No me estoy
refiriendo al conjunto musical griego que interpreta música de la llamada
“Metal Sinfónica”. Me refiero a una frase que figuraba grabada en el
frontispicio del templo de Apolo, en Delfos. Allí, junto a la muy famosa de “Conócete a ti mismo”, aparecía “Meden Agan”: “Sin Excesos”.
Y estaba
allí para honrar la memoria de un poeta, político, legislador y hombre sabio
llamado Solón, considerado uno de los Siete Sabios de Grecia.
La vida de
este personaje es un ejemplo de superación y de enfrentamiento con la
adversidad. Hijo de una familia muy bien situada, su juventud discurría
plácidamente hasta que su padre, afamado hombre de negocios, cayó en
bancarrota.
Solón, que
pasó de la opulencia más ofensiva a la pobreza más absoluta, se hizo cargo de
la quebrada hacienda familiar y en pocos años consiguió sacarla a flote,
ganando, además de un importante patrimonio, la fama de hombre sagaz y de
honrado, lo que no era poco en aquellos años.
Nunca se
había metido en política, si bien se había relacionado con las altas jerarquías
de Atenas, así que cuando llegó el momento de las elecciones en la ciudad no
pudo evitar que sus conciudadanos lo eligiesen por aclamación para “arconte”, representante de una clase
social que era conocida como “eupátrida”
que quiere significar algo así como “los bien nacidos”.
Busto de
Solón en el museo de Nápoles
Cuando se
dice que Grecia es la cuna de la democracia, conviene señalar que no todas las “polis” griegas aplicaban principios
democráticos en su gobierno y la única verdadera democracia es la que se vivía
en Atenas, la capital de una zona conocida como Ática que, frente a las otras
ciudades estados, tenía la ventaja de haber desarrollado un floreciente
comercio naval, que junto a unas minas de plata y canteras de mármol,
impulsaron a la floreciente sociedad ateniense.
Al poco de
ser elegido, Solón se había hecho casi por completo con el control legislativo
de la ciudad en la que empezó a demostrar su verdadera valía.
Una de sus
primeras medidas fue la abolición de la esclavitud por deudas, una situación
muy delicada que estaba llevando a la ciudad a una pérdida constante de
artesanos cualificados y pequeños propietarios que abrumados por los débitos,
muchas veces usurarios, terminaban convirtiéndose en esclavos del acreedor; la
otra medida, complementaria de ésta fue la devaluación de la moneda, para
facilitar que los libertos pudieran extinguir sus deudas con mayor facilidad.
Su siguiente
medida y lo que causó una gran revolución fue la de dividir a la población
según el censo fiscal.
Todos los
ciudadanos del Ática eran libres y estaban sujetos a las mismas leyes, pero los
derechos no eran igual para todos, estaban baremados según los impuestos que
pagaba cada uno.
Los que más
contribuían tenían el privilegio de servir más y mejor a la comunidad, en la
que se valoraba altamente el poseer un cargo público, tanto en el ejército como
en las distintas administraciones.
La sociedad
quedó dividida en cuatro clases cada una de ellas con más derechos que la
siguiente en el escalafón.
Solamente de
entre los primeros se elegía a los “arcontes”,
los diputados o magistrados de la ciudad, por votación directa entre todos los
ciudadanos pertenecientes a dicha clase.
Hoy sería
algo incomprensible, porque se ha luchado por el sufragio universal y solamente
por sentencia judicial se puede tener restringido el derecho a elegir o ser
elegido, pero en aquella sociedad de hace dos mil quinientos años, la cosa
debió parecer como lo más natural del mundo.
¿Cómo va a
participar en el gobierno de la “polis”
quien no contribuye a su mantenimiento?
Parece una
reacción lógica para una sociedad reducida en la que prácticamente todos los
ciudadanos se conocían.
Pero el
legislador no paró ahí; fue aún más allá y le metió mano al código moral y de
buenas costumbres, calificando el ocio como delito contra la ciudadanía y
condenando, a quien no ejercía ninguna actividad productiva, a penas como el
ostracismo o la pérdida de la ciudadanía, con todas las consecuencias que eso
conllevaba.
Los
atenienses no elegían a nadie para que los representara, cada uno podía exponer
su pensamiento en las reuniones del “parlamento”, cosa que ocurría semanalmente
y allí se agrupaban los ciudadanos según las facciones a las que pertenecían,
pudiendo hablar por turnos, sin más limitaciones que el tiempo que marcaba la
clepsidra. Lo hacían al aire libre, en la Acrópolis o en algún teatro y solían
durar todo el día y a veces hasta bien entrada la noche.
