viernes, 1 de septiembre de 2017

EN EL REINADO DEL REY FELÓN II




Siempre hubo tradición marinera en esta gaditana tierra. Por mar nos llegaron los fenicios, los griegos, y hasta los árabes; y por mar, desde aquí partimos en todas las direcciones hacia mundos desconocidos.
Cádiz fue, en su momento y ahora se conmemoran los trescientos años, el puerto más importante de España y quizás de Europa, cuando concentraba todo el tráfico con América a través de la Casa de Contratación.
Astilleros y careneros abundaron en todas sus riberas y aún abundan, aunque en estado lamentable y lo que es más extraño, industrias aeronáuticas desde muchos años atrás.
Y es que junto con la tradición marinera, Cádiz fue también pionera en otro medio de locomoción que por aquella época se empezada a aplicar, eso sí, como un divertimento popular.
Lo explicaba en el programa de radio José María Caravaca y es que en esta ciudad, allá por el año 1831, se produjo el primer vuelo aerostático pilotado por un español, en España.
No era el primer vuelo que se hacía en España, pues ya en 1783 Agustín de Bethencourt realizó la primera ascensión de un globo no tripulado, ante el rey Carlos III y el primer vuelo tripulado se realizó en Aranjuez en 1792, a cargo de dos aeronautas italianos llamados Barletti y Braschi y algo más tarde Vicenzo Lunardi protagonizó vuelos realmente arriesgados y espectaculares.
El invento del globo aerostático no es, como se viene atribuyendo, de los hermanos Montgolfier que en 1783 hicieron volar un globo de papel lleno de aire caliente, pues en 1709, el jesuita brasileño Lourenço Gusmao hizo volar su aerostato llamado “Passarola” hecho que se puede consultar en mi artículo en este enlace: http://unalupasobrelahistoria.blogspot.com.es/2013/03/y-montar-en-globo.html .
Muchas veces las cosas no pertenecen tanto a quienes las inventan como a los que las promocionan y en ese sentido Fernández Duro, a principios del siglo pasado y González Green en el último tercio, tuvieron mucho que ver en la afición a la aerostática.
Jesús Fernández Duro, fue un asturiano que en 1906 realizó la proeza de viajar en globo desde Pau, en el sur de Francia, hasta Granada, atravesando los Pirineos en solitario.
Hecha esta apreciación, continuamos con el primer español en volar en globo.
Cádiz era en aquel primer tercio del XIX, una ciudad importante. Había padecido mucho y estaba ávida de nuevas diversiones y por eso, invitaron al piloto Lunardi a que realizara una exhibición aerostática en la ciudad.
Lunardi, tras estudiar la situación, los vientos reinantes y demás factores influyentes, declinó el ofrecimiento, pues le parecía sumamente peligroso ya que los cambiantes vientos de la zona, lo podrían desviar hacia el mar.
Es de considerar que en la época de la que hablamos, el globo era dirigido exclusivamente por el viento y salvo en el caso de los “globos cautivos”, que iban atados con una cuerda a tierra, desde donde se les gobernaba, el viento los llevaba a donde quisiera.
En estas estaban cuando llegó a la ciudad un paisano llamado Manuel García Rozo, que desde muy joven había marchado a las Américas y allí había hecho fortuna.
Su espíritu aventurero le había hecho probar suerte con la aerostática y había volado en globo en diversas ciudades americanas, entre ellas La Habana, de características muy similares a las de Cádiz.
A García Rozo no le asustaba el mar, es más, lo veía como un compañero de viaje y un lugar adecuado para descender, siempre que hubiera preparado un buque de rescate. Solamente en caso de soplar viento de Levante o de Norte, que le llevarían inexorablemente al mar y además, dada la intensidad con la que sopla, sobre todo el primero, podría ser que lo arrastrara muchas millas mar adentro, se suspendería el espectáculo, que era demandado por los gaditanos, pero no gratis, porque se pusieron a la venta localidades para ver el despegue que se haría desde el Campo del Balón, una amplia explanada cerca de la entrada al Castillo de Santa Catalina, en terrenos que actualmente ocupa el famoso y “carnavalero” Barrio de la Viña y que recibía este nombre porque allí se practicaba el juego de pelota que empezaba a popularizarse, como así mismo se celebraban corridas de toros, que en otras épocas anteriores se hacían en la plaza de San Juan de Dios.
Las localidades se agotaron y hubieron de distribuirse más, esta vez  a un precio de diez reales el asiento, cantidad exorbitada para la época, así que el espectáculo fue un negocio para el aguerrido García Rozo.
Para dar más localismo a todo aquel espectáculo, el globo que va a ascender a los aires con su arriesgado tripulante, se llama “Gaditano”.
