Decía en
el último párrafo del artículo de la semana pasada que además de otras experiencias
anteriores a su cinematógrafo, los hermanos Lumiere aprovecharon la idea
concebida por un sacerdote español, para poner a punto lo que resultó no ser su
invento, pero sí su logro.
Y esto no
es invención ni ganas de quitar méritos a quien en verdad los tiene, es
reconocérselos a quienes se lo han merecido y no han sido reconocidos por la
posteridad.
Este es el
caso del sacerdote de la orden de los Paules, Mariano Díez Tobar.
Nació
Mariano en Tardajos, un pueblo a unos diez kilómetros al oeste de Burgos, el
día 21 de mayo de 1868. Hijo de una familia humilde, su padre, Alejo, era
labrador y su madre, Petra, se dedicaba exclusivamente a las labores del hogar.
Destacó
como estudiante y sus profesores lo enviaron a los diez años a que completara
su formación en un pueblo cercano, Las Quintanillas, donde rápidamente fue
captado por el clero que le ofreció la posibilidad de continuar estudios en un
seminario, cosa que el joven Mariano aceptó y con catorce años ingresó en el
colegio seminario de Sigüenza. Un año más tarde entró como fraile en la
Congregación de la Misión que fundara San Vicente Paúl y que se dedicaba a la
evangelización de los pobres y la formación del clero.
Su interés
por la proyección de figuras en movimiento procede de la fascinación que le
causó un espectáculo de sombras chinescas que se representaban con cierta
frecuencia en los llamados teatros de sombras.
Siguió muy
de cerca los trabajos de Plateau y Mybride que se relacionaron en el artículo
anterior y trabajó de manera incansable en el aparato de su invención: el
cinematógrafo.
Mariano Díez, un ayudante y algunos inventos
Durante
todo ese tiempo había estado ejerciendo como profesor de ciencias en un colegio
que la orden de los Paules poseía en Murguía, en la provincia de Álava, en
donde inicia su interés en el desarrollo de la proyección de imágenes animadas
que será el inicio de la cinematografía, como también se expuso en el artículo
precedente y que estaba surgiendo en diferentes países como Alemania, Estados
Unidos y Francia. Es ahí, cuando empieza a dar clases, cuando se inician sus
problemas dentro de la propia congregación, problemas que le acompañarán hasta
el final como más adelante se verá.
En 1892
recibió la orden de presbítero que quedaba entre sacerdote y obispo y ese mismo
año pronunció una conferencia en Murguía sobre el cinematógrafo, que fue
repitiendo en diferentes ciudades que le reclamaban para oír su disertación.
Según se
ha investigado y aclarado recientemente, el padre Mariano, varios años antes de
que los Lumiere patentaran e hicieran público su cinematógrafo, recibió a un
ingeniero y empresario francés llamado Flamereau después de una conferencias en
Bilbao sobre su máquina capaz de grabar y proyectar imágenes en movimiento.
Este ingeniero tenía relaciones con la empresa de los hermanos franceses
dedicada a fabricar placas fotográficas y celuloide y que trabajando en el
perfeccionamiento del cinematógrafo, no conseguían su puesta a punto. Algo
fallaba en el ensamblaje de las imágenes que pasaban ante el obturador, donde
una pieza, llamada Cruz de Malta, las iba secuenciando.
El padre
Mariano le dio a Flemereau la fórmula matemática completa a la que habían de
ajustarse los pasos de las secuencias ante el obturador, la velocidad de
arrastre de la cinta y todos los detalles que él ya había puesto a punto.
Es
necesario aclarar que el sacerdote español no perseguía ninguna gloria y
animaba a cuantos le escuchaban a que practicasen con los conocimientos que él
les transmitía. Eso y no haber patentado ninguno de sus inventos, ha sido causa
fundamental en su tan prolongado anonimato.
Nada más
volver a Francia, Flamereau inició la construcción para los Lumiere de aquel
aparato cuyas descripciones muy pormenorizadas le había facilitado el padre
paúl.
