No es mi
deseo entrar en política, ni ir contra los sentimientos religiosos o culturales
enfrentados y ni siquiera asomarme al
abismo de su realidad, pero digo lo que repetía una actriz en un programa de
televisión: “Lo que es, es”.
Hace muy
pocas fechas, en los primeros días de este mes de junio, cuando los musulmanes
celebran su mes sagrado, el Ramadán, el mes en que se perdonan los pecados,
vimos con estupor cómo, integrantes de la comunidad islámica de Londres,
atacaban violentamente a los coches que pasaban por una determinada calle,
porque las autoridades locales de la “city” no habían cerrado la calle a la
circulación para que ellos celebraran sus fiestas nocturnas, tan propias de ese
mes y de su religión.
Nada nuevo,
hace más de veinticinco años, siendo Jefe de Ceuta, tuve que ordenar la
actuación policial para restablecer el orden en una barriada llamada
Villajovita, porque para celebrar una boda, un grupo de musulmanes, cerró
varias calles y cuando Policía Local quiso restablecer el tráfico, la
emprendieron contra ellos con la violencia más desaforada.
A raíz del
descabellado ataque contra los fieles que salían de una mezquita de Londres,
ataque al parecer aislado y llevado a cabo en solitario, la comunidad islámica
británica se ha expresado con duras palabras contra el mismo, al que tacha de
un acto de “islamofobia” .
Por un solo
acto y que ojalá no vengan más, ya odiamos a los musulmanes y somos unos
intransigentes, ellos, tras siglos de invasiones, unas bélicas y otras con
semblante de pacíficas, decenas de atentados en todo el mundo y contra todo el
mundo, sin embargo, no odian a nadie. Son como son porque su dios es el único
verdadero y el resto del mundo está equivocado.
Pero siguen
siendo acogidos en Europa, que los ha salvado de muertes seguras y siguen sin
hacer el más mínimo esfuerzo por integrarse entre nosotros. No se refugian en
Arabia, ni en Kuwait, ni en los Emiratos y mucho menos en Pakistán, en
Marruecos o en otros países árabes en los que disfrutar de cierta seguridad; no,
se vienen a Europa, donde exigen vivir a sus maneras y que los nativos
respetemos sus costumbres; los que hemos construido estos países que están dispuestos
a destruir, tenemos que adaptarnos a la forma de vida de quienes quieren
destruirnos. ¡Sencillamente demencial!
Hace ya unos
años, cuando era jefe Provincial de Policía en Ceuta, ya aprendí a ver venir
estos fenómenos, como ya antes he relatado. En cierta ocasión una señora mayor,
de amplia experiencia en la ciudad y en la vida, me comentó con mucha tristeza:
De Ceuta no nos echará nadie, nos iremos
nosotros solos. Llegará un momento en que sea imposible soportarlos.
Y ha
cambiado mucho Ceuta, pero por fuera, por dentro, en las tripas, las cosas
siguen igual. El día que algún moro sea capaz de poner de acuerdo a todos sus
correligionarios de la ciudad, las instituciones pasarán a sus manos. Hasta
ahora la política ha permitido tener a la población musulmana muy fragmentada
en el voto, pero eso no ha de durar mucho tiempo.
Se dice que
en Ceuta conviven pacíficamente las cuatro religiones más importantes que son:
el cristianismo, el judaísmo, el islamismo y el hinduismo. Hasta cierto punto
esta apreciación es cierta.
Vista aérea
de casi toda la superficie de Ceuta
Yo he visto
a un indio, conocido mío y persona muy apreciada en la ciudad, rezar durante un
buen rato ante “El Cristo del Puente”, una talla del Nazareno, colocada en una
hornacina junto al puente que salva el foso que antaño dividía la ciudad a modo
defensivo. Una señal de respeto y devoción fácilmente clasificable. He visto
hebreos asistir a actos religiosos
católicos sin ningún problema y a cristianos en celebraciones judías, pero
también he visto a un matrimonio musulmán
esperando la llegada de una procesión, mientras dos niños pequeños jugaban tras
ellos y cuando el paso se acercaba, la madre llamó a los niños: Fatoma, Ahmed,
que vienen los “moniecos”; dicho en
su peculiar forma de pronunciar el español.
No lo he
visto, pero lo he padecido seis años, en cada Semana Santa, el apedreamiento del
Cristo de Medinaceli en la barriada de El Príncipe, de mayoría musulmana.
No soy una
persona vengativa, ni violenta y la Ley
del Talión me parece una barbaridad de pueblos salvajes, pero ¿qué pasa
cuando “el otro” no entiende nada más
que ese razonamiento?
Con quien no
se puede convivir, es conveniente evitar las coincidencias.
Otro ejemplo
de la ciudad que llaman “La Perla del Mediterráneo”. A mediados de los años
ochenta se empezó a construir una barriada para paliar, en parte, el gravísimo
problema de vivienda en la que estaban todos los funcionarios destinados en la
ciudad. Fue una idea feliz y en aquella urbanización se acomodaron alrededor de
mil familias. La experiencia fue tan gratificante, por la satisfacción que
produjo en la población, que de inmediato se pensó en una nueva fase,
construida a continuación de la anterior, si bien en esta se iba a dar entrada
a algunos ciudadanos musulmanes, con nacionalidad española, empleados públicos
en su mayoría, aunque otros eran comerciantes o personal asalariado.
