Pensamos
que defraudar, engañar, incumplir la palabra y otras muchas acciones
reprobables del comportamiento humano, sobre todo cuando esos humanos alcanzan
un grado elevado en la sociedad, son cosas de la actualidad; creemos que
nuestros antepasados tenían un elevado concepto de la ética y que la falsedad
entraba poco en su forma de comportarse, pero no era así; hacían lo mismo que
se hace ahora, solo que visto con otro prisma.
Hasta los
acendrados católicos que llevaban el dogma y la liturgia en la sangre, mentían
con compulsión, defraudaban con afán y se enriquecían con avaricia a costa de
los demás.
Incluso
tránsfugas, personas que traicionaron la disciplina a la que estaban sometidos,
o la palabra que habían empeñado, encontramos a lo largo de los siglos.
En la
historia de España si hay una reina digna de admiración, por encima de todas,
es Isabel I de Castilla, más conocida como Isabel la Católica, que reinó
durante treinta años, durante los que observó en todas sus actuaciones la forma
más correcta de proceder.
Pero,
¿cómo llegó a reina? La historia quizás sea sabida por muchos, pero ciertos
detalles que se esconden tras esa saga, son un poco más desconocidos.
Era Isabel hermana de padre del rey de Castilla Enrique IV, despectivamente nombrado como El
Impotente, pues ciertamente no conseguía tener descendencia, parece que tenía
tendencias homosexuales y en el análisis que el doctor Marañón hizo sobre él en
su libro Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, venía a
decir que: “Enrique IV padeció impotencia, anomalía
peneana, infertilidad, malformación en sus genitales, litiasis renal crónica
(mal de ijada, de piedra y dolor de costado) y hematuria (flujo de sangre por
la orina). Precisamente, estos problemas urológicos pudieron estar detrás de su
fallecimiento el 11 de diciembre de 1474 a causa de una obstrucción de la orina”.
En vista
de esa fragmentación dinástica, Enrique nombró a su hermanastra Isabel,
heredera de la corona de Castilla según se estableció en el Tratado de los
Toros de Guisando, pero ese nombramiento tenía una premisa, sin la cual la
sucesión de Isabel se veía en el aire y es que tenía que casarse con el
heredero de la corona de Portugal; pero Isabel no estaba por extender sus
dominios hacia el oeste, hacia las tierras lusas, un país poco comprometido con
la reconquista del solar patrio, sino hacia el lado contrario, hacia el reino
de Aragón, comprometido como Castilla en expulsar definitivamente a los
musulmanes de nuestros territorios.
Fernando de Aragón e Isabel de
Castilla
Así que Isabel se fijó en el príncipe heredero de la
Corona Aragonesa, Fernando y sopesando las ventajas e inconvenientes vio que
era más favorable que la boda con el rey lusitano.
Así que un
año después de su nombramiento y compromiso con su hermano, en 1469, Isabel se
casó con Fernando.
Apoyaban a
Isabel en esta boda una buena parte de la nobleza castellana y al completo el
reino de Aragón aunque por diferentes motivos, el principal porque estaban en
bancarrota, como consecuencia de mantener su aspirada hegemonía mediterránea y
la dificultad que tenía la Corona de recaudar más tributos, pues la fuerza de
las cortes aragonesas, valencianas y catalanas, ponían innumerables trabas
recaudatorias, dadas las muchas concesiones que los fueros concedían a las
instituciones.
Pero en
Castilla no era así, las Cortes Castellanas apenas tenían papel importante en
las decisiones reales y con muchas frecuencia las reunía el rey con la única
intención de dar algún sablazo al pueblo.
Pero había
un serio inconveniente y es que Isabel y Fernando eran primos en segundo grado
y por tanto la sempiterna Iglesia tenía que decir la última palabra, es decir,
conceder la licencia papal para que el matrimonio se pudiera celebrar, obviando
la circunstancia excluyente de la consanguineidad.
No es
necesario aclarar que este es un trámite engorroso y de lentísima
solución, pues a la burocracia de la
época hay que añadir la lentitud de las comunicaciones y como los primos tenían
prisa para que su boda, llevada en el más riguroso secreto, no se viese
frustrada por la intervención del rey castellano, hubieron de recurrir a
trampear el asunto.
Así y
todo, el 19 de octubre de 1469 se celebró la boda en la más absoluta intimidad,
sin invitados, sin boato y sin las celebraciones populares de las que los
enlaces regios acostumbraban a prodigarse. Y eso un año y un mes después de que
el rey hubiese nombrado a su hermanastra como su sucesora.
Evidentemente
eso no sentó nada bien a la corona castellana, pero no había solución. Había
sido una boda católica celebrada con todas las premisas exigibles y por tanto,
imposible de anular. Cabrían otras opciones, pero Isabel y Fernando estaban
casado, formaban un matrimonio que solo Dios podía disolver.
Pero cómo
es posible que hubiesen obtenido la dispensa papal en tan corto espacio de
tiempo. Y cómo era posible que una heredera de la corona se hubiese casado sin
el beneplácito del rey. Fue cosa de la doble y afanosa intervención favorable
de una buena sección de la nobleza castellana y de la Corona de Aragón por una
parte y por otra, la obtención de la dispensa papal.
Pero el
dinero lo puede todo y así, el día anterior la boda, se presentó en el palacio
de los Vivero, de Valladolid, lugar donde se iba a celebrar el enlace, la dispensa
papal firmada por el Papa Pío II.
Palacio de los Vivero en Valladolid
Y aquí
empieza el lío. Pío II, nombre con el que pontificó Eneas Silvio Piccolomini,
falleció en la ciudad de Mantua en el año 1461, así que llevaba ocho años
muerto cuando firmó la famosa dispensa.
En el
momento de la boda el papa era Paulo II, el cual se negó a firmar la dispensa
papal y sin que ninguna presión ejercida desde todos lados, le hiciera cambiar
de opinión.
En vista
de todo aquello, hay que considerar que las normas no son iguales para todos y
que la falta del documento así como la falsificación del que se presentó,
tuvieron pocas consecuencia, claro que no hay nada que el dinero, la influencia
o el simple poder no consigan y a la muerte de Paulo II, su sucesor, Sixto IV
firmó la dispensa a toro pasado, pero que por fin convertía el matrimonio en
perfectamente legal a los ojos de la Iglesia que no era la única que miraba
estas cosas con espíritu crítico.
No fue
este el único documento que se falsificó para que la boda se celebrase
felizmente, pues a lo que ya se ha dicho de la autorización real, hubo que
falsificar la edad del príncipe Fernando que en el momento de las nupcias tenía
solamente diecisiete años, era por tanto menor de edad.
La acción
de la reina, traicionando gravemente el mandato real según el cual, su
hermanastro la nombraba heredera si se casaba con el rey de Portugal, tuvo
consecuencias para España y muy buenas por cierto, pues de ese matrimonio
surgió el impulso para acabar con la reconquista, convertir el país en un
estado moderno, relacionarse a través del tálamo nupcial con las casas
reinantes en Europa y comenzar la increíble aventura de descubrir todo un nuevo
mundo.
Pero para
eso fue necesario que Isabel fuese una tránsfuga, una persona que no acató la
disciplina de su partido que le imponía algo que iba contra sus sentimientos y
desobedeciendo el mandato, hoy diríamos que votó en conciencia.
La
historia nos ha hecho ver que Isabel acertó plenamente al tomar aquella
decisión y afortunadamente no hubo ningún mentecato que viniese a acibarar la gloria
que a España proporcionó.
Se
entiende, ¿no?
Se entiende de manera clara y meridiana. Gracias por descubrirnos la historia
ResponderEliminarMe ha gustado. Muy versado e informado
ResponderEliminarMe ha gustado, muy versado e informado. Manuel Porras
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