Indudablemente
que los conocimientos que el ingeniero se llevó de España fueron fundamentales
para la puesta en funcionamiento del cinematógrafo, que como se ha demostrado
muy actualmente se debe no a los franceses ni a los estadounidenses, sino a un
español, modesto en sus aspiraciones personales, pero sublime en ingenio y
conocimientos, dándose además la circunstancia que su única formación académica
era el sacerdocio, todo lo demás lo aprendió de manera autodidacta.
Para la
total puesta a punto de este ingenio en Francia, colaboraron diversas personas,
todas muy interesadas en el mundo de la fotografía, como Charles Pathé, pionero en la industria del cine
francés o George Melies, el primer cineasta de la historia.
Pero el
padre Mariano no solamente es el inventor y constructor del cinematógrafo que
fue presentado años después por los Lumiere sino que en su haber hay varios
inventos más dignos de resaltar, aunque, indudablemente, éste fue el que
alcanzó mayor notoriedad. Actualmente en el Museo Etnográfico de Baños de
Molgas, en Orense, se puede ve en una vitrina el cinematógrafo construido por
el sacerdote, conservando un trozo de celuloide, ya casi negro y todas sus
piezas en perfecto funcionamiento.
El cinematógrafo del padre Mariano
Actualmente
existes numerosos programas de ordenador e incluso máquinas electrónicas como
el NotePad capaces de convertir la
voz en escritura y al revés, pero a finales del siglo XIX, donde lo único que
se había conseguido era la grabación de la voz con el fonógrafo inventado por
Edison, era un avance tecnológico impensable.
El
sacerdote burgalés construyó una máquina a la que llamó “logautógrafo” capaz de recoger la voz y transformarla en
escritura, invento por el que se interesó la poderosa firma Olivetti que
construía máquinas de escribir.
Otro
invento fue el “iconoscopio”, un
aparato capaz de captar y transmitir imágenes a distancia, lo que sería un
primer germen de la televisión.
Diseñó y
construyó un reloj que se accionaba con la voz y que tenía en el aula en la que
daba clases y funcionó por espacio de varios años.
Desde
Murguía, el padre fue destinado a Villafranca del Bierzo en el año 1900 y allí
desarrolló su labor contribuyendo a la creación de un Museo de Historia
Natural, donde reunió cuatro mil piezas, así como un laboratorio de física
donde realizaba sus experimentos.
Algunos de
sus avances fueron publicados en forma de artículos sin su autorización por
algunos de sus colaboradores, consciente de que aquellas experiencias debían
ser conocidas en el mundo científico y nuevamente su propia orden se revolvió
contra él, encabezados por el propio padre general que tachaba aquello de
vanidad impropia de un sacerdote paúl.
Reconocido
su trabajo en los medios científicos, las universidades y colegios le
ofrecieron licenciaturas y doctorados en ciencias físicas, todas las que él
rechazó y que enrabietaba aún más a sus detractores, llegando al extremo de que
exigieron al pobre sacerdote que se deshiciera de todas sus investigaciones,
cosa que hizo quemando todos sus trabajos y sus notas.
Las causas
fundamentales que llevaron a un hombre de esta valía a permanecer casi ignorado
durante casi un siglo ya están expuestas y no son otras que la persecución de
su propia orden, con la envidia incluida que achacaba a pactos demoníacos la
consecución de los logros del modesto sacerdote; luego estaba su humildad y su
generosidad al no aprovechar sus descubrimientos de manera exclusiva y
quererlos compartir con todos; la ausencia de patentes que respaldaran sus
invenciones y, sobre todo el acto de humildad y obediencia, sometiéndose a
destruir toda la documentación de sus trabajos.
Por eso,
cuando este año 2021 se cumplen los ciento cincuenta años de su nacimiento y
parte de su familia ha empezado a dar a conocer la trayectoria del sabio
burgalés, no se me ocurre otra cosa que decirle: Bienvenido, don Mariano.
ya estoy contigo, pacoratia
ResponderEliminarDame tu correo electrónico y te tendré al día de las publicaciones. Gracias por seguirme.
EliminarAunque humilde, un gran personaje...qué mala es la envidia.
ResponderEliminarY no será el único
ResponderEliminar