Hace unos días escuché, para mi
sorpresa, que mientras las condenas a muerte que la Inquisición impuso en
España no pasaban del dos por ciento de los casos que enjuiciaba, en los demás
países europeos, incluso de religión protestante, esas penas ascendían al
ochenta por ciento. El dato no deja de sorprender, sobre todo cuando siempre
hemos creído que España era un país muy intransigente con la herejía y que de
ahí se había ganado la dudosa reputación de ser la reserva espiritual de
occidente.
Después de contrastar que las cifras
eran verídicas, me di a pensar en lo poco que sabemos de nuestra historia, que
es lo que repito siempre, y cuán desapercibidos han pasado algunos episodios,
siendo este de la inquisición uno de ellos.
A pesar de que somos raudos en tachar
a cualquiera de inquisitorial o lo apodamos Torquemada a las primeras de
cambio, es muy posible que de la inquisición no sepamos casi nada más que lo
superficial: que el primer inquisidor fue el dominico mencionado y que se le atribuye una ingente cantidad de
atrocidades en el nombre de la fe. Pero quizás ignoremos muchos detalles tan
curiosos como que en España hubo oficialmente dos tribunales de la Inquisición,
el episcopal, que ejercían los obispos en sus diócesis y que obedecía la
disciplina de Roma y que se llamaba Tribunal de la Inquisición de España y
otro, que se llamaba Inquisición Española y que dependía directamente de la
corona.
La primera, la de España, obedece,
como todos estos tribunales, a la necesidad de atajar una herejía que en el
siglo XII y XIII se había extendido de manera peligrosa para los fines de Roma.
Se trataba de herejía albigense o de los cátaros. Cátaro significa puro y
albigense, deriva de la ciudad de Albi, en donde se gestó la herejía, y ésta, a
su vez, de albo, blanco, que tiene el mismo significado en relación con la
pureza.
En el sur de Francia, en una región
llamada Occitania o Langedoc, se inició el germen de esta creencia que en sí
misma era mucho más antigua que la propia religión cristiana, pues tenía sus
raíces en el maniqueísmo, la filosofía que el persa Manes había conjugado con
las filosofías orientales, según las cuales todo en el mundo se debate de una
lucha permanente entre Ormuz, dios del bien y Ariman, dios del mal.
A punto de crear su propia iglesia,
los herejes albigenses se extendieron por el reino de Aragón, limítrofe con
Occitania y que en Francia tenía posesiones como el Rosellón Catalán y la
Cerdaña.
Para combatir aquella herejía, la
Iglesia, por medio de la bula Ad Abolendam del Papa Lucio III, estableció en
1184, la denominada Inquisición Medieval, de la que se desarrollará más tarde
el Tribunal de la Santa Inquisición y del Santo Oficio. Por ser el reino de
Aragón lugar en donde la herejía estaba muy propagada, la Inquisición se
asienta allí, pero en los demás reinos peninsulares no se crean estos
tribunales.
En un principio, la Iglesia se había
limitado a condenar las herejías con la única fuerza coercitiva que tenía en su
mano y que era la excomunión, pero cuando, primero Roma y luego otros países,
van aceptando la religión católica como religión oficial, las herejías empiezan
a considerarse delitos contra el estado y ya no vale sólo con la excomunión que
promueve la iglesia sino que el propio estado aporta su poder para que las
penas no sean exclusivamente de sentido y que el daño acompañe a la condena.
Auto de fe
Para eso no se escatiman esfuerzos en
arrancar confesiones a base de las torturas más atroces e imposibles de
imaginar, hasta conseguir la confesión y terminar considerando al reo culpable
de herejía, brujería o cualquier otra barbaridad, condenadolo al fuego
purificador.
Pero como decía, en los reinos
peninsulares apenas se aplica la disciplina de este tribunal y de hecho la
situación está tan relajada que no es hasta el año 1478 que los Reyes
Católicos, acuciados por la tremenda situación que se está viviendo en España
en relación con los judíos conversos que continúan con sus ritos, entienden la
necesidad de solicitar del Papa Sixto IV la creación de un tribunal
inquisitorial que persiga a los herejes.
El Papa concede la creación de dicho
tribunal mediante la bula Exigit sincerae devotionis, a la vez que da a los
Reyes la potestad de nombrar y remover a los inquisidores, lejos del control
natural que debería reservarse la Iglesia. Por tanto este nuevo tribunal, que
se conoce como Inquisición Española es manejada totalmente por la corona. Así
como la herejía albigense da pie a la creación de la primera Inquisición, ahora
son los judíos los que provocan la creación de este nuevo tribunal.