La expectación era tremenda. Todos conocen el peligro que entraña ascender desde una ciudad que en realidad es una isla y la prensa se ha encargado de caldear los ánimos, copiando publicaciones de La Habana, en la que se narraba el acontecimiento ocurrido el veintiuno de febrero de 1830, es decir, un año antes, cuando García Rozo protagonizó un vuelo de veintidós minutos, en un viaje aéreo recordado como espléndido.
A las dos de la tarde del treinta de mayo de 1831, García Rozo comienza a inflar el globo con “gas ligerísimo” y “Gaditano”, empieza a henchirse, cogiendo su forma redondeada.
Alrededor de las tres se comprobó la dirección del viento y media hora más tarde se volvió a comprobar, apreciando que era viento de la mar, por lo que el globo iría tierra a dentro si llegaba a cruzar la bahía. Mientras, se seguía inflando el globo y sobre las cuatro, se comenzó a atar la barquilla en la que se alojaría el piloto. Se colocaron un ancla y bolsas de arena como lastre y una bocina para hacerse oír desde el aire. No llevaba instrumentos de navegación porque estimaba que no los necesitaba.
Cuando todo estuvo preparado y el globo, completamente inflado, elevaba del suelo la barquilla y su lastre, el aeronauta subió a bordo y, sujeto todavía por una cuerda, el globo comenzó su ascensión. Cuando estaba a suficiente altura, pero aún sujeto, Rozo empezó a soltar octavillas con versos dedicados al rey Fernando VII.
Impulsado por una suave brisa, el globo se fue desplazando y ascendiendo suavemente sobre la ciudad, ante el jolgorio de los gaditanos que abandonaron la plaza para seguir la trayectoria del aerostato, que debió pasar sobre el puerto y comenzar a cruzar la bahía.
Es muy interesante conocer de primera mano, de la pluma de García Rozo, cómo ocurrió la ascensión del globo.
Cuenta el intrépido piloto en una carta fechada el veinticinco de junio, publicada en la Gaceta de Madrid, cómo fueron las maniobras previas al ascenso, que ya se han relatado y cómo una vez en la barquilla dio la orden de liberar el globo que inició su ascenso. Al llegar a una altura determinada soltó un paracaídas que llevaba preparado para causar efecto entre el público y aligerado el globo de aquel peso, ascendió más rápidamente.
Siempre empujado por ligera brisa de poniente, el globo alcanzó una altura de una legua y cuarto, desde la que García Rozo, dice haber contemplado toda la costa gaditana, desde el Estrecho de Gibraltar hasta el Guadalquivir. Justamente en ese punto, notó que el viento soplaba en dirección contraria a como lo había hecho hasta entonces, por lo que optó por descender, abriendo la espita derecha del globo.
Pero para su sorpresa, a cotas más bajas también soplaba viento de levante. En los pocos minutos transcurridos, el viento había rolado ciento ochenta grados. Entonces tomó la decisión de dejarse caer, pues en otro caso, las rachas de viento lo empujarían, sobre la ciudad, hacia mar abierto.
Eligió un punto central de la Bahía, abrió las espitas y cuando se encontraba a unas cincuenta varas de altura, alivió lastre, con lo que estabilizó el globo, descendiendo lentamente. Las barquilla se hundió hasta que el agua le llegaba por as rodillas, pero el poco gas que quedaba en el globo, la mantenía en esa situación.
A todo remo se acercó la falúa preparada al efecto y tras plegar el globo, lo condujeron a tierra, en donde fue recibido por la muchedumbre que abarrotaba el muelle y paseado a hombros por la ciudad.
Unos meses más tarde, el domingo veintiuno de agosto, repitió la experiencia en El Puerto de Santa María, ante el hermano del rey Francisco de Paula, primer duque de Cádiz y su esposa.
 Nuevamente era Cádiz testigo de la meritoria hazaña de dejarse llevar por los aires en un artefacto tan inseguro como un globo de aquella época, en los que además del peligro de explosión que conllevaba la carga del “gas ligerísimo” que no era otra cosa que hidrógeno, no había forma de gobernarlo, meciéndose a favor del viento sin ninguna posibilidad de control. Solamente se le podía hacer subir o bajar, soltando lastre o abriendo la espita del gas.
El veintiuno de agosto de 1962, el diario ABC, publicó un reportaje sobre este acontecimiento, del que he sacado algunos datos sobre lo sucedido y que lamentablemente no puedo reproducir debido a su mala calidad, pero que puede ser consultado en la hemeroteca del periódico.

Dos acontecimientos pioneros en su clase y a cual más meritorio, ocurridos durante el reinado de uno de los reyes con menos méritos que ha tenido este país: en el primero se desembarca en la Antártida por vez primera, aunque sea por causas de fuerza mayor y en el segundo, un español, gaditano por más señas, cruzó en vuelo aerostático la ciudad de Cádiz, siendo el primer español en hacerlo.

1 comentario: