Lo cierto es
que llamamos impropiamente números romanos a lo que en realidad son letras.
Siete letras que valen desde uno hasta mil y para construir los números
intermedios, se repiten y ya está. Si una letra vale menos que la siguiente, le
resta su valor y así sumando y restando en un mismo número, construían
cantidades de una manera complejísima.
Si ya es
complicado escribir en números romanos una cifra elevada, con más de seis dígitos
por ejemplo, cuesta trabajo comprender cómo podían multiplicar o dividir, o
realizar operaciones más importantes de trigonometría o con fracciones decimales.
No cabe duda
de que de alguna manera resolvían el problema, porque de otro modo no hubieran
sido capaces de construir el acueducto de Segovia, el de Ferreres, en Tarragona
o los puentes de Córdoba, Salamanca, Mérida y Alcántara, por poner algunos
ejemplos en España y de los que Europa está plagada.
Trajano
mandó construir un puente sobre el río Danubio que tenía 1.135 metros de
longitud, sobre un río de 800 metros de anchura y 19 de profundidad.
Fue diseño y
obra de Apolodoro de Damasco que sobre diecinueve pilastras de piedra y
mampostería, construyó unos arcos de madera que llegaban a veintiséis metros
sobre la superficie del agua y sobre los que asentó luego la calzada.
Recreación
de la construcción del puente sobre el Danubio
El puente
duró más de mil años y durante todo ese tiempo fue el más largo del mundo.
De qué forma
se hicieron las complicadísimas operaciones matemáticas necesarias para
calcular resistencias, flexiones, sagitas, arcos y todo lo que una construcción
así representa, es casi un misterio, pero se hizo, lo mismo que el acueducto de
Segovia que recorre una distancia de casi quince kilómetros entre
canalizaciones y el propio acueducto, con una precisión milimétrica en cuanto a
sus niveles, permanentemente en descenso desde la Sierra de Guadarrama, hasta
la ciudad a la que abastecía.
En la
actualidad esta obra tiene el único inconveniente de su costo, pero es relativamente
fácil de ejecutar, aunque llenaríamos la zona de teodolitos, máquinas
niveladoras, grúas y enormes hormigoneras.
Los romanos
hicieron todo eso sin ninguna ayuda tecnológica y puede que hasta resulte al
final, más precisa que la obra que se hiciera con toda la moderna tecnología.
Y todos los
cálculos lo harían con esa complicación de letras que no conocía el número
cero, por otro lado imprescindible para el cálculo matemático, ni los números
decimales.
Cuando el
imperio alcanza su esplendor, ya ha conquistado muchos otros reinos, pueblos,
regiones, en donde han habido culturas más avanzadas que la romana, al menos en
algunas ramas del saber.
Grecia había
revolucionado la geometría, con los teoremas de Tales, de Pitágoras, de
Euclides…; Egipto, siglos antes, había construido las pirámides reflejando la
exacta posición de los astros, demostrando unos conocimientos de trigonometría
nada despreciables, dificultad agregada a la ya costosa de la construcción
propiamente dicha y antes, en Mesopotamia…
¿Qué había
pasado en Mesopotamia?
Lo
acontecido en Mesopotamia es una historia realmente digna de ser narrada en
toda su dimensión.
A principios
del siglo XX, el anticuario, arqueólogo, diplomático y escritor estadounidense
Edgar Banks, en quien parece que está inspirado el personaje de Indiana Jones,
se encontraba realizando las funciones de cónsul en Bagdad. Allí pudo dar
rienda suelta a su afición a la arqueología, realizando prospecciones y
adquiriendo muchísimo material antiquísimo, sobre todo tablillas de escritura
cuneiforme, a las que sacó enormes beneficios vendiéndolas a museos y
universidades.
Su mayor
descubrimiento, o compra, que ese detalle se desconoce, es una tablilla
conocida con el nombre de “Plimpton 322”.
Se trata de
una tablilla de arcilla cocida, de más de tres mil ochocientos años de
antigüedad, encontrada en la ciudad de Larsa, en la antigua Babilonia,
actualmente en territorio iraquí.
En su
superficie hay tallados multitud de caracteres cuneiformes agrupados en cuatro
columnas en las que parece que se amontonan decenas de símbolos, formando
quince filas bien definidas.
Durante más
de un siglo, esta tablilla se ha resistido a entregar a la ciencia la realidad
de su contenido y aunque se sabía que su relación con alguna rama de las
matemáticas era segura, no se podía precisar cual.
Pero la
ciencia es un ser vivo, que no ceja en su empeño y, por fin, unos
investigadores de la universidad de Nueva Gales del Sur, en Australia, parece
que han dado con el verdadero significado de la enigmática tablilla.
