Fue hace
unos días, cuando escuchaba en la radio una entrevista que le hacían al capitán de
navío José María Caravaca, sobre un vuelo aerostático que tuvo lugar por
primera vez en Cádiz, cuando se me ocurrió poner este hecho en relación con
otro, más o menos coetáneo que también está relacionado con esta ciudad.
No soy
historiador ni poseo la capacidad para hacer juicios sobre la historia, pero a
mi parecer, pocos reinados españoles son tan convulsos, y nefastos como el de
Fernando VII.
Ascendió al
trono por abdicación de su padre, Carlos IV, en poder de Napoleón y en España,
antes de conocerlo como rey, ya lo llamaron “El
Deseado” de tantas ganas que tenía el pueblo de que un verdadero rey se
sentase en su trono.
Pero su
llegada fue decepcionante, sobre todo para aquellos liberales que contra toda
adversidad, habían conseguido sacar adelante la Constitución de 1812, porque el
nuevo monarca, así que afirmó sus posaderas sobre el trono de España, todavía
imperial, abolió la Carta Magna, tan costosamente consensuada.
España se
dividía entre afrancesados, liberales y “despóticos”, llamados absolutistas. En
esto que se levanta Riego, aquí al lado, en Las Cabezas de San Juan y fuerza al
rey a aceptar la Constitución e iniciar el Trienio Liberal.
Flor de un
día, porque en cuanto puede, vuelve “la burra al trigo”, como refleja el dicho.
Para rematar, en su lecho de muerte se retracta y firma la Pragmática Sanción,
para que gobierne su hija, el adefesio de Isabel II, en vez de su hermano, que
tampoco era nada del otro mundo, pero así, nos metía unas cuantas décadas de
guerras civiles, para fastidiar a todos, que es lo que parece apetecerle al
monarca que ya no es deseado, sino el “Rey
Felón”.
El reinado
de este monarca está muy vinculado con la ciudad de Cádiz. Aquí se ha
establecido el último reducto de resistencia a los franceses, se ha redactado
la Constitución y desde aquí se ha iniciado la recuperación del territorio
nacional, hasta terminar expulsando a los franceses, que también tenían muchos
partidarios entre los españoles y que hubieron de marchar con ellos hacia el
exilio.
A las
desastrosas iniciativas aplicadas en España por el rey, hay que sumar unas
circunstancias de extrema gravedad y es que las colonias americanas, dirigidas
por personajes descendientes de españoles, educados en España y formados aquí
militarmente, empezaban sus movimientos emancipadores: Méjico, Argentina, Perú,
Venezuela… fueron poco a poco independizándose, ante la pasividad del gobierno,
o la incapacidad para oponerse realmente al movimiento sedicioso.
Para atender
a las colonias de ultramar era necesario una flota y ciertamente la poderosa
armada española había sucumbido prácticamente tras la batalla de Trafalgar.
Quedaban algunos barcos, antiguallas, conservadas gracias a la profesionalidad
de sus capitanes y los maestros carpinteros. La única solución era comprar
barcos, pero los países europeos, que ansiaban clavar sus garras en el
continente americano, no nos vendían ningún barco para que le hiciéramos
competencia. Solamente Rusia se avino a una venta, pero de un material tan
deteriorado, que algunos barcos los regalaron. Se compraron un navío y cinco
fragatas, todos muy viejos, que se trajeron a Cádiz para acondicionarlos. Por
cierto que esos barcos se pagaron con la indemnización que dio Inglaterra por
liberalizar el comercio con las Indias.
Así, a duras
penas, se formó una mínima escuadra que tenía como misión llegar al El Callao,
el puerto de Lima y apoyar la resistencia contra los independentistas, con San
Martín a la cabeza, que quería hacerse con Perú. Estaba formada por los navíos San
Telmo, nave capitana y el Alejandro
I, navío ruso igual que el San Telmo, rebautizado la fragata Prueba, y el mercante Primorosa Mariana, de igual procedencia,
destinada al transporte de tropa.
Pintura del San Telmo
El uno de
mayo de 1819, se entregó el mando de la exigua escuadra al prestigioso
brigadier, Rosendo Porlier, que entre sus muchos avatares, había sido segundo
de Gravina en la batalla de Trafalgar. El buque insignia era el San
Telmo, un navío de dos puentes, setenta y cuatro cañones, poco más de
cincuenta metros de eslora y catorce de manga. Un magnífico buque de tres palos,
pero con más de treinta años de navegación, construido en El Ferrol y que por
falta de fondos había pasado muchos meses atracado en Cartagena.
El once de
mayo, salió la escuadra que se avitualló en Cádiz y un mes después, regresaba
el Alejandro I porque su maderamen no
resistía los embates de la mar y hacía agua por todas sus cuadernas.
La
expedición debía bordear el Cabo de Hornos, para evitar el Estrecho de
Magallanes, donde podría ser sorprendida por las marinas de los países
sublevados.
Pasaron
meses y se tuvo noticias de que la fragata Mariana,
había llegado a El Callao y que la Prueba,
también lo había hecho, aunque pasó de largo ante la presencia de buques
enemigos, pero del San Telmo no se sabía nada. La última vez ha sido avistado por
la fragata Mariana el dos de
septiembre que anota en el cuaderno de a bordo que se le aprecian graves
averías en el timón, el tajamar y en la verga mayor, dudándose que pueda haber
doblado el Cabo de Hornos.
