que tendrían lugar, primero en Madrid y luego en toda España, cuando todavía Francia era nuestra aliada y Godoy la máxima autoridad en España, incluido el rey, se envió a Dinamarca un contingente formado por 13.355 hombres, 3.088 caballos, 25 cañones, 116 mujeres, 69 niños y 49 sirvientes, con la misión de apoyar a las tropas de Napoleón.
Se organizaron dos columnas que partieron, la primera de Irún, que cruzó Francia, llegaron hasta Hannover, en el centro de Alemania; y la segunda de Port Bou, encontrándose ambas en  la ciudad alemana, donde pasaron el grueso del invierno.
A principios del año siguiente, las tropas españolas entraron en Dinamarca y se desplegaron por toda la costa de la llamada Península de Jutlandia con la misión de impedir cualquier desembarco de la armada británica, tarea en la que se afana el contingente español. Pero al poco tiempo empiezan a llegar noticias de España.
Se ha producido el motín de Aranjuez, la sublevación del Dos de Mayo, la entrega de plazas fronterizas españolas al estado francés y, en definitiva, el inicio de la Guerra de la Independencia.
Francia advierte, con cierta preocupación, que a sus espaldas, tiene acantonado un ejército bastante numeroso y con fama de aguerrido, lo que entraña un grave peligro ahora que España y Gran Bretaña han firmado un acuerdo contra Napoleón, por lo que el emperador francés ordena a sus generales que procedan a dispersarlo.
Franceses y daneses se empeñan en ello, pero los españoles se resisten y marchan, como van pudiendo hacia la capital, Copenhague, a cuyas puertas son detenidos por el ejército danés.
Desde España se inicia un plan de evacuación que entraña muchas dificultades, pues han de confiar en que buques de la armada británica consigan embarcar a los españoles para llevarlos a Suecia, donde serían recogidos por barcos españoles.
En fin, toda una operación de extraordinaria complejidad agravada por la dificultad de las comunicaciones y los impedimentos que franceses y daneses oponían constantemente.
Por fin, el 5 de septiembre llegaron a Suecia treinta y siete buques españoles que embarcaron a casi nueve mil de las personas destacadas, a los que trasladaron hasta diferentes puertos del Cantábrico: Santander, Santoña y Ribadeo. Pero quedaron en Dinamarca cinco mil hombres y el contingente de caballería que los daneses entregaron a Francia.
En represalia, el gobierno español, que por aquella época se encontraba en Sevilla, huyendo de los ejércitos franceses y refugiándose lo más al sur que podía, no teniendo nada que perder, ordenó el apresamiento de todos los buques con pabellón danés que hubiera en los puertos españoles, rompiendo, a la vez, toda comunicación con Dinamarca.
En el curso de esa operación se capturaron veintidós buques, entre ellos una corbeta de guerra llamada Diana.
Todo el cargamento fue vendido y los buques impedidos de zarpar.
A la vez, se enviaron emisarios a las provincias españolas que no estaban aún ocupadas por los ejércitos franceses, con instrucciones de que se tomasen toda clase de medidas que fuesen contra los intereses de Dinamarca.
Lo cierto es que exceptuando los puertos más importantes, el resto del territorio nacional no tenía relaciones de ninguna clase con el país nórdico, por lo que la medida, en tierras del interior, no tuvo ningún eco, menos en Huéscar.
Allí sí que tuvo repercusión, porque su Ayuntamiento, por unanimidad, decidió aquel once de noviembre declararle la guerra a Dinamarca.
Y así continuaríamos de no ser porque hay personas que escudriñan en la historia y sacan a la luz cosas tan curiosas como esta.
Naturalmente, se decidió que había que firmar la paz de la manera más inmediata y poner fin a ciento setenta y dos años de hostilidades en los que no ocurrió absolutamente nada.
Con un pueblo de balcones engalanados, en donde proliferaron los trajes regionales de una multitud de vecinos de aquél y de otros pueblos limítrofes, el embajador danés en España y el alcalde de Huéscar, en presencia de las principales autoridades civiles y militares de la provincia de Granada, firmaron protocolariamente la paz.
Incluso un piquete de soldados, con uniformes de época, desfilaron marcialmente por el pueblo, dando sabor al acto.

Piquete de soldados desfilando

Y lo más sorprendente fue que, varios centenares de ciudadanos daneses, que se encontraban en España, casi todos por motivos turísticos, se presentaron en el pueblo para tomar parte del acto y para mayor colorido y vistosidad, algunos de ellos fueron disfrazados de vikingos.

Humor vikingo


Como es natural hubo prensa nacional y extranjera que acudió a cubrir tan insólito acto que, como también suele ser natural, terminó en vinos y magníficas chacinas de la zona, con colofón de abrazos y alguna que otra lágrima de emoción.

1 comentario:

  1. Curioso y divertido artículo que he leído con una sonrisa el día de Navidad
    Gracias José María un abrazo

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