Sin restarle
importancia al hallazgo, durante años se había dicho, por numerosos
investigadores de las universidades más prestigiosas del mundo, que aquella
tablilla era una especie de “chuleta”
que usaría algún profesor para comprobar el resultado de los problemas que
resolvían sus alumnos y hasta que parecía la exposición del Teorema de
Pitágoras, que se formularía más de mil años después por el sabio griego.
Fotografía
de la tablilla “Plimton 322”
Sin
apartarse de que ambas interpretaciones poseían su lógica científica, ahora los
investigadores australianos aseguran que “Plimpton 322” es algo de mucha mayor
importancia, pues se trata de una tabla trigonométrica, sin duda la más antigua
del mundo que además se basa en conceptos distintos de los tradicionales que se
fija en ángulos y círculos.
Tiene la
trigonometría babilónica reflejada en la tablilla, una particularidad y es que
usa el sistema sexagesimal, es decir el que tiene por base seis y no diez. Este
es el sistema que se utiliza actualmente cuando hablamos de ángulos,
circunferencias, husos horarios, etcétera y que como vemos ya lo pusieron en
práctica los babilonios.
Quizás
convenga refrescar un poco la memoria aunque sea solamente para decir que la
trigonometría era aquella parte de las matemáticas que estudiaba los ángulos, determinando sus senos, cosenos, tangentes…, en fin, un galimatías que nunca
aprendí bien y que me siento muy feliz de haberlo olvidado.
La primera
tabla trigonométrica de la que se tenía noticia era una fabricada por Hiparco
de Nicea que vivió a finales del siglo II antes de nuestra Era y al que se
reconoce como inventor de esta rama de las matemáticas, construyendo lo que hoy
entenderíamos como una tabla de senos y que estaba confeccionada a base de
cuerdas, un objeto incomprensible, incluso para un sabio.
Pues bien,
si la afirmación de los científicos australianos es cierta, la tablilla de
Babilonia tendría más de mil quinientos años más que la invención de Hiparco,
pero además, fundándose en otros conceptos mucho más fáciles de asimilar.
La
trigonometría, aunque nos resulte un verdadero “peñazo”, es una ciencia de
enorme utilidad y que resulta imprescindible en determinadas construcciones,
como las pirámides de Egipto, lo que demuestra que ya aquella civilización
conocía aunque fueran los rudimentos.
Con la
aplicación de la trigonometría se conoce la altura de una montaña. O de un
edificio, incluso la distancia de las estrella y su aplicación en la navegación
fue de vital importancia para que los buques se pudieran situar en los océanos
inmensos.
Pero
volvamos con los romanos que como decíamos adaptaban a su cultura todo lo que
los pueblos conquistados tenían de eficacia, o de santoral, porque fue así como
en el panteón romano terminó habiendo más de dos mil dioses.
Y sin embargo
no copiaron la aritmética griega, o la egipcia, mucho más sofisticada y por
supuesto, nada quisieron saber de los procedimientos babilónicos, con cuya
aplicación habrían conseguido grandes logros.
Pero sin
embargo, con procedimientos tan engorrosos fueron capaces de realizar cálculos
complicadísimos, aunque es muy probable que los grandes constructores de las
inmensas obras romanas, como las ya referidas de puentes, acueductos o
calzadas, estuvieran funcionando a otros niveles muy distintos de los demás
ciudadanos romanos que usaban su numeración para las transacciones comerciales
de la vida diaria y muy poco más y que los cálculos se los efectuaran los
cultísimos esclavos griegos o egipcios, que los poderosos tenían en abundancia
y que estaban muy bien vistos entre la sociedad romana además de dar enorme
lustre a sus amos.
Con su
sistema numérico, por llamarlo de alguna forma, que solamente tenía siete
variantes y cuyo número más alto era el mil (M), que repetían hasta la saciedad
para anotar cantidades como un millón, cifra que ellos manejaban, no era
posible efectuar ninguna operación compleja, sin embargo fueron unos ingenieros
excepcionales, de lo que hoy podemos dar constancia.
Actualmente hay varias páginas en internet en donde
se muestra la forma de hacer operaciones aritméticas sencillas, como sumas y
restas. De inmediato se aprecia la complejidad, que no podemos imaginar hasta
qué punto llegaría a la hora de extraer una raíz cuadrada.
Muy interesante, cuanto más se profundiza en la historia, más nos convencemos de que existieron culturas muy superiores anteriores a la que procedemos.
ResponderEliminarGracias por incluir el puente de Alcántara. JJJJJ un abrazo Jose Mari.
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