jueves, 22 de abril de 2021

EL SOLDADO Y EL GRECO

 

Si durante todo el Renacimiento hubo un pintor que desarrollara un estilo más personal e inconfundible, fue El Greco, un pintor de finales del siglo XVI y principios del XVII.

Asentado en Toledo, ciudad donde falleció, pintó siempre a personajes importantes de su época, pero de entre sus innumerables cuadros de figuras famosas y personajes trascendentales de su tiempo, se ha colado un retrato hecho a un soldado prácticamente desconocido.

Soldado que, por cierto, no ha tenido nunca el renombre y la fama que se hubo merecido y no ha sido hasta muy recientemente que su figura ha empezado a salir de la penumbra en la que ha permanecido durante cuatro siglos.

Se trata de Julián Romero de Ibarrola nació en la provincia de Cuenca en 1518, hijo de un hidalgo vasco y una conquense. Con 15 años se unió a un batallón de soldados que pasaban por las cercanías de su pueblo e iban a embarcarse en algún puerto del litoral mediterráneo con destino a Túnez y con el fin de recuperar la tan importante plaza, tomada por piratas otomanos.

Pero no pudiéndose incorporar como soldado, por su escasa edad lo hizo desempeñando el puesto de mozo de “atambor”, una especie de asistente del “atamborista” que le llevaba los palillos o cargaba con el instrumento en los momentos en que su jefe descansaba.

No se tienen más noticias de él en esa escaramuza de Túnez, ni qué giro dio su vida a continuación, aunque se sabe que años después sirvió como soldado en Italia, sin que exista constancia documental. Un poco diluido en la vorágine de su tiempo, aparecen 1544 como parte de las tropas licenciadas tras el asedio de Saint-Dizier que fueron trasladadas por mar hasta Inglaterra, en donde el rey Enrique VIII aprovechó para contratarlas como mercenarios a su servicio.

El asedio de Saint-Dizier tuvo lugar dentro de las llamadas Guerras Italianas que enfrentaron al emperador Carlos V y su aliado el rey inglés Enrique VIII, a una alianza contra natura de Francisco I, rey de Francia y el sultán otomano Solimán I, El Magnífico.

Así se comprende que, tras el asedio, licenciadas las tropas españolas, pasaran al servicio de Enrique VIII, aliado de España.

Formando parte del contingente inglés, a las órdenes de Pedro de Gamboa se enfrentaron a los escoceses en 1545, infligiéndoles una dura derrota que dejó más de quince mil muertos y dos mil prisioneros, en una jornada que los escoceses recuerdan como Sábado Negro. En esa gran batalla Ibarrola alcanzó fama de aguerrido guerrero y estratega.

Seguidamente se traslada con su batallón a las posesiones inglesas en territorio francés, en la zona de Calais, donde las escaramuzas contra el ejército francés eran constantes.

Su fama se acrecentó cuando el capitán español Antonio Mora, al servicio del rey francés, retó en duelo al capitán español Pedro de Gamboa, a cuyas órdenes servía Julián Romero, el cual, dado el estado de salud de su capitán, se ofreció como paladín para luchar contra el otro español.

Romero fue aceptado en sustitución y resultó vencedor en un duelo en el que no se enfrentaban solamente los dos capitanes, sino que como cada uno pertenecía a un bando, se interpretó como una escenificación de la lucha entre Enrique de Inglaterra y Francisco de Francia.

El duelo se preparó en Fontainebleau, muy cerca de París y contó con la asistencia del rey francés con su heredero, el Delfín Enrique y de embajadores ingleses.

Tras su triunfo vino el reconocimiento en forma de premio por parte francesa y el nombramiento de Sir por parte inglesa, a la vez que el reconocimiento de caballero que sirve bajo su propia bandera, un título para definir a los mercenarios como cuerpos de ejército, igual que en Italia lo fueron los condotieros.

 

Retrato en el que menciona su nombramiento  de Maestre de Campo

 En el año 1549 fue nombrado mariscal de campo, en sustitución de su jefe Gamboa, alcanzando un alto prestigio en toda Inglaterra, pero al caer en desgracia Lord William Paget, el hombre de estado de Enrique VIII, la política de contratación de tropas cambió radicalmente y los soldados españoles hubieron de volver a territorios nacionales; en este caso pasaron a Flandes, donde Romero Ibarrola, con el grado de capitán y sus huestes, se integraron en el ejército de Carlos V.

