viernes, 29 de junio de 2018

INVENTO O FRAUDE





En los últimos tiempos nos están haciendo un lio tan tremendo a la hora de elegir qué vehículo comprar  que muchos no nos decidimos a cambiar de coche hasta que nos aclaren las posibilidades.
El motor diesel, que echaba mucho humo, pero que contaminaba poco, decían, resulta que ahora contamina una barbaridad. Su publicidad era: El kilometro a mitad de precio, porque los motores consumían menos combustible que además, era mucho más barato que la gasolina. Pero los gobiernos estuvieron rápidos en aumentar los impuestos del gasoil  y equiparar el precio con la gasolina, aun cuando el producto costaba la mitad. Era mucho más rentable pues hasta la equiparación del precio, todo eran beneficios para el Estado.
A este política impositiva se unió el avance tecnológico que se iba introduciendo en los motores de gasolina, cada vez más eficaces y con menos consumo y averías, hasta resultar que ahora son más recomendables. En este apartado la consigna catastrofista de que en pocos años se dejaran de fabricar los motores diesel, cierra el círculo evolutivo y hace que nos decantemos por el motor de gasolina.
Porque las alternativas de vehículos híbridos son un parche que no conducen a nada. Si sales a carretera, el motor eléctrico no funciona prácticamente, por lo que todo el trayecto se desarrolla quemando gasolina y solamente en recorridos urbanos, sin que se pueda pasar de cincuenta kilómetros a la hora, estará funcionando el motor eléctrico, pero, ¡oh fatalidad!, la batería dura poquísimo, apenas dos o tres kilómetros y entonces vuelta al motor de explosión y a recargar la batería.
Al menos es así en nuestro Toyota Hibrid, líder mundial en este segmento.
El coche eléctrico necesita recargar baterías cada trescientos o cuatrocientos  kilómetros y el proceso de recarga puede durar más de una hora. No es solución para nadie que emprenda un viaje de más kilómetros.
¿Son estas las únicas alternativas que existen para la automoción? No lo sé, pero voy a contar una historia que tiene ya algunos años y de la que se habla poquísimo, casi nada.
Se iniciaba la década de los setenta, aquella que produjo el gran cambio de España, cuando un  nuevo acontecimiento se asomó a las páginas de los periódicos de mayor tirada y lo que era aún más importante, a la pequeña pantalla de la única televisión que en aquellos momentos teníamos: un español, un hombre totalmente desconocido, había inventado un motor que funcionaba con agua.
Como es natural, en un momento en el que nuestra economía era enormemente deficitaria y que tanto dependíamos del petróleo que unos años después nos llevó a la primera gran crisis de los últimos tiempos, el que un español inventase un motor movido por agua era una noticia de primera magnitud.
Su inventor era un perito industrial nacido en Valle de la Serena, Badajoz, afincado en Sevilla y llamado Arturo Estévez Varela que había inscrito la patente de su invento en julio de 1970, registrada con el número P0381684.
No solamente en España se dio tratamiento de honor a la noticia, el mundo entero, acogió con grandes expectativas lo que podría ser una solución a la dependencia energética del petróleo.
Don Arturo, como la prensa del momento le llamaba, presentó su invento en su pueblo natal, a donde acudieron algunas autoridades, no todas las que el inventor hubiese deseado, pero sí muchas, para aquella época, en la que apenas salíamos del oscurantismo.
Como es natural, el inventor ofreció a los medios informativos la documentación que se podía dar y concluyó dando un largo paseo en una motocicleta que utilizaba el hidrógeno del agua como combustible y el oxígeno, su otro componente, como comburente necesario. El resultado es que la motocicleta caminó y caminó, hasta que todos se hartaron de la demostración y se marcharon a tomar una copa de “vino español”, con la que se cerraban todos estos actos y que, por supuesto, pagaba el inventor.
¡Cuatro litros de agua eran capaces de hacer recorrer novecientos kilómetros a aquella motocicleta!, decía don Arturo, pero el tema era demasiado bonito para que fuese de una singularidad así.
El inventor cogió un botijo y dio un trago de agua, luego volcó el  búcaro en un depósito al que añadió unas bolitas de una sustancia que no desveló, arrancó la motocicleta y empezó a circular con ella. Hoy se sabe que aquellas bolas eran de boro, un metaloide muy abundante en la naturaleza, pero nunca libre, por lo que ha de obtenerse a partir de otras sustancias. Ese elemento era absolutamente necesario para potenciar la reacción química en la que se produjese la descomposición del agua en hidrógeno y oxígeno con la fuerza adecuada para desprender tal cantidad del primero de los gases que fuese capaz de ser comprimido y explotado a continuación, usando un motor de combustión interna como los que se venían fabricando en la época.

