lunes, 11 de junio de 2018

TAN INCORRECTO COMO CIERTO





No es mi deseo entrar en política, ni ir contra los sentimientos religiosos o culturales enfrentados  y ni siquiera asomarme al abismo de su realidad, pero digo lo que repetía una actriz en un programa de televisión: “Lo que es, es”.
Hace muy pocas fechas, en los primeros días de este mes de junio, cuando los musulmanes celebran su mes sagrado, el Ramadán, el mes en que se perdonan los pecados, vimos con estupor cómo, integrantes de la comunidad islámica de Londres, atacaban violentamente a los coches que pasaban por una determinada calle, porque las autoridades locales de la “city” no habían cerrado la calle a la circulación para que ellos celebraran sus fiestas nocturnas, tan propias de ese mes y de su religión.
Nada nuevo, hace más de veinticinco años, siendo Jefe de Ceuta, tuve que ordenar la actuación policial para restablecer el orden en una barriada llamada Villajovita, porque para celebrar una boda, un grupo de musulmanes, cerró varias calles y cuando Policía Local quiso restablecer el tráfico, la emprendieron contra ellos con la violencia más desaforada.
A raíz del descabellado ataque contra los fieles que salían de una mezquita de Londres, ataque al parecer aislado y llevado a cabo en solitario, la comunidad islámica británica se ha expresado con duras palabras contra el mismo, al que tacha de un acto de “islamofobia” .
Por un solo acto y que ojalá no vengan más, ya odiamos a los musulmanes y somos unos intransigentes, ellos, tras siglos de invasiones, unas bélicas y otras con semblante de pacíficas, decenas de atentados en todo el mundo y contra todo el mundo, sin embargo, no odian a nadie. Son como son porque su dios es el único verdadero y el resto del mundo está equivocado.
Pero siguen siendo acogidos en Europa, que los ha salvado de muertes seguras y siguen sin hacer el más mínimo esfuerzo por integrarse entre nosotros. No se refugian en Arabia, ni en Kuwait, ni en los Emiratos y mucho menos en Pakistán, en Marruecos o en otros países árabes en los que disfrutar de cierta seguridad; no, se vienen a Europa, donde exigen vivir a sus maneras y que los nativos respetemos sus costumbres; los que hemos construido estos países que están dispuestos a destruir, tenemos que adaptarnos a la forma de vida de quienes quieren destruirnos. ¡Sencillamente demencial!
Hace ya unos años, cuando era jefe Provincial de Policía en Ceuta, ya aprendí a ver venir estos fenómenos, como ya antes he relatado. En cierta ocasión una señora mayor, de amplia experiencia en la ciudad y en la vida, me comentó con mucha tristeza: De Ceuta no nos echará nadie, nos iremos nosotros solos. Llegará un momento en que sea imposible soportarlos.
Y ha cambiado mucho Ceuta, pero por fuera, por dentro, en las tripas, las cosas siguen igual. El día que algún moro sea capaz de poner de acuerdo a todos sus correligionarios de la ciudad, las instituciones pasarán a sus manos. Hasta ahora la política ha permitido tener a la población musulmana muy fragmentada en el voto, pero eso no ha de durar mucho tiempo.
Se dice que en Ceuta conviven pacíficamente las cuatro religiones más importantes que son: el cristianismo, el judaísmo, el islamismo y el hinduismo. Hasta cierto punto esta apreciación es cierta.


