En los últimos tiempos nos están
haciendo un lio tan tremendo a la hora de elegir qué vehículo comprar que muchos no nos decidimos a cambiar de
coche hasta que nos aclaren las posibilidades.
El motor diesel, que echaba mucho
humo, pero que contaminaba poco, decían, resulta que ahora contamina una
barbaridad. Su publicidad era: El kilometro a mitad de precio, porque los
motores consumían menos combustible que además, era mucho más barato que la
gasolina. Pero los gobiernos estuvieron rápidos en aumentar los impuestos del
gasoil y equiparar el precio con la
gasolina, aun cuando el producto costaba la mitad. Era mucho más rentable pues
hasta la equiparación del precio, todo eran beneficios para el Estado.
A este política impositiva se unió el
avance tecnológico que se iba introduciendo en los motores de gasolina, cada
vez más eficaces y con menos consumo y averías, hasta resultar que ahora son
más recomendables. En este apartado la consigna catastrofista de que en pocos
años se dejaran de fabricar los motores diesel, cierra el círculo evolutivo y
hace que nos decantemos por el motor de gasolina.
Porque las alternativas de vehículos
híbridos son un parche que no conducen a nada. Si sales a carretera, el motor
eléctrico no funciona prácticamente, por lo que todo el trayecto se desarrolla
quemando gasolina y solamente en recorridos urbanos, sin que se pueda pasar de
cincuenta kilómetros a la hora, estará funcionando el motor eléctrico, pero,
¡oh fatalidad!, la batería dura poquísimo, apenas dos o tres kilómetros y
entonces vuelta al motor de explosión y a recargar la batería.
Al menos es así en nuestro Toyota
Hibrid, líder mundial en este segmento.
El coche eléctrico necesita recargar
baterías cada trescientos o cuatrocientos
kilómetros y el proceso de recarga puede durar más de una hora. No es
solución para nadie que emprenda un viaje de más kilómetros.
¿Son estas las únicas alternativas que
existen para la automoción? No lo sé, pero voy a contar una historia que tiene
ya algunos años y de la que se habla poquísimo, casi nada.
Se iniciaba la década de los setenta,
aquella que produjo el gran cambio de España, cuando un nuevo acontecimiento se asomó a las páginas
de los periódicos de mayor tirada y lo que era aún más importante, a la pequeña
pantalla de la única televisión que en aquellos momentos teníamos: un español,
un hombre totalmente desconocido, había inventado un motor que funcionaba con
agua.
Como es natural, en un momento en el
que nuestra economía era enormemente deficitaria y que tanto dependíamos del
petróleo que unos años después nos llevó a la primera gran crisis de los
últimos tiempos, el que un español inventase un motor movido por agua era una
noticia de primera magnitud.
Su inventor era un perito industrial
nacido en Valle de la Serena, Badajoz, afincado en Sevilla y llamado Arturo
Estévez Varela que había inscrito la patente de su invento en julio de 1970,
registrada con el número P0381684.
No solamente en España se dio
tratamiento de honor a la noticia, el mundo entero, acogió con grandes
expectativas lo que podría ser una solución a la dependencia energética del
petróleo.
Don Arturo, como la prensa del momento
le llamaba, presentó su invento en su pueblo natal, a donde acudieron algunas
autoridades, no todas las que el inventor hubiese deseado, pero sí muchas, para
aquella época, en la que apenas salíamos del oscurantismo.
Como es natural, el inventor ofreció a
los medios informativos la documentación que se podía dar y concluyó dando un
largo paseo en una motocicleta que utilizaba el hidrógeno del agua como
combustible y el oxígeno, su otro componente, como comburente necesario. El
resultado es que la motocicleta caminó y caminó, hasta que todos se hartaron de
la demostración y se marcharon a tomar una copa de “vino español”, con la que
se cerraban todos estos actos y que, por supuesto, pagaba el inventor.
¡Cuatro litros de agua eran capaces de
hacer recorrer novecientos kilómetros a aquella motocicleta!, decía don Arturo,
pero el tema era demasiado bonito para que fuese de una singularidad así.
El inventor cogió un botijo y dio un
trago de agua, luego volcó el búcaro en
un depósito al que añadió unas bolitas de una sustancia que no desveló, arrancó
la motocicleta y empezó a circular con ella. Hoy se sabe que aquellas bolas
eran de boro, un metaloide muy abundante en la naturaleza, pero nunca libre,
por lo que ha de obtenerse a partir de otras sustancias. Ese elemento era
absolutamente necesario para potenciar la reacción química en la que se
produjese la descomposición del agua en hidrógeno y oxígeno con la fuerza
adecuada para desprender tal cantidad del primero de los gases que fuese capaz
de ser comprimido y explotado a continuación, usando un motor de combustión
interna como los que se venían fabricando en la época.