El inventor, el botijo y la motocicleta

En un derroche de esplendidez, el inventor regaló la patente al estado español que en principio no sabía qué hacer con aquel invento.
La cosa alcanzó tal magnitud que en la polémica intervino el mismo Franco, que zanjó la cuestión encargando al Colegio oficial de Ingenieros un informe sobre la viabilidad del proyecto.
No se conoce la composición del equipo que examinó minuciosamente el invento, lo que sí se sabe es que la conclusión fue que la obtención del boro a un porcentaje de pureza como requería el funcionamiento de aquel motor, alcanzaba cifras que lo hacía muchísimo menos rentable que la gasolina.
El pragmático Franco zanjó el asunto mandando archivar aquel invento, apostrofando que ya habíamos hecho bastante el ridículo como para seguir en el intento.
Ha pasado casi medio siglo y no se ha vuelto a hablar de don Arturo y de su invento, si bien, de vez en cuando, en alguna parte del mundo surge la noticia de que un fulano ha inventado un motor que funciona con agua.
Don Arturo no era ningún ingenuo ni ignorante. A  su nombre hay registradas veintidós patentes de inventos que van desde un asador de pollos por rayos infrarrojos, máquina para aventar cereales, que hoy se emplea en las cosechadoras, acumuladores de energía, y hasta un diseño de alas especiales para aplicarlas en la aviación al objeto de disminuir la caída de aeronaves y satélites artificiales. Si alguien está interesado, en la Oficina Española de Patentes y Marcas están registrados todos los inventos de Arturo Estévez Varela.
Hace unos días se ha dado a conocer un invento capaz de extraer el agua del aire de los desiertos, con lo que se podría paliar el problema de las sequías y hambrunas en todo el mundo, porqué no se ha ahondado más en el tema de este invento.
Siempre surgen las llamadas políticas conspiranoicas y el hecho de que en Estados Unidos hubiesen asesinado a Stanley Meyer, un inventor que también había anunciado la construcción de un motor de agua, justo el día antes de firmar un contrato con el Ministerio de Defensa de EE.UU, vino a arrojar leña al fuego.
Se decía que la grandes petroleras habían acallado el invento pagando fuertes sumas por la patente, para después dejarla dormir y no perjudicar el inmenso negocio del petróleo, también se decía la prudencia del gobierno de Franco de no hacer un ridículo internacional cuando estábamos empezando a incorporarnos a las sociedades occidentales. Por último, quizás lo que fuera más razonable: el precio del boro cristalino de un 99% de pureza necesario para provocar la reacción.
Pero quizás había otras dos razones y la primera era de orden político. El primer productor de boro del mundo era la URSS y a ningún país occidental le apetecía iniciar una dependencia de aquella nación comunista, pues si se implantaba este motor, la producción de boro experimentaría una demanda muy superior. La segunda la falta de interés para investigar seriamente sobre el asunto.
Después de medio siglo, el invento de don Arturo no está olvidado y hay varios departamentos técnicos de Universidades, sobre todos la americana de Minnesota que está trabajando desde hace años en este campo con la intención de perfeccionar el invento y producir motores de una manera rentable.
Igualmente el servicio de investigación tecnológica del gobierno de Israel se encuentra trabajando seriamente en el invento y es muy posible que en breve tengamos alguna noticia al respecto.
Para mí hay algo claro que debe prevalecer. Lo primero es determinar que el invento no es un fraude, que un motor de agua puede funcionar, aunque sea agregándole boro y este resulte muy caro, porque desde el primer motor de explosión de gasolina hasta los actuales, hay una separación sideral y es cuestión de investigar para rentabilizar el invento.
Por otro lado no es despreciable considerar que este motor sería anti contaminante, pues de su escape saldría oxigeno que ayudaría a combatir la contaminación atmosférica, el efecto invernadero y el agujero de la capa de ozono.
No sería ninguna tontería, don Arturo.

2 comentarios:

  1. Recuerdo perfectamente todo lo que relatas, muy bien por cierto...¿Ha llegado el futuro o no ha servido de nada?

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  2. Siempre que se han producido descubrimientos importantes o incluso modelos de utilidad de procesos productivos, han sido adquiridos por empresas a las que no les beneficiaba su utilización y eran comprados por las mismas con el titulo de "PATENTES DEFENSIVAS", para no emplearlos.

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