Vista aérea de casi toda la superficie de Ceuta

Yo he visto a un indio, conocido mío y persona muy apreciada en la ciudad, rezar durante un buen rato ante “El Cristo del Puente”, una talla del Nazareno, colocada en una hornacina junto al puente que salva el foso que antaño dividía la ciudad a modo defensivo. Una señal de respeto y devoción fácilmente clasificable. He visto hebreos  asistir a actos religiosos católicos sin ningún problema y a cristianos en celebraciones judías, pero también he visto  a un matrimonio musulmán esperando la llegada de una procesión, mientras dos niños pequeños jugaban tras ellos y cuando el paso se acercaba, la madre llamó a los niños: Fatoma, Ahmed, que vienen los “moniecos”; dicho en su peculiar forma de pronunciar el español.
No lo he visto, pero lo he padecido seis años, en cada Semana Santa, el apedreamiento del Cristo de Medinaceli en la barriada de El Príncipe, de mayoría musulmana.
No soy una persona vengativa, ni violenta y la Ley del Talión me parece una barbaridad de pueblos salvajes, pero ¿qué pasa cuando “el otro” no entiende nada más que ese razonamiento?
Con quien no se puede convivir, es conveniente evitar las coincidencias.
Otro ejemplo de la ciudad que llaman “La Perla del Mediterráneo”. A mediados de los años ochenta se empezó a construir una barriada para paliar, en parte, el gravísimo problema de vivienda en la que estaban todos los funcionarios destinados en la ciudad. Fue una idea feliz y en aquella urbanización se acomodaron alrededor de mil familias. La experiencia fue tan gratificante, por la satisfacción que produjo en la población, que de inmediato se pensó en una nueva fase, construida a continuación de la anterior, si bien en esta se iba a dar entrada a algunos ciudadanos musulmanes, con nacionalidad española, empleados públicos en su mayoría, aunque otros eran comerciantes o personal asalariado.
La falta de experiencia hizo creer que mezclando en los bloque a cristianos con musulmanes, como éstos serían minoría, iban a ser absorbidos y la convivencia se normalizaría.
No había pasado un año, cuando ya la nueva fase era conocida como el título de una serie de televisión: Si lo sé, no vengo. El título lo dice todo.
Ya se que esto que digo es incorrecto, pero es tan real, al menos, como de incorrecto lo quieran tratar. Cuando, como decía aquella persona que antes referí, los españoles tengan que abandonar la ciudad de Ceuta, seguramente que será una acción correcta.
Los musulmanes no son de ningún país al que hayan emigrado. ¡NO! Ellos son musulmanes, por encima de todo. Aunque hayan nacido en Ceuta, hijos de padres ceutíes, siguen sintiendo en su corazón a Marruecos como su verdadera patria.
A mediados de los años noventa viví una anécdota esclarecedora de esto que digo.
Yo acostumbraba una vez por semana, normalmente los sábados, a ir al mercado, que estaba justo enfrente de la comisaría.
Allí compraba frutas y verduras a un musulmán ya mayor, nacido en Ceuta, pero que no había sido capaz de dejar ese característico acento tan suyo. Tenía este hombre dos hijos estudiando en la “Pininsola”, en Granada, uno estudiaba medicina y otro derecho.
Aquel año había sido extremadamente seco y estaba aproximándose lo que vulgarmente se conoce como la “Fiesta del Borrego”. Esta es la fiesta mas grande de los musulmanes que la llaman Eid al Adha, Fiesta del Sacrificio, en la que cada familia sacrifica un cordero.
En un mensaje a la nación, el rey Hassan II, que a su vez era “Príncipe de los creyentes” (amir al-mu minin), dijo a su pueblo que la cabaña ovina de Marruecos no podía soportar aquel año el sacrificio de más de seis millones de corderos y que aunque comprendía el enorme esfuerzo que su pueblo tendría que hacer para no celebrar tan importante fiesta, pedía encarecidamente a todos los marroquíes que aquel año no se celebrara.
La noticia cayó como un jarro de agua fría en la población musulmana y muchos aceptaron la petición de su rey, pero también muchos otros, sobre todo en el Rif, sacrificaron dos corderos en vez de uno.
Desde muchos años antes, en que se había propagado la peste ovina, procedentes de corderos traídos a Ceuta desde Marruecos, las autoridades españolas tenían prohibido el paso de ganado desde el vecino país, pero para que nadie se considerase desabastecido, se transportaban miles de corderos españoles, desde La Mancha y otras regiones.
Aquel sábado, previo ya a la gran fiesta, fui al mercado como de costumbre y en la frutería felicité a mi amigo por la fiesta que celebraría en breve y cual no sería mi sorpresa cuando me dice que no, que este año no hay fiesta porque el rey ha dicho que no la haya.
Haciéndome el sorprendido le dije: ¡Cómo!, ¿el rey Juan Carlos ha dicho que no haya fiesta del borrego?
A lo que me respondió con la mayor naturalidad: ¡No, el rey de aquí, Hassan!
No entendía nada. Aquel “español de nacimiento”, con carnet de identidad y pasaportes español, que vivía en España y que en España estudiaban sus hijos carreras superiores que él costeaba con la venta de sus productos a españoles, que además no dañaba a la cabaña ovina marroquí por sacrificar un cordero español, obedeciera al rey de Marruecos antes que a sus propias costumbres ancestrales, era algo que no lograba entender.
No sé si el ejemplo está bien traído, o si me he dejado llevar por el recuerdo de la indignación que aquella postura me causó, pero en cualquier caso, es un fiel exponente de dónde está el corazón del musulmán, cosa que no va a cambiar por mucha alianza de civilizaciones que queramos.
Últimamente circulan por las redes mensajes estremecedores sobre el futuro que nos espera: desolador. Pero también hay otros mensajes en los que se hace saber que ya muchos países han puesto pie en pared, para atajar ese insensato sufrimiento que estamos padeciendo.
Hace diez años que publiqué una novela sobre este tema de la inmigración: “Las espinas del Edén” que puede descargarse en el enlace que hay en el encabezamiento de esta página. Allí contaba parte de mis experiencias con la inmigración ilegal, que se disparó en los primeros años noventa con el anuncio de los eventos que en España iban a ocurrir, y con los problemas de la acogida y la socialización de los inmigrantes.
Muy poco o nada ha cambiado desde entonces, aunque si advertimos que antes les dábamos acogida, aunque no la agradecieran, ahora, cuando pueden, se revuelven y nos matan.

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