Pero una
condición exigida a cada interviniente, que lo hacían por orden de edad, era
que debía estar legalmente casado, carecer de antecedentes de todo tipo, poseer
algún bien o ingresos y estar al día con sus tributaciones a la ciudad.
Seguro que
así, la lista de intervinientes se reducía considerablemente, razón por la que
les era posible aplicar esta forma de democracia directa y única real.
Sí, ya se sé
que se excluía a mucha gente, pero ¿no es lógico que quién no contribuye al
sostén de la casa, no pueda opinar sobre la forma de llevarla?
Hoy nos
hemos enterado que el Partido Popular que va a celebrar elecciones primarias
exige a sus afiliados estar al día en la cuota de afiliación, o hacer un
ingreso de determinada cantidad para poder votar, por tanto no parece extraño
que ya el Grecia se aplicara esta condición, es más, parece muy avanzada.
Los oradores
debían ser claros, cortos, concisos y concretos, pero además, se comprometían
con sus propuestas de tal forma que si un año después de haber puesto en
funcionamiento la propuesta de determinado ciudadano, se había comprobado la
ineficacia de la misma, o sus efectos negativos, además de que el parlamento
acordaba la suspensión del acuerdo, podía multar al proponente.
¡Qué pena
que se haya perdido esta costumbre! ¡Cuántas estupideces nos estaríamos
ahorrando!
La
Acrópolis de Atenas
Por el
contrario, cuando una propuesta se mostraba eficaz, se votaba por aclamación y
de salir elegida, se convertía en ley de obligado cumplimiento, si bien se
exigía el dictamen previo de un consejo de ciudadanos que podría semejarse a un
Tribunal Constitucional, que lo formaban quinientos ciudadanos elegidos al
azar, claro que entre los que ya hemos mencionado anteriormente y que eran los
que daban el visto bueno para conformar esa nueva ley.
Con el poder
ejecutivo ocurría algo similar, si bien éste era ejercido solamente por nueve
ciudadanos elegidos al azar, pero que previamente habían demostrado que sus
ascendientes eran, por las dos ramas, atenienses de pura cepa, haber cumplido
con todos sus deberes militares y contributivos y algo muy especial: estar
dispuestos a que sobre sus vidas se hagan todo tipo de averiguaciones e
insinuaciones.
Por último y
esto si que es algo que tenemos que echar en buena falta, los aspirantes tenían
que pasar por un proceso que se llamaba “doquimasia”,
que no era otra cosa que una especie de examen psicotécnico en el que se
demostraran las cualidades del candidato, su formación humanística y técnica,
su nivel intelectual, etc.
Después de
un año en el cargo, su gestión era examinada por el ejecutivo en pleno y
sometida a profunda investigación, cuyo resultado iba desde la reelección a la
pena de muerte, pasando por la jubilación, si no había motivos para lo uno o lo
otro.
En la
actualidad esta situación de democracia directa es impensable, además de que
resultaría imposible de llevar a la práctica, ni siquiera volviendo a un
sistema de “polis” a semejanza de las clásicas, pero eso no nos impide dejar
volar la imaginación, aunque sea un vuelo efímero y pensar en tantos y tantos
políticos de mentira que no se atreverían a abrir la boca para proponer las
banalidades a que nos tienen acostumbrados, si sus propuestas pudieran
acarrearles consecuencias como las mencionadas.
¡Qué
maravilla!
*Todo esto
está recogido del libro “Historia de los griegos”, de Indro Montanelli.
Muy oportuno e interesante. Me agrada que hayas bebido en las fuentes de Indro Montanelli, muy admirado por mí.
ResponderEliminar¡Qué gusto volver a leer tu lupa! Y qué pena que de la democracia griega "tan sólo queda el nombre".
ResponderEliminarUn abrazo y adelante.
Tu tocayo .
magnífico. Te echábamos de menos.
ResponderEliminarEsta muy bien el sufragio universal, pero se corre el riesgo de elegir un gobernante que es producto del marketing o de la publicidad y carente de cualidades para mandar.
ResponderEliminarComisario
ResponderEliminarme alegra poder nuevamente leer TU LUPA pue en todas ellas aprendo algo mas.
en cuanto al examen psicotecnico que se hacia a los que queriaj ejrercer ciertos cargos politicos, hace unos dias tambien leía la queja de un profesional de que a él se le exigia unos exámenssmuy exustivcos de su estado psicologico y sin embargo las Cortes generales provamen a una ¨Persona para Presidente sin someterle a ningun examen de su estado mental.