Cuenta Pío
Baroja, que un señor llamado Andrés Arévalo, embarcó poco después de la
desaparición del navío en el buque
italiano “Volturno” que hacía la ruta
de El Callao a España y que al pasar al sur de Hornos, con grandes tormentas y
huracanados vendavales, divisaron un banco de hielo de enormes dimensiones que
iba derivando hacia el Este y sobre el hielo se divisaba una masa negra que al
ir aproximándose vieron que era un buque atrapado en aquel iceberg. Botaron una
chalupa y se acercaron a la gigantesca mole de hielo, hasta distinguir que era
un barco desarbolado, de tres puentes, que había empotrado su proa contra el
bloque de hielo y en él quedó incrustado. En popa se veía una bandera que aún
ondeaba con el escudo de España y bajo ella, en gruesas letras, su nombre: San
Telmo.
Subieron a
bordo y encontraron varios cadáveres congelados, entre ellos el del brigadier
Porlier que estaba en su camarote, vestido con su uniforme y tendido sobre un
camastro, a sus pies había un perro igualmente congelado.
Del resto de
la tripulación, compuesta por seiscientas cuarenta y cuatro personas entre
marineros, soldados y personal auxiliar, no se supo nada. Pero esta es una historia
llena de buena voluntad para darle una conclusión al barco desaparecido, aunque
no es muy de fiar. (Artículo publicado en La Vanguardia el 2 de febrero de 1954
que puede consultar en este enlace: http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1954/02/02/pagina-5/32792399/pdf.html
)
Sí es cierto
que, un mes después de haber dado el barco por perdido, un velero inglés, capitaneado
por William Smith, descubridor de las Islas Shetland del Sur, divisa tierra
helada en coordenadas cercanas a la última situación del San Telmo. Esta isla no
es explorada de momento, pero al llegar a Londres, el Almirantazgo británico dispone
que vuelva a aquella situación y confirme el descubrimiento. Así lo hace y,
oficialmente se convierte en el primero en pisar la Antártida, descubriendo un
archipiélago como se dice más arriba.
Pero en el
recorrido por las diversas islas, descubre que hay restos de un naufragio
anterior que él mismo apunta que puede ser un buque español desaparecido en
aquellas latitudes y así lo hace constar con fidelidad a la verdad, e incluso a
una de las islas que descubre, pone por nombre “Isla Decepción”, clara
referencia a la certeza que tiene de no haber sido el primero en llegar allí.
Pone luego
rumbo a Valparaíso, en Chile, donde da cuenta de su hallazgo y las
circunstancias de no haber sido el primero, pero las autoridades británicas le
hacen callar ese detalle, para así tomar posesión de las nuevas tierras
descubiertas. Pero a bordo, iba el teniente Edward Bransfield, con la misión de
confirmar el descubrimiento, el cual anota en su cuaderno que han encontrado un
pecio perteneciente a un barco español de setenta y cuatro cañones y que
incluso el capitán Smith ha cogido la madera del ancla para hacerse su ataúd,
cosa que era acostumbrada entre los marineros de la época.
No pudieron
ocultar la realidad y se conoció que no habían aparecido restos humanos, pero
sí muchos de focas y peces, lo que les hacía suponer que había habido
supervivientes al naufragio.
Tanto
aceptaron los ingleses aquella situación que hace unos años, al desclasificarse
documentación del Almirantazgo, se ha podido comprobar que a determinados
accidentes geográficos como cabos y bahías, le habían puestos los nombres de “San Telmo” y “Porlier”.
No tuvo el
gobierno español interés alguno en realizar comprobaciones acerca del naufragio
y la llegada de los primeros hombres a las costas de la Antártida, hasta 1990,
en que una expedición hispano-chilena se desplazó hasta la zona, pudiendo
comprobar varios detalles como la presencia en los fondos marinos de gran
cantidad de hierro, detectado por sensores magnéticos, una sandalia de cuero,
de apariencia similar a las usadas en tierras cálidas, hacia donde en realidad
se dirigía el barco y la mandíbula de un cerdo que era un animal que solía
acompañar a todas las navegaciones largas, pues es fácil de mantener vivo a
bordo y se aprovecha todo para el consumo humano.
Hay muchas
cosas más que decir de esta apasionante historia, pero a mí, lo único que me resta
decir es que los primeros hombres que pusieron sus pies en el helado continente
del sur, fueron españoles que salieron del puerto de Cádiz y fueron capaces de
sobrevivir durante algún tiempo en tan inhóspito lugar sin ir realmente
preparados para tal eventualidad.
En el
próximo artículo contaré la otra historia que también tiene esta ciudad como
protagonista.
Me encanta toda la historia y principalmente la naval.
ResponderEliminarTambien a mí me ha gustado esta nueva Lupa y aunque dices no ser historidor, al hacernos llegar estos relatos nos haces disfrutar y conocer mas y mejor nuestra Historia y nuevamente vemos tambien la DECEPCION que nos producen nustros gobernantes que no han sacado ningun provecho de haber sido los primeros en haber llegado a la Antartida y menos aun intentar Recuperar los restos del San Telmo
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