El inventor, el botijo y la
motocicleta
En un derroche de esplendidez, el
inventor regaló la patente al estado español que en principio no sabía qué
hacer con aquel invento.
La cosa alcanzó tal magnitud que en la
polémica intervino el mismo Franco, que zanjó la cuestión encargando al Colegio
oficial de Ingenieros un informe sobre la viabilidad del proyecto.
No se conoce la composición del equipo
que examinó minuciosamente el invento, lo que sí se sabe es que la conclusión
fue que la obtención del boro a un porcentaje de pureza como requería el
funcionamiento de aquel motor, alcanzaba cifras que lo hacía muchísimo menos
rentable que la gasolina.
El pragmático Franco zanjó el asunto
mandando archivar aquel invento, apostrofando que ya habíamos hecho bastante el
ridículo como para seguir en el intento.
Ha pasado casi medio siglo y no se ha
vuelto a hablar de don Arturo y de su invento, si bien, de vez en cuando, en
alguna parte del mundo surge la noticia de que un fulano ha inventado un motor
que funciona con agua.
Don Arturo no era ningún ingenuo ni
ignorante. A su nombre hay registradas
veintidós patentes de inventos que van desde un asador de pollos por rayos
infrarrojos, máquina para aventar cereales, que hoy se emplea en las
cosechadoras, acumuladores de energía, y hasta un diseño de alas especiales
para aplicarlas en la aviación al objeto de disminuir la caída de aeronaves y
satélites artificiales. Si alguien está interesado, en la Oficina Española de
Patentes y Marcas están registrados todos los inventos de Arturo Estévez
Varela.
Hace unos días se ha dado a conocer un
invento capaz de extraer el agua del aire de los desiertos, con lo que se
podría paliar el problema de las sequías y hambrunas en todo el mundo, porqué
no se ha ahondado más en el tema de este invento.
Siempre surgen las llamadas políticas
conspiranoicas y el hecho de que en Estados Unidos hubiesen asesinado a Stanley
Meyer, un inventor que también había anunciado la construcción de un motor de
agua, justo el día antes de firmar un contrato con el Ministerio de Defensa de
EE.UU, vino a arrojar leña al fuego.
Se decía que la grandes petroleras
habían acallado el invento pagando fuertes sumas por la patente, para después
dejarla dormir y no perjudicar el inmenso negocio del petróleo, también se
decía la prudencia del gobierno de Franco de no hacer un ridículo internacional
cuando estábamos empezando a incorporarnos a las sociedades occidentales. Por
último, quizás lo que fuera más razonable: el precio del boro cristalino de un
99% de pureza necesario para provocar la reacción.
Pero quizás había otras dos razones y
la primera era de orden político. El primer productor de boro del mundo era la
URSS y a ningún país occidental le apetecía iniciar una dependencia de aquella
nación comunista, pues si se implantaba este motor, la producción de boro
experimentaría una demanda muy superior. La segunda la falta de interés para
investigar seriamente sobre el asunto.
Después de medio siglo, el invento de
don Arturo no está olvidado y hay varios departamentos técnicos de
Universidades, sobre todos la americana de Minnesota que está trabajando desde
hace años en este campo con la intención de perfeccionar el invento y producir
motores de una manera rentable.
Igualmente el servicio de
investigación tecnológica del gobierno de Israel se encuentra trabajando
seriamente en el invento y es muy posible que en breve tengamos alguna noticia
al respecto.
Para mí hay algo claro que debe
prevalecer. Lo primero es determinar que el invento no es un fraude, que un
motor de agua puede funcionar, aunque sea agregándole boro y este resulte muy
caro, porque desde el primer motor de explosión de gasolina hasta los actuales,
hay una separación sideral y es cuestión de investigar para rentabilizar el
invento.
Por otro lado no es despreciable
considerar que este motor sería anti contaminante, pues de su escape saldría
oxigeno que ayudaría a combatir la contaminación atmosférica, el efecto
invernadero y el agujero de la capa de ozono.
No sería ninguna tontería, don Arturo.
Recuerdo perfectamente todo lo que relatas, muy bien por cierto...¿Ha llegado el futuro o no ha servido de nada?
ResponderEliminarSiempre que se han producido descubrimientos importantes o incluso modelos de utilidad de procesos productivos, han sido adquiridos por empresas a las que no les beneficiaba su utilización y eran comprados por las mismas con el titulo de "PATENTES DEFENSIVAS", para no emplearlos.
ResponderEliminar