Hay que remontarse a los finales del
siglo anterior para empezar a comprender el fenómeno que se inicia con los
asaltos a las juderías, comenzando por la de Sevilla en 1391. Asustados y
arrinconados en sus ghetos, los judíos optan por las conversiones. Pero en su
nueva situación, en la que son llamados marranos, perros o más lisonjeramente,
cristianos nuevos, frente a los cristianos viejos o lindos, cada vez ven más
recortadas sus libertades y las posibilidades de ganarse la vida, pues desde
las conversiones masivas, los judíos, mejor preparados para ejercer oficios,
más cultos, conocedores del sistema decimal y verdaderos genios de las
finanzas, han desplazado a los cristianos viejos, lo que despierta la envidia y
los celos y comienzan las intrigas y denuncias contra sus verdaderas creencias.
En España predominaban dos órdenes
religiosas, los franciscanos y los dominicos y en esta última, el priorato lo
detenta fray Tomás de Torquemada, que, además, era el confesor de la reina.
Hasta él llegan las protestas de los
cristianos y el fraile inicia una campaña de predicaciones sobre la
conveniencia de establecer la Inquisición en Castilla. Coinciden sus prédicas
con el descubrimiento en Sevilla de la conjura judía encabezada por el banquero
Diego Susón y que fue delatado por su hija, un acontecimiento sobre el que
publiqué un artículo en noviembre del pasado año 2011, que algún lector
recordará.
En consecuencia, el papado accede
mediante bula a la creación de un nuevo tribunal, cuyos primeros inquisidores
son Miguel de Morillo y Juan de San Martín, que llegan a Sevilla en 1480 y cuya
primera actuación es llevar al quemadero de Tablada al banquero y a todos los
que con él estaban compinchados, los cuales, el seis de febrero de 1481 murieron
en la hoguera.
Estos inquisidores son en realidad
funcionarios del estado y responden a los criterios políticos del momento y en
ellos se extingue el proceso, es decir, contra sus resoluciones no cabe recurso
alguno, ni siquiera ante el Papa. Torquemada es nombrado Inquisidor Supremo y
en el tribunal se integra el cardenal Mendoza y los dos antes mencionados.
Esta fue la Inquisición que funcionó
en España, pues la episcopaliana, es decir, la de los obispos, apenas mostró
preocupación por mantener la fe cristiana contra la herejía, los defensores de
la Ley de Moisés o los seguidores del Profeta Mahoma.
Es por tanto muy posible que aquella
información que mencionaba al principio del artículo, se pueda referir a una
comparación entre los diferentes tribunales que bajo la potestad de la Iglesia
funcionaron en toda Europa, pero es evidente que las cifras no están comparadas
con los procesos que siguiera la llamada Inquisición Española, porque
afortunadamente existe mucha documentación sobre los procesos que llevaron a
cabo los diferentes tribunales inquisidores que se formaban con la presencia de
dos jueces letrados y un teólogo, todos los cuales debían ser eclesiásticos. Un
fiscal acusador y un juez de bienes que era el encargado de tasar las
posesiones confiscadas a los acusados y, y este es un detalle muy de agradecer,
un notario, cuya misión consistía en escribir todas las preguntas y respuestas,
lo que para el estudio historiográfico ha constituido un valor documental
incalculable, pues hasta en los momentos de las tortura se transcribieron todas
las preguntas y las respuestas. De otra manera y tal como estamos viendo en
estos momentos, en los que la memoria histórica nos falla en demasía, ya se
habría encargado alguien de desmentir las atrocidades que en nombre de la fe se
hicieron.
Porque la realidad es que en nombre de
la fe se hicieron atrocidades y muchas. Se empleó la tortura como medio eficaz
de arrancar confesiones, tras las cuales el reo, de una manera desvergonzada
era entregado al brazo secular, que se encargaba de ejecutar la sentencia que
normalmente era morir en la hoguera.
La Inquisición española utilizó,
fundamentalmente, cuatro tipos de torturas que eran conocidas con los nombres
de: Agua, Cuerda, Garrote y Garrucha.
La del agua consistía en verter agua
sobre la cara del reo cubierta por un paño, impidiéndole respirar; la de cuerda
era estirarle los miembros atados con cuerdas y traccionados por poleas; el
garrote consistía en fuertes ataduras que eran apretadas mediante un garrote
introducido entre las cuerdas que se iba girando para apretar; y la garrucha se
usaba para atar a los reos por las manos y suspenderlos, soltándolos
bruscamente sin que llegasen al suelo.
Como se aprecia, cualquiera de los
procedimientos debía de resultar insoportable y la confesión era inevitable.
Grabados
de los cuatro tormentos
Habia delitos cuyas penas eran mayores en los tribunales ordinarios que en los de la Iglesia, de ahi, la existencia de las cadenas existentes en el entorno de los centros religiosos y que permiten el facil acceso a los mismos para acogerse al fuero de la Inglesia.
ResponderEliminar