Buscando
documentación para el artículo de hace unas semanas, me encontré con una interpretación
muy singular acerca de la denominada “Pax
Romana” que al final de sus largos dos siglos, la estudiaba como inicio de
una época de problemas graves y además como una de las situaciones claves para
la desmembración del imperio romano de occidente que me dio qué pensar.
La Pax Romana es una expresión con la que
se define un período de tiempo de dos siglos, aproximadamente, que según
algunos autores comenzó con el imperio, tras la proclamación de Octavio Augusto
como primer Cesar Imperator y acabó con la crisis del siglo III, época de
anarquía militar, social y política que duró cincuenta años y acabó con el
ascenso al trono del emperador Diocleciano.
Para otros
habría comenzado mucho antes y terminado también antes de la citada crisis.
No tienen
mucha importancia estos datos sino lo que se consiguió en ese período de
doscientos años y es que dentro del imperio se vivía con absoluta tranquilidad
y libertad, sin ningún tipo de sobresalto; incluso fuera de sus fronteras,
fuera de los “limes”, también se
vivía con cierta tranquilidad, temerosos todos los pueblos limítrofes del
imperio de la poderosa fuerza militar de Roma, con la que convenían más los
pactos que la beligerancia, razón por la que eran muy condescendientes.
Pero esa pax y siempre bajo el prisma de los
autores de los que me he servido, trajo a la larga consecuencias desfavorables,
pues se apoderó de todo el imperio una especie de molicie en la que las
legiones romanas dejaron de ser temibles y los ciudadanos perdieron la
capacidad de defenderse por sí mismos, haciéndose vulnerables a cualquier
ataque, por débil que éste fuera.
A la vez,
se produce un profundo desequilibrio entre los gastos y los recursos, entre el
consumo y la producción, entre el campo que va siendo sistemáticamente
abandonado y la ciudad.
Consecuencia
final es que el estado deja de proteger tanto el interior como las fronteras y
se produce un vacío de poder militar que afecta negativamente a todas las condiciones
de vida romanas.
En ese
contexto surge un movimiento realmente singular. Son los bagaudas, término con el
que se designa a los miembros de las numerosas bandas surgidas espontáneamente
en la Galia y en Hispania que participaron en una larga lista de rebeliones que
se sucedieron después de la crisis del siglo III y que se prolongaron hasta el
siglo V, y cuyo significado en galo es el de tropas o guerrero, pero que en
latín tiene un significado muy distinto,
pues viene a significar ladrón o revoltoso.
Estas
bandas, o partidas, estaban compuestas esencialmente por soldados desertores de
las legiones, colonos pobres que evadieron sus obligaciones fiscales y
peligraban de ir a la cárcel, esclavos huidos, delincuentes y malhechores de
todo tipo, e incluso grupos de guerreros bárbaros.
En
definitiva, de uno u otro modo los bagaudas eran bandidos organizados cuyas
primeras noticias de su existencia llegan durante el reinado del emperador
Cómodo entre el año 180 y 192 d.C., cuando uno de estos grupos revoltosos, dirigidos
por un tal “Martenus”, del que no se sabe prácticamente nada, el cual se rebeló
contra el poder de Roma y cuya insurrección acabó pronto, aplastados por el
poder romano. Sin embargo, mejor organizados, rebrotaron en tiempos de Septimio
Severo, en 196 d.C., aunque también con escaso recorrido.
La
siguiente noticia que se tiene es en el año 269, cuando en todo el sur de la
Galia se produce una permanente sublevación con visibles muestras de ataque al
poder de Roma y que perduró hasta alrededor del año 284, coincidiendo con el
acceso al trono de Diocleciano. Esta sublevación circunscribió su zona de
actuación exclusivamente al territorio conocido como Aquitania.
Aprovechando luchas intestinas por el poder,
la presión de pueblos bárbaros y los problemas que antes se expusieron, un contingente
importante, con cierta disciplina y formación militar integrado casi
exclusivamente por los elementos sociales antes referidos, soldados desertores,
campesinos y bandidos, al mando de dos generales romanos descontentos con la
política del imperio, llamados “Eliano” y “Amando”, se levantaron contra Roma.
La amenaza
parecía tan seria que el emperador envió un ejército al mando de Hércules
Maximiano que consiguió aplastar la rebelión e impuso nuevamente el orden.
Busto del general Hércules Maximiano
La segunda
aparición importante de rebelión por parte de los bagaudas, tuvo lugar más de
un siglo después, también en las Galias, propiciado igual que la anterior por
la debilidad interna del imperio y las presiones fiscales ejercidas sobre los
ciudadanos de las clases más desfavorecidas.
Un año
antes del saqueo de Roma por Alarico y sus huestes visigodas, los bagaudas se
envalentonaron intuyendo la debilidad del imperio, pero Honorio, a la sazón
emperador de occidente, hizo lo mismo que su antecesor Diocleciano, enviando un
poderoso ejército a reprimir con toda dureza el movimiento rebelde.
Pero a
partir de ese momento, ya acosado el imperio por los pueblos bárbaros como los
hunos, alanos, visigodos y ostrogodos, Roma es incapaz de controlar las
rebeliones internas y ha de servirse para controlarlas del auxilio de esos
mismos bárbaros que intentan apoderarse del imperio.
Hispania
no quedó al margen de las revueltas bagáudicas
y así, mediado el siglo V, el líder Basilio y su gente asolaron el valle
del Ebro y en Tarazona, actual provincia de Zaragoza y sede episcopal, llegaron
a matar al obispo León.
Sobre este
personaje apenas existe documentación, pero se le cita en las únicas crónicas
que se han localizado sobre el movimiento bagáudico en Hispania, escritas por
un obispo llamado Hidacio del que se hace eco san Isidoro de Sevilla, casi la
única fuente fiable de aquel período de nuestra historia.
Entre las
causas del levantamiento de estos colectivos, formando casi un ejército, además
de las ya expresadas de aspecto económico, existía un germen revolucionario que
pretendía separarse del poder de Roma.
Es decir,
una especie de bandolerismo con clara tendencia al separatismo social y
nacional que manifiesta un rechazo total hacia las normas romanas y una
carencia total de ideología común.
Estos
pseudo ejércitos se mantienen de aportaciones voluntarias, extorsiones y del
pillaje, pero ciertamente en ellos buscan protección muchos hispano romanos a
los que la Metrópoli ya no protege. De alguna manera esta es una situación que
se considera como germen de lo que más tarde sería el feudalismo, por supuesto
que con innumerables variaciones.
En la
Galia y en Hispania, el movimiento tuvo muchísima más trascendencia que en
otras zonas del imperio y tuvo su mayor concentración de influencia en las
zonas limítrofes entre los dos espacios geográficos, en donde se acrecentó más
el espíritu de independencia.
Algunos autores que han estudiado el tema en profundidad quitan hierro a este movimiento rebelde, tachándolo más de bandolerismo con algunas ideas separatistas y con la finalidad principal de la subsistencia y el ánimo independentista de fondo, que como verdaderos ejércitos luchando contra la metrópoli.
Cualquier parecido con la situación actual de nuestro país es pura coincidencia.
País Vasco, Cataluña...simple coincidencia. Lo peor es que no somos "esa Roma poderosa", si no un pequeño gran País, con gobernante mediocres e ineptos...
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