martes, 15 de febrero de 2022

UNA TRÁNSFUGA HISTÓRICA

 

Pensamos que defraudar, engañar, incumplir la palabra y otras muchas acciones reprobables del comportamiento humano, sobre todo cuando esos humanos alcanzan un grado elevado en la sociedad, son cosas de la actualidad; creemos que nuestros antepasados tenían un elevado concepto de la ética y que la falsedad entraba poco en su forma de comportarse, pero no era así; hacían lo mismo que se hace ahora, solo que visto con otro prisma.

Hasta los acendrados católicos que llevaban el dogma y la liturgia en la sangre, mentían con compulsión, defraudaban con afán y se enriquecían con avaricia a costa de los demás.

Incluso tránsfugas, personas que traicionaron la disciplina a la que estaban sometidos, o la palabra que habían empeñado, encontramos a lo largo de los siglos.

En la historia de España si hay una reina digna de admiración, por encima de todas, es Isabel I de Castilla, más conocida como Isabel la Católica, que reinó durante treinta años, durante los que observó en todas sus actuaciones la forma más correcta de proceder.

Pero, ¿cómo llegó a reina? La historia quizás sea sabida por muchos, pero ciertos detalles que se esconden tras esa saga, son un poco más desconocidos.

Era Isabel hermana de padre del rey de Castilla Enrique IV, despectivamente nombrado como El Impotente, pues ciertamente no conseguía tener descendencia, parece que tenía tendencias homosexuales y en el análisis que el doctor Marañón hizo sobre él en su libro Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, venía a decir que: Enrique IV padeció impotencia, anomalía peneana, infertilidad, malformación en sus genitales, litiasis renal crónica (mal de ijada, de piedra y dolor de costado) y hematuria (flujo de sangre por la orina). Precisamente, estos problemas urológicos pudieron estar detrás de su fallecimiento el 11 de diciembre de 1474 a causa de una obstrucción de la orina”.

En vista de esa fragmentación dinástica, Enrique nombró a su hermanastra Isabel, heredera de la corona de Castilla según se estableció en el Tratado de los Toros de Guisando, pero ese nombramiento tenía una premisa, sin la cual la sucesión de Isabel se veía en el aire y es que tenía que casarse con el heredero de la corona de Portugal; pero Isabel no estaba por extender sus dominios hacia el oeste, hacia las tierras lusas, un país poco comprometido con la reconquista del solar patrio, sino hacia el lado contrario, hacia el reino de Aragón, comprometido como Castilla en expulsar definitivamente a los musulmanes de nuestros territorios.

 

Fernando de Aragón e Isabel de Castilla

Así que Isabel se fijó en el príncipe heredero de la Corona Aragonesa, Fernando y sopesando las ventajas e inconvenientes vio que era más favorable que la boda con el rey lusitano.

Así que un año después de su nombramiento y compromiso con su hermano, en 1469, Isabel se casó con Fernando.

Apoyaban a Isabel en esta boda una buena parte de la nobleza castellana y al completo el reino de Aragón aunque por diferentes motivos, el principal porque estaban en bancarrota, como consecuencia de mantener su aspirada hegemonía mediterránea y la dificultad que tenía la Corona de recaudar más tributos, pues la fuerza de las cortes aragonesas, valencianas y catalanas, ponían innumerables trabas recaudatorias, dadas las muchas concesiones que los fueros concedían a las instituciones.

Pero en Castilla no era así, las Cortes Castellanas apenas tenían papel importante en las decisiones reales y con muchas frecuencia las reunía el rey con la única intención de dar algún sablazo al pueblo.

Pero había un serio inconveniente y es que Isabel y Fernando eran primos en segundo grado y por tanto la sempiterna Iglesia tenía que decir la última palabra, es decir, conceder la licencia papal para que el matrimonio se pudiera celebrar, obviando la circunstancia excluyente de la consanguineidad.

No es necesario aclarar que este es un trámite engorroso y de lentísima solución,  pues a la burocracia de la época hay que añadir la lentitud de las comunicaciones y como los primos tenían prisa para que su boda, llevada en el más riguroso secreto, no se viese frustrada por la intervención del rey castellano, hubieron de recurrir a trampear el asunto.

Así y todo, el 19 de octubre de 1469 se celebró la boda en la más absoluta intimidad, sin invitados, sin boato y sin las celebraciones populares de las que los enlaces regios acostumbraban a prodigarse. Y eso un año y un mes después de que el rey hubiese nombrado a su hermanastra como su sucesora.

Evidentemente eso no sentó nada bien a la corona castellana, pero no había solución. Había sido una boda católica celebrada con todas las premisas exigibles y por tanto, imposible de anular. Cabrían otras opciones, pero Isabel y Fernando estaban casado, formaban un matrimonio que solo Dios podía disolver.

Pero cómo es posible que hubiesen obtenido la dispensa papal en tan corto espacio de tiempo. Y cómo era posible que una heredera de la corona se hubiese casado sin el beneplácito del rey. Fue cosa de la doble y afanosa intervención favorable de una buena sección de la nobleza castellana y de la Corona de Aragón por una parte y por otra, la obtención de la dispensa papal.

Pero el dinero lo puede todo y así, el día anterior la boda, se presentó en el palacio de los Vivero, de Valladolid, lugar donde se iba a celebrar el enlace, la dispensa papal firmada por el Papa Pío II.

Palacio de los Vivero en Valladolid

Y aquí empieza el lío. Pío II, nombre con el que pontificó Eneas Silvio Piccolomini, falleció en la ciudad de Mantua en el año 1461, así que llevaba ocho años muerto cuando firmó la famosa dispensa.

En el momento de la boda el papa era Paulo II, el cual se negó a firmar la dispensa papal y sin que ninguna presión ejercida desde todos lados, le hiciera cambiar de opinión.

En vista de todo aquello, hay que considerar que las normas no son iguales para todos y que la falta del documento así como la falsificación del que se presentó, tuvieron pocas consecuencia, claro que no hay nada que el dinero, la influencia o el simple poder no consigan y a la muerte de Paulo II, su sucesor, Sixto IV firmó la dispensa a toro pasado, pero que por fin convertía el matrimonio en perfectamente legal a los ojos de la Iglesia que no era la única que miraba estas cosas con espíritu crítico.

No fue este el único documento que se falsificó para que la boda se celebrase felizmente, pues a lo que ya se ha dicho de la autorización real, hubo que falsificar la edad del príncipe Fernando que en el momento de las nupcias tenía solamente diecisiete años, era por tanto menor de edad.

La acción de la reina, traicionando gravemente el mandato real según el cual, su hermanastro la nombraba heredera si se casaba con el rey de Portugal, tuvo consecuencias para España y muy buenas por cierto, pues de ese matrimonio surgió el impulso para acabar con la reconquista, convertir el país en un estado moderno, relacionarse a través del tálamo nupcial con las casas reinantes en Europa y comenzar la increíble aventura de descubrir todo un nuevo mundo.

Pero para eso fue necesario que Isabel fuese una tránsfuga, una persona que no acató la disciplina de su partido que le imponía algo que iba contra sus sentimientos y desobedeciendo el mandato, hoy diríamos que votó en conciencia.

La historia nos ha hecho ver que Isabel acertó plenamente al tomar aquella decisión y afortunadamente no hubo ningún mentecato que viniese a acibarar la gloria que a España proporcionó.

Se entiende, ¿no?

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