De hasta
dónde puede llegar la estupidez humana estamos teniendo buenas y abundantes
muestras en estos últimos tiempos.
Los
partidos feministas, que en realidad es un machismo revestido de mujer, que quieren
que haya tantos sexos como gustos sexuales tenemos las personas, o las que
proponen igualar a hombres y mujeres sodomizando a los primeros, pasando por
las que quieren volver a casa solas y borrachas, hay toda una serie de
propuestas realmente singulares.
Los
partidos ecologistas o los de la defensa de los animales que dicen que ordeñar
a una vaca es atentar a su intimidad, o que los gallos violan a las gallinas, o
los que se oponen al sacrificio del ganado por el sufrimiento que genera y que
como contramedida todos tenemos que hacernos vegetarianos o veganos como se
dice ahora, ignoran los dictados de la ley natural, presente en toda la
naturaleza en la que los animales superiores e inferiores, terrestres, aéreos y
acuáticos cazan haciendo sufrir a sus presas, porque el sufrimiento es parte de
lo cotidiano.
A todos
estos que con argumentos tan insólitos quieren hacernos creer que el hombre es
el único ser que causa daño porque come a otros animales, les vendrá bien leer
esta historia que voy a contar.
El 27 de
febrero de 1924 nacía en Lafayette Township, un pueblo de Nueva Jersey, Grover
Clevelan Backster, más conocido como “Cleve”
Backster.
Tras una
juventud sin resaltes Cleve empezó a
trabajar para la CIA después de la II Guerra Mundial, como especialista en el
manejo del polígrafo, ese complejo aparato que sirve para medir el grado de
sinceridad de las personas que se someten.
Backster con su polígrafo
En este
campo destaco muy pronto, convirtiéndose en todo un experto capaz de crear una
escuela para formación de operadores de polígrafo en San Diego y años después
otra en Nueva York.
Cierto día
de poco trabajo en su laboratorio decidió conectar los electrodos de la máquina
a una planta con la intención de ver si los vegetales experimentaban algún
cambio en su sistema ante determinadas acciones.
Muy probablemente
Backster hubiera estado en contacto con alguno de los trabajos del científico
indio Jagadish Chandra Bosé que a principios del siglo XX había constatado que
las plantas reaccionaban favorablemente a determinados estímulos como algunos
tipos de música que la hacían crecer más rápidamente. Esta teoría está
actualmente aceptada y son muchos los viveros que usan música ambiental
melódica para estimular a sus plantas.
Una vez
conectada la planta al polígrafo, regó la maceta, apreciando que las líneas en
reposo que observaba la planta, sufrieron una leve variación que en la práctica
con personas era interpretada como de bienestar.
Aquel
descubrimiento lo dejó muy intrigado y decidió seguir investigando sobre las
sensaciones que pudieran experimentar los vegetales.
Lo
siguiente fue aplicar fuego a una parte de la planta. Inmediatamente el
polígrafo emitió una señal muy potente de una frecuencia que en la
experimentación con personas era interpretada como dolor.
Sorprendido
ante lo que acababa de descubrir de una forma tan casual, llegó a la conclusión
de que las plantas son capaces de experimentar sensaciones que son medibles y
calificables, como los demás seres vivos.
Como su
formación era muy estricta con los protocolos, Cleve repitió la experiencia con otras plantas y en otras
situaciones, comprobando que las reacciones de las plantas se repetían una y
otra vez, quedando sentado, para él, el principio de que una planta tenía algún
tipo de actividad sensorial que él no estaba preparado para calificar, pero
continuó experimentando y subiendo en un grado la complicación del experimento.
En primer
lugar intentó comprobar si de alguna manera las plantas desarrollaban una
memoria. Era un experimento complicado, para el que se sirvió de seis de los
estudiantes de su escuela y dispuso las acciones que se iban a llevar a cabo.
En primer lugar, el estudiante debía estar solo en una habitación con dos
plantas en sus respectivas macetas y perfectamente saludables. Debía “asesinar”
a una de las plantas en presencia de la otra sin que Backster supiera qué
alumno lo había efectuado.
Seguidamente
se conectaron los cables a la planta que estaba viva y fueron entrando en la
habitación, uno a uno, todos los estudiantes. Era como si, aplicando
terminología policial, estuvieran realizando una rueda de reconocimiento.
Para
sorpresa de todos, cuando el autor de la “muerte” de la planta entró en la sala,
la planta empezó a emitir unos estímulos que el polígrafo recogió, presentando
un aspecto como de reacción enloquecida.
Otro experimento
fue comprobar que las plantas sienten una sensación similar al dolor de los
humanos cuando le cortan una rama, aunque desaparece con mucha rapidez.
Otra de
las experiencias fue la de comprobar cómo reaccionaba una planta al ataque de
una plaga observando que en un primer momento parecía enloquecer, aunque si el
ataque continuaba, la calma sustituía a la reacción violenta. Parecía dar la
impresión de que la planta conseguía inmunizarse frente al dolor.