La falta de
experiencia hizo creer que mezclando en los bloque a cristianos con musulmanes,
como éstos serían minoría, iban a ser absorbidos y la convivencia se
normalizaría.
No había
pasado un año, cuando ya la nueva fase era conocida como el título de una serie
de televisión: Si lo sé, no vengo. El
título lo dice todo.
Ya se que
esto que digo es incorrecto, pero es tan real, al menos, como de incorrecto lo
quieran tratar. Cuando, como decía aquella persona que antes referí, los españoles
tengan que abandonar la ciudad de Ceuta, seguramente que será una acción
correcta.
Los
musulmanes no son de ningún país al que hayan emigrado. ¡NO! Ellos son
musulmanes, por encima de todo. Aunque hayan nacido en Ceuta, hijos de padres ceutíes,
siguen sintiendo en su corazón a Marruecos como su verdadera patria.
A mediados
de los años noventa viví una anécdota esclarecedora de esto que digo.
Yo
acostumbraba una vez por semana, normalmente los sábados, a ir al mercado, que
estaba justo enfrente de la comisaría.
Allí
compraba frutas y verduras a un musulmán ya mayor, nacido en Ceuta, pero que no
había sido capaz de dejar ese característico acento tan suyo. Tenía este hombre
dos hijos estudiando en la “Pininsola”,
en Granada, uno estudiaba medicina y otro derecho.
Aquel año
había sido extremadamente seco y estaba aproximándose lo que vulgarmente se
conoce como la “Fiesta del Borrego”. Esta es la fiesta mas grande de los
musulmanes que la llaman Eid al Adha,
Fiesta del Sacrificio, en la que cada familia sacrifica un cordero.
En un
mensaje a la nación, el rey Hassan II, que a su vez era “Príncipe de los
creyentes” (amir al-mu minin), dijo a
su pueblo que la cabaña ovina de Marruecos no podía soportar aquel año el
sacrificio de más de seis millones de corderos y que aunque comprendía el
enorme esfuerzo que su pueblo tendría que hacer para no celebrar tan importante
fiesta, pedía encarecidamente a todos los marroquíes que aquel año no se
celebrara.
La noticia
cayó como un jarro de agua fría en la población musulmana y muchos aceptaron la
petición de su rey, pero también muchos otros, sobre todo en el Rif,
sacrificaron dos corderos en vez de uno.
Desde muchos
años antes, en que se había propagado la peste ovina, procedentes de corderos
traídos a Ceuta desde Marruecos, las autoridades españolas tenían prohibido el
paso de ganado desde el vecino país, pero para que nadie se considerase
desabastecido, se transportaban miles de corderos españoles, desde La Mancha y
otras regiones.
Aquel
sábado, previo ya a la gran fiesta, fui al mercado como de costumbre y en la
frutería felicité a mi amigo por la fiesta que celebraría en breve y cual no
sería mi sorpresa cuando me dice que no, que este año no hay fiesta porque el
rey ha dicho que no la haya.
Haciéndome
el sorprendido le dije: ¡Cómo!, ¿el rey Juan Carlos ha dicho que no haya fiesta
del borrego?
A lo que me
respondió con la mayor naturalidad: ¡No, el rey de aquí, Hassan!
No entendía
nada. Aquel “español de nacimiento”, con carnet de identidad y pasaportes
español, que vivía en España y que en España estudiaban sus hijos carreras superiores
que él costeaba con la venta de sus productos a españoles, que además no dañaba
a la cabaña ovina marroquí por sacrificar un cordero español, obedeciera al rey
de Marruecos antes que a sus propias costumbres ancestrales, era algo que no
lograba entender.
No sé si el
ejemplo está bien traído, o si me he dejado llevar por el recuerdo de la
indignación que aquella postura me causó, pero en cualquier caso, es un fiel
exponente de dónde está el corazón del musulmán, cosa que no va a cambiar por
mucha alianza de civilizaciones que queramos.
Últimamente
circulan por las redes mensajes estremecedores sobre el futuro que nos espera:
desolador. Pero también hay otros mensajes en los que se hace saber que ya
muchos países han puesto pie en pared, para atajar ese insensato sufrimiento
que estamos padeciendo.
Hace diez
años que publiqué una novela sobre este tema de la inmigración: “Las espinas
del Edén” que puede descargarse en el enlace que hay en el encabezamiento de
esta página. Allí contaba parte de mis experiencias con la inmigración ilegal,
que se disparó en los primeros años noventa con el anuncio de los eventos que
en España iban a ocurrir, y con los problemas de la acogida y la socialización
de los inmigrantes.
Muy poco o
nada ha cambiado desde entonces, aunque si advertimos que antes les dábamos
acogida, aunque no la agradecieran, ahora, cuando pueden, se revuelven y nos
matan.
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