Antes de empezar
a escribir este artículo, me puse en contacto con unos amigos pamploneses y les
pregunté si el personaje de esta historia era muy conocido en Navarra.
La
respuesta no se hizo esperar y era bien escueta. Poco más o menos me vinieron a
decir que con el nombre que yo les daba hay una calle en Pamplona y que el
personaje en cuestión está considerado como el primer rey de Navarra y fundador
de la dinastía Fortún, precisamente el apellido de mi amiga.
Yo no
pregunté por Eneko sino por su nombre castellanizado: Íñigo y añadiendo lo que al
parecer es el apelativo por el que se le conocía: Arista o Aritza, nombre que en vascuence significa roble o persona
fuerte.
Así pues,
Íñigo Arista tiene una calle en Pamplona, perpendicular a la Avenida de
Navarra, en cuya intersección una extraña escultura eterniza la figura del que
se considera primer rey navarro.
Monumento a Íñigo Arista en Pamplona
Pero a
pesar de su calle y de su escultura, como ocurre en muchas ciudades con sus
personajes locales, el tal Arista ha
sido un gran desconocido de la historia de España hasta que muy recientemente
se descubrieron unos textos de un historiador árabe llamado Ibn Haiyan, gracias
a los cuales se puso al personaje en la historia.
Por esos
textos del erudito musulmán, nacido en Córdoba en 987 y fallecido en la misma
ciudad cuando contaba con la increíble edad de 88 años, sabemos que hacia el
año 780 nació en algún lugar de Navarra Eneko
Enékez, es decir, Íñigo cuya figura era someramente conocida por
haber aparecido en dos códices de época posterior a los escritos del musulmán.
Eran los
códices de Rodrigo Jiménez Rada, eclesiástico, militar e historiador navarro,
nacido en 1170 en Puente la Reina que fue durante cuarenta años arzobispo de
Toledo y el que consiguió para su sede arzobispal la primacía de España que aún
conserva y más famoso por haber participado al frente de sus huestes en la
batalla de Las Navas de Tolosa.
Junto a su
espíritu militar y eclesiástico, Rada había conjugado una erudición poco común
en la época, lo que le permitió destacar en los concilios de Letrán y Lyon. Así
mismo fue autor de una historia de España, conocida como Historia gótica.
El otro
códice es el llamado De Roda, un manuscrito de finales del siglo X y en el que
se hacen referencias a los reinos de Asturias, Pamplona y el incipiente condado
de Aragón. El nombre lo recibe por haberse conservado en la iglesia románica de
San Vicente, en Roda de Isábena, en Aragón.
Por los
dos códices y los textos árabes sabemos que designan a este personaje como
príncipe o “shaib” de las tierras de
Pamplona que eran unos territorios que iban desde la línea de los Pirineos,
hasta casi la mitad de la actual Navarra.
De su
nacimiento no se conoce fecha ni lugar, aunque todo parece señalar que habría
que ubicarlo en las tierras antes mencionadas; tampoco se tiene una clara
genealogía y en ese sentido los textos árabes aportan más datos que los códices
cristianos.
Así, por
textos árabes se sabe que su madre se llamaba Onneca y que de otro padre, seguramente un musulmán llamado Musa
Ibn Fortún, era hermano de un muladí, es decir, cristiano convertido al Islam, llamado
Muza ben Muza, poderoso señor de las riberas del Ebro y que también tuvo otro
hermano de nombre Fortún.
Aparecen
también el nombre de dos hijos llamados García y Galindo y de su hija Assona y se menciona a una segunda hija
cuyo nombre no aparece.
Al mismo
personaje se le nombra convertido al árabe como Wannaqo ben Wannaqo, equivalente a Íñigo Íñiguez.
Es en el
Códice de Roda donde aparece el sobrenombre por el que ha sido conocido en la
historia: Arista, situándosele como
padre de García I Íñiguez que le sucedió al frente de los territorios
cristianos de Pamplona, como señor o líder aristocrático de la región, que
situada en los confines del emirato árabe, desde muy pocos años después de la
invasión, había firmado un tratado que convertía la región en una especie de
protectorado, que a cambio de un tributo y promesa de lealtad, quedaba en
libertad para continuar con sus costumbres y tradiciones, tanto religiosas como
jurídicas y sociales.
Hay que
entender la importancia que aquel territorio tenía, tanto para los árabes, en
sus deseos expansionistas hacia Europa, como para los carolingios con su temor
a que el imperio musulmán volviera a intentar otra incursión bélica en
territorio galo, como años antes había ocurrido en la batalla de Poitiers,
afortunadamente con victoria cristiana. En una época tan convulsa y en la que
grupos desorganizados y poco numerosos habían de enfrentarse a los poderosos
ejércitos árabes, se comprende todo aquello de territorios tributarios,
protectorados, continuas escaramuzas y deserciones de un ejército al otro.
