Siempre hubo
tradición marinera en esta gaditana tierra. Por mar nos llegaron los fenicios,
los griegos, y hasta los árabes; y por mar, desde aquí partimos en todas las
direcciones hacia mundos desconocidos.
Cádiz fue,
en su momento y ahora se conmemoran los trescientos años, el puerto más
importante de España y quizás de Europa, cuando concentraba todo el tráfico con
América a través de la Casa de Contratación.
Astilleros y
careneros abundaron en todas sus riberas y aún abundan, aunque en estado
lamentable y lo que es más extraño, industrias aeronáuticas desde muchos años
atrás.
Y es que
junto con la tradición marinera, Cádiz fue también pionera en otro medio de
locomoción que por aquella época se empezada a aplicar, eso sí, como un
divertimento popular.
Lo explicaba
en el programa de radio José María Caravaca y es que en esta ciudad, allá por
el año 1831, se produjo el primer vuelo aerostático pilotado por un español, en
España.
No era el
primer vuelo que se hacía en España, pues ya en 1783 Agustín de Bethencourt
realizó la primera ascensión de un globo no tripulado, ante el rey Carlos III y
el primer vuelo tripulado se realizó en Aranjuez en 1792, a cargo de dos
aeronautas italianos llamados Barletti y Braschi y algo más tarde Vicenzo
Lunardi protagonizó vuelos realmente arriesgados y espectaculares.
El invento
del globo aerostático no es, como se viene atribuyendo, de los hermanos
Montgolfier que en 1783 hicieron volar un globo de papel lleno de aire
caliente, pues en 1709, el jesuita brasileño Lourenço Gusmao hizo volar su
aerostato llamado “Passarola” hecho que se puede consultar en mi artículo en
este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/y-montar-en-globo.html
.
Muchas veces
las cosas no pertenecen tanto a quienes las inventan como a los que las
promocionan y en ese sentido Fernández Duro, a principios del siglo pasado y
González Green en el último tercio, tuvieron mucho que ver en la afición a la
aerostática.
Jesús
Fernández Duro, fue un asturiano que en 1906 realizó la proeza de viajar en
globo desde Pau, en el sur de Francia, hasta Granada, atravesando los Pirineos
en solitario.
Hecha esta
apreciación, continuamos con el primer español en volar en globo.
Cádiz era en
aquel primer tercio del XIX, una ciudad importante. Había padecido mucho y
estaba ávida de nuevas diversiones y por eso, invitaron al piloto Lunardi a que
realizara una exhibición aerostática en la ciudad.
Lunardi,
tras estudiar la situación, los vientos reinantes y demás factores influyentes,
declinó el ofrecimiento, pues le parecía sumamente peligroso ya que los
cambiantes vientos de la zona, lo podrían desviar hacia el mar.
Es de
considerar que en la época de la que hablamos, el globo era dirigido
exclusivamente por el viento y salvo en el caso de los “globos cautivos”, que
iban atados con una cuerda a tierra, desde donde se les gobernaba, el viento
los llevaba a donde quisiera.
En estas
estaban cuando llegó a la ciudad un paisano llamado Manuel García Rozo, que
desde muy joven había marchado a las Américas y allí había hecho fortuna.
Su espíritu
aventurero le había hecho probar suerte con la aerostática y había volado en
globo en diversas ciudades americanas, entre ellas La Habana, de
características muy similares a las de Cádiz.
A García
Rozo no le asustaba el mar, es más, lo veía como un compañero de viaje y un
lugar adecuado para descender, siempre que hubiera preparado un buque de
rescate. Solamente en caso de soplar viento de Levante o de Norte, que le
llevarían inexorablemente al mar y además, dada la intensidad con la que sopla,
sobre todo el primero, podría ser que lo arrastrara muchas millas mar adentro,
se suspendería el espectáculo, que era demandado por los gaditanos, pero no
gratis, porque se pusieron a la venta localidades para ver el despegue que se
haría desde el Campo del Balón, una amplia explanada cerca de la entrada al
Castillo de Santa Catalina, en terrenos que actualmente ocupa el famoso y “carnavalero”
Barrio de la Viña y que recibía este nombre porque allí se practicaba el juego
de pelota que empezaba a popularizarse, como así mismo se celebraban corridas
de toros, que en otras épocas anteriores se hacían en la plaza de San Juan de
Dios.
Las
localidades se agotaron y hubieron de distribuirse más, esta vez a un precio de diez reales el asiento,
cantidad exorbitada para la época, así que el espectáculo fue un negocio para
el aguerrido García Rozo.
Para dar más
localismo a todo aquel espectáculo, el globo que va a ascender a los aires con
su arriesgado tripulante, se llama “Gaditano”.
