Parece que
se convertido en un tópico que cualquier español que quiera medrar en su
profesión, sobre todo si ésta se relaciona con las ciencias, se ha de marchar
de España. Pero eso mismo es aplicable a muchas otras nacionalidades en las que
resulta difícil abrirse camino, sobre todo teniendo abiertas las puertas de
países mejor dotados que esperan con los brazos abiertos a esos genios
emigrantes.
Siempre ha
sido así y el alemán Einstein, el serbio Tesla o los italianos Meucci y
Marconi, salieron de sus países para ser acogidos en los Estados Unidos.
No tiene
nada de extraño; lo que si resulta chocante es que personas que han triunfado a
nivel mundial en sus respectivas áreas, resulten casi completamente
desconocidas en el país que los vio nacer y formarse.
Este es el
caso de muchos, a uno de los cuales me voy a referir en este artículo. Se trata
de Mónico Sánchez Moreno, un ingeniero, inventor y científico hecho a sí mismo.
En Piedrabuena,
un pequeño pueblo de la provincia de Ciudad Real, nació el 4 de mayo de 1880
Mónico Sánchez Moreno. Su padre era un modesto fabricante de tejas y su madre
ayudaba a la economía de la casa trabajando como lavandera.
No
obstante los escasos recursos con que contaba la familia, Mónico fue a la escuela
local, donde conoció y quedó prendado de un descubrimiento reciente que estaba
revolucionando el mundo: la electricidad. En la escuela permaneció hasta los
catorce años en los que empezó a desempeñar diferentes trabajos, desde mozo de
reparto hasta dependiente de comercio y con solamente diecinueve años, con los
ahorros de todos sus años de trabajo, montó su propia tienda, que vendió dos
años después y con los beneficios obtenidos se traslada a Madrid, donde tiene
pensado estudiar ingeniería eléctrica, pero carecía de titulación que le
permitiera el acceso a la universidad, así que bajó el listón y se apuntó a un
curso de electromecánica por correspondencia.
Fotografía de Mónico Sánchez
Una idea
de la voluntad y el tesón de este joven la aclara la circunstancia de que los
cursos, casi únicos que se daban en la España de principio de siglo, eran en
ingles y Mónico no tenía ni idea de esa lengua, así que con mucha paciencia y
más voluntad, diccionario en ristre fue desgranando cada palabra y cada ejercicio
, hasta que al finalizar el mismo el director del curso que residía en Londres,
sin apenas conocerlo, pero avalado por los progresos que había constatado en
los casi tres años que duró el curso, le recomendó que se marchara a Nueva York
para ampliar sus conocimientos. Y así con poco más de sesenta dólares,
emprendió su aventura.
Una vez en
los Estados Unidos, comenzó a trabajar como ayudante de delineación,
compatibilizando con estudios de
electricidad y superando la dificultad
de su escasa capacidad de relacionarse a través de la palabra, pues,
ciertamente, el inglés escrito lo había superado, pero la dificultad para
entenderse era muy grande, así que iba permanente pertrechado de una “tablet”
de aquella época que recibía el nombre de pizarra y pizarrín.
Con 27
años terminó sus estudios y consiguió un trabajo en una fábrica de aparatos
eléctricos , mientras seguía realizando cursos de formación que completaran su
bagaje de conocimientos, culminando su trayectoria formativa en la prestigiosa
Universidad privada de Columbia, sita en Manhattan, comenzando a trabajar para
una empresa que fabricaba material electrónico para hospitales, donde destacó
rápidamente por su trabajo para fabricar un aparato de rayos X que se pudiese
transportar.
Aunque el
descubrimiento de los rayos X se atribuye al científico Roentgen en 1895, se
sabe que en realidad fue el serbio Nicola Tesla quien los apreció por primera
vez, cuando hacía otros experimentos con un antepasado del rayo laser y falto
de tiempo para ahondar en su descubrimiento, pasó la información a su amigo
Wilhelm Roentgen que ultimó el proceso.
