A veces pienso que es casi normal que
haya episodios de la historia de España que hayan pasado
desapercibidos, incluso ignorados, a pesar de tener mucha importancia
y es que siendo nuestra historia tan extraordinariamente rica y
extensa, parece lógico que así ocurra.
Durante toda la Edad Media, la
existencia de los diferentes reinos peninsulares, amontonó los
acontecimientos de tal manera que solamente los más destacados
alcanzaron popularidad, mientras que otros han pasado casi inéditos.
En mi afán por sacar a la luz estos
episodios, a veces me encuentro con verdaderas perlas conservadas en
vetustos arcones. La de hoy es una de ellas, conocida por escasos
estudiosos de la historia, algún curioso que haya escudriñado en
acontecimientos insólitos y otros, como yo, que lo haya encontrado
por pura casualidad.
A mediados del siglo XV, Castilla
vivía tiempos convulsos. Reinaba Enrique IV, de la casa de
Trastámara, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de El
Impotente, el cual estaba casado con Blanca de Navarra, pero que tras
varios años de matrimonio sin consumar, el Papa le concedió el
divorcio.
No era intención del monarca
permanecer soltero, pues ya había concertado un nuevo matrimonio con
Juana de Portugal, hermana del rey de aquel país, pero para eso
había que desmontar el rumor que cada vez tomaba más cuerpo sobre
la impotencia de Enrique. Para eso, algunas damas de la corte se
prestaron a declarar que ellas habían tenido trato carnal con el rey
que se había mostrado totalmente normal.
Así, con la connivencia de la
Iglesia, se declaró que el rey estaba bajo los efectos de un
maleficio que le había impedido consumar el matrimonio con Blanca,
pero que con el resto de mujeres era persona normal.
Un episodio de lo más acomodaticio y
a los que la Iglesia, según vemos, se ha prestado desde siempre, que
se sustentó en la duda creada sobre la virilidad del rey.
Gregorio Marañón en su Ensayo
Biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo, ya comenta que
no hay certeza sobre las capacidades del rey, puestas en duda por
algunos cronistas de la época, tenuemente defendidas por otros y
tachada de pura calumnia por alguno.
Pero no quiero aquí hablar de lo que ya
han hablado los que verdaderamente entienden de historia, de
psiquiatría y del ser humano, no; quería hablar de algunas otras
cosas que ocurrieron durante el reinado de ese infortunado rey.
Era hijo primogénito de Juan II y
había heredado así el trono de Castilla; tenía dos hermanos, un
varón, Alfonso y una mujer, Isabel.
Pero sobre todo tenía, desde muy
joven, escasa voluntad y poco carácter. Su padre le había colocado
una especie de preceptor, amigo y compañero de andanzas llamado Juan
Pacheco que levantaba excesivos recelos en la corte.
No era, ciertamente, la casa
Trastámara, una monarquía muy fuerte, mientras que la nobleza si
que gozaba de una posición muy poderosa. Y al frente de aquella
nobleza, el personaje más poderoso de la época, don Álvaro de
Luna, Condestable de Castilla, Maestre de la Orden de Santiago y
valido que fue del rey Juan II. A su lado se colocaban los Infantes
de Aragón, que a pesar de su nombre, ejercían todo su poder en
Castilla.
Las cosas con el rey Enrique no iban a
satisfacción de estos nobles que incluso llegaban a ver una relación
homosexual entre el rey y su amigo y consejero Pacheco.
Tras la boda con Juana de Portugal,
pariente de los Infantes de Aragón, la reina quedó embarazada, pero
nadie creyó que Enrique fuera el padre y esa paternidad fue
atribuida a otro de los validos del monarca, Beltrán de la Cueva e
inmediatamente a la hija, nacida en 1462, se le apodó la
Beltraneja.
Este es un episodio muy conocido de
nuestra historia y constituye una muestra de los tremendos bandazos
que daban las monarquías para asegurarse la sucesión, pues,
teniendo una hija, el propio rey propone como sucesora a su hermana
Isabel, siempre que esta se case con un príncipe que él elija. Es
lo que se conoce como el Tratado de los Toros de Guisando, firmado en
1468.
Pero antes de eso, la nobleza
castellana protagonizó un lamentable espectáculo que es el que da
lugar al título de este artículo.
