viernes, 13 de agosto de 2021

"HERMANO CRISÓSTOMO"

 

Con este extraño nombre fue conocido, al final de su vida, un hombre tan inteligente y adelantado a su tiempo, como singular.

Se trata de Louis Sebastien Lenormand, cuya sola mención de su nombre dejará indiferente a casi todo el mundo, pues es, en verdad, una persona conocida, pero al explicar un poco su vida, sus descubrimientos y su pensamiento, quizás coincidamos en reseñarlo como una mente privilegiada.

Lenormand nació en Montpellier en mayo de 1757, en el seno de una familia de artesanos acomodados, pues su padre era relojero, una profesión muy en auge en aquellos tiempos.

Estudió física y química con el importante científico Lavoisier, destacando en sus conocimientos sobre la fabricación de la pólvora.

Terminados los estudios, volvió a Montpellier empezando a trabajar en el taller de relojería de su padre, frecuentando la sociedad intelectual de la ciudad.

En cierta ocasión presenció un espectáculo de funambulismo en el que un equilibrista tailandés caminaba por un delgado cable ayudado por una sombrilla para mantener el equilibrio.

A partir de ese momento comenzó a realizar estudios y experimentos sobre un dispositivo que él mismo llamó “paracaídas” (para=contra en latín; chute=caída en francés).

Lenormand comenzó experimentando saltos desde poca altura, para lo que se subía a árboles, desde los que se tiraba consiguiendo disminuir la velocidad de la caída con dos paraguas a los que había modificado su estructura a fin de que ofrecieran mas resistencia al aire.

A base de diseño y constancia, fue perfeccionando y agrandando su prototipo de paracaídas y por fin se decidió a hacer una pública demostración de su invento. Así el día 26 de diciembre de 1783, Lenormand saltó desde la torre del observatorio astronómico de Montpellier ante una multitud que se había congregado con la insana aspiración de ver como el atrevido inventor se estrellaba contra el suelo.

Pero no fue así. Lenormand había preparado muy escrupulosamente el evento para el que utilizó un tejido muy fino y tupido, una estructura de madera de unos cuatro metros de diámetro y una especie de barquilla a la que se sujetaba.

Provisto de su “parachute”, descendió suavemente sin causarse ningún daño y ante la admiración de todos sus convecinos.

Entre el público se encontraba uno de los hermanos Montgolfier, que en junio de aquel año habían hecho elevarse un globo aerostático hecho de papel y tela, con una barquilla en la que se colocaron un gallo, una oveja y un pato. El evento tuvo lugar en los jardines del palacio de Versalles, ante el rey Luis XVI y su esposa María Antonieta.

Llegados a este punto, en el que por primera vez en la historia una persona hace un descenso controlado, es necesario hacer varias reflexiones. La primera es decir que Lenormand no inventó el paracaídas que ya lo había diseñado Leonardo da Vinci, pero como muchos de los inventos del sabio renacentista, se quedaron solo en bocetos y descripciones. Muy pocos de sus inventos fueron los que soportaron el experimento y la comprobación empírica de su viabilidad. Por tanto si que cabe al inventor francés la gloria de haber demostrado que el paracaídas funciona.

Sin duda que la presencia de Montgolfier en aquel acto era para interesarse por eficacia de aquel invento y en su caso aplicarlo en futuras experiencias a tripulantes humanos de la barquilla de su globo.

La segunda reflexión es acerca de cómo se le ocurrió inventar el paracaídas cuando aun no había sido inventado ningún artilugio volador, aparte del aerostato de los Montgolfier que ocupado por animales, hacía imposible su utilización. Esta tiene una fácil explicación. En el siglo XVIII, igual que en los anteriores y parte de los posteriores, la única forma de alumbrarse en las noches eran las antorchas, las velas, los quinqués, las lámparas de aceite, etc., todos con el común de usar una llama. Eso hacía muy peligrosa la vida nocturna y eran numerosos los incendios que se producían en los edificios, los cuales, además, reunían la particularidad de usar mucha madera en su construcción, por lo que el fuego se propagaba con suma facilidad, cogiendo a los inquilinos en una ratonera difícil de escapar.

 

Grabados de la escena y del paracaídas 

Por eso, en muchos incendios, el mayor número de víctimas se producían por precipitación al vacío, huyendo de las llamas.

Lenormand quiso con su invento, poner a disposición del pueblo un artilugio con el que arrojarse a la calle sin necesidad de pagar con la vida. Claro que esto era una quimera pues supondría tener un artilugio que no era plegable como los actuales, por cada habitante del inmueble.

Tras el éxito de su demostración, el inventor quiso establecer las bases físicas sobre las que su invento se fundamentaba y para gozar de una mayor concentración, decidió ingresar en un convento cartujo, yendo a parar al monasterio de Saïx, en el Mediodía francés y cercano a Montpellier, en donde se le permitió continuar con sus estudios, aunque siendo una materia tan profana como aquella que retaba a la ley de la gravedad, no era bien visto por la generalidad de los monjes.

Un tiempo después abandonó la clausura durante la Revolución Francesa, llegando a contraer matrimonio y trasladándose a Albi, ciudad famosa por haber sido el último reducto de la herejía “albigense”, propagada por los cátaros.

En Albi se dedicó as enseñar tecnología en una escuela universitaria fundada por su suegro.

En plena ebullición revolucionaria, se trasladó a París en donde obtuvo una plaza de funcionario en unas oficinas del Ministerio de Hacienda.

A partir de ese momento Lenormand empezó a publicar artículos en diversas revistas tecnológicas, consiguiendo ganarse un lugar entre los tecnólogos franceses, a la vez que patentaba algunos otros inventos como un bote accionado por unas palas movida por pedales, que curiosamente existen actualmente en casi todas las playas del mundo. Se llama “hidropedal” y es un sencillo y eficaz mecanismo.

Construyó el reloj que continúa instalado en el Teatro de la Ópera de París. También diseñó un sistema de alumbrado público, pionero de los empleados mas tarde, primero con gas y luego con electricidad.

Conseguida la jubilación, dedicó todo su tiempo a transmitir sus conocimientos mediante la publicación de varios libros como Los anales de la industria nacional y extranjera, El Mercurio tecnológico y desde 1822 hasta su fallecimiento en 1837, veintidós tomos de El diccionario tecnológico.

Aproximadamente en 1830, regresó a Saïx, donde vivía su familia, se divorció de su esposa y volvió a ingresar en un convento como hermano lego y con el nombre que da título a este artículo “Hermano Crisóstomo”.

En el certificado de defunción, extendido el 4 de abril de 1837 figura su profesión como profesor de teología, quizás porque la persona que lo extendió no habría oído hablar nunca de tecnología y confundió ambos términos.  

Louis Sebastien Lenormand


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