Pero un
aparato de rayos X pesaba más de doscientos kilos y era prácticamente imposible
de transportar, así que su uso se limitaba a hospitales.
Para
conseguir su objetivo utilizó fuentes de energía que ya se utilizara para otros
instrumentos hospitalarios, e incluso otros aparatos de muy diferente uso, como
el telégrafo.
Así
consiguió un aparato portátil de unos diez quilos de peso y que se transportaba
en un maletín.
Maletín de rayos X portátil
La
posibilidad de sacar un aparato tan útil como los rayos X de un hospital y
llevarlo a domicilios o mejor aún a un campo de batalla, hizo que muy pronto
adquiriera gran popularidad y la compañía de teléfonos Collins, dedicada a la
telefonía sin cables, contrató a Mónico y empezó a distribuir su invento,
compitiendo con las grandes eléctricas norteamericanas, que se dedicaban a
otros aparatos como acondicionadores de aire, frigoríficos, radios, etc.
En 1910,
Mónico vino a España a participar en un congreso sobre electrología médica en
Barcelona, donde expuso su invento y vendió todos los aparatos que había
traído. En ese momento su fortuna se calculaba en un millón de dólares y se
decidió a montar una fábrica en España, concretamente en su pueblo, en
Piedrabuena que, por cierto no tenía ni electricidad ni agua corriente, dos
imprescindibles elementos para montar su fábrica, pero eso no arredró al
manchego que instaló una central térmica alimentada por carbón capaz de
producir la energía suficiente para su proyecto y una red de distribución de
agua potable. Como ambas instalaciones daban capacidad sobrada para su
proyecto, vendía ambos productos a sus vecinos, consiguiendo así buenos
resultados económicos.
Con el
inicio de la I Guerra Mundial, el uso del aparato de rayos X portátil se
popularizó enormemente y países como Francia hicieron grandes pedidos que
instalaron en furgonetas, donde la posibilidad del aparato de trabajar con
corriente alterna o continua, hacía que se pudiese alimentar con la batería de
dichas camionetas que podían llegar hasta la primera línea del frente.
En ambulancias como esta se montaron los aparatos de rayos X
Sin
embargo con la llegada de la II República, la situación de Mónico y su empresa
se fue deteriorando, y aunque volvió a Estados Unidos con la intención de
reflotar su empresa, ya no lo consiguió. El mundo entró en guerra y grandes
cambios arrumbaron el invento de Mónico Sánchez, hasta el extremo de que en
1961, cuando murió, su invento era casi desconocido dentro de la clase médica
española.
Pero es
que somos muy dados a olvidar a nuestros grandes logros y en este caso el
olvido no es solamente del de un inventor y su máquina revolucionaria, es
estamos ante un hombre que teniendo posibilidades mucho más amplias, decide
instalar su taller, laboratorio e industria en un pueblo perdido del corazón de
España, cuando en cualquier otro país lo estaban esperando para acogerlo con lo
brazos abiertos y facilitarle su labor en todo lo posible. Además de que ese
empeño por su pueblo cuajó durante años, su máquina llevada al medio rural
servía para detectar fracturas de huesos entre obreros y campesinos que no
tenían ninguna posibilidad de acudir a un hospital y en las guerras detectar
restos de metralla incrustados en los soldados del frente, sin tener que
trasladarlos, simplemente en la enfermería de vanguardia.
Su declive
empezó con la llegada de la II República, como decía anteriormente, pues para
unos era un industrial acaudalado y por tanto enemigo de la clase proletaria y
para otros un “bicho raro” al que no sabían cómo catalogar. Ni unos ni otros conocían la dimensión del
avance científico que Mónico representaba.
Como siempre ...tratamos a nuestros grandes hombres...
ResponderEliminarInteresante, al final los grandes hombres son repudiados por sus propios nacionales y funciona aquello de pueblo pequeño infierno grande..miseria humana.gracias
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