La
ambigüedad del territorio hace posible aceptar protección tanto del lado
carolingio como árabe. Entre los partidarios de respetar los pactos acordados
con el emirato de Córdoba se encontraba una facción liderada por la familia
Arista que contaba con el apoyo de la poderosa familia Banu Qasi, hispanogodos
islamizados, muladíes por tanto, que señoreaban importantes territorios en la
cuenca del río Ebro.
Desde
entonces los imperios carolingio y árabe, luchan por hacerse con el territorio
y unos y otros toman sucesivamente Pamplona, lo que hace que Íñigo y sus
huestes hayan de estar tanto al lado de uno como de los otros, en una situación
que impulsa al propio emir cordobés, Abderramán II, a ponerse al frente de su
ejercito para someter el territorio.
Tras una
importante victoria árabe en las cercanías de Pamplona contra unas tropas navarras
apoyadas por guerreros alaveses y castellanos y en la que perdió la vida
Fortún, hermano de Íñigo y 115 soldados pamploneses, Abderramán se enseñorea de
todo el territorio y la situación bélica, tras muchas escaramuzas y la batalla
antes mencionada, se salda con un pacto de sometimiento al emirato de Córdoba y
el pago de un tributo anual de 700 dinares.
Pero el
espíritu rebelde de los pamploneses no les permitía vivir con tranquilidad y
años más tarde se inició una nueva etapa de enfrentamientos con el emirato que
duró una década.
Como ya se
ha advertido, la documentación histórica es escasa y parece que durante ese
período, Íñigo había colocado a su hijo García Íñiguez al frente del ejército pamplonés,
pues él había sufrido una alferecía, hoy diríamos un ictus, que le dejó
imposibilitado hasta su muerte, ocurrida, según textos árabes, en el año 237 de
la Hégira, que se corresponde con el 851-852 de la cronología cristiana.
La prueba
del coraje, valentía y arraigo que Íñigo tenía entre sus gentes lo demuestra el
hecho de que a pesar de los bandazos que dio en sus pactos, su tropas le
seguían con fidelidad absoluta y el hecho de haber colocado a su hijo como sucesor
de su dinastía es una clara prueba de que era aceptado como monarca de aquel
territorio con absoluta lealtad de sus súbitos, aunque nunca lo hubiesen
coronado ni aclamado como rey.
Su hijo y
sucesor, García Íñiguez se decantó por materializar alianzas con cristianos,
haciéndolo con el único rey cristiano de la península el astur Ordoño I, con
una de cuyas hijas casó a uno de sus descendientes.
A su
muerte, ocurrida hacia el año 882 le sucedió su hijo Fortún, nieto por tanto de
Íñigo y que dio nombre a la dinastía que desde ahí arranca. Fortún era apodado
por los árabes como “el Tuerto” y por
los cristianos “el Monje”, pues
terminó sus días en el monasterio de Leyre donde murió con 96 años y que había
permanecido durante veinte años cautivo en Córdoba.
El mérito de haber sido creador de una dinastía y sobre todo, la de haber preservado sus territorios contra las incursiones carolingias y musulmanas, merece un reconocimiento de esta importante figura diluida en la historia. Un reconocimiento algo más sensible que ese monumento con el que se la querido recordar, una cosa más así, como esta estatua también dedicada a él.
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ResponderEliminarLa historia del pueblo navarro, como la de todos los pueblos de España, es admirable. Ultimo reino, de los que aún permanecen, en incorporarse a lo que fue nuestro glorioso imperio (posteriormente se unió el de Portugal) y que tantas cosas también admirables dejo para la historia. Su último papel preponderante lo tuvieron en la tristemente aun recordada guerra civil española donde, independientemente de ideologías, demostraron un arrojo y un empuje digno de su glorioso pasado. Lo que me resulta increíble es como ese pueblo, antaño orgulloso, haya casi desaparecido fagocitados por sus vecinos vascos en una colonización cultural digna de estudio. Navarra, que dio reyes a un lado y a otro de los pirineos, corre el riesgo de desparecer y convertirse en una provincia vasca más como ya parecen haberlo hecho sus antiguos moradores a los que no se les ve para revindicar una idiosincrasia que les caracterizo y diferencio del resto de nosotros desde el momento mismo del inicio de su romanización. No digo que ser vasco sea mejor o peor solo digo que es diferente a ser navarro, y siempre lo ha sido, y que lo que más los une a ambos es que son españoles aunque eso, en el uso de las libertades que siempre respetaremos, es susceptible de cambiar en el futuro pero nunca en el pasado ya que este, por definición, es inmutable.
ResponderEliminarConocía un poco la historia de Eneko y la escultura de Pamplona pero no tenía ni idea de la estatua en la plaza de Oriente y soy madrileño hijo de navarros (de los que llora al oír una jota)
ResponderEliminarUn abrazo JM.