Desde que Beltrán de la Cueva ha
obtenido el favor del rey y de la reina, el amigo de la infancia,
Juan Pacheco, marqués de Villena ha pasado a un segundo plano que no
acepta y tras los primeros escarceos y exhibición de armas, sin
desenfundar, se ofrece al rey de Francia y luego, se coloca
descaradamente contra su antiguo amigo. Liderando a la nobleza
castellana, reúne a su alrededor a lo más granado del momento que
junto a la iglesia, a la que hace ver el carácter ilegítimo de la
infanta Juana, predispone contra el rey.
Pero para que haya conspiración tiene
que haber un recambio para el monarca y ese repuesto lo encuentra en
Alfonso, hermano del rey que no tiene ninguna posibilidad de reinar.
Pero eso no importa y en un acto que
ha pasado a la historia como La Farsa de Ávila, escenifican
teatralmente una deposición del rey.
El cinco de junio de 1465, junto a las
murallas de la ciudad, colocan un estrado y en él lo que hace
parecer un trono, sobre el que colocan un monigote vestido con ropas
regias de color negro y todos los atributos del monarca de Castilla.
En el curso de la representación que tiene lugar, los nobles
castellanos y los obispos y arzobispos asistentes, van detallando las
iniquidades del rey Enrique IV; hacen sus acusaciones de impotente,
indolente, homosexual, amigo de los moros y cornudo consentido, tras
lo cual dictan un veredicto que se cumple de inmediato.
El arzobispo de Toledo, Alfonso
Carrillo, desposee al muñeco de la corona, el conde de Plasencia le
quita la espada, el de Benavente lo hace con el cetro y al final,
para dar mayor dramatismo a la grotesca escena, el hermano del conde
de Plasencia derribó el muñeco a la vez que gritaba: “A tierra,
puto”.
Grabado
de la Farsa de Ávila
De inmediato, subieron al estrado a
Alfonso y al grito de “Castilla, por el rey don Alfonso”, lo
proclamaron rey y lo invitaron a gobernar con el nombre de Alfonso
XII.
Pero el nuevo rey, creado por aquellos
disidentes, carecía de cualquier crédito entre la inmensa mayoría
de los nobles, caballeros y demás habitantes del país que lo
consideraron como un muñeco en manos del antiguo valido,
ahora preterido y el sabio pueblo, sin hacer causa común con los
cismáticos nobles, permaneció leal a Enrique.
Fue esa la causa de una agitación
general en toda Castilla que afortunadamente tuvo poca trascendencia
y que se acabó dos años más tarde con la muerte del infante
Alfonso.
Pero el que está herido en su amor
propio, no ceja en su tarea conspirativa y como la infanta Isabel
acató la voluntad de su hermano, el rey, de inmediato se pusieron de
parte de Juana La Beltraneja y a la muerte del rey, ocurrida en 1474,
se opusieron abiertamente a la coronación de Isabel, estallando la
que se conoció como Guerra de Sucesión Castellana que se prolongó
por cinco años, hasta la victoria final de los partidarios de
Isabel.
Aquella farsa dio lugar a una rebelión
de la nobleza contra la corona que tuvo consecuencias muy importantes
para la posteridad.
Envalentonados, los disidentes se
atrevieron incluso a buscar apoyos en Portugal y en Francia y los obtuvieron
casando a la Beltraneja con el rey Alfonso V de Portugal.
Tras la decisiva batalla de Toro, en
donde no hubo un claro vencedor, pero que provocó la retirada de los
portugueses a su país, se consolidó la posición de Isabel que ya
sin rival, ofreció a su sobrina la posibilidad de casarse con el
infante Juan que acababa de nacer y que aquella declinó, ingresando
en un convento.
La consecuencia más destacada que se
inició con aquella farsa fue la pérdida de todo el poder militar de
la nobleza, lo que permitió la creación de un estado moderno y
fortalecido, aunque en el terreno económico los nobles continuaron
ejerciendo un gran poder e influencia.
El episodio fue tan intrascendente
que el nombre de Alfonso XII no quedó registrado en los anales y su
ordinal fue ignorado completamente, debiendo pasar cuatro siglos
hasta que otro rey volviera a llevarlo.
Un dato curioso e incluso chocante es
que, entre los partidarios de Isabel, se encontraba Beltrán de la
Cueva, el supuesto padre de Juana de Trastámara que luchaba por
convertirse en reina.
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