Pero
quizás la experiencia más destacable ocurrió en su laboratorio de Nueva York,
cuando recibió una comunicación de una profesora de botánica de una universidad
de Canadá que quería presenciar sus experimentos.
Backster
no era muy proclive a experimentar en público, pero a la vista del curriculum
de la botánica decidió recibirla y hacerle una demostración. Preparó varias
plantas y esperó a que llegase la visita. Cuando la botánica se dispuso a
presenciar el experimento, Backster conectó los electrodos e hizo varias
pruebas y para su sorpresa no se produjo actividad en ninguna de las plantas.
Pasados unos minutos sin detectar cambios revisó el aparato y comprobó que no
había fallo.
Así que un
poco molesto, tuvo que reconocer que el experimento no había funcionado. Por
alguna razón las plantas no se querían manifestar.
Con cierta
experiencia en estos experimentos, Cleve
dedujo que las plantas habían caído en el silencio antes de conectarle los
electrodos, por lo que era muy posible que su hubiera producido en el momento
en el que la mujer entró en el laboratorio.
Con mucho
tiento y usando su experiencia como interrogador fue induciendo a la mujer a
que contara cual era su actividad en el departamento de biología de su
universidad y para su sorpresa descubrió que la bióloga se dedicaba a obtener
pesos netos de las masas vegetales, para lo que solía someter las plantas a un
proceso de horneado.
Cuando la
mujer abandonó el laboratorio, Cleve
pudo comprobar que sus plantas volvían a tener su actividad normal.
De alguna
manera, incomprensible por el momento, las plantas había detectado aquella
actividad de la botánica, llenándolas de pavor y evitando cualquier tipo de
comunicación.
Como es
natural los experimentos de Backster causaron sensación en el mundo científico
si bien aducían que el investigador carecía de una formación académica que
avalara sus experiencias, aunque si que era reconocida su profesionalidad como
agente de la CIA experto en interrogatorios a través de polígrafos.
Un
investigador ruso llamado Benjamín Puskin, especializado en psicología se
interesó en los experimentos del americano y decidió contrastarlos pero sin
usar el polígrafo; en su lugar utilizó un aparato de los empleados para hacer
electro encefalografías.
Para
sorpresa de todos, los resultados fueron idénticos. Qué mecanismo utilizaban
las plantas para expresar sus emociones seguía siendo desconocido, pero era indudable que usaban
una comunicación celular con el exterior y que otras plantas en su entorno eran
capaces de captar aquellas emociones.
El fenómeno
descubierto por Cleve se ha llamado
percepción primaria, aunque la comunidad científica no lo aceptó por no haberse
utilizado un método científico.
Eso
impulsó a Backster a diplomarse en medicina mientras escribía libros de
divulgación como el denominado “La vida secreta de las plantas”, o “Percepción
primaria”.
En la
actualidad la existencia de una actividad eléctrica en las plantas se acepta
cada vez más, impulsando estudios biológicos en los que se ha puesto de
manifiesto que las plantas producen señales que se parecen mucho a la actividad
neuronal de los animales.
Existen
estudios que aseguran que las plantas pueden comunicarse entre ellas o que son
capaces de racionar su consumo de nutrientes para no desfallecer en ausencia de
luz solar.
Que existe
comunicación entre las plantas es bien sabido desde que se detectó la simbiosis
entre algunas especies con la finalidad de sobrevivir ambas.
Con todo
esto lo que se quiere dejar bien patente es que las plantas siente y padecen y
a un árbol le duele cuando le cortan una rama, aunque el dolor se mitigue casi
de inmediato, o una lechuga siente que va a morir cuando la arrancamos para
comerla.
Así pues,
amigos vegetarianos, veganos o como queráis llamaros: el mismo daño que se hace
a una ternera o a un cordero al sacrificarlo para consumo humano se le hace a
un puerro cuando se le arranca brutalmente del suelo, dejando al aire su raíces
y eso es la misma crueldad que abrazar un olivo con una máquina que le produce
una fuerte sacudida para que suelte las aceitunas.
Muy interesante...
ResponderEliminar¡Qué Curioso!
ResponderEliminarEstos animalistas son un poco sorprendentes. Recuerdo un grupo de personas (no se porque todas mujeres) rodeando un camión cargado con cerdos para el matadero. Lo llamativo fue que el camión era de estos modernos con aire acondicionado para los animales igualito que las personas que huyen de la persecución y regímenes totalitarios (véase como han llegado los refugiados afganos). Lo segundo era que alguno de los manifestantes dudo fueran veganos al sobrepasar en peso los limites razonables de una dieta herbaria. Pero en fin, supongo que cuando hay ministras que perciben la misma discriminación en Afganistán que en España debe ser normal que haya gente que sienta más filiación hacia los cerdos que hacia las personas humanas.
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