La
expectación era tremenda. Todos conocen el peligro que entraña ascender desde
una ciudad que en realidad es una isla y la prensa se ha encargado de caldear
los ánimos, copiando publicaciones de La Habana, en la que se narraba el
acontecimiento ocurrido el veintiuno de febrero de 1830, es decir, un año
antes, cuando García Rozo protagonizó un vuelo de veintidós minutos, en un
viaje aéreo recordado como espléndido.
A las dos de
la tarde del treinta de mayo de 1831, García Rozo comienza a inflar el globo
con “gas ligerísimo” y “Gaditano”, empieza a henchirse, cogiendo su forma
redondeada.
Alrededor de
las tres se comprobó la dirección del viento y media hora más tarde se volvió a
comprobar, apreciando que era viento de la mar, por lo que el globo iría tierra
a dentro si llegaba a cruzar la bahía. Mientras, se seguía inflando el globo y
sobre las cuatro, se comenzó a atar la barquilla en la que se alojaría el
piloto. Se colocaron un ancla y bolsas de arena como lastre y una bocina para
hacerse oír desde el aire. No llevaba instrumentos de navegación porque
estimaba que no los necesitaba.
Cuando todo
estuvo preparado y el globo, completamente inflado, elevaba del suelo la
barquilla y su lastre, el aeronauta subió a bordo y, sujeto todavía por una
cuerda, el globo comenzó su ascensión. Cuando estaba a suficiente altura, pero
aún sujeto, Rozo empezó a soltar octavillas con versos dedicados al rey
Fernando VII.
Impulsado
por una suave brisa, el globo se fue desplazando y ascendiendo suavemente sobre
la ciudad, ante el jolgorio de los gaditanos que abandonaron la plaza para
seguir la trayectoria del aerostato, que debió pasar sobre el puerto y comenzar
a cruzar la bahía.
Es muy
interesante conocer de primera mano, de la pluma de García Rozo, cómo ocurrió
la ascensión del globo.
Cuenta el
intrépido piloto en una carta fechada el veinticinco de junio, publicada en la
Gaceta de Madrid, cómo fueron las maniobras previas al ascenso, que ya se han
relatado y cómo una vez en la barquilla dio la orden de liberar el globo que
inició su ascenso. Al llegar a una altura determinada soltó un paracaídas que
llevaba preparado para causar efecto entre el público y aligerado el globo de
aquel peso, ascendió más rápidamente.
Siempre
empujado por ligera brisa de poniente, el globo alcanzó una altura de una legua
y cuarto, desde la que García Rozo, dice haber contemplado toda la costa
gaditana, desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Guadalquivir. Justamente en
ese punto, notó que el viento soplaba en dirección contraria a como lo había
hecho hasta entonces, por lo que optó por descender, abriendo la espita derecha
del globo.
Pero para su
sorpresa, a cotas más bajas también soplaba viento de levante. En los pocos
minutos transcurridos, el viento había rolado ciento ochenta grados. Entonces
tomó la decisión de dejarse caer, pues en otro caso, las rachas de viento lo
empujarían, sobre la ciudad, hacia mar abierto.
Eligió un
punto central de la Bahía, abrió las espitas y cuando se encontraba a unas
cincuenta varas de altura, alivió lastre, con lo que estabilizó el globo,
descendiendo lentamente. Las barquilla se hundió hasta que el agua le llegaba
por as rodillas, pero el poco gas que quedaba en el globo, la mantenía en esa
situación.
A todo remo
se acercó la falúa preparada al efecto y tras plegar el globo, lo condujeron a
tierra, en donde fue recibido por la muchedumbre que abarrotaba el muelle y
paseado a hombros por la ciudad.
Unos meses
más tarde, el domingo veintiuno de agosto, repitió la experiencia en El Puerto
de Santa María, ante el hermano del rey Francisco de Paula, primer duque de
Cádiz y su esposa.
Nuevamente era Cádiz testigo de la meritoria
hazaña de dejarse llevar por los aires en un artefacto tan inseguro como un
globo de aquella época, en los que además del peligro de explosión que
conllevaba la carga del “gas ligerísimo” que no era otra cosa que hidrógeno, no
había forma de gobernarlo, meciéndose a favor del viento sin ninguna
posibilidad de control. Solamente se le podía hacer subir o bajar, soltando
lastre o abriendo la espita del gas.
El veintiuno
de agosto de 1962, el diario ABC, publicó un reportaje sobre este
acontecimiento, del que he sacado algunos datos sobre lo sucedido y que lamentablemente no puedo reproducir debido a su mala calidad, pero que puede ser consultado en la hemeroteca del periódico.
Dos
acontecimientos pioneros en su clase y a cual más meritorio, ocurridos durante
el reinado de uno de los reyes con menos méritos que ha tenido este país: en el
primero se desembarca en la Antártida por vez primera, aunque sea por causas de
fuerza mayor y en el segundo, un español, gaditano por más señas, cruzó en
vuelo aerostático la ciudad de Cádiz, siendo el primer español en hacerlo.
👍🏿👍🏿👍🏿 Bien Jose Mari!!
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