 Una vez en territorio flamenco participó en la defensa del Principado de Lieja, perteneciente al Sacro Imperio y dos años más tarde en la defensa de Picardía, una región al norte de Francia que limita con Normandía y Bélgica, en donde fue hecho prisionero, consiguiendo la libertad por canje.

No está demostrado pero parece que Felipe II se lo llevó a Inglaterra como jefe de su escolta personal, durante el tiempo que duró su matrimonio con su tía María Tudor.

Nuevamente como capitán de los Tercios, participa en la batalla de San Quintín, durante la que perdió una pierna al ser alcanzado por una bala de mosquete.

Esta batalla fue de extraordinaria importancia, pues se calcula que el ejército francés perdió alrededor de veinte mil hombres entre fallecidos, heridos y prisioneros y entre estos últimos, un millar de nobles franceses; al mando de las fuerzas centrales del ejército español, se encontraba el capitán Romero con un comportamiento heroico.

A pesar de su grave herida, un año más tarde ya estaba recuperado, para recibir del rey el hábito de la orden de Santiago, con el que participó en otra importante batalla, la de Gravelinas, con la que el rey francés Enrique II quiso vengar la derrota de San Quintín y nuevamente salió derrotado en una batalla que puso fin al enfrentamiento entre este rey y el Imperio español.

Después de las campañas flamencas, Romero Ibarrola participa activamente en la defensa del puerto de La Goleta, en Túnez, tras lo que pide al rey retirarse de la vida activa.

Pero dura poco el reposo del guerrero, porque en 1565, tres años después, Felipe II lo envía al frente del Tercio de Sicilia, en socorro de la isla de Malta, asediada por los turcos.

A la muerte del maestre de campo de este Tercio, Romero fue nombrado para sustituirlo y nuevamente, ya con elevado grado militar, marcha con su Tercio a Flandes, donde hay constancia de su presencia en 1567.

Aparte de la pérdida de una pierna, en diversos combates perdió un brazo y un ojo, pero nada de eso fue obstáculo para que este aguerrido soldado no siguiera peleando, colmándose de éxitos y de reconocimientos, hasta el punto que en 1572, el rey Felipe II lo nombró miembro del Consejo de Guerra en Flandes.

Es lamentable que personajes de la envergadura de Julián Romero hayan pasado casi inadvertidos durante muchos años, cuando sus propios contemporáneos ya le concedieron los reconocimientos y méritos que se había ganado y así, Lope de Vega compuso una comedia basada en el personaje que lleva por título el nombre de nuestro héroe.

Pero es más, algunos autores extranjeros también lo mencionan como importante hombre de armas del siglo XVI que de mozo de tambor, llegó a Maestre de Campo, lo que equivaldría a general en los ejércitos actuales.

Pero si hay algo que realmente ensalce la figura de este casi anónimo militar, es lo que se decía al principio de estas líneas y es que El Greco se avino a pintarlo y su cuadro está expuesto en el Museo de El Prado.

Quizás por ese detalle la dejadez con que ha sido tratado el personaje, haya sido compensada sobradamente y a pesar de la desidia y el olvido, coloque en la historia a Julián Romero de Ibarrola.

 

Retrato de Julián Romero con el hábito de Santiago


4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Este es el drama de la historia de España y de los hombres que la hicieron posible. Duele ver como personajes más mediocres de otros países son recordados, e incluso venerados, mientras que los españoles, con más mérito, son olvidados. Un ejemplo es el de Blas de Lezo y Edward Vernon. Mientras que en Inglaterra Vernon es recordado, a pesar de la humillación a la que fue sometido por Blas de Lezo en Cartagena de Indias, aquí a Blas de Lenzo se le condeno después de muerto y hoy en día casi todos solo lo identifican con un caso de corrupción política porque algún cretino se le ocurrió la idea de profanar su nombre uniéndolo a tal fin. Por desgracia no es el único caso ya que si comparáramos a ilustres personajes que han pasado a la historia universal como Francis Drake, George Washington o el mismísimo Almirante Nelson con sus homónimos españoles quizás para algunos sería una sorpresa el comprobar que los nuestros no solo estuvieron a la altura sino que, una vez eliminada la leyenda que a todos esos conocidos héroes le adornan, los superaron con creces. Quizás sea porque para lo que otros solo puede ser leyenda para nosotros es historia.

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  3. Mientras lo leía pensaba en Blas de Lezo.
    Ahora parece que se le está reconociendo un poco